Marilina Bertoldi en la tapa de Rolling Stone: “Siento que nadie le encuentra la belleza a esta época”

Entre las crisis de la pandemia y los desafíos de la adultez, Marilina Bertoldi creó ‘Mojiata’, el disco con el que sigue creciendo como una figura clave del rock local mientras enfrenta a la industria y el mandato del hit efímero

Nora Lezano

mayo 5, 2022

Con un movimiento rápido y fuerte abre el cajón diminuto de su mesa de comedor. Adentro hay unos billetes arrugados, el pasaporte y tarjetas entre crayones y chucherías de todos colores. No está el barbijo. No está ahí ni en ningún otro lugar de su casa. Improvisa un tapaboca con una remera y sale a la calle a comprar cerveza. En la esquina se frena en seco y mira una publicidad de celulares. “Ya lo taparon. Qué poco que duró, como todo lo bueno”. Ahí, en una marquesina que cubre una demolición, estaba la gigantografía que invitaba al show en el Luna Park. “Marilina Bertoldi Mojigata”, decía el cartel. En la foto estaba ella mirando a la cámara solo con un corpiño negro. Mojigata, el nombre del nuevo disco que presentará el 19 de junio en el estadio de avenida Corrientes y Bouchard, en el centro de Buenos Aires.

Marilina Bertoldi sale de su inmovilidad con una sacudida dramática de sus rulos, como si alguien hubiera hecho clic a esta escena, que en verdad no está siendo grabada. Es pura teatralidad. Es la energía que todavía tiene en el cuerpo después de jugar al tenis con su amiga Barbi Recanati, con quien coinciden en una etapa muy Gabriela Sabatini. En su casa, la energía desciende a un mood más confesional, con luces apenas tenues para ver el atardecer por los ventanales y un jazz de fondo para combatir los nervios que le dan las entrevistas. Después de ganar el Gardel de Oro por su disco Prender un fuego, de girar por todo el país, convertirse en un ícono lésbico al cerrar la Marcha del Orgullo Gay en 2019 y en la promesa del rock al desbordar un Teatro de Flores de pibas cantando consignas feministas, Marilina cayó en un pozo. La pandemia y el aislamiento pusieron en jaque su salud mental y su vida: “Acá, parada al lado del sillón, pensé que me moría”. De ahí salió con terapia, abriéndose a sus amigues, contando lo que le pasaba y haciendo un disco de rock.

Marilina Bertoldi en la portada de la edición de mayo de Rolling Stone. Foto: Nora Lezano.

En su departamento, en una tarde de abril, mientras afuera el verano comienza a convertirse en otoño, Marilina está sentada en su sillón con las piernas en cruz, acariciando a su gata La Mimosa, que le hace honor a su nombre drag, no para de ronronear y querer robar atención con poderosos mecanismos de seducción. Su humana, la música que en escenario está encendida de furia y sensualidad, ahora parece relajada, pero se arma un cigarro detrás del otro mientras piensa cómo decir de la mejor manera eso que está pensando. Habla de la autoexigencia, de la soledad y del desborde. De las noches que pasó sobre su escritorio componiendo capas de sonidos, produciendo su disco canción por canción, del loop del pensamiento que se vuelve incontrolable, de los vecinos que le pateaban la puerta para que bajara el volumen y los puchos en tazas de té, que siempre son de ayer porque siempre lo está dejando.

“Siento que es un disco más maduro”, dice sobre Mojigata, al que pensó desde su concepción como un disco de rock y produjo sola, por primera vez. “No quería ir con algo obvio, quería salir con algo bueno. Yo siento que crecí”.

