Cuando Florence + the Machine hizo su debut hace poco más de una década, la escena musical británica se sumergía en un soul retro personificado por Amy Winehouse y Adele. Florence Welch también miró atrás, pero sus influencias fueron tanto antiguas como modernas, uniendo el melodrama gótico que se remonta a la época de las Brontë con un exotismo del new romantic que evoca a Kate Bush, sumados a su intensidad para compartir secretos que siempre ha hecho que Welch parezca una eterna niña salvaje, una guerrera feminista y una hermana confidente.
En el quinto álbum de la banda, Welch sigue persiguiendo a su propia musa por cualquier camino mohoso y bifurcado que la lleve: “Necesito que los pasillos vacíos tengan eco con mitología propia”, canta en la canción que abre el disco, ‘King’, añadiendo: “Porque no soy madre, no soy novia, soy un rey”.
Dance Fever puede ser su trabajo más producido hasta la fecha. Escucha ‘Free’, un éxito de synth rock en el que describe cómo las epifanías retuercen su mente y su cuerpo como shocks incontrolables (“A veces me pregunto si debería medicarme”, canta), o ‘Choreomania’, una salvaje catarsis que toma su título de las improvisadas “danzamanías” que arrasaron con Europa durante el Renacimiento. ‘Heaven is Here’ es una explosión de hedonismo con folclor celta, y en ‘Daffodil’ canta sobre trascender el tormento generacional con el “débil optimismo de la primavera”.
Los principales coproductores, Jack Antonoff y Dave Bayley de Glass Animals, la ayudaron a pulir su instinto pop, sin frenar los impulsos de mayor alcance. Según Welch, la idea del álbum nació de su deseo de liberarse después de la pandemia. Entre los momentos más lentos y sónicamente soñadores están ‘Back in Town’, sobre un viaje a Nueva York después de que se terminara la cuarentena, y ‘Girls Against God’, en la que canta “Si algún día me dejan salir/Voy a sacarlo todo”; nos habla el deseo reprimido que la lleva a una montaña rusa de recuerdos, pérdida, ira, deseo y conflicto.
La artista siempre ha sido dada a los gestos dramáticos; “¿He aprendido a controlarme?”, se pregunta en un punto, y la respuesta es: no realmente. Para ella, los momentos míticos son los únicos que importan, como en ‘Cassandra’ y el tema que concluye el álbum, ‘Morning Elvis’. Pero sus excesos líricos pueden ocultar un matiz musical que ha ganado desde discos como How Big, How Blue, How Beautiful de 2015, y High As Hope de 2018.
Este álbum alcanza su punto máximo en ‘My Love’, tema que evoca a la música house de Everything But the Girl, reinventada para una fiesta bajo la luz de la luna en un páramo. Aquí Florence canta sobre un sentimiento de vacío relacionado al 2020: “No hay nada que lo describa/A excepción de la luna, que sigue brillando en el cielo”, y añade: “Todos mis amigos se están enfermando”. Pero luego le da vuelta a esa negatividad con su propio cri de coeur de diva disco, preguntando: “¿Dónde pongo mi amor?”. Sin importar qué tan cruel sea el mundo, Welch no es una artista que se conforme con menos.