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Mucho Indio, espíritu y origen de Teto Ocampo

Tal vez el público masivo no lo tenga en su radar, sin embargo, este músico bogotano movió los hilos (y rasgó las cuerdas) que definen gran parte de lo que conocemos como “nuevas músicas colombianas”.

Por  RICARDO DURÁN

septiembre 26, 2023

Cámara Polar

“Es una gran influencia”, dice Edson Velandia durante una sesión fotográfica para Rolling Stone, y lo dice para responder a una pregunta que le hacemos sobre Teto Ocampo; “En un taller planteó el desafío de hacer un álbum de rock solo con una guitarra, de ahí salió El karateca”, señala, refiriéndose a su poderoso lanzamiento de 2016. “Claro que hay un montón de discos de rock hechos solo con guitarra acústica, pero no es fácil, ese fue el reto que él puso”.

Sería imposible saber a ciencia cierta cuántos músicos colombianos cuentan a Teto Ocampo entre sus influencias; su camino fue largo, prolífico, discreto y trascendental. Compañía Ilimitada, Carlos Vives, el montaje de Jesucristo Superestrella de 1993 en el Teatro Libre de Bogotá, Bloque de Búsqueda, Sidestepper y Mucho Indio, han sido parte del camino que Ernesto Ocampo recorrió desde que volvió a Colombia a comienzos de los noventa, tras su paso por el Musicians Institute [MI] en Los Ángeles.

Antes de irse a estudiar a Estados Unidos, Ocampo tuvo una banda llamada Dogz, con la que llegó a grabar un sencillo para CBS y teloneó a Enanitos Verdes en la primera visita a Colombia de los argentinos. Era la época en que los artistas colombianos terminaban tocando después del acto principal, mientras la gente daba la espalda para buscar la salida. Ese concierto, uno de los primeros eventos grandes de la época fugaz del ‘Rock en español’, tuvo lugar en el coliseo del colegio San Bartolomé, en el centro de Bogotá.

Su poderosa presencia escénica, cuando las tarimas lo mostraban tocando rock & roll, no permitía intuir lo que había detrás, toda esta historia que empieza mucho antes, con una familia de 75 primos hermanos en Río de Oro, en el Cesar: “Estos 75 primos son nietos, incluida mi mamá, de Abel Quintero, ‘Papá Abel’, mi bisabuelo”. ‘Papá Abel’ fundó la banda de músicos del pueblo, escribió los arreglos que hoy se siguen tocando y le enseñó a la gente a tocar sus instrumentos. “Esos primos ya son abuelos y bisabuelos a su vez, o sea que hay como 500 descendientes de ahí, y son descendientes musicales porque todas esas personas son afinadas, entonadas, bailan, y muchos son muy buenos músicos”.

Por el lado de su padre, un abogado amante de la música, llegó la guitarra: “Mi padre era del Eje Cafetero, y aprendió a tocar el tiple, la bandola y la guitarra de su padre, que a su vez había aprendido de su padre; otra vez es una línea grande ancestral de músicos. Él se sintió totalmente en armonía en Río de Oro, al encontrarse a toda esta gente que lo acompañaba en la música”. Esa crianza folclórica, en palabras de ‘Teto’, “fue muy enriquecedora”.

Y esa crianza no solo fue enriquecedora, fue tremendamente fructífera: “El Compae Chipuco, La gota fría, por ejemplo, eran canciones de la familia, como si fueran compuestas por alguien de la familia o algo así; empezaban esas canciones y todos los primos, los grandes, los chicos, todo el mundo llegaba ahí a cantar y esto es algo muy bello, lo hace parte a uno de un grupo de gente”.

A ese entorno se sumó el descubrimiento del rock, y bandas como Yes, King Crimson, Jethro Tull y Genesis, pasaron a enriquecer el paisaje sonoro que germinaba ante los ojos del joven Ernesto Dumas Ocampo Yepes.