Marilina está en la cruzada de la escucha lenta y consciente, de entregarle a su público treintañero una obra concebida como totalidad, ideada y comandada por ella, un gesto casi en contra de lo que la industria propone, del hit inmediato y efímero, con temáticas fuera del espectro juvenil: la conflictividad de la adultez. “No me sale componer un solo tema. Pienso en los procesos, en que de esta sonoridad quiero irme a esta otra y que voy a ir por acá y después relatando esto otro. Yo consumo muchos discos, me gustan, todavía me parece que es interesante y relevante escuchar y hacer un disco”. Entre su relato se cuelan las referencias, como si cada canción de Mojigata fuera un homenaje a los grandes álbumes que escuchó de adolescente, un match entre cada una de sus canciones con Stories from the City, Stories from the Sea de PJ Harvey, Tidal de Fiona Apple, el homónimo de Sheryl Crow, las aventuras de Beck en Odelay y también las épocas doradas de Plastilina Mosh y Molotov vía MTV. Encerrada en la que es su casa desde hace seis años, sobre un escritorio que es una mesa de comedor larga, llena de artefactos e instrumentos, Marilina armó el rompecabezas de sonidos de cada canción, con voces superpuestas: armonías vocales, efectos más bluseros, raps e incluso el personaje que creó en redes sociales, Hortensia Fecal, una especie de centroamericana fake que usa para agradecer. “Estoy muy en plan de ser más agradecida, de verbalizarlo, y quise cerrar el disco así, con esa voz graciosa que me pitcheo, que a todo el mundo le cae simpática”.

Si bien en las maquetas compuso y tocó todos los instrumentos, después eso creció y se enriqueció con los aportes de sus aliados, Juan Manuel “Pucho” Segovia y Eduardo Giardino, que tocan el bajo y la batería en su nueva banda, pero que en la grabación tuvieron otros roles clave. “Cuando lo empecé, dos meses después de la pandemia, ya tenía cuatro temas grabados. Solo uno queda para el disco, ‘Pucho’. Los otros me los guardé. Me gustan, pero estaba investigando y probando cosas. Es como que siempre termino componiendo desde la incomodidad de no saber cómo se hace algo y eso me mantiene con ganas de avanzar en las canciones. Si es algo que ya sé hacer, me aburro”.

Las capas de sonido y las referencias están por todos lados .“Maru es muy detallista a la hora de producir”, dice Pucho Segovia, que ahora toca el bajo en su banda y es también el guitarrista en la banda de Barbi Recanati, donde Marilina toca el bajo. Ahí se conocieron. “Fue un proceso de a poco, comenzamos a trabajar en las maquetas y ahí se dio la dupla de ella en la producción y yo en la técnica”. En su estudio, Átomo, grabaron durante largas noches, a puro café y Red Bull. “Ella no quería quedarse con dudas ni con nada guardado, y eso fue haciendo que nos guste cada segundo del disco”. En ese ecosistema de amistades, donde Marilina se refugia para crear y sentirse resguardada, también se libera a la experimentación sonora y a su iconografía.

Un día le mandó un DM de Instagram a Javiera Mena y empezó una correspondencia virtual que se tradujo en un featuring celebrado especialmente por la comunidad de lesbianas en Argentina y Chile, porque las dos son músicas que hicieron de su obra un aporte a la visibilización gay. “Amuleto” es una balada de rock con caja de ritmos y el sonido más pop ochentoso de todo Mojigata. El video es una secuencia de una médica y una paciente que fantasean la una con la otra, mientras luchan en el tironeo de la seducción. “Al momento de grabar el video nos hicimos amigas”, le cuenta Javiera a Rolling Stone. “Aprovechamos Buenos Aires para componer, tuvimos mucha empatía porque tenemos amigos en común, se generó una amistad y una relación musical que van a perdurar en el tiempo. Además, la idea del video me pareció espectacular, se mantiene todo el rato en el deseo, lo cual lo hace más erótico. Fue un éxito”.

