¡Luz, cámara, acción! C. Tangana cautivó al Movistar Arena con un show de película

En un espectáculo imponente y difícil de olvidar, el cantante español presentó en vivo las canciones de El madrileño, con 30 músicos en escena y Nathy Peluso como invitada especial

Por  HUMPHREY INZILLO

noviembre 23, 2022

C. Tangana concretó su visita a Buenos Aires, postergada desde la cancelación de su show en el Lollapalooza, en marzo de este año.

Ignacio Arnedo

Ambicioso, desmesurado, superlativo. Así es el show que Antón Álvarez Alfaro (alias Pucho, mundialmente conocido como C. Tangana), trajo a Buenos Aires en el marco de Sin cantar ni afinar, el memorable tour transoceánico con el que ha llevado al vivo las canciones de El madrileño (2021). Y lo primero que deberíamos decir es que es un show que incluye 30 músicos en escena y que está a la altura -acaso por encima- de un disco canónico, uno de los álbumes que, por el diálogo que propone desde la península ibérica con las músicas de Latinoamérica, y por la fusión entre tradición y modernidad, es de los más trascendentales del siglo XXI. 

C. Tangana a puro trago, como anfitrión de su propio night club. Foto: Ignacio Arnedo.

Como Humphrey Bogart en Casablanca (Michael Curtiz, 1942), C. Tangana es el anfitrión de un night club que puede entenderse como un homenaje al Rick´s Café, o a todos los clubes nocturnos que forman parte del imaginario popular (del Cotton Club de Francis Ford Coppola a The Eddy, el local parisino de la serie de Damien Chazelle). Las referencias no son casuales, porque el Sin cantar ni afinar tiene una concepción eminentemente cinematográfica. Es, de algún modo, un Elige tu propia aventura. Se puede seguir a través de las pantallas, como si fuera un película filmada en vivo y en directo, o se puede ver a través de lo que ocurre en el escenario, como si fuera una opereta. Por eso, a la par del trabajo de los músicos, vale destacar el trabajo de todo el equipo de cámaras, a cargo del realizador Iván García Fernández.

C. Tangana, un show cinematográfico, entre la vanguardia y la tradición. Foto: Ignacio Arnedo.

Lo que vemos en escena es más o menos así: al fondo, a la derecha, una sección de brasses, que incluye tres trompetas, tres trombones, una tuba y un corno francés, comandada por Roberto Lorenzo Elekes; al fondo, a la izquierda, una sección de cuerdas, con arreglos y dirección del bajista y cellista Daniel Aceves Pardo; en el medio, una barra con un camarero (Javier Antonio Dichas) sirviendo tragos. Por delante, unas seis mesas con sus respectivas lamparitas. Y en esas mesas, los parroquianos, que son los músicos, como Pablo Drexler (que ofició de telonero, como pablopablo, acompañado por Matias Cella), uno de los arquitectos sonoros del espectáculo, o la troupe de gitanos, con su socio-parceiro-hermano el guitarrista, compositor y productor Víctor Martínez, y los cantaores La Húngara e Ismael “El Bola“.

Clima de fiesta, C. Tangana hizo bailar a una multitud en el Movistar Arena. Foto: Ignacio Arnedo.

Entre la marcha y el trap, “El milagro” es el puntapié inicial para un verdadero tour de force escénico donde el sincretismo es la idea central de la propuesta. Las canciones de El madrileño son la columna vertebral del show, y el riesgo y el eclecticismo de ese álbum se traslada a la narrativa de la propuesta. La conexión emotiva con las raíces españolas del cantante que estudió Filosofía y se formó musicalmente en batallas de freestyle es central, un ejercicio de regionalismo crítico donde la cultura flamenca tiene un papel preponderante. Y también, por supuesto, los ritmos latinos, de la bossa nova (allí está “Comerte entera”, en cuya grabación colaboró con Toquinho, el legendario parceiro de Vinicius de Moraes) a la balada (“Parteme la cara”, una coautoría con el mexicano Ed Maverick). 

Cachondeo. C. Tangana y Nathy Peluso cantaron “Ateo” y practicaron un juego de seducción. Foto: Toto Pons (Gentileza DF).

Curvilínea y elocuente, magníficamente colosal, Nathy Peluso, que venía de llenar este mismo estadio hace unos días, irrumpe en el escenario para cantar la irresistible bachata “Ateo”, y el escenario se prende fuego. En un magnético juego de seducción, bailan juntos y el cachondeo es total. ¡Los últimos románticos!

 Hay hits como “Nominao” (la colaboración con Jorge Drexler) y “Demasiadas mujeres”, la obertura de la masterpiece. Y luego hay un cambio de set.

