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Las pesadillas de Alfred Hitchcock

Hace 40 años, un pájaro negro voló para jamás regresar

Por  ÁLEX CARRANCO A.

abril 29, 2020

Cortesía

Un par de cuadros de pájaros negros cuelgan a la entrada del baño. Marion entra y tira trozos de papel en el excusado, jala su palanca y cierra la puerta. Sin saber que en unos minutos alguien interrumpirá su soledad, se quita la bata, la deja sobre el retrete, entra a la bañera y corre la cortina de plástico. Abre la llave y el agua cae sobre su cara, moja su cuerpo mientras ella enjabona sus brazos y cuello. Disfruta el baño.

No está sola. Una sombra abre la puerta, se aproxima a la regadera cautelosamente y en silencio. Sólo la caída del agua se escucha, una inevitable cascada está naciendo. La cortina de plástico se abre violentamente para dibujar un oscura figura empuñando un gran cuchillo. Ahí, el chillido de los violines se mezcla con la regadera; Marion voltea y un grito es el protagonista para recibir varias cuchilladas en el cuerpo. Su lucha es en vano. Sólo la mezcla de agua y sangre es inevitable. La figura misteriosa huye mientras que la mujer trata de sostenerse de la pared de azulejos. Resbala poco a poco al compás del grave aliento de los instrumentos de cuerda; estira su brazo derecho, alcanza la cortina de plástico pero el peso de su cuerpo moribundo la hace caer. La regadera dirige a la sangre, como río, a tomar cauce por la coladera. Su bello ojo ve muerte, se aleja y la música con ella.

La escena del baño de Psicosis (1969) es de las escenas más famosas en la historia del cine. Sólo cuatro minutos se necesitaron para atrapar a la audiencia en suspenso, terror y misterio. Un asesinato que abría enigmas en esta icónica cinta dirigida por Alfred Joseph Hitchcock y que gracias a que Bernard Herrmann –compositor musical– ignoró la recomendación del propio Hitchcock de dejar la escena sin música, tomó mayor impacto para volverse en una pesadilla recurrente cada vez que tomamos un baño.

El cine extraña a Hitchcock, sus historias que pudieran parecer “sencillas” encuentran un significado más profundo gracias a los diálogos, escenografía, vestuario, actuación, música, iluminación y movimientos de cámara. Ese “gordito carismático” que encajaba su figura con sus líneas dibujadas en la intro de la serie Alfred Hitchcock Presents fue uno de los directores cinematográficos más exigentes, rudos e insensibles de la época.

Alfred era duro, caprichoso por sus ideales y en muchas ocasiones, misógino. Aun así, tenía su predilección por ciertas actrices; lo físico era primordial para él. Normalmente contrataba a aquellas que fueran güeras, porque “son las mejores víctimas. Son como nieve virgen que muestran huellas sangrientas”.

Un ejemplo de que su dirección iba más allá de la cordura, hizo que la actriz Tippi Hedren (madre de Melanie Griffith) afirmara que el director inglés quería destruir su carrera. En la cinta Los pájaros (1963), ella tuvo que enfrentar en una de las escenas finales al ataque de varios aves, la minuciosidad de Hitchcock era real, no usó efectos y la parvada picoteaba y ponía en riesgo la salud de la actriz. El rodaje de esa escena se realizó en tres días, momentos de sufrimiento con heridas y sangre verdadera. A pesar que le habían dicho que serían pájaros mecánicos… Existía un amor compulsivo y desprecio por sus actrices. “Cuando se acercaban a mí y quería hablar sobre su personaje, le decía: ‘Está en el guion’. Si preguntaban: ‘Pero, ¿cuál es mi motivación?’, le respondía: ‘Tu salario’”.

Donald Spoto, autor del libro Alfred Hitchcock: la cara oculta del genio, apuntaba que el director tenía un lado oscuro, lo que se refleja en muchas de sus más de 50 cintas: las relaciones humanas son abruptas, con pérdida de la inocencia. “El hombre no vive sólo del asesinato. Necesita afecto, aprobación, aliento y, ocasionalmente, una comida abundante”.

Hoy, hace 40 años murió y ese pájaro negro que atacó, alzó sus alas, escapó de la polémica para seguir aterrorizando. Su legado cinematográfico se aplaude y admira. Un director como ningún otro, era ironía innata con un solo principio: “Siempre haz que el público sufra lo más posible”.

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