La letra de la canción no es romántica, pero en esa colaboración cobró otro significado. “Compartimos algo que pensamos que era una canción y al final terminó siendo algo más, con nuestra comunidad, como un regalo de experiencias hacia personas que lo viven como nosotras”, suma Marilina. La letra alude a una chica simple que tiene que “ser práctica en enero y en Navidad”, la frase más Shakira de Mojigata. “Habla de alguien que vive en Capital y cuya familia está en el interior. Lo único que tengo que resolver en mi vida en realidad es estar en las Fiestas con mi familia, entonces tengo que ser práctica en esa época, en el resto puedo enloquecer y tener un desorden, pero ahí tengo que estar con mi familia, mis abuelos. La refe ahí es ‘In the Air Tonight’ de Phil Collins, a full”, dice y estalla de risa. La gata se despierta y sale corriendo hacia el comedor.

— Pareciera que componés de una manera muy lúdica, como si fuera un rompecabezas que armás con estas canciones o discos que te gustan. ¿Es eso lo que más disfrutás o le tomaste el gusto a la parte performativa?

— Disfruto mucho de componer, creo que es lo que más me gusta. Tocar me gusta hasta un límite y que se dé en ciertas condiciones. Me gusta performear, el personaje, ser otra persona, es lo que más disfruto del vivo. Pero es verdad que compongo como un rompecabezas, porque no es que lo armo en la guitarra y después lo empiezo a adornar. Se va armando a partir de sonidos, más que nada, y los sonidos llevan a acordes, es como un clima que se va armando y yo voy sintiéndome a gusto con ese clima y empiezo a decir cosas. Es algo que me lleva.

— Entonces componés ya produciéndote. ¿Por qué recién en este disco ocupás ese rol de productora?

—Necesitaba hacerlo, entraba en conflicto con las personas con las que trabajaba por eso. Quería apoyarme en alguien porque no me sentía segura y mi excusa era “bueno, pongo alguien que sabe más, que ya lo tiene más resuelto”, pero después igual quería tomar todas las decisiones yo, obviamente. Entonces me di cuenta de que tenía que hacer un cambio y, cuando me puse a producir sola, entendí que en la producción, más allá de lo técnico, el elemento más importante terminó siendo saber adónde tiene que ir la canción. Y yo sabía adónde quería ir, nada más tenía que descubrir cómo llegar. Ya lo sabía de alguna manera. Tantos discos hacen que sepas y si no sabés algo, lo averiguás, le preguntás al ingeniero. Al final fue un miedo que no era tan… grande la cosa. Tenía que confiar un poco más en mí.

—Me acuerdo de entrevistarte hace unos años y que me dijeras que nunca sabías cuándo terminar la canción, que le dabas vuelta infinidad de veces sin quedar satisfecha. ¿Te sigue pasando eso?

—Sí, aunque lo tengo más claro. Disco a disco. Ahora, por ejemplo, pensando en lo que se va a venir, ya sé por dónde quiero investigar, ya sé cuáles son las cosas nuevas. Pero la verdad es que la frase esa de que las obras no se terminan, se abandonan, es completamente real. O sea, si buscás siempre encontrás cosas para modificar, porque no es una ecuación matemática que se resuelve. Por eso también el disco me llevó más tiempo, porque en ese proceso, fui viendo todos estos lugares donde podía ir con el sonido que quería. Ahora estoy investigando otra forma de entender la interacción entre los instrumentos, de otra época, que voy a tomar para transformarlo. En ese aprender haciéndolo es que encuentro un color propio, lo que hace lindo el proceso.

Marilina Bertoldi. Foto: Nora Lezano.
Marilina Bertoldi. Foto: Nora Lezano.