C. Tangana tuvo una actuación consagratoria en Buenos Aires. Foto: Ignacio Arnedo.

Una gran mesa, con mantel, vasos, copas y botellas, es la escenografía para el set de flamenco, que recrea el imprescindible Tiny Desk (Home Concert) que C. Tangana grabó para NPR, la radio pública de Estados Unidos. En esa jarana de sobremesa gitana hay espacio para evocar “No estamos locos”, el hit de Ketama, en medley con “Mala, malita, mala” en la voz de La Húngara, excepcional cantaora que forma parte del elenco. Como una especie de milagro, “Ingobernable”, la relectura pop del flamenco (deudora de los Gipsy Kings, que colaboraron en su versión para el Tiny Desk) provoca uno de los pogos más intensos de la velada. 

Jaleo y fiesta. Una de las claves del show de C. Tangana. Foto: Ignacio Arnedo.

Luego, Pucho pide silencio para otro momento extraordinario, una versión coral del bolero “Sabor a mí”, de Álvaro Carrillo, un standard latinoamericano que integró el repertorio del trío Los Panchos, de Daniel Riolobos, de Luis Miguel y Lila Downs, entre muchas otras voces al sur del río Bravo. Y lo que ocurre es extraordinario, el ruido blanco de esas 15 mil almas en júbilo se evapora por unos minutos.En un estado de absoluto sigilo, un aura de magia recubre esta versión extraordinaria. Un matiz diferente y emotivo para un show que, por sus constantes estímulos, no da respiro.

“Los tontos” le pone fin a set flamenco y, luego de la explosión de flow de “Tranquilísimo”, las cuerdas proponen un interludio con una versión de “Lujon”, de Henry Mancini (sampleada por Dimitri From Paris en el indispensable Sacrebleu, de 1996, cantada por Johnny Hartman en los 60 e incluída en la banda sonora del film The Big Lebowski, de 1998).  

En el paso del hip-hop de “Llorando en la limo” a “Muriendo de envidia”, que une el sonido caribeño con el jaleo flamenco, en la secuencia entre la melancolía de esa balada intimista que es “Nunca estoy” (con cita a Alejandro Sanz y su corazón partío) y “Hong Kong” (compuesta junto a Andrés Calamaro y Jorge Drexler), que explota en una furiosa descarga rockera, puede explicarse la genialidad de C. Tangana y de este espectáculo.  

 O, también, en la cita del cantaor logroñes Pepe Blanco (1911-1981), que aparece en las pantallas en una entrevista televisiva diciendo:  “Creo que la canción española es del pueblo, es racial, es de raza. Te voy a decir una cosa, cuando yo he oído cantar en el extranjero -he corrido el mundo, he corrido el mundo cantando, no todo porque sería mucho, pero bastante- he llorado viendo cantar a cualquier artista español. Porque no puede cantar un inglés un fandango, una jota o un pasodoble. No puede cantarlo. En cambio, yo cantaría lo que canta ese gran artista, Sinatra. Lo cantaría yo. Pero no puede cantar: ‘ayy, ayyyyy, olé’. Como canta (Rafael) Farina o Antonio Molina”.

Parceiros. C. Tangana junto al guitarrista Víctor Martínez, su socio creativo. Foto: Ignacio Arnedo.

Es un homenaje que el artista utilizó en su canción “Cuándo olvidaré” y que refuerza conceptualmente su decisión de bucear en las tradición, de indagar en el vínculo con el pasado y ponerlo a dialogar con lo contemporáneo a nivel letrístico, a nivel rítmico, a nivel narrativo. El hitazo “Tu me dejaste de querer”, que une el cante flamenco con un beat electrónico es otro de los ejemplo (y otro de los momentos altísimos de la performance). Y luego, en un gesto disruptivo, Tangana propone cantar la canción que pone cuando todos quieren irse a dormir y el quiere seguir de juerga. “Suavemente”, el merengue que consagró a Elvis Crespo a fines de los 90, llega en una versión desprolija, de fin de fiesta, con los brasses sonado como más como una boda de casamientos y funerales de Europa del Este que como una sección de vientos de una orquesta caribeña. Es una canción que pega en la memoria emotiva de toda una generación, y C. Tangana la canta y la baila montado sobre la mesa, sin romper ni una copa. La imagen funciona como una metáfora perfecta de su propuesta artística. 

Lo que queda es una despedida a puro flamenco, con “Un veneno” como highlight. Es la canción que incluye la frase que le da título a la gira. “Sin cantar, ni afinar”, dice Puchito. Lo escucha toda España, lo escucha todo el mundo.