Son las tres de la mañana. Estoy en Cabeza de Indio en Teopa Beach, a las orillas del Océano Pacifico en Careyes, Jalisco, México. Mientras tanto VanJee, el DJ europeo, interpreta su setlist en medio de dos pulmones que palpitan al ritmo de la música manteniendo las vibraciones tan elevadas que alimentan a un corazón gigante en el centro del escenario, el cual, artísticamente, representa el ciclo infinito de la circulación de la sangre por nuestro cuerpo; la vida.
El mar está a no menos de 50 metros de distancia y el sonido de las olas acompaña el movimiento de cientos de personas que comulgan entre sí dejando que sus corazones se conecten en sincronía y definan un ritmo colectivo y una sensación de bienestar que se construye a través de los sentidos y las buenas vibraciones. Mediante piezas de arte y objetos escenográficos que modelan partes del cuerpo humano y que, más allá de eso, representan simbólicamente elementos vitales; por un lado la reproducción femenina como recurso base de la vida y por otro lado la reencarnación; simbólicamente representada mediante espirales y círculos que encarnan a los ciclos no lineales de nuestra existencia.
La noche anterior Roman Kyn presentó un show especial que mezcla tornamesas con su guitarra eléctrica mientras que marionetas gigantes, que representan al sol y a la luna, bailan entre el público, mimetizándose a la misma frecuencia rítmica. En la entrada del escenario natural, hay una composición geométrica estructurada con prismas que emiten rayos de luz que llegan hasta el infinito y que representa las diferentes constelaciones del zodiaco. Además con miles de elementos luminosos puestos sobre el piso, en forma de polvo de estrellas, se dibuja la Era de Acuario; un conjunto de fuerzas comunes que nos mueven como seres humanos. Todo el conjunto de elementos de esta noche configuran el equilibrio entre la razón y la naturaleza. Como nuestros cuerpos están conectados con el cosmos y, al final de cuentas, cómo este afecta nuestras emociones.
La noche del jueves, la migración de las aves representó el dinamismo y la naturaleza de las aves que se van moviendo con el cambio de estaciones. Un espíritu migrante que busca su bienestar emocional y de sobrevivencia mediante la búsqueda de la atmósfera y el ambiente perfectos. Y es que si todos tuviéramos la oportunidad de repetir el comportamiento de las aves, podrías siempre estar en la búsqueda verdadera de nuestra felicidad. Alejados de la resignación y el conformismo que generan un modo de vida estático. Con el cambio de estaciones los elementos de la naturaleza mutan en sí mismos adaptándose a su entorno y crean, de nuevo, un ciclo eterno de la naturaleza.
El concepto que cambia cada año obedece esencialmente al deseo de crear sorpresa de una de sus fundadoras, Lulu Luchaire, quien desde que tuvo la idea en el año 2016, quiso desarrollar una experiencia única en el mundo para un público que valora el cuidado por los detalles y la pasión por la conexión del entorno y la naturaleza. Más allá del trabajo técnico y artístico de un festival, Ondalinda termina siendo una declaración de principios artísticos que se configura mediante capas y elementos que superponen espiritualidad por encima de la razón, y que no tiene mucho que ver con la industria del entretenimiento en sí.
“Ondalina ha crecido orgánicamente, como Careyes. En realidad nunca nos propusimos hacer algo grande, pero sí algo especial. Como modelo de negocio no tiene mucho sentido, pero es una experiencia completa”. Afirma Lulu mientras caminamos sobre la playa de Tigre del mar. Y es que si algo ha tenido claro esta francesa, vecina de Los Ángeles y adoptada por la comunidad de Careyes, es que Ondalinda representa mucho más que la búsqueda de la rentabilidad financiera y la construcción de un Lineup. De hecho, podría asegurar que a la gran mayoría de sus asistentes no les interesa el catálogo de artistas que se presentan durante los cuatro días de festival, ya que están aquí realmente para vivir una experiencia holística y epicúrea entorno a un conjunto de actividades que configuran una manera de ver el mundo y la existencia.
Encasillar a Ondalinda como un festival no sería del todo acertado. Es una multitud muy diversa. “No sé cómo decirle, llevo seis años pensando en ello y todavía no sé cómo llamarlo.” Y es que particularmente los festivales en todo el mundo están muy asociados a la fiesta joven, mientras que aquí el rango es realmente amplio lo que le da una atmósfera diferente y auténtica. “Para mí es muy importante siempre traer diferentes tipos de personas porque ya sabes, si solo fuera un festival de personas con dinero el ambiente sería muy aburrido. También tenemos voluntarios y encontramos formas de integrar a un cierto número de personas que no pagan tanto como otros.”
El público de Ondalinda es realmente diverso. Más de 50 nacionalidades se encuentran asistiendo desde diferentes partes del mundo, lo que le da una mixtura rica en culturas, idiomas y formas de vivir. Sin embargo entre todos ellos hay un punto de encuentro además de Ondalinda y es la eterna curiosidad por México y su potente cultura. “Generalmente son personas diferentes. Y creo que una de las cosas que me importa mucho es la preservación de la cultura en general. Sería una pesadilla si todos hablamos el mismo idioma, comemos la misma comida, llevemos la misma ropa o adoremos a los mismos dioses. Creo que México es un guardián de tantas culturas. Los europeos siempre pensamos que hemos inventado la cultura, pero luego vienes a Careyes y te sientes tan pequeño” agrega Lulu.