—Todo el reconocimiento que recibiste en estos años, ¿cambió tu relación con tu obra? Antes expresabas mucha inseguridad…

—Sí, y el vivo tuvo mucho que ver más que otra cosa. Creo que en el vivo descubrí lo lindo que es no ser vos misma en el escenario. Entonces me armé este personaje que salió solo, que no lo planifiqué, una persona que se enoja. Empezaba a pensar al subir al escenario que sentía que tenía que tener fuerza, porque las pibas estaban prendidas fuego y yo tenía que encender esa mecha y hacerlas explotar, y para eso tenía que ir con mucho poder. Y cuando me puse a componer creo que también me decidí a hacer conscientemente un disco de rock, no iba a buscar hacer otra cosa. Tomé ese elemento, que para mí es el rock, sonoramente. Yo vengo más del metal punk, como todo lo más nasty y todo lo que está dentro de lo electrónico, incluso lo más roto, más violento. Entonces sentía que ahí estaba mi cuota de entender el rock. Era como esa bronca, esa agresividad, la rabia, esa cosa que está explotando, que te hace decir y gritar cosas a ese público, en el escenario, que son liberadoras. Entonces creo que esa es la mecha que me llevó a hacer Mojigata también.

—De alguna manera creo que el mensaje del disco no es tan enojado como el anterior. Lo siento más luminoso. ¿Está mal eso?

—No. Creo que el enojo está puesto desde otro lado y en otro momento, responde a la pregunta de adónde me lleva, cuál es su raíz. Y siempre, por algún motivo, estoy tratando de alejarme de ese pasado más metalero o más pesado. Entonces no quería caer en la obviedad, sino irme a un lugar como más… que la intensidad pase por otro lado. Y es loco porque al final la conclusión de ese proceso es el disco. Pero por primera vez me pasa de estar mirándolo y seguir aprendiendo, como seguir leyendo las letras y entendiendo cosas que dije, que me salió decir y hacer. No sé, un poco inconscientemente la fui tirando.

Marilina Bertoldi. Foto: Nora Lezano

Mojigata empieza con una intro que te lleva directo a “Es poderoso”, una canción de sanación. Un folk-rock, con un colchón de voces que la hacen sonar como un góspel del amor propio. “Comienza con la frase de que ‘en cada esquina encuentro un doctor’ y hablo de mi propia casa, de que no paro de debatirme mil cosas, que en el encierro no había lugar para escapar dentro de esta casa”. Con un par de frases ricoteras como “es una espina de lo más divina”, esa canción que abre el disco es la tregua entre lo mal que la pasó durante lo más estricto del aislamiento y el momento en que empezó a sanar. “‘Dentro de todo lo mal que estuve, tu amor es poderoso’. Me hablé a mí misma, como a un espejo”, dice. Está satisfecha con ese mensaje, con pasar de un disco más oscuro a este donde la bronca y el dolor están en proceso de desarme. “Quise empezar con un gracias por estar acá, vayamos a pasarla bien escuchando este disco”, se ríe.

Antes de sacar Prender un fuego (2018), Marilina llamó a su hermana, Lula Bertoldi, cantante y guitarrista de Eruca Sativa, para escucharlo en su casa. Esta vez fue diferente, Lula escuchó Mojigata cuando ya estaba estrenado. “Me pasó algo muy distinto. Si el otro fue más al hueso, Mojigata tiene miles de capas, hay que meterse, es un disco con un lenguaje propio y habla de la calidad de artista que tiene Maru, que se encerró en pandemia a trabajar en su música y en sí misma. Es un disco con una profundidad, una cantidad de texturas, capas y niveles que va a llevar tiempo que la gente escuche y entienda”, cuenta Lula, que habla desde su experiencia, porque le pasó a ella misma, lo tuvo que escuchar varias veces hasta que lo entendió. “Es una genialidad. Siento que es un disco que está anticipando algo que va a venir y que es ella la que propone lo que va a venir”.

