La fórmula de Placer: demasiado pop para el punk, demasiado corrosivos para el pop

La banda alternativa bonaerense apuesta por su propio camino: canciones redondas, letras inolvidables y producción de un auténtico decadente

Por  ROLLING STONE

octubre 29, 2022

Placer: listos para darlo todo

Gentileza Liza Ponzanetti

Por Esteban Pablo Rial

Desconocidos para las masas adictas al consumo de música ligera. Demasiado marginales para sentarse a la mesa chica de las movidas poperas sponsoreadas y/o autogestionadas de nuestro siglo. Pero con una de las historias más fascinantes del underground argentino. Para todo aquel que haya tenido la dicha de escuchar a Placer en alguna de sus actuaciones en la noche y trasnoche porteña y suburbana bonaerense, su nombre y estela son sinónimos de melodías autoadhesivas, versos afilados y conciertos tan contundentes como euforizantes.

Entre el power pop de toda la vida y una suerte de Longchamps Boogie Way of Modern Life is Rubbish con una vena post-punk & skate alplax cada vez más elegante sport.

De cara a la salida de su séptimo disco, producido por el Moska Lorenzo de los Auténticos Decadentes, me acerco un miércoles al borde de la hora del té con limón a Omni, ubicua sala de ensayo adroguense –una ex casa de pompas fúnebres–, donde la banda coincide una vez por semana en días y horarios variables. Frente a uno de los tres micrófonos habilitados, Walter Darío Lema, su líder natural y voz cantante, mastica los versos de sus clásicos alternando un par de himnos recién salidos del horno, confirmando su fama como inagotable genio letrístico y mito de la canción posta.

“No hay algo diferente, tampoco hay algo igual”, canta Lema en “Ausente”, cuarto tema de Otra vez, su flamante nuevo disco. “He limpiado mi mente y la he vuelto a ensuciar… Y como vivo repartido, más de una vez me contradigo”, sigue, y me imagino una versión de Vicentico, o mejor, de Ale Sergi solista.

“Escribo como hablo, no hay muchas vueltas, ni palabras intrincadas”, me responde alguna no pregunta mientras sorbe un vaso de gaseosa cola durante la típica pausa para fumar e ir al baño.

Los shows de Placer son contundentes y euforizantes. Foto: gentileza Liza Ponzanetti

Walter tiene en la composición de canciones redondas, profundas y sutiles su forma de expresión natural y su mejor oficio. También es un contrastado mito artístico suburbano de a pie, con cada vez mayor relieve literario. Protagoniza el quinto capítulo de Una lluvia de escombros, reciente libro de Hernán Cortés sobre la escena under zonasureña menos conocida, editado por Madreselva. A lo largo de 16 páginas, el autor pinta un emotivo retrato de la vida y obra de Walter, el Ñoqui, su muy temprana devoción por el punk y el fanzinerismo, sus bandas y desbandes, históricos problemas con la ley y el orden, detenciones e internaciones y obviamente el nacimiento y devenir de la banda que nos ocupa.

Hoy, en situación de sala de ensayo y con la banda sacando chispas, sus ademanes y miradas tienen algo de director de orquesta con las manos en los bolsillos, de boxeador con la guardia baja y el paso cansino y hasta de número diez con talento para la conducción. “No me gusta la palabra líder, o sea… No me gusta dar órdenes, pero tampoco que me las den”, concede. A su diestra y siniestra, las guitarras de Matías Naso (Matu, el guitarrista eléctrico adroguense de su generación) y Gerardo Cardone (carismático exfutbolista con talento para la gambeta y el arpegio populista) juegan abiertas y elegantes, alternando desbordes y diagonales. En el vértice de la sala, poligonal pero tirando a triángulo, pulsa su bajo Santiago Guzmán, alias Chapita, en plan volante de ida y vuelta con vocación de centrodelantero, mientras en la batería Juan Rivas, el último en sumarse a la banda, mantiene el pulso firme y la pausa justa.

Incluso antes de tocar en vivo, Placer tuvo merecida fama de superbanda interbarrial zonasureña y de conglomerado de personalidades fuertes. “A Walter lo conozco desde el 88, teníamos 15 años y tocamos en Condenados, junto a Julián Della Paolera y Ray Fajardo, y luego también en Desesperación”, informa Matu, guitarrista original del proyecto, del cual se bajó para volver años después (en los noventa tocó en Chiquero, Serenos de Tu Tumba, Media Luz y Choque Generacional).

“Es muy loco lo que me pasó con Walter, porque me hablaban de él más o menos por 1997, 1998, y una tarde en el andén 3 de la estación de Temperley, venía de entrenar y veo a un loco tirarse del andén para cruzarse a otro, y te juro que me di cuenta de que era él sin haberlo conocido aún… Es algo inexplicable”, me confía Gerardo Cardone, vecino de Ezeiza, que jugó en Banfield (hizo las inferiores y debutó), Brown de Adrogué, Ferro Carril Oeste, All Boys y Estudiantes de Buenos Aires. Todavía futbolista, empezó a tocar entre la escena garagera y el punk con Elio & Thee Horribles, Los Winners, Marcelo Pocavida and The Viagraboys, Puntinazo (donde cantaba el ya fallecido Pomelo Cortez, leyenda del punk rosarino), The Hates, Las Uvas Estroboscópicas y Dúo Soplete, casi todas formaciones tan efímeras como espectaculares.