Al responder a la convocatoria de músicos y productores para Clásicos de La Provincia, Teto tuvo que elegir entre un gran listado de vallenatos para presentar sus propuestas; “Las escogí de primerazo, sin pensarlo, eran las canciones de la infancia que llevaba mucho tiempo tocando. Nunca había oído a nadie más cantarlas, solo eran canciones que cantaban 30 personas de mi familia al tiempo, no había oído la versión de Los Zuleta, ni siquiera las había oído en acordeón”.

Tras salir de una reunión en la que escogió esas canciones para proponer sus arreglos, Teto tomó una buseta hacia su casa, a media hora del estudio, y en el camino fue maquinando lo que quería hacer con La gota fría. Tan pronto llegó, llamó a Eduardo de Narváez, y le dijo que ya tenía la idea clara; “Pues véngase pa’l estudio”, respondió el productor. Una vez allá, armó una maqueta inicial, y Eduardo tuvo que buscar inmediatamente a Carlos Vives: “Oiga, véngase para que oiga lo que está pasando”, le dijo, y ya todos sabemos lo que ocurrió luego con esa canción y ese álbum, que vendió cientos de miles de copias en toda Colombia. Clásicos de La Provincia se convirtió casi en artículo de primera necesidad, en parte de la canasta familiar. Teto confiesa que para su gente resultó siendo una cosa “muy impresionante”, al ver que la música que reunía a la familia ahora unía a miles y miles de personas en todo el país.

Luego el guitarrista, junto a un combo portentoso [Pablo Bernal en la batería, Mayte Montero en gaita y coros, Carlos Iván Medina en teclados, ‘El Papa’ Pastor en bajo, y otros grandes músicos] compuso y grabó con Carlos Vives un disco que partió en dos la historia de la música colombiana: La tierra del olvido.

“Fue un acuerdo entre muchas personas, era el disco que todos queríamos”, dice Teto. “Es precisamente el disco más intercultural, el disco del respeto, y esa es en realidad la música que más me gustaría hacer, música realmente para todo el mundo, porque así es la música más bella. Así es la música de Bach, no es para niños o para cultos, es un bálsamo energético. Pones música africana y te pone a bailar, pones un merengue, una salsa, y todo el mundo se para, no importa lo que tenga en la cabeza, no importa lo que haya vivido. Esa es la música que me gustaría hacer, por esa razón rescato totalmente La tierra del olvido”, concluye.

En ese álbum también participaron Iván Benavides y Richard Blair, dos gigantes a los que nuestra música debe muchísimo. Benavides compuso ‘La tierra del olvido’ [canción], y fue además coproductor del álbum con Blair, que fue productor y trabajó en la mezcla. En su momento, Teto se encargó de buscar a Richard, que vino a Colombia para trabajar con Totó La Momposina, porque sabía que era la persona indicada para darle al disco el sonido que requería; “en Colombia hacían sonar muy bien los tambores y los instrumentos folclóricos, pero no las guitarras y la batería”, señala.

Portada del primer disco de su proyectos con músicas indígenas

Esa etapa les dio a muchos de los integrantes de La Provincia (gracias al sello Gaira, que Vives armó con Sonolux) la oportunidad de escribir una historia indispensable, que –aunque no se hizo masiva porque su propósito era otro– se ha convertido en objeto de culto para la melomanía nacional: la del Bloque de Búsqueda. Ese álbum de 1996 es el testimonio de un país que intenta reconocerse, encontrarse en sus raíces y en sus conexiones con el mundo; es potente e introspectivo, es tan alegre como oscuro, y es tan inteligente como brutal. El disco llegó a oídos de David Byrne [Talking Heads], que decidió firmar un contrato con la banda para su sello Luaka Bop, y esto los llevó a tocar constantemente por el mundo. “En el año 98 hicimos una gira muy larga, fueron ciento cincuenta y pico de fechas, tocábamos en promedio tres veces a la semana, cada día en una ciudad diferente”, recuerda Iván Benavides.
La historia cuenta que de esa relación con Luaka Bop quedó un segundo disco del Bloque que aún no se publica, un tesoro escondido que haría muy feliz a un puñado de fervientes devotos. Probablemente la intensidad de esas giras, y el momento vital en el que muchos de los integrantes ya estaban conformando sus familias, llevó a que el Bloque quedara ahí.

