Diapositiva anterior
Diapositiva siguiente
Diapositiva anterior
Diapositiva siguiente

Periodismo musical, ¿para qué?

Mientras algunos artistas y personajes de la industria creen que esta prensa ha perdido relevancia y podría desaparecer, cada día es más necesaria una perspectiva diferente ante la aplastante oferta de la música actual

abril 7, 2022

UNSPLASH.COM

Cada año las disqueras, los grandes artistas y los promotores de espectáculos, por mencionar solo algunos actores del negocio, invierten millones para visibilizar su trabajo a través de los medios de comunicación. Más allá de lo loables que puedan —o no— resultar sus acciones, es evidente que se esfuerzan por llegar a los medios porque estos ofrecen algo que no se encuentra en ninguna otra parte.

Semana a semana los medios reciben decenas de propuestas para entrevistar personajes de la música, el cine, la televisión, la política o la literatura. Entre muchas de sus tareas deben evaluar, sopesar, rechazar, aceptar o ignorar algunas de esas posibilidades, así buscan ofrecer a la audiencia los contenidos más valiosos y relevantes, de acuerdo con su criterio.

Los medios están en la obligación de producir contenidos desafiantes, inteligentes, producto de su propia iniciativa, que generen conversación e inviten a algún tipo de reflexión por parte de la audiencia. Los medios no son agencias de relaciones públicas para la industria, y cuando caen en ese juego se alejan de su propia naturaleza y pierden toda su relevancia. Los medios de comunicación deben ser voz, no solo eco. Y esa voz debe ser tan independiente como sea posible.

Según muchas personas de la industria, las redes sociales han llegado para reemplazar a los medios de comunicación, permitiendo que los creadores se comuniquen directamente con su público. Sin embargo, es justamente en ese panorama donde los medios deben hacerse más relevantes para ofrecer una mirada libre de sesgos –si es posible-, una mirada que no esté al servicio de nadie, y que pueda comentar o documentar desapasionadamente lo que los artistas ofrecen.

La gente ya no necesita a los medios como los gatekeepers de hace algunas décadas, pero sí necesita que alguien ofrezca algo de criterio, contexto y perspectiva histórica ante la avalancha promocional de las disqueras. Porque cada cinco años nos tratan de vender a alguien que aparentemente descubrió el agua tibia, ignorando (intencional o accidentalmente) cualquier antecedente.

Si queremos hablar de cualquier ejemplo, basta con pensar en todo lo que nos han dicho sobre Bad Bunny como referente para una nueva masculinidad o como punto de partida para importantes reflexiones sobre el género. Todo eso está muy bien, pero no puede presentársele como el inventor de la rueda, ignorando a figuras como David Bowie, Rob Halford, Elton John, Ney Matogrosso o Miguel Bosé, por mencionar a algunos que recorrieron esos caminos muchas décadas atrás. De eso se trata la perspectiva histórica, de ayudarnos a entender de dónde venimos y para dónde vamos.

Los medios también tienen la obligación de contener y analizar el ‘hype’, o la alharaca, que busca crear la industria del entretenimiento cada vez que lanza algo. La industria sería muy feliz si cada 10 días las portadas dijeran que alguien ha revolucionado todos los sonidos que perforan nuestros oídos, o que alguien más es justo lo que estuvimos esperando durante décadas. Hoy les gustaría que se dijera eso, y que en un par de semanas se repitiera más o menos lo mismo con otro protagonista.

No, cada ocho días no aparece un genio. Eso no pasó en el Renacimiento, ni en los 60, y no está pasando ahora. Vamos a calmarnos. Y para eso deberían estar los medios. Para buscar la mesura que tanta falta hace en el mundo.

Está claro que los medios no son la panacea, y que cada vez se cometen más errores, impulsados en gran medida por la deficiente formación profesional y una crisis presupuestal causada por las aplanadoras de Google y el señor Zuckerberg. Esa crisis ha hecho que muchos medios se llenen de practicantes sin criterio ni experiencia, y que bastantes periodistas de gran valor enfrenten verdaderos problemas para llegar a fin de mes.