En “Vivo pensando en ayer” canta: “Estas pastillas que me hacen sentir más normal”. Marilina decidió hablar de lo que vivió, tanto en la depresión que sufrió durante su adolescencia los años previos a salir del clóset, como ahora, quince años después, en pandemia. Para la salud mental no hay premios, ni shows, ni cantidades de seguidores que importen. Su amiga Barbi Recanati celebra que tome esa postura. “Me parece un espanto la mentira que nos venden de que ser la mejor en algo, o reconocida y admirada, es algo feliz a lo que todos deberían aspirar. Creo que es necesario que las personas que ocupan espacios de exposición como Maru cuenten las consecuencias de llegar a esos lugares. No solo para que las personas no vivan deseando y mirando el jardín del vecino sino también para que la industria se haga cargo de lo abusiva y explotadora que es”. Marilina parece haberlo meditado lo suficiente como para abrirse y contarlo. Sabe que a alguien le puede servir su experiencia, y no se la guarda.

—¿Qué te pasó durante el aislamiento, donde no había contacto real y sí mucha exposición por redes sociales?

—En la pandemia llegué a un límite. Entré en una, en un pozo muy fuerte, como hacía muchos años que no tenía. Volví a asustarme, a sentir que me volvía loca. Después sentí que estaba loca. Y en un momento empecé a entrar en un llanto muy fuerte. Una noche estaba acá [señala el final del sillón]. Me paré y me quedé helada ahí, al lado de esa columna. Estaba sola. Y sentí mucho pánico, mucho terror, porque me sentí exactamente en el mismo lugar que en la adolescencia, por primera vez en mucho tiempo. De esas noches horribles que recordaba muy tocando de lejos, pero otra vez estaba ahí. En esa desesperación dije “me mato. Basta, me quiero morir. No le encuentro la salida a esto. No entiendo cómo hacer”. Estaba ahogándome en un vaso de agua porque lo que me pasaba era que, a mí, que soy una persona a la que de por sí le cuesta comunicarse, salir, exponerse, esa soledad me volvía algo peor. Y tomé una decisión: tengo que resolver esto, no puedo seguir así, no puedo tener esta edad y estar en el mismo problema que de adolescente. Si yo ya salí del clóset, ya hablé con mi familia, mis amigos me aceptan, me aman y soy una más, tengo mucho amor a mi alrededor, tengo un montón de cosas buenas. Y empecé a informarme sobre salud mental. Empecé a hacer terapia otra vez y a comunicarme muy de a poco. En mi caso, soy una persona muy privilegiada y no tengo problemas asfixiantes, era como…

—Bueno, pero cada uno es un mundo.

—Totalmente, pero a veces está bueno tener esa noción de tus privilegios. Ayuda también para decir “ah, bueno, puedo ir más abajo, tengo que ser agradecida”. Y empecé en este trabajo de comunicarme más. Ahora ya naturalmente me está empezando a pasar que, si me siento muy mal, muy ansiosa y entro en ese lugar, lo identifico y me comunico con alguien. Hablo de lo que me pasa, inmediatamente veo los beneficios de hacerlo, no solo en mí, sino también en mi vínculo con esas otras personas. Por suerte después de los aislamientos de la pandemia mucha gente empezó a hablar de salud mental y me sentí menos sola, y me di cuenta de que si hablo por ahí también ayudo a alguien.

—Después del Gardel de Oro, tuviste una exposición muy zarpada, ¿qué te pasó con eso? El lado bueno se puede sintetizar en ese Teatro de Flores lleno de pibas.

—En el momento lo disfruté un montón. Me gustó. Sentí que todo eso se basaba en un disco, y eso era bueno. Un disco importante en un momento importante. Entonces tenía un sustento que podía defender. En el vivo y en las notas, se podía. Y después fue darme cuenta de lo obvio: que por más que tenga todos los logros, iguales a los de cualquier rockero, nunca iba a formar parte de esa élite o de ese grupo, siempre iba a ser la otra cosa. Siempre me dicen “vos sos como la reina del rock feminista” o “la reina del rock de las mujeres”. Siempre hay un pero. ¿No puedo formar parte de ese lugar? Al principio choqué con eso porque tampoco fue muy amable la manera en que me di cuenta. Y después dije: “Perfecto. Igual tampoco tenía ganas de participar de eso, qué sé yo. Quizás flasheé que iba a estar bueno y la verdad es que ni me importa. ¿Con qué me iba a encontrar en ese lugar, no? Un poco ya pasó esa época. Y dije, “bueno, soy el bicho raro acá también”.