Pero, ¿qué representó el Bloque para Teto? “¡Lo máximo! Un orgullo tremendo, un placer, una alegría total recordarlo… El Bloque no ha muerto. Llevamos años en caminos diversos, pero los compañeros de El Bloque son mis amigos más grandes, es impresionante”, dice. “El Bloque está ahí, en potencia, quién sabe si hagamos un nuevo Bloque, es probable, no puedo descartarlo, sería muy bueno”. Además, resalta la gran hermandad que persiste entre quienes hicieron parte del proyecto, y pasa a describir a Benavides como “uno de los músicos más admirados por mí, de los seres humanos más importantes que he conocido y un gran maestro para mí también”.

Sin embargo, vale la pena resaltar que cuando a Iván se le pregunta por la posibilidad de que Bloque se reúna para tocar alguna vez, la respuesta es la siguiente: “Es improbable, pero no imposible”.

En la segunda mitad de los 90, Teto se apartó de la banda de Vives porque se sentía “atado musicalmente”. Confiesa que necesitaba liberarse y reconoce que le cuesta un poco hablar del tema: “Ahora también entiendo que era un poco inmaduro, echándole la culpa a La Provincia de que yo estuviera atado musicalmente, cuando podía ser más consecuente con eso, o más pilo, y buscar la otra cosa sin necesidad de retirarme”. También confiesa que ya ofreció sus “disculpas al mismo Carlos, y al universo, por ser así de acelerado, pero esa era la razón que invocaba en ese momento. Necesitaba reconectar con el jazz, el rock & roll, la música acústica”.

De cualquier modo, la gratitud de Vives hacia Teto ha permanecido intacta: “Lo adoramos, Teto es lo mejor que nos pasó en esa época”, le dijo el samario a Rolling Stone hace unos años.

Teto tocando en Matik-Matik, sitio emblemático para las músicas rebeldes, vanguardistas y marginadas en Bogotá. Fotografía: Cámara Polar

Esa reconexión, sumada al comienzo de una búsqueda espiritual, dio origen a Teto, un álbum esencialmente acústico que puede entenderse como una transición hacia “la música de la sanación, la música ritual” que muchos años después continúa marcando el rumbo de su trabajo. Según Teto, ese disco fue financiado y producido por Blair, a quien le gustaron esas canciones, y encontró en ellas una forma de ayudar a que el guitarrista se encontrara consigo mismo.

Por esa época, y durante muchos años, Ocampo hizo parte de Sidestepper, aquel proyecto fundamental que tuvo origen en las cabezas de Benavides y Blair.

En medio de su búsqueda espiritual, cuando era profesor en una universidad, le asignaron una clase dedicada a la música colombiana, y se vio en la necesidad de investigar el componente indígena de nuestros sonidos; ya tenía conocimientos importantes sobre lo afro y lo europeo, pero le hacía falta ese tercer elemento ancestral. “Esas tres razas circulan en nuestra sangre todos los días, nuestro corazón se mueve con ellas, es nuestro código genético”, asegura.

Empezó a preguntarse por la presencia de lo indígena, lo europeo y lo afro en el vallenato, en el bambuco o en el joropo, y “solo fue que yo decidiera investigar sobre lo indígena para que empezaran a llegar a mi casa, de frente, músicos indígenas”. Los primeros llegaron del Cauca y de la Sierra, y su llegada a la vida de Teto coincidió con la necesidad de asumir un compromiso político por la ecología y los pueblos. Lo académico, lo político y lo espiritual lo llevaron a trabajar con estos nuevos amigos, y terminó montando un performance llamado ‘Mucho Indio’ en el que también participaron Julio Torres y ‘Pits’ Piñacué. Eso dio origen a un proceso fascinante y esclarecedor, un proyecto que nos ayuda a entender un poco más nuestros orígenes, mostrándonos –entre otras cosas– ese vínculo tan estrecho que existe entre los habitantes originarios de la Sierra Nevada, el acordeón y el vallenato.