Algo que llamó mi atención es que sus fundadores insisten que Ondalinda no es un negocio, y más allá de las fundaciones y organizaciones sociales que participan y de las obras orientadas a la construcción de tejido de comunidad, Lulu y Fillipo Brignone son dos outsiders con convicciones profundas muy definidas. Es grato que el dinero de las corporaciones como LiveNation, que ahora está comprando todos los festivales en Latinoamérica, no sea suficientemente valioso para inmiscuirse en festivales en donde el arte está por encima del negocio.
El wellness es uno de los referentes claves del festival puesto que recoge una serie de experiencias centradas en la conexión del ser humano con la naturaleza y con la espiritualidad. Durante los cinco días del festival, los invitados tienen una serie de opciones de rituales, ceremonias, prácticas de yoga, caminatas y sound healings que conectan y relajan el organismo para estar en forma y un mejor mindset para las fiestas nocturnas. Además de una exuberante oferta gastronómica saludable y rica en ingredientes locales.
Por otra parte, la dirección de arte es algo que se han tomado muy en serio en Ondalinda desde el día uno. Esa antigua interpretación de que todo debe ser en torno a la tecnología, mil toneladas de sonido y pantallas estrambóticas es cosa del pasado. Para Ondalinda, la experiencia es un conjunto de elementos que se crean a través de cómo llegan a nuestros sentidos creando todo tipo de sensaciones. Este año el festival representó toda su filosofía mediante simbología que, al final de la jornada, genera más preguntas que respuestas. El Ouroboros que representa el ciclo eterno de la naturaleza, es la base perfecta para la conceptualización del Infinite Loop el cual conecta con nuestra naturaleza como seres humanos, pero a su vez con elementos creados por nosotros como la música y sus vibraciones sonoras.
“Este año nos dimos cuenta de que todo se repite. Notamos que nada es lineal, Todo ese concepto nos interesó muchísimo, y de ahí desarrollamos lo que eran los infinite loops que son la representación de las estaciones. Yo personalmente como artista intentó alejarme del cliché y crear una nueva perspectiva de las cosas”. Afirma Gatsby Moellhausen directora creativa de Ondalinda.
Y si hay algo interesante en estos cuatro días de celebración es la propia percepción que los asistentes pueden tener del arte presentado a través de obras y escenografías monumentales. Cada quien saca sus propias conclusiones. “Esa es una parte muy interesante, porque la gente va a tener su propia interpretación para todo lo que hacemos, lo cual también es bonito. Es interesante ver cómo lo interpreta la gente. A veces no saben qué significa, pero sí saben que hay algo ahí. A mí me han dicho “Mira, sé que hay una historia que me quieres contar, y me gusta sentarme a pensarlo para ver cómo lo interpreto”.
Y eso hace especial a este concepto de festival. Manejar algo de misticismo para que la gente pueda tener esa experiencia con el arte y que se sientan parte de él. “Para cada edición tenemos un libro maestro en el que se explica todo por escrito. La gente que lo lee entiende todo de manera más clara y tiene una relación distinta con el arte que quienes prefieren interpretarlo por su cuenta. Entonces al final la gente puede escoger.”
Además que todo este universo tiende a ser multidisciplinario, puesto que cada elemento juega un papel fundamental dentro de la composición y configuración de cada día. Espacios creados entre el manejo de la espiritualidad integrado con las funciones de la tecnología y la ciencia. “Si alguien me pregunta cuál es mi trabajo, pues es conectar los puntos entre varias cosas a través del arte. Aunque los tiempos están cambiando, muchas veces pensamos que la ciencia y la espiritualidad están separadas; a mí me gusta entonces traerle misticismo a la ciencia”.
La iluminación no deja de ser protagonista y es un elemento clave en la dirección artística y escenográfica la cual es conceptualizada desde un inicio en cada edición del festival. “Antes pensaba primero en el arte y hasta después me preguntaba cómo lo íbamos a iluminar; ahora lo pienso desde el principio, desde la lluvia de ideas y el bocetaje. Y es que eso es lo que le da vida a la pieza, y te ayuda a construir la historia. Por ejemplo, en la noche del jueves de este año, en la que hablamos de las estaciones, tuvimos círculos de luz que eran como termómetros conceptuales, que ayudaban a mostrar el cambio de las temperaturas.”
Además todas las obras de arte son construidas con los artesanos locales quienes aportan sus diferentes especialidades a un producto artístico multidisciplinario. Conforme van pasando los años, Gatsby se aproxima mucho más a lo que había pensado en la idea original. “Lo que hago cuando acabó con los diseños es trabajar con los artistas para hacer maquetas antes de empezar a construir en el taller. De esa manera nos entendemos.”
Todas y cada una de las piezas se usan únicamente para una edición y aunque mucha gente ha querido comprarlas para tenerlas en sus casas y además de ser uno de los rubros de mayor costo tiene dentro del festival, al final de cada edición hay un ritual en donde destruyen todo el material creado. Es sobresaliente el esfuerzo de cientos de personas por crear símbolos que no se pueden ver únicamente sino mediante un dron, pero que sin embargo logran su cometido al crear atmósferas simbólicas que transforman la energía de todos los asistentes.
Ondalinda es un espacio único en el que no encontraremos las pretensiones ostentosas de otros festivales de la región. Podríamos concluir que más que un festival de música es una puesta en escena anual de un concepto artístico con varios statement y declaraciones de diferentes puntos de vista alrededor del arte, la música y el amor por la naturaleza.
Acá no encontrarán insulsos espacios vip porque el festival está diseñado para disfrutar de cuatro días en comunidad y verdadera conexión sensorial.
Si Ondalinda fuera una película, sería un universo dirigido por Terry Gilliam, pero sin embargo es un imaginario llevado a la realidad por la doctora Lulu Luchaire.