—En otras entrevistas planteaste que ahora solo se escucha a pibes menores de 25 años diciéndonos cómo vivir y también hablaste de situaciones violentas que viviste con algunos músicos mayores. ¿Qué hay en el medio para tu generación, que tiene más de 30 años?

—No me sale otra que no sea hablar de lo que me pasa. Y ese relato de los treintis es como un lugar raro, porque ya está, sos adulta, definitivamente. Pero todavía estás resolviendo cosas, estás entendiendo, sin todavía estar a la altura de esa adultez. Es como un lugar que me parece super interesante, que estoy descubriendo y que de nuevo no me sale hablar de otra cosa, que siento que hay muchos artistas que empiezan a crecer, por más que hagan familia y se casen, tengan y vivan la vida de familia, siguen hablando de la pibita que conocieron cuando iban a bailar. Siento que nadie encuentra la belleza a esta época. Yo necesito todo el tiempo sentir que me divierto y me gusta retratarlo. Al ser medio de las pocas que hablan desde ese lugar, también entiendo que no hay un público acostumbrado a ese relato. Pero, bueno, hay música para distintas situaciones, para la noche, cuando estás de joda con tus amigos, cuando estás en tu casa, y creo que tengo un consumo muy del vivo o de cuando estás sola y estás disfrutando de un disco, de una letra, de un ambiente, un clima, es otra cosa. Esos consumos más lentos, que hoy la industria no permite mucho.

Marilina Bertoldi. Foto: Nora Lezano.

Marilina está obsesionada con la industria y no desperdicia oportunidad para hablar de la falta de representación y diversidad en los medios, el arte, la cultura. “Me siento muy querida, respetada y reconocida”, admite. Aunque, al principio, a ese lugar de líder lo sintió solitario. “Ahora entiendo que ese lugar me lo dan mis particularidades, lo que me diferencia; es mi sonido, mi historia y mis decisiones”. La otra cara de eso es cuando se sube al escenario, pero no con su nombre sino como miembro de la banda de Barbi Recanati, donde toca el bajo. “Nunca pensé que vendría a todos los shows”, reconoce su, además, compañera de clases de tenis. “Creo que en mis shows se permite ser otra versión de ella misma, de la cual todos disfrutamos mucho”, dice Barbi. Es que la reconoce como una artista muy autoexigente, en un lugar donde todas las miradas están puestas en ella. “No creo que la exposición masiva sea sana para nadie. No creo que sea sano que nos insulten ni que nos aplaudan tanto. Por suerte Maru lo exterioriza y sigue”. Pero no es todo trauma, Marilina también sabe cómo divertirse, no solo introduciendo el humor en su música sino también usando las redes sociales para generar personajes alla Juana Molina, con la cuenta de Instagram donde comparte videos de TikTok graciosos o imaginando, también, la narrativa de su carrera. La figura de ícono sexual lésbico que construyó y que su comunidad celebra también es encantadora para los y las “pakis”, es decir, heterosexuales, como un espacio muy lúdico que la divierte. De salir al escenario del Festival Futurock en un traje blanco con nada abajo, donde el pliegue y los movimientos dejaban espiar un poco sus tetas, a hacer un video chapando con la actriz porno y trabajadora sexual María Riot. Las referencias no se escapan tampoco en la producción de esta tapa de Rolling Stone. “Si la veo a Gabi Sabatini me muero, hago papelones, me hago pis. Te amo, Gabi. Gracias por todo”, dice a cámaras, sentada en las gradas del Club Morón donde Nora Lezano hace las fotos para esta nota. Esa deportista, adorada por tanta gente, volea seducción y mensajes para todos lados. “Colecciono las clásicas tapas de Rolling Stone, mi papá siempre me las compraba, y mis preferidas eran esas donde los artistas les hacían guiños a otros personajes, reales o de fantasía. Este es mi guiño a Gabi Sabatini”.

