pablopablo, entre C. Tangana y las canciones melancólicas

Con un halo experimental y una atmósfera pospandémica, el hijo de Jorge Drexler y Ana Laan presenta su álbum debut y explica cómo se subió a la gira de El Madrileño

Por  HUMPHREY INZILLO

enero 10, 2023

Foto: Ignacio Arnedo

2022 será un año difícil de olvidar para el artista conocido como pablopablo. Lanzó su primer disco como solista y se mudó a un nuevo departamento en Londres, pero casi no llegó a habitarlo porque, ni bien terminó de acomodarse, se subió a la ambiciosa gira transoceánica Sin Cantar Ni Afinar, como parte de la voluminosa troupe de 30 músicos con la que C. Tangana presenta en vivo las canciones de El Madrileño (2021). Y, por si fuera poco, abrió los dos conciertos de la última parada de la gira en el Arena Movistar de Buenos Aires. “Kigo [el manager de C. Tangana] me vio en un show en Madrid. Y como el show estuvo muy bueno, me dijo que quizás podría hacer de telonero en alguna de las fechas del tour. Hace unos meses, estábamos en Guadalajara y me dijo que en Buenos Aires pedían a alguien para abrir el show. Ya me había olvidado de su oferta, la verdad. Y como la condición es que tenía que haber un argentino sobre el escenario, enseguida pensé en Matías Cella”, explica mientras combate el calor porteño con una gaseosa helada, una tarde de noviembre, en el bar del lobby de un hotel a pocos pasos de la Plaza de Mayo. “¡Matías es un genio! Es una persona super talentosa para entender una canción en 2 segundos y saber cómo hacerla. Así que fue matar dos pájaros de un tiro: me di el gusto de tocar con él y además cumplir con el cupo de argentinidad”. 

Fue como un sueño en el ocaso de un año intenso. “Cerrar la gira de esta manera fue increíble. Además, fue el año en que más trabajé en mi propio proyecto. Tanto, que hasta me salieron ojeras”.  De los dos conciertos que brindó en Buenos Aires, se queda con el segundo. “El primero estuvo genial, pero como suele pasar, el sonido estaba un poco bajo. Antes del segundo, me acerqué a los sonidistas y les pregunté a quién le tenía que regalar un vino para que subieran el volumen. Por suerte, me hicieron caso y realmente estuvo muy cabrón. La gente estaba bastante inmersa y el argentino es el público que más me gusta del mundo. Esta ciudad me vuelve totalmente loco. Hay una energía muy especial: se da una mezcla de respeto y desaforo pasional italiano total, que me encanta. Tengo los mensajes en Instagram llenos de gente diciéndome que le gustó el show. Y eso me parece increíble”.

pablopablo (así en minúsculas y en duplicado) es el seudónimo que eligió Pablo Drexler, hijo del cantante y compositor uruguayo Jorge Drexler y de la cantante y compositora española (criada en Suecia) Ana Laan, para lanzarse como solista. Lejos de entenderse como un gesto parricida, dejar de lado su apellido en su nombre artístico es una declaración de principios. “Fue una decisión muy pragmática, muy realista”, explica Pablo. “Si paso por las puertas que ya están abiertas, eso no va a funcionar en el largo plazo. Si tomara el camino fácil, de ir atrás de mi padre, probablemente caduques instantáneamente y quedes siempre adherido a ese apellido. A mí, lo único que me conecta con mi padre es que soy su hijo y que somos re buenos amigos. Pero mi música no se parece a la suya”.

El 24 de junio pasado, Pablo publicó en las plataformas pablopablo, su álbum debut. Ocho canciones que en 25 minutos construyen un universo sonoro pleno de sutilezas, con un aura de melancolía, en un punto donde convergen el formato canción, cierto halo experimental y una atmósfera nocturna y (pos)pandémica. “Era todo como de noche, a las 2 de la mañana en silencio, después de un día de haber estado probando ideas, en una especie de calma flotante. Es un disco muy triste, también. Durante la pandemia perdí un par de amistades, algo que le pasó a mucha gente. Muchas vidas cambiaron, ¿no? El disco creo que habla mucho sobre finales de procesos, desde el final de una amistad, al final de otras etapas, como mudarte de lugares. Tiene mucho que ver con esa transición”.

Pablo cuenta que tiene una predilección por las canciones tranquilas: “Mi disco se podría haber llamado Canciones para el final de un disco, porque son mis favoritas en muchos sentidos. Transmiten una sensación que a mí me gusta mucho, y tienen que ver con la calma, incluso a veces en medio de una tormenta. Quizás no estén tan relacionadas con lo que estoy haciendo ahora, pero sí con el mood del disco”.