“‘Mucho indio’ trabaja en la recuperación del territorio sagrado. Mediante el laboratorio paleofuturista abrimos huecos en el concreto, buscamos el nuevo arte en el ancestro. ‘Mucho Indio’ ha sido un insulto por mucho tiempo y este es el tiempo en que deje de serlo”, dice Kiwe Kaashambujuk en el arte del primer disco, que apareció en 2011 bajo el sello de Polen Records, donde también se ha publicado música de Bomba Estéreo, Systema Solar y Mitú, entre otros.

En palabras de Benavides, Teto es uno de los más grandes músicos que tiene Colombia, y no ahorra elogios al hablar de él: “Su idea de trabajar con músicas indígenas es más profunda que la de un simple investigador; el concepto de ‘Laboratorio paleofuturista’ me parece bárbaro. Además de ser un gran creador, hace un trabajo de puente muy interesante. Es el reconocimiento de las comunidades y de una estética que no hace parte de la historia pasada, nos dice que esas músicas son contemporáneas de todas las que hay actualmente. Sin embargo, no exotiza, ni se apropia, porque mucha gente recogería un sample y armaría un beat electrónico para una fiesta”.

Para Teto, esa música que nos lleva por el mundo junto a las etnias del Cauca, la Amazonía, la Guajira, la Sierra Nevada, o el Putumayo, también se trata de “volver al origen, cosa muy necesaria porque estamos desconectados, entonces, ya no sabemos para qué estamos viviendo”. Y asegura que “si queremos entender de dónde salen nuestros problemas y cómo los solucionamos, está bueno volver al origen, ver cómo era el pueblo originario”.

Sidestepper, de izquierda a derecha: Mauri, Guajiro, Eka, Richard y Teto. Fotografía por: Lina Botero/Realworldrecords

Ese regreso a la raíz le llevó a entender que la música colombiana por excelencia es el bambuco, “Lo dice el propio Guillermo Abadía Morales”, enfatiza. Desde su perspectiva, incluso en San Andrés y Providencia se hace bambuco, y en todas las regiones se interpreta alguna derivación de ese estilo; el joropo, la rajaleña, el merengue vallenato, el currulao o el fandango del Sinú. “Si uno escucha el bambuco de los indios puede conectar porque entiende de dónde salió”, dice Teto, e insiste: “Volver al origen es un acto de poder”.

Al comienzo de Mucho Indio el discurso era muy “fuerte y poético” en términos sociopolíticos, pero con el tiempo eso se fue transformando porque según Teto, “La música hace todo, la música hace esa política”. Sin embargo, todo lo que él hace lleva un mensaje contra la injusticia, el saqueo de los recursos naturales y la violencia; busca la transformación a partir de la conciencia y de un cambio estructural: “Esta educación por la que se están haciendo matar los pelados es una porquería, por favor, no nos hagamos matar pidiendo esa porquería, con perdón de algunos educadores que hacen una bonita tarea; no es la panacea porque es la educación desde el racismo, está enseñándole a la gente a ser individualista, a no respetar al otro, a hacer cualquier cosa por plata”.

Mucho Indio, que hace poco terminó de grabar su tercer disco, espera que este nuevo trabajo pueda salir pronto a la luz, en medio de la lucha que implica eso para un proyecto independiente, con este espíritu, en estos tiempos. De cualquier modo, es una lucha que siempre valdrá la pena porque está llena de significado, porque está cargada de vida, de verdad, de la tierra que tanto duele. Mucho Indio es la voz de nuestros Hermanos Mayores, la voz y el legado de quienes sí merecen estatuas. También es la voz de La Madre: “Ahora sé que es ella la que teje la mochila de nuestras vidas. La Madre sabe cómo teje, la vida nuestra es una mochila que está tejiendo permanentemente, y La Madre no se equivoca”.

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