—Te convertiste en un ícono sexual para las lesbianas y también alimentás el ratoneo heterosexual. ¿Cómo vivís eso?

—Me encanta. Siempre me gustó mucho la sensualidad en la música. Para mí siempre tiene que estar y me gusta hablar de eso también, retratarlo. Siempre soñé con ser una mujer que está siendo sensual de una manera en la cual no se lo espera. Me parece que tengo otro tipo de sensualidad, que no es el típico femenino, desde lo super binario. Yo salgo de ahí y ofrezco otra cosa, una mujer más poderosa desde una seguridad, desde lo sensual de la jefa, de esa mujer que te puede cagar a palos, que es mala onda, ese tipo de fantasías. No quería usar eso de ser más soft y más agradable, y en la búsqueda salía al escenario enojada, me ponía en esa postura de “no me van a pasar por arriba” y las lesbianas obviamente reaccionaron, les encantó. Y de repente hay mujeres heterosexuales que están diciendo como “ahí va mi heterosexualidad” o de repente tipos que dicen “qué mujer bella”, como que se escapa del tipo de mina que siempre ven. Y de escaparme del condicionamiento de cómo debe verse una lesbiana, porque no hay una sola manera. Nunca fuimos tan retratadas ni estuvimos tan presentes como ahora, entonces está en construcción. No tenemos que cumplir un rol, hay muchos roles dentro del lesbianismo.

—¿Pensás en esa imagen que das hacia afuera, en qué tipo de lesbiana querés representar?

—No, creo que la sensualidad pasa por dónde te sentís segura. Y eso está en construcción. Yo descubrí cuál es mi seguridad, que es plantarme en el escenario, plantarme como “bueno, ahora estoy al control yo, acá está, estoy segura de esto y se lo voy a dar”. Más que en lesbianas me basé en mujeres, siempre me pareció PJ Harvey de las más sensuales e interesantes, y era una mina treintañera. Ese video, “Good Fortune”, donde sale medio borracha sola en la noche y camina por la calle, moviéndose como quiere, no haciendo ningún pasito coreografiado. Siempre me pareció tan sexy esa actitud en una mina de “tss, estoy en pedo en la calle, me chupan todos la pija”. Ella siempre me pareció super seria y a la vez hay algo de que la está pasando bomba y no por eso cae en clichés de qué es la diversión. Fiona Apple también, con la seguridad de mostrar su locura y su oscuridad. No me parece frágil, muestra su falta de salud mental, como en ese tema “Every Single Night”, donde está tan flaca, ojerosa, hablando de cómo la cabeza le juega una mala pasada todas las noches. Para mí eso es seguridad. De repente hay muchos que nos sentimos reflejados y no estamos quizás tan en la mierda como ella, pero decís “ah, listo, está bien, no hay que estar…”. Diversidad, de nuevo. Es muy importante, muy importante. Si no, ahora está todo bien. ¿Vos viste en las notas de todo el mundo que ahora están todos bien? Todos están joya.

Marilina Bertoldi. Foto: Nora Lezano.

—¿El disco se llama Mojigata por esa diversión a la cual no entrás, tanto desde la sexualidad como de la salud mental?