Aprincipios de diciembre de 2022, Jorge Drexler compartió el resumen anual de su cuenta de Spotify, que indicaba que pablopablo era el artista que más había escuchado en 2022, y su canción “Azul zafiro” acumulaba 612 reproducciones. Eso habla, a las claras, de la admiración del padre por su hijo. “Pablo combina una formación muy rigurosa tanto en lo musical como en lo literario, con una independencia personal a prueba de padres.  Yo soy apenas un testigo admirado de su evolución asombrosa”, escribe el uruguayo, flamante ganador de siete premios Grammy, desde Madrid. “Trabajar con él es un privilegio que él me enseñó a dosificar como un perfume valiosísimo, porque su camino debe seguir siendo propio, tal y como él lo ha planteado pacientemente hasta ahora. Pero tanto en ‘Tocarte’ como en ‘Duermevela’ (dos canciones de Tinta y tiempo, mi último disco) su sello es inconfundible: una utilización minimalista de los códigos contemporáneos de la electrónica, con la organicidad de quien domina un instrumento tradicional. Y todo eso al servicio del paisaje emocional”, describe con orgullo.

“Además de coproducir esas canciones (en “Tocarte” es ademas coautor), Pablo hizo de oreja fresca permanente a lo largo de todo el entreverado proceso de Tinta y tiempo y no se imaginan la alegría que es tener un diálogo así con un músico de ese nivel, varias generaciones más joven. Y además es mi hijo… ¡Una verdadera fiesta de aprendizaje y orgullo!”. 

Fue en la sesión de grabación de “Tocarte”, que se llevó en 2022 el Premio Grammy a la Canción del Año, que Pablo conoció a C. Tangana. “Estábamos en confinamiento, todavía. Y mi padre me pidió que fuese porque no tenía a su ingeniero de grabación. Yo no soy ingeniero, eh”, aclara Pablo. Pero hacía falta que alguien diera una mano con los micrófonos, y algunos detalles técnicos. “Pero yo llegué y me metí. O sea, metí el pie, la mano, y luego acabé haciendo el beat y la armonía. Y así nos conocimos con Pucho. Yo tenía su celular y quedamos en contacto”.

En realidad, la relación comenzó de un modo bastante dispar. Pablo le mandaba canciones por WhatsApp y Pucho le clavaba el visto. No le decía nada. “Hasta que de repente, me contestó como a las tres semanas diciéndome que estaba armando el show para su próxima gira y me proponía ir a echarle un cable, medio como de consultor creativo. Un tipo joven, moderno, que fuera a decirles qué le parecía que podía ocurrir con la música. Acepté, por supuesto. Pero al principio estaba super confundido, no tenía la más puta idea de qué es lo que querían que hiciese. Así que me mostraban una canción y les daba un poco de feedback, pero en verdad me quedaba por ahí, flotando, como medio perdido. Hasta que poco a poco fue ocurriendo que de repente me pedían que les explicara cómo funcionaba un vocoder y, cuando les mostraba, Pucho decía: ‘Uy, te suena bien el vocoder’. Hasta que un día me dijo: ‘¿Qué vas a estar haciendo el siguiente año de tu vida?’. Y me invitó a integrarme a la gira. Me invitó a tocar las partes de vocoder que las hacían las dos hermanas Carmona, que son coristas. Y de repente dijo:‘vamos a probar que hagas esas voces’. Y el vocoder es un instrumento que vos cantas, se escucha tu voz y también se escucha la modulación de tu voz. Te da la posibilidad de armar un coro de varias voces tuyas. Y eso me encanta, porque, antes que cualquier otra cosa, yo soy cantante. Entonces, tener un instrumento que es como un coro de mí mismo es brutal. Aparte, yo cantaba en coros desde chiquito”.

De a poco, Pablo fue sumando responsabilidades en el espectáculo. Cantando en vivo, por ejemplo, las partes del mexicano Ed Maverick en “Párteme la cara”. O produciendo el beat en el tema que da inicio al espectáculo, uno de los más imponentes del año que pasó.

La formación musical fue en paralelo a su educación sentimental. Pablo creció en San Lorenzo del Escorial, un pueblo en las afueras de Madrid, y cursó la escuela que estaba integrada a un conservatorio. “Si bien era una escuela pública, el ambiente era muy concentrado, de pocos estudiantes, parecía un colegio privado. Era una cosa muy rara, que al día de hoy aprecio mucho, pero que ese momento no me gustaba nada. Estábamos un poco aislados porque éramos uno de los pocos colegios en España con estas característica. Entonces, en las miniolimpiadas que hacíamos en los pueblos, quizás participábamos seis colegios, y a nosotros nos abucheaban, nos hacían bullying, éramos los pelotudos que cantaban ópera”.

Como buen hijo de artistas, estuvo estimulado desde muy chico y jamás tuvo que dar explicaciones con respecto a su vocación. Al contrario. “En mi familia, la música es de lo que más se habla. Es como la moneda de cambio. Todos. Con mi padre y con mi madre, te diría que de todas las cosas de las que hablamos con mis viejos, probablemente el 65% sea de música. Secciones de canciones que nos gustan, y por qué. Y debates. Es una obsesión, como si fuera una larga charla constante”, explica. “Normalmente, mucha gente que tiene una pasión por la música desde que son chiquitos, tiene que explicarles a los padres que no van a estudiar, no sé, ingeniería. Y no es sencillo decirles que en verdad verdad van a hacer algo algo bastante raro, que probablemente no genere mucho dinero, que es muy difícil que les vaya bien. Por suerte, a mis viejos, nunca tuve que explicarles nada de eso”.

