Adam McKay es un director en constante evolución. Sus primeras comedias para el cine, protagonizadas por Will Ferrell (su antiguo compañero en Saturday Night Live) como El reportero, Loco por la velocidad, Hermanastros y Policías de repuesto fueron ligeras, algo escatológicas, pero supremamente hilarantes. Pero luego llegaron las sátiras políticas La gran apuesta y El vicepresidente, que le otorgaron madurez, inteligencia y profundidad a su comedia. Su nueva película, No mires arriba, confirma a McKay como todo un maestro del género.
Siguiendo la línea y equiparándose con los clásicos Dr. Strangelove, la comedia negra sobre el fin del mundo de Stanley Kubrick y Network, la comedia negra sobre los medios de comunicación de Sidney Lumet, No mires arriba plantea el inminente fin de la especie humana, cuando Kate Dibiasky (Jennifer Lawrence), una estudiante de astronomía, descubre junto a su mentor, el astrónomo Randall Mindy (Leonardo DiCaprio), la llegada de un enorme cometa que en unos seis meses va a estrellarse inevitablemente contra la Tierra.
Los científicos son asistidos por el doctor Clayton Oglethorpe (Rob Morgan), director de la Oficina de coordinación para la defensa planetaria (una institución real), y los tres buscan advertirle a la Casa Blanca de su terrible descubrimiento, sin mucho éxito. La presidenta de los Estados Unidos (Meryl Streep) es la versión femenina de Trump, Bush y Nixon en una sola, y su hijo Jason, (Jonah Hill), es la peor versión de un millennial que alguien se pueda imaginar (y la contraparte para Yule, el joven espiritual y lleno de esperanza interpretado por Timothée Chalamet).
Ante la indiferencia del gobierno, más preocupado por los índices de popularidad y por los escándalos sexuales que involucran a políticos, Dibiasky y Mindy deciden acudir a los medios y el resultado es igual de inútil y desastroso. Ambos deciden aparecer en un popular programa matutino de televisión presentado por la pareja conformada por los frívolos Brie Evantee (Cate Blanchett) y Jack Bremmer (Tyler Perry), quienes no parecen entender la gravedad del asunto y se preocupan más por la actitud de sus invitados, por las respuestas de los televidentes en las redes sociales y por la noticia del rompimiento entre la cantante Riley Bina (Ariana Grande) y el músico DJ Cello (Kid Cudi).
Las cosas empeoran cuando la presidenta decide asumir una actitud “a lo Michael Bay” y enviar en una misión espacial a Benedict Drask (Ron Perlman) un militar machista, misógino, homofóbico y políticamente incorrecto para encargarse del cometa. Sin embargo, dicha misión es interrumpida intempestivamente por el poderoso magnate y gurú de la tecnología Peter Isherwell (Mark Rylance), una perversa fusión entre Steve Jobs, Elon Musk, Richard Branson y Jeff Bezzos, quien tiene un mejor plan: Utilizar los valiosos componentes del cometa para continuar produciendo computadores y teléfonos celulares y enriquecerse muchísimo más. El poder, la popularidad y el dinero se imponen sobre la vida humana ¿Les suena familiar?
Que los críticos hayan atacado a esta cinta y la cataloguen como poco graciosa y exagerada, es algo tan inexplicable como el general del Pentágono que les cobra a los astrónomos por los pasabocas que son gratis para los visitantes de la Casa Blanca. Esto nos hace pensar en una verdadera teoría de la conspiración que busca hacer que los espectadores no miren hacia arriba y escondan sus cabezas como si fueran avestruces. Sin lugar a dudas, la película de McKay es toda una obra maestra de la comedia negra. Esta es una película que nos hace perder la fe en los seres humanos, aquellos que como los protagonistas de Dune, van a abandonar la Tierra para conquistar nuevos mundos y llevar a ellos su codicia, sus ansias de poder y dominación, así como una inmensa falta de empatía. No se equivoquen, si este mundo se acaba, los sobrevivientes van a ser aquellos que lo destruyeron.