En medio de esa crisis, muchos personajes (de todos los ámbitos) aprovechan para pescar en río revuelto. Y esa misma crisis hace más valioso el aporte de los medios pequeños e independientes, que buena parte de la industria mira con desdén.

Esos medios, y esos periodistas, son hoy más necesarios que nunca para la música, no nos digamos mentiras: la música pasa por un momento verdaderamente oscuro. Ignora los cantos de sirena que llegan cargados de ‘data’ y estadísticas. Todos esos números pueden manipularse de muchas formas, como las encuestas antes de una elección, para crear mensajes llenos de récords batidos, primicias y cifras que intentan distorsionar la realidad.

La música importa cada vez menos, esa es la verdad. Importa más quién dijo qué, qué foto subió, y quién se acuesta con quién. Nos importa más escarbar la morgue para saber cómo murió la última víctima. A ver si la tragedia nos hace sentir mejor. Como carroñeros en busca de engagement, likes e interacciones en las redes. Importa quién hace la música, mas no la relevancia y elaboración de esa música. Por eso nos llenamos de pseudo hits que duran 10 días.


“La gente ya no necesita a los medios como los gatekeepers de hace algunas décadas, pero sí necesita que alguien ofrezca algo de criterio, contexto y perspectiva histórica ante la avalancha promocional de las disqueras.”


Las comunicaciones en el mundo de la música han caído más o menos en esta dinámica: hoy un artista anuncia que el próximo martes revelará la fecha de presentación de su nuevo sencillo. El martes anuncia que el lanzamiento se hará dentro de un mes. Un mes más tarde sale ese sencillo (con la infaltable colaboración), y dos semanas más tarde presenta un remix, o algo similar. Esta dinámica puede repetirse cuatro o cinco veces, hasta que se hace más o menos lo mismo para el lanzamiento del álbum, que no sorprenderá a nadie porque la gente ya lleva seis meses oyéndolo por cuotas.

Si esas son las dinámicas, tendremos que resignarnos, pero los medios no tienen por qué convertirse en cajas de resonancia para semejante juego.

Excepciones hay, por supuesto, y es deber de los medios serios encontrar, resaltar y documentar esas contadas excepciones. De hacer alharaca se encargarán los otros.

Porque el deber de los medios también está en registrar y documentar, en escribir la historia; el legado cultural de nuestros pueblos no puede quedar en manos de las agencias de prensa o de las personas que manejan redes sociales, especialmente cuando muchas figuras borran todo el contenido previo de sus redes como parte de las estrategias de lanzamientos en redes y plataformas.

Por otro lado, muchos artistas no conservan sus propios discos, documentos o fotografías, o no recuerdan las fechas en que se editaron sus álbumes. Ahí los medios aparecen como arqueólogos, bibliotecarios, divulgadores, testigos y cronistas.

Imaginemos que dentro de 20 años alguien quiere escribir un libro sobre Rosalía, ¿por dónde empezará su investigación? Seguramente por los registros que los medios han hecho de ella. Esa es una labor que no puede quedar en manos de un community manager, y esto lo digo sin ánimo de ofender.

Hay quienes aseguran que los medios ya no ayudan a vender discos o streams, y probablemente sea cierto, justamente porque no tienen esa obligación. Si un artista cree necesitar a los medios solo para eso, lo más seguro es que algo grave pasa con su propuesta.

Necesitamos más voces, contrapesos a la voz uniforme de una industria que grita con el volumen que le dan millones y millones de dólares; equilibro, balance, verdadera diversidad. Los mercados de la música cada vez están más atomizados, pero esa industria busca una aplastante homogeneidad en la que solo dos o tres géneros son prioridad, y con ese criterio intenta subyugar a los medios de comunicación, que casi siempre doblan las rodillas.

Eso no es muy distinto en la industria del cine o el mundo editorial.

Después de ver rápida y anárquicamente este panorama, quedan —como es apenas lógico— más preguntas que respuestas, y de eso se trata, de ofrecer alternativas y abrir puertas al dialogo y la reflexión. No es un debate de buenos y malos, ni más faltaba. Aquí somos todos responsables: medios, industria, artistas y público.