Cuando terminó la secundaria, Pablo se fue a vivir a Londres. Allí cursó en The Guildhall School of Music and Drama. “Estudié música electrónica y composición. Era muy bueno, porque era una carrera muy amplia. Si bien era específica, también era muy amplia en el sentido de que vos podés estar ahí y estar haciendo música contemporánea, rara, experimental, con una orquesta y un sintetizador y todo raro. En un plan Stockhausen, ¿no? Pero también podés estar haciendo una canción pop y va a caer dentro de lo mismo. Fue genial, porque era una carrera muy práctica. Como si fuera un workshop constante durante cuatro años. Con mucha exigencia. Por ejemplo, te decían: ‘en este trimestre tenés tres meses para escribir 15 canciones de 15 géneros de música de baile diferentes’, entonces tenías que hacer drum & bass, house, tech house…. Y de repente pensabas que no tenías ganas de hacer algo en determinado género. Sin embargo lo hacías, y así es el método, se trata de aprender haciendo”. 

Pablo elogia esa dinámica pedagógica. “Es una cosa muy anglosajona, muy práctica, con una conexión directa con la vida real. En vez de tanta teoría que tenemos en el mundo latino e iberoamericano, que las carreras suelen estar muy centradas en los libros, en las palabras y bastante desconectadas de la vida real. En ese sentido, la educación anglosajona y la francesa tienen algo muy superior. Esa cosa de que vas a aprender haciendo, porque la vida es hacer. O sea, vas a aprender a llevar lo que es un deadline. Y sentir que no podés más, y que no vas a poder llegar con todo a tiempo. Eso está muy bueno”.

(Foto: Gentileza pablopablo)

También lo fascinó el ambiente. “Era una universidad muy especial. De ahí han salido artistas increíbles, bandas muy buenas. Yo tuve mucha suerte: en mi año salieron varias bandas que ahora en Londres como que han cambiado muchas cosas. Están muy arriba. Por ejemplo, hay una que se llama Black Country, New Road. Y es tremenda. La nominaron al Mercury, que es el Grammy de ellos. Y otra banda super buena es Jockstrap, que es la de Taylor, mi compañero de piso. También es brutal. La verdad es que toda la escena es increíble. Black Midi… Poder vivir en Londres es un privilegio, porque cuando estás en una ciudad así, o Los Ángeles, o Nueva York, terminás compartiendo sesiones o situaciones con gente que, por ejemplo, escribía con David Bowie. El techo es muy alto. Ojo, también puede pasar en Madrid o en Buenos Aires. Pero ahí hay un nivel más elevado. Hay un amigo que está escribiendo para Slowthai, un rapero que me encanta. Y mi amigo es chelista, pero de repente aparece este rapero que quiere hacer un disco con chello. Hay una ambiente de creatividad y de romper las barreras siempre. Y en Londres pasa mucho que te cuentan algo y pensás que no puede estar bueno. Pero lo ves y está bueno. Y eso pasa todo el tiempo, y te obliga a romper con muchos paradigmas”.

Cuando no gira por el mundo con C. Tangana, Pablo vive entre Londres y Madrid. Pero tiene un vínculo profundo con la República Oriental del Uruguay, la tierra de su familia paterna. Es el último eslabón de un linaje de talentos que incluye a sus tíos cantautores Daniel y Diego, a su tía Paula (DJ) y a su prima Ana Prada, también cantante y compositora. “Cuando estoy aquí, yo hablo con este acento. Me sale porque he vivido tanto acá: a Uruguay voy todos los años, tengo primos de mi edad, lo tengo super presente. Hay una conexión. El candombe lo tengo demasiado metido en mi sangre. O sea, me lo tengo que quitar, a veces, a la hora de hacer un ritmo. Porque está ahí, totalmente. Es muy fuerte, me crie siguiendo a mis viejos a estudios. Mi viejo hacía un disco y mi madre cantaba los coros. Luego mi madre hacía otro disco… Y siempre había ritmos muy uruguayos ahí de fondo. Los primeros cinco o seis discos mi viejo los hizo con uruguayos: Juan Campodónico, Carlos Casacuberta, Luciano Supervielle. Era como meterse en una casa mega uruguaya, llena de mate. Y, claro, yo eso lo llevo en el ADN. En algunos sentidos me siento más en casa en Uruguay que en España. Y me encanta Eduardo Mateo, El Kinto, El Príncipe y Martín Buscaglia. De chico, escuchaba mucho un disco de los Cantacuentos, que estaba tremendo. Y no es fácil hacer música infantil. Cuando escucho un buen disco de música para chicos, me saco el sombrero”.

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