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Jim Morrison en México

El "Rey Lagarto" falleció hace 50 años

Por  ROLLING STONE

junio 29, 2021

Elektra Records

Ciudad de México. La “intriga extranjera” había sido puesta en movimiento mucho antes de que The Doors pisara suelo mexicano para lo que se supondría sería una serie de al menos seis apariciones públicas –una “intriga” relacionada con dos revoluciones: la que The Doors representaba en Estados Unidos y la que ocurría en México.

Hacia el final de su estadía en el país, varios de los conciertos que habían sido planeados y anunciados fueron cancelados, y la explicación no oficial fue que el año anterior los estudiantes mexicanos estuvieron muy cerca de derrocar al gobierno y, desde ese momento, lo más sensato era prevenir la concentración de jóvenes. Desde luego, nunca fue sugerido que The Doors constituyera una amenaza (aunque algún ejecutivo televisivo los calificó de “subversivos” en una ocasión) y ninguna de las personas involucradas en las negociaciones con la banda dio a entender que las cancelaciones obedecieran a un motivo político. Todo fue, en cambio, un conjunto de promesas sin cumplir y permisos sin firmar. 

Varios aspectos resaltaron durante esta visita de cinco días. Más de ocho semanas antes, un decorador de interiores de 31 años de edad llamado Mario Olmos dijo que quería organizar un concierto de The Doors en la Plaza Monumental, un gigantesco recinto taurino en la Ciudad de México. Los boletos para acudir a la arena de 48 mil localidades tendrían un precio de cinco a 12 pesos para permitir que los pobres asistieran. Además, estaba planeado que The Doors tocara en una gala de beneficencia a nombre de las Naciones Unidas o de la Cruz Roja –a ser celebrada en el Hotel Camino Real– y también en un caro restaurante sin confirmar. La idea era que, en una sola visita, la banda pudiera tocar ante todos los niveles de la sociedad mexicana.

Hubo varios factores adicionales que proyectaban estos planes como algo inusual: tan sólo otras tres bandas angloamericanas se habían presentado en México antes que The Doors (The Animals de Eric Burdon, The Byrds y The Union Gap) y, ya que la escena pop mexicana depende ampliamente del rock de EE UU, una visita por parte de una de las bandas líderes era un evento significativo. Además, ningún otro grupo estadunidense había tocado en más de una ocasión, y nadie se había presentado en la plaza de toros –¡jamás! Además, estaba el asunto de la melena. Desde hace varios meses, la caza de gente con pinta de hippie se ha convertido en el deporte favorito de la policía en lugares de playa como Acapulco y Mazatlán, además de que en la frontera le ha sido negado acceso al país a varios jóvenes con cabello largo o barba. También hay otras tantas historias sobre ataques hacia chicos de cabello largo en la Ciudad de México. Aunque podría tratarse de historias producto de una exageración motivada por la paranoia, el Banco Nacional de México recientemente prohibió que sus empleados portaran bigote o patillas y el Sindicato de Trabajadores de la Industria Restaurantera y Hotelera anunció que discutiría el asunto del bigote en su próxima convención nacional. Los días de Emiliano Zapata –cundo los bigotes largos de bandido no sólo eran bien vistos sino casi necesarios– han quedado atrás. Por ello, el viaje creó cierta expectativa y ansiedad mientras las firmas necesarias eran recabadas para obtener el permiso para tocar en la plaza de toros. Todas las firmas estaban ahí excepto la del regente de la ciudad. El regente se marchó inesperadamente y el concierto debió ser reprogramado.

Mario comenzó sobornar a varios con anticipación (algo tan común en México como regatear el precio de un souvenir) y se acercó al presidente Gustavo Díaz Ordaz, quien dio su aprobación verbal. No obstante, cuando el regente volvió a la ciudad, la aprobación verbal del presidente desapareció en una nube de polvo y polémica (y llamadas sin contestar) y al parecer el asunto fue llevado de nuevo ante el regente, quien determinaría si se haría o no. El tiempo se agotaba y The Doors estaba por partir desde Los Ángeles. Mario fue entonces con Javier Castro, uno de los Hermanos Castro, un ensamble que alternó con Cass Elliott durante su breve aparición en Las Vegas el año pasado. Javier, de 26 años, es dueño del Forum, un club de mil localidades que es el equivalente aproximado del Copacabana de Nueva York o el Coconut Grove de Los Ángeles. Mario le dijo a Javier que podía llevar a la banda al club por cuatro noches, generando cinco mil dólares por noche. Encontraron a un amigo que invirtió un cheque de 20 mil dólares como garantía, y la mañana siguiente, en un martes, Últimas noticias publicó un anuncio a página completa para anunciar la presentación de The Doors en el Forum durante ese fin de semana.

Para ese momento, The Doors (todavía en Los Ángeles) no sabía que la presentación en la plaza de toros se volvía cada vez más improbable, y que habían sido programados para tocar en Forum. No escucharon sobre ello hasta que Javier y Mario llegaron a sus oficinas un miércoles por la noche, con el anuncio del periódico en mano. La banda estaba furiosa.