En cierto momento, aprovechando que su cantante va al baño, les pregunto a ambos guitarristas su opinión sobre las habilidades compositivas del Ñoqui. “Es increíble, siempre compuso muy bien y cada vez compone mejor”, arriesga Matu. “Para mí es el número 1, no se puede comparar con nadie”, remata Cardone.

Días después, una tarde soleada, me acerco a Lanús, a una coqueta casa con terraza bajo un cielo celeste y blanco argentino y trabajador en la que Walter vive con Liza, su mujer desde hace casi diez años, enfermera de profesión. “La primera vez que escuché a Placer… Me acuerdo perfectamente, porque me encantó. Ya me habían hablado de la banda y un día por algo que vi en las redes entré al video de Las estrellas, una canción muy hermosa, y me pasó de verlo, escucharlo y creerle todo lo que cantaba. Luego ya escuché los discos y me pasó lo mismo, yo a Walter lo escucho y le creo las cosas que canta”, me cuenta Liza, que luce la leyenda Placer tatuada en su muñeca izquierda desde antes de entrar en tratativas amorosas con nuestro galán. Ambos son además muy pero muy hinchas de Racing, incluyendo salidas familiares a la cancha cada dos por tres.

Cuando le consulto a Lema sobre sus influencias literarias, declara no leer mucho, “más que nada la prensa deportiva, y también cómics, pero no soy muy de leer libros”. Luego, café de por medio, me admite que siempre tuvo el oído atento al habla que lo rodea, y obviamente la libretita lista.

“A la banda le pusimos Placer porque era una palabra que aparecía en varias de las letras”, recuerda. Su debut fue el 14 de diciembre de 2013 en El Dorado, junto a El Lado Salvaje y She Devils. “Me acuerdo de la fecha exacta porque justo era mi cumpleaños 31”, me explica. Su último show porteño antes de la salida de Otra vez fue en Strummer Bar, pleno Palermo 77, compartiendo escenario con Estrellas Locales, trío sub 25 en donde toca el bajo y canta Joaquín Lema, su hijo mayor. “Estuvo buena esa fecha, había paro de colectivos y anunciaron la tormenta de Santa Rosa, pero igual estuvo bien de gente”, me concede el Ñoqui una semana después.

En el medio, casi dos décadas con sus idas y vueltas, pero manteniendo la propuesta de canciones de tres minutos y shows terapéuticamente electroshockeantes. Placer tal vez sea la banda que más veces jugó de local en el mítico Tío Bizarro de Burzaco, además de  reductos como el Salón Pueyrredón, El Podestá, Tabaco, El Especial. Y se han presentado en festivales con nombre de cerveza o prestadora de telefonía celular, siempre en horarios tempraneros y con la letra chica en el afiche. “Esas fechas son raras, gente dando vueltas por ahí, amigos que llegan tarde, pero al final cuando te liquida Sadaic vienen bien”.

Durante la primera mitad larga de su periplo y a través de varias encarnaciones, Placer ofreció además por el mismo precio un espectáculo entre riña de gallos y lucha libre en clave telepática. Adicciones varias, internaciones, intoxicaciones agudas, graves y esdrújulas, hígados grasos, cerebros embotados, armas blancas y botellas de cerveza volando entre compañeros. El anecdotario de Placer como guerra civil sublimada es abundante, colorido y hasta morboso. Afortunadamente, hace ya bastantes años que, a partir del rescate emocional y hepático de Walter, se respiran aires más saludables. “Sigo siendo ansioso, pero estoy tranquilo, y además en la banda nos llevamos todos bien y nos la pasamos bien tocando”, destaca, mientras Lázaro, su hijo menor, hace la tarea, y a los dos minutos llega Bruno, hijo de Liza, cantando una canción de cancha.

Pero volvamos a su sala de ensayo y a su base rítmica, comenzando por el bajista, también del sur, pero de otro ramal. “Lo primero que escuché de Placer fue Incurable, su segundo disco, y luego el primero, que me hizo flashear fuerte, tanto las letras como la banda, la onda. No es que sólo me identifiqué con los temas, sino que hasta me hizo crecer, sentir cosas y aspectos míos que hasta ese momento no había descubierto”, recuerda Santiago Guzmán, alias Chapita, vecino de Bernal, también líder de Los Borrascosos, explosiva banda con aires de Rolling Stones tirando a Faces.

“Con Placer empecé a tener más contacto para la época en que tocaba con las Uvas Estroboscópicas, porque compartimos varias fechas”, me explica laćonico Juan Rivas. Su fama como baterista fino le viene de la escena reggae, donde desde muy pibe tocó con Maleza (ex THC) y con Simions, pero también acompañó a héroes alternativos como Beto Morales con Los Amorales, del hardcore como Marco Vietti en Rascatripa, y las mencionadas Uvas Estroboscópicas, de Floxon, otra estrella made in Burzaco.

“En 2020, plena pandemia, cuando me llama Walter y empezamos a ensayar, yo llevaba algunos años medio alejado de las salas y los escenarios. Fue la primera vez que paraba desde que comencé a tocar, desde los 16 siempre estuve en bandas”, comenta. “Entré y al toque presentamos el disco Diferentes lados y empezamos a trabajar en la preproducción del siguiente, con el Moska Lorenzo”, sintetiza. “Grabar con el Moska fue un lujo y un aprendizaje”, redondea.

“Cada banda tiene su sonido, eso es así y siempre está presente: más allá de los planos o de la mezcla, lo que suena es la banda, su energía. Pero igual el disco siempre es obra del productor”, me comenta Matu, que en Placer siempre se limitó a tocar la guitarra mientras grababan y producían otros: su vecino Leo Ramella (los primeros dos), Miguel Castro los tres siguientes (junto a Diego Tuñón uno, Tuta Torres otro y el tercero en soledad) y ahora dos con el Moska Lorenzo. “Algo bueno de grabar con el Moska es que no ve la música como nosotros, sino de otra manera, y entonces encara todo desde otro ángulo, pero igual la onda sigue siendo la nuestra”, intenta ecualizar su idea desde su rincón adroguense.

“Los conozco porque Pablo Piñeyro, su manager, es amigo mío y hace unos años me alcanzaron el vinilo de 24 horas”, me cuenta el Moska, que con su compañero decadente Mariano Franceschelli armaron 1000 Canciones, editorial y sello bajo cuyo paraguas sale el nuevo disco de Placer. “Walter es muy buen compositor… Más allá de las melodías, las letras son muy buenas, tiene una forma de decir diferente, tira mucha magia en las frases… O sea, además de contar un cuentito, va por frases y tiene una lírica impresionante”, me puntualiza.

El Moska ya produjo su anterior disco, Diferentes lados, que contó con el aporte de Cucho Parisi cantando en “Visiones”, que salió en 2020, cuando tocar en vivo era un delito, por lo que su ciclo vital y móvil arrancó como mínimo medio pinchado. Sus anteriores trabajos fueron editados en forma independiente el primero; el segundo, por Bultaco (el sello de los Babasónicos), luego varios por Geiser y este último por 1000 Canciones. En el nuevo trabajo, el Moska de 2 Minutos canta “Fuimos”, el primer tema; en el anterior, aparece Cucho, de los Decadentes, y en otros participaron invitados como Nekro/Boom Boom Kid (“Te reconozco”, otro hitazo), Adrián Dárgelos, Michel Peyronel (su hijo Jean Jacques fue bajista de la banda) y Noe Mourier.

Su discografía completa, sus 71 canciones totalizando poco más de 216 minutos, dando una media de tres minutos y casi 3 segundos por tema, se puede escuchar en Spotify, donde no mueven ningún amperímetro a nivel escuchas o usuarios por mes. Básicamente, para una industria pendiente de las cifras, Placer no existe, nunca existió y tal vez nunca exista. Demasiado pop para los punks, demasiado corrosivos para quienes escuchan pop, sus canciones podrían ser reformuladas y cantadas en estadios de fútbol. Pero no.

“En Placer hacemos una música con la que nos sentimos cómodos. No es algo innovador, pero tampoco irrelevante sino que más bien resulta interesante”, se rasca la cabeza Matu.

Vuelvo a la noche de su última fecha porteña antes de la salida de Otra vez. Ni bien llego lo veo a Leo De Cecco, socio de Strummer, o sea anfitrión, que fue baterista de Doble A (por Averiguación de Antecedentes), la primera banda en la que tocó Walter cuando tenía quince años y usaba campera de cuero con alfileres de gancho y el pelo más que muy sucio. Hoy nuestro héroe canta uniformado con un saco de corderoy que hace caso omiso de la caldeada temperatura y humedad ambiente. También anda por ahí Gustavo Schell, el mismísimo Tío Bizarro, que me comenta que es la primera vez que pisa este reducto punkrockero palermitano, auténtica trinchera a la hora de la resistencia cultural.

Promediando el show se me acerca Nicolás Corley, de Los Reyes del Falsete, para intercambiar elogios sobre la destreza guitarrística de Matu Naso, mientras a pocos metros su hermano Tomás, exbaterista de Placer a la altura de su segundo disco, canta cada uno de los temas. Julián Della Paolera y Loló Gasparini sonríen como si estuvieran mostrando su casa en la revista Caras, lo mismo que el público juvenil que vino por Estrellas Locales… Mientras afuera cae fuerte la lluvia, pienso que la red social de Placer siempre fue la vida real, esos conciertos cara a cara y a escala humana, en donde sus canciones brotan de los labios de gente ya incapaz de recordar casi nada, mientras que aquellos que nunca los escucharon sienten, en tiempo real, cómo los versos del ciudadano Walter Darío Lema se imprimen en su materia gris.