Miguel Zavaleta, exlíder del grupo Suéter, presenta su segundo disco como solista y recuerda los años 80, cómo y cuándo empezó a vivir del arte y de la influencia de su tío Enrique “Mono” Villegas.
Tu “nuevo” disco No lo sé, suerte, quizás, lo grabaste en 2007 y lo colgaste en tu web en 2011. Ahora, aparece en formato físico. Lanzarlo ahora parece coherente con el modo en que manejaste disparmente tu carrera, ¿no?
Más que una carrera es un Scalextric. El disco anterior lo hice con Pedro Aznar en 1989 y lo edité hace dos años. Lo único que me interesa es tratar de ser un artista y mostrar lo que hago.
¿En qué momento te diste cuenta de que eras un artista?
Yo tengo mi propio show desde los cuatro años. Bailaba malambo aunque era chueco. La gente se reía y yo lo sabía, porque era ridículo. Eso significa que nací para el escenario. Es lo único que sé hacer, en el único lugar en el mundo donde me siento cómodo y seguro.
¿Y cuándo decidiste vivir de (o para) el arte?
Cantar es parte de mi persona desde chiquito. Pero a los 18 años ya me gustaba el rock, y escuchando Close to the Edge, el disco de Yes que me sigue pareciendo sensacional, dije “esto es lo que me gusta hacer”. Por esa época cantaba con un amigo, pianista, muy talentoso, Daniel Doura. Teníamos un dúo maravilloso. Al poco tiempo, me empezaron a salir las primeras composiciones, de manera autodidacta. Y a pesar del ritmo bastante cansino que tenía, porque estaba más preocupado por mi vida emocional que por la música, hice mi primera tanda de canciones, que es el primer disco de Suéter.
¿Tenías un don?
Ni yo mismo lo puedo creer, ahora. Me sorprende lo que hice apilando dedos y sacando melodías, porque en mi cabeza, sobre todo, hay ruido e imágenes de chicas en bikini. No es que suena Tristán e Isolda.
Me llama la atención que seas autodidacta, porque sos una de las mejores voces del rock argentino…
Hasta mis 24 años, estaba siete días afónico y al octavo día podía volver a cantar. Hasta que finalmente se cimentó la voz. Pero ojo, al canto sí le di pelota. Mi profesora era Lucía Maranca.
¿Qué recuerdos tenés de tu tío, el pianista de jazz Enrique “Mono” Villegas?
Yo de chico era un rockerito, y encima cantaba. Y a Enrique no le gustaban los cantantes. Sin embargo, fue a escucharme cuando canté por primera vez con la banda que teníamos con Daniel Doura. El pobre fue porque lo llevó mi mamá. Recuerdo sí que hablábamos de música clásica, y por casualidad teníamos los mismos gustos: Schumann, Ravel, Bach… Así que compartíamos eso. Pero yo renegaba del jazz, hasta que a los 30 me enamoré de esa música. Hoy estudié, y toco cuatro o cinco horas de standards por día.
En los 80 con Suéter grabaron una versión new wave de “Jugo de tomate frío”. ¿Cómo se te ocurrió?
Tenía un tema como de descarte, que me parecía bastante tarado y bastante feo. Lo había hecho a las apuradas para completar un disco. Y cuando Charly se hizo cargo de la producción de ese álbum, tampoco le cerraba. Improvisando sobre la música, me propuso usar alguna letra conocida del rock nacional. Cabían dos canciones de Manal: “Jugo de tomate frío” y “No, pibe”. A la gente le encantó. Igual, le pedí perdón a Javier Martínez, y me dijo que estaba todo bien.
Hace poco cantaste con Goyo, el cantante de Bandalos Chinos. ¿Cómo se dio ese cruce?
Lo invité porque me contaron que le gustaba Suéter, y fue un placer. Me parece una banda muy fina y elegante, el grupo con más clase que he visto en este país, junto con Sig Ragga.
El Museo Histórico Nacional le dedicó una muestra antológica al rock argentino de los 80. ¿Qué sentiste al recorrerla?
Que por una vez en la vida tuve la suerte de estar en el lugar correcto en el momento indicado. Mis amigos desde los 70 (Daniel Melingo, Cachorro López, Fabiana Cantilo, Hilda Lizarazu) de repente estaban en bandas famosas. Mi grupo de amigos fue una especie de vórtice. La pasábamos genial. Si yo hubiera transformado en plata todo lo que me reí, sería George Soros. Humphrey inzillo