Los amantes del buen cine latinoamericano tienen a este guionista, director y productor argentino en una muy alta estima. ¿La razón? El hijo de la novia y Luna de Avellaneda, las películas que dieron a conocer a Ricardo Darín, uno de los mejores actores de la actualidad. Darín protagonizó además El secreto de sus ojos, una merecida ganadora del premio Óscar y una de las más grandes cintas de habla hispana de todos los tiempos. Campanella, que ha dirigido episodios para series prestigiosas como House, 30 Rock, Law & Order y Colony, regresa a la televisión con Los enviados para Paramount+.
¿Dónde y cómo nace la idea de Los enviados?
Nace en la productora, es un trabajo que se fue desarrollando en equipo, una idea original de Manuel Diez y como te digo, se fueron mezclando distintos elementos. Empezamos por armar la parte de misterio y suspenso, luego empezar a darle forma a los personajes, a ver qué tipo de personajes serían, fue un trabajo de desarrollo como el de cualquier proyecto.
Sin lugar a dudas tendrá un sabor latinoamericano, ¿es complicado mezclar el género con nuestra idiosincrasia?
Yo había empezado a explorar eso en El secreto de sus ojos, justamente; yo venía de hacer muchos años La ley y el orden, que es muy enraizado en el subgénero de lo ‘procedural’, que son aquellos detectives que deben averiguar algo. Yo veía que en el cine negro, del cual soy fanático como de la novela negra, la novela detectivesca, no solamente hay parámetros en cuanto a la historia sino que también hay un molde del personaje. Es un personaje generalmente inmortalizado en el cine por Humphrey Bogart, este estóico que no muestra sus sentimientos, que sufre en silencio, que no manifiesta sus emociones, y a mí me parecía que podíamos nosotros estar en este género porque, tanto en México como Argentina, hay asesinatos, no es que el caso sea extraño a nuestras vidas. La cosa es que los personajes tenían que ser distintos, tenían que reaccionar de manera distinta, entonces, en vez de inspirarnos por otras películas del género, empecé a investigar en la vida real, empecé a indagar con jueces, con la gente de tribunales, en El secreto de sus ojos con los policías, y aquí, en Los enviados, con los curas, porque es la congregación a la que pertenecen nuestros personajes existe.
En el Vaticano existe el trabajo del cura que además tiene un título humanista y tiene que investigar en los lugares donde hay milagros, no si hay milagros, porque es difícil explicar la existencia de un ángel, pero sí ver que no lo pueda explicar la ciencia.
La mezcla surge de trabajar un caso con las pautas del género en cuanto su estructura, pero que los personajes no sean los típicos del género, que sean como nosotros; que reaccionen como nosotros, que se asusten, que sufran, que muestren sus emociones… Si es que se le puede llamar fórmula, es esa, poner gente real en vez de personajes de ficción.
¿Por qué regresar a Latinoamérica después de tu experiencia en Estados Unidos?
Mi experiencia en Estados Unidos empezó antes que mi experiencia en Argentina, yo fui a estudiar cine en los 80 y empecé a trabajar en la televisión allá en el 91. Mi primera película fue estadounidense, la segunda también y en el 99, cuando hice mi tercera película, fui a Argentina e hice El mismo amor, la misma lluvia. Allí empezó otra faceta, que creo yo es la más profunda y fructífera de mi carrera. Fueron dos cosas paralelas, por caminos que se encontraban solamente en los comentarios, pero iban paralelamente, la televisión y el cine. No hubo nunca una transición de un lado al otro, siempre fueron las dos desde el origen.
¿En qué se diferencia Los enviados de las otras series del mismo tipo?
Yo creo que eso es lo que te decía; si bien trata de una historia de misterio con mucho suspenso, con vueltas de tuerca, etcétera, etcétera, también maneja un código de realismo en el que lo que pasa podría ser fruto de esa zona gris del cerebro humano que todavía no está explorada.
Además, tiene personajes muy creíbles, muy reales, con humor, hay momentos -como en El secreto de sus ojos- en donde uno se ríe a carcajadas. La verdad es que los actores, tanto Luis Gerardo Méndez como Miguel Ángel Silvestre, Miguel Rodarte también, manejan el humor de una manera muy sutil; yo me sentí muy bien reflejado y representado por ellos. Creo que es eso, los personajes reaccionan como reaccionaríamos nosotros si estuviéramos en esa situación.
¿Es complicado abordar asuntos de fé y religión en una ficción?
Es complicado… todo depende de cómo lo elabores en la vida real. Es verdad que hay una tendencia cuando uno habla de religión o de la iglesia de ir al facilismo, de detenerse en el cura pedófilo o en ciertas perversiones y no en toda la complejidad que implican también las cosas buenas, las diferencias entre el religioso de la calle y la institución, la organización de la iglesia que es como un país sin territorio, sus intrigas políticas, con todo eso. Entonces, me parece que es muy rico, muy complejo, y es banal cuando se aproxima a ese tema desde el punto de vista del cliché simplista: “Todos los curas son gordos y violadores de menores”. Yo francamente estoy un poco cansado ya de esa historia, cuando hay cosas mucho más complejas y más ricas para contar.
Explica un poco el carácter internacional de la serie, ¿cómo es trabajar con talento de distintas partes?
Eso es un emergente de lo que las plataformas han creado en el mundo y cómo han cambiado; creo que es absolutamente saludable que dos pibes de un barrio de Buenos Aires te digan, “Ché tenés que ver Fauda, una serie palestina que está buenísima”, eso no hubiera pasado jamás hace 20 años, el mundo no se hubiera enterado de que existía.
Lo mismo nos pasa a nosotros, que ahora nos ven en todo el mundo, y creo que es un emergente prácticamente natural. Hasta hace pocos años, y se notaba mucho en el cine, Latinoamérica “era una suma de países separados por el mismo idioma”, por parafrasear a Bernard Shaw. Para nosotros, los realizadores de cine, yo te cuento que, con El hijo de la novia, el último territorio al que se le vendió la película fue América Latina, se le vendió primero a París que a Perú, por ponerte un ejemplo, y fue solo por la nominación al Óscar que se vendió.
Las plataformas han destruído esto, se ha llegado a la locura de que una película tuvo tres remakes en Latinoamérica, solamente para ser hablada en el acento de ese país, no tiene sentido, y las plataformas ayudan a que conozcamos a los actores de otros países, a que conozcamos su cultura, nos acerca muchísimo. No somos tan diferentes, yo miro por la ventana aquí, en el centro de México, y si me decís que estamos en Buenos Aires, es igual.
Nos entendemos perfectamente, vos me estás entendiendo todas las palabras, entonces ¿por qué los programas argentinos los tienen que doblar a un español neutro? Dicen que no los entienden, cuando yo te entiendo perfectamente, nos entendemos todos. Yo veo Los huevos rancheros y me gusta escucharlos en su mexicano original… me parece que todo eso la plataforma lo ha facilitado.
Esto también implica trabajar con actores, técnicos y talento de todo el mundo, lo cual es buenísimo. A nosotros nos ha enriquecido, y a algunos que tenemos ya décadas de profesión, nos da un nuevo aire, una nueva inyección de energía.
¿Cómo ha sido crear tu estilo propio, el cual fusiona la televisión y el cine? Porque dominas ambos géneros, y haces televisión que parece cine…
Hace 20 años el formato de la televisión parecía cuadrado (4:3), en el cine teníamos pantalla ancha, en la televisión uno tenía que ir muy cerquita de los primeros planos, hacerlo rápido porque un plano largo no se aguantaba mucho, y en el cine uno contaba distinto. La televisión fue creciendo a la par de las plataformas y fue creciendo el tamaño de las pantallas, entonces la técnica de contar todavía no es exactamente igual al cine, pero es cada vez más similar.
De hecho, creo que la mitad de las películas nominadas al Óscar este año, son películas hechas para televisión, o con la televisión en mente; se estrenan dos semanas en los cines para cumplir los requisitos, nada más.
Lo que antes era un cambio de chip, cuando tenía que ponerme a tomar fotografías en ese formato cuadrado, ya no, ya prácticamente es igual. El trabajo con los actores siempre fue igual, eso no cambia, la organización de una filmación tampoco; lo único que cambiaba era la forma del cuadro, la forma en que uno cuenta con la cámara, y la verdad es que se están pareciendo cada vez más.