—Vengo de ser una mojigata. En el secundario trataba de no llamar la atención, no me sentía cómoda yendo a los cumples de 15, o a los bailes o al único boliche que había ahí. Porque no me sentía cómoda en ropa de mujer, con mi apariencia, con el rol que tenía que cumplir, entonces me guardaba, no quería salir en fotos, ni conocer a nadie, tenía un montón de amigos, pero éramos los raros. Y eso que siempre fui una persona muy de decir lo que piensa, de chocar, conflictos, rebelión, pero en el trasfondo siempre estuvo eso, una represión a mi deseo, a vivir las cosas de una forma mucho más libre y creo que es dejar atrás eso y un poco hacerme cargo de esa mojigata. Así como me hago cargo de la villana, también me hago cargo de la mojigata. Me siento en algunos aspectos medio mojigata porque mi forma de disfrutar es la mía y no es muy la manera en la cual se ve reflejado en en el arte, la cultura, en la sociedad, el disfrute, como salir y darme vuelta en un boliche, chaparme a todo el mundo. Esas cosas medio que a mí no, soy tranca, soy más viejo, me gusta el plan de mis amigos en mi casa, jugar a las cartas, escuchar música de viejos.

—Pero hacés un video en el campo y te chapás a María Riot, digamos todo.

—Cuando vino la posibilidad de hacer “La cena”, quise ir más allá de “Amuleto”, que representó la fantasía, lo que nunca sucede. Entonces ahí decidí ir con todo. La elección de María es no solo por admiración, que es absoluta y desde siempre, desde que sé de su existencia y la escuché hablar. Siempre cuento que la conocía por una columna que ella hacía en una radio y nunca le había puesto cara, hasta que un día la veo y veo un poco lo que hace y flasheé. A través de ella conozco a Georgina Orellano (trabajadora sexual y secretaria general de AMMAR) y todos esos relatos que no había escuchado y que me parecía super importante escuchar, no porque vaya a emitir una opinión, sino porque a esta gente nunca le dieron esa importancia, ese micrófono en estos debates. Me pareció hermoso. Y no tuve dudas de que fuera ella, ya que el video iba a ser mucho más sexual, más explícito, quería estar de la mano de alguien que lo maneje bien, que me agarre y que me diga cómo hacerlo. Y, además, como estaba haciendo todos los videos con una dupla femenina, dije “perfecto, quiero estar también con alguien que admiro desde otro lado, no solo del musical como a Javiera”. Me gustó aportarlo desde ese lugar de fantasía que como mucho más binaria como más de la chonga y la más femme.

—Si te viera la Marilina de la adolescencia convertida en este ícono gay, ¿qué pensaría?

—Seguro estaría muy sorprendida. Ante todo porque yo en esa época no veía, no sabía mucho de… siento que el concepto de lesbianismo no lo entendía bien y tampoco me gustaba tanto, como que me costaba incluso imaginarme a mí como mujer con otra mujer. Entonces, cada vez que me imaginaba y fantaseaba, que era todo lo que hacía a la noche, imaginaba a una mujer que me gustaba y yo no me veía, no había ni un hombre y una mujer; definitivamente no había una mujer. Entonces llegué a pensar que, bueno, yo era un hombre, algo que le pasó a mucha gente. Pero a la vez no quería ser un hombre, era como una sensación rarísima de no sentirme cómoda en mi deseo, mi fantasía. Es fuerte, porque después no es que encontrás el lesbianismo y entendés todo, después tenés que encontrar tu identidad. Mi deseo lo tenía claro solo en relación a quién deseaba, pero no cómo yo quería también ser gustada, querida, deseada, como cuál es mi elemento de seducción ante una mujer, cómo puedo seducir una mujer. Y mucho de eso tiene que ver con el género y la identidad, porque también obviamente le querés gustar a cierto tipo de mujer que ya sabés que te gusta. Y no sabes cómo. Al final, todo se reduce a la seguridad, a estar centrada, a las personas que se entienden, se soportan. Bueno, más adelante fui entendiendo también que todo eso es cíclico, yo tengo momentos y siento que voy de un lado al otro, con mis cosas más masculinas o femeninas, más en el medio. Y eso es hermoso.

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