Varias juntas, que se prolongaron durante varias horas, terminaron con The Doors acordando partir al día siguiente de la fecha que tenían planeada –pero también acordaron tener presentaciones adicionales, con una o dos en el Auditorio Nacional (con una capacidad de 18 mil) y otra en uno de los tres canales de televisión de Telesistema Mexicano, el quinto conglomerado televisivo del mundo, administrado por un amigo de Javier. La oficina de The Doors estaba sutilmente iluminada esa noche, con el escritorio de Bill Siddons, manager de la banda, repleta de botellas y pósters, así como de anuncios de periódicos para el concierto del Forum. Los miembros de la banda estaban visiblemente apesadumbrados, y hablaban de que tal vez debieron consultar a un psíquico después de todo. Fue con mínimo entusiasmo que empacaron esa noche.

Jeem! Jeem! Where es Jeem?”.

The Doors pasó por la aduana y llegó al lobby del aeropuerto de la Ciudad de México. El aspecto de Jim Morrison era bien conocido entre los jóvenes mexicanos, pero no en su actual aspecto barbado. Otros vieron a la esposa de Ray Manzarek, Dorothy, quien es asiática. “¿Yoko?”, preguntaron los reporteros. “Mira, Yoko está aquí. ¿Dónde están The Beatles?”. Fue una marabunta. Docenas de fotógrafos gritaban “¡Aquí!” y “¡Una más!”, mientras varios jóvenes los rodeaban sosteniendo discos para pedir un autógrafo. Mercedes Carreño, una atractiva actriz mexicana, estaba ahí también. Al lado de Mario y varios representantes del Forum, se encontraba una mujer llamada Malú –apócope de María Luisa–, una chica franco-india que fungía como publicista del club, además de ser una confiable guía turística. No muy lejos de la conmoción que suscitaba la llegada, y todavía en la zona de aduanas, dos hombres de traje oscuro y gafas entintadas se acercaron a Vince Treanor, el experto organista que se desempeña como el mago detrás del sonido de The Doors. Estaba rodeado de equipo –amplificadores, bocinas, instrumentos, cables, todo– almacenado en cajas.

“Tendrás que abrir esas cajas”, dijo uno de los hombres.

“¿Todas?”.

“Sí”.

Vince se espantó y le gritó a Javier, quien acudió a su llamado y se llevó a los dos hombres a otro sitio. “Lo que tienes frente a ti es un soborno de mil pesos”, dijo Bill Belmont, ahora residente de San Francisco y colaborador de Country Joe, pero quien hasta 1960 residió en México. Belmont fue llamado por Siddons para servir como un amigo, traductor e intermediario. Mientras alguien se frotaba las manos, la petición de abrir las cajas quedó atrás.

La banda fue conducida hacia la Hostería Parc des Princes, un hotel con arquitectura colonial ubicado en el equivalente de Beverly Hills. En la entrada, había un guardia gordo (armado con una pistola de cacha plateada que protegía con un pequeño impermeable) para alejar a los fans entrometidos. Varias limusinas Cadillac negras y blancas, así como guardaespaldas, fueron puestos a disposición del grupo por parte del dueño del club. Era seguro, les dijeron , que tocarían en el Auditorio Nacional, además de tener varias apariciones en televisión. Algunos de ellos fueron a la única discoteca de la ciudad, El Club, para celebrar. Se quedaron ahí hasta que el lugar cerró, a las 5 am.

El viernes se realizó un chequeo de rutina dentro del Forum, y los primeros sonidos de lo que vendría después fueron escuchados. Para este punto, parecía que las cuatro presentaciones del Forum era todo lo que The Doors haría en su visita. (Pongamos en perspectiva que el costo de acudir a una de las presentaciones, con todo y cena con música de unas cuantas bandas locales, asciende a 16 dólares… y un trabajador mexicano gana 50 centavos de dólar por jornada laboral). Sin embargo, todavía se mantenía la esperanza, mientras Siddons, Belmont y otros daban inicio a lo que se convirtió en una junta de cinco días, sostenida con varias personas y en varios lugares.

Mientras tanto, la barba de Morrison acaparaba las miradas. Los otros miembros de la banda pensaban que era momento de rasurarla. No correspondía, argumentaron, con los posters que tapizaban la ciudad. Le pidieron a Siddons que hablara con Morrison, y lo hizo. Pero la barba se quedó. (No hay un conflicto evidente en la banda, pero es claro que Morrison se distancia lentamente de ellos. Ya no socializan. Morrison quiere grabar viejas canciones de blues y temas como “Heartbreak Hotel”, pero los otros no. Siguen siendo amigos y socios musicales, pero su relación ha cambiado con el tiempo).

Frente al Forum, han tocado ya varias bandas desde las ocho de la noche, y casi mil personas se han congregado en la Avenida de los Insurgentes (una de las muchas calles mexicanas con nombres de revolucionario) para ver y escuchar. La fachada del club ha sido cubierta con murales, uno de ellos es una pintura de cuatro metros y medio por otros cuatro y medio con la cara de Morrison. Un costado del edificio dice “Hoy, The Doors”. Mario Olmos dijo que tenía la intención de traer el rock estadunidense a la ciudad y había promovido bien los cuatro shows.

En el hotel, la banda bebía coñac. Lentamente, a eso de las 11:30 pm, reunieron a sus esposas y chicas para emprender el viaje de 15 minutos hacia el club, abordando las limusinas blancas y negras. Al salir de los autos, los jóvenes fans mexicanos se abrieron paso a codazos para empujar a Morrison y llegar a los otros. No lo reconocieron. La noche siguiente, incluso gritó a la multitud: “¡Ey, chicos, por acá!”.

Dentro del club, el pequeño escenario estaba rodeado de los hijos e hijas de la élite adinerada de la ciudad. Una banda local tocaba hits de rock estadunidense, incluyendo una versión de “Light My Fire”, mientras varios bailarines se movían muy cerca de los guitarristas. The Doors miraba con sorpresa desde un balcón, preguntándose si los bailarines bajarían del escenario cuando fuera su turno para tocar. En el camerino, intercambiaron algunas bromas y jugaron nerviosamente con el tanque de oxígeno. Morrison estaba preocupado por dar el pequeño discurso que había escrito. Dijo que no podía memorizarlo y les preguntó a los demás si podía leerlo. Ellos respondieron que sí. “Buenas noches, señores y señoritas”, dijo en el descanso entre “When the Music’s Over” y “Touch Me”. Entonces dijo que la ciudad era marvelous-o y presentó a la banda: en el órgano, Ramón Manzarek. En la batería, Juan Densmore. En la guitarra, Roberto Krieger. Y la audiencia rugió.

Después del concierto, Jim regresó a la discoteca, eran alrededor de las 4:30 am y se quedó dormido con un trago en la mano y la cabeza sobre la mesa, al tiempo que las caras bonitas de la Ciudad de México seguían platicando y bromeado a su alrededor. El sábado por la mañana, durante un desayuno a mediodía al lado de la piscina del hotel, alguien reflexionó sobre el tratamiento a cuerpo de rey que la gente daba a The Doors y dijo: “Viajamos de Los Ángeles a Los Ángeles, sólo que los meseros son mexicanos”. Más tarde ese mismo día, Morrison y otros cuantos vieron los primeros fragmentos del “México de verdad”, camino a las pirámides al norte y al este de la ciudad. El estrecho camino hacia el lugar era una ruta interesante, pasando pequeñas aldeas de casas destartaladas de adobe y piedra que se extendían alrededor de derruidas iglesias, pasando por asentamientos más grandes donde varios trozos de carne oscura se exhibían en los mostradores de pequeñas tiendas de abarrotes. Todo ello estaba flanqueado por un horizonte de increíble claridad, parecía que el suelo sobre el que descansaban los escasos árboles era barrido todos los días.

A ratos, Morrison dormía dentro de la limusina, mientras ésta atravesaba la pobreza del lugar y la estación de radio principal de la ciudad (“¡Número uno… uno… uno… uno!”) inundaba el ambiente con canciones de grupos estadunidenses. Los sorprendentes contrastes de la vida mexicana moderna se presentaban ante ellos: el estilo parisino de Paseo de la Reforma, la calle que lleva del hotel al club, en oposición a las pirámides de mil años de antigüedad, el pollo frito del Coronel Sanders en el mismo menú que el pulque, bebida de los dioses aztecas; el lujo de la limusina Cadillac paseándose al lado de burros muertos tirados a un lado del camino, una sección entera de las calles citadinas nombradas en honor de Arquímedes y Goethe y otros pensadores contra lo que se convertía en una aparente dictadura que ejercía sutiles pero increíbles presiones sobre los estudiantes. Hay alrededor de 90 mil estudiantes en la Universidad de México y otros 60 mil en el Instituto Politécnico. El verano pasado, los estudiantes estuvieron a punto de tomar el gobierno. Los profesores lo detuvieron al cambiar de bando en el último minuto. Desde entonces, entre 300 y mil estudiantes han sido asesinados, la mayor parte de ellos acribillados o simplemente secuestrados en medio de la noche.

La política de México es tan intrigante para los visitantes como la aduana. La escena política todavía está relacionada con una revolución que comenzó hace 60 años, cuando la dictadura del General Porfirio Díaz llegó a su fin. La violencia continuó una docena de años después de eso y desde principio de los años veinte hasta inicios de los cuarenta, los presidentes eran de orden castrense. Entonces llegaron los presidentes civiles, pero México todavía era, en esencia, una nación unipartidista. Algunos creen que la inquietud de los estudiantes durante el año pasado tiene origen en el deseo de un gobierno más democrático.

Para la tarde del sábado, se dio a entender que la banda tal vez ofrecería un concierto de entrada libre al día siguiente en la Alameda, un parque con un anfiteatro al aire libre. Varios shows gratuitos eran ofrecidos en el lugar los domingos por la tarde… con aprobación del gobierno, desde luego. Eso significaba que Vince tendría mucho trabajo, ya que debía desinstalar el equipo de sonido y acomodarlo en el parque para después volverlo a quitar e instalarlo en el Forum para el concierto del domingo, pero valdría la pena. Al menos The Doors estaría tocando para todos. Por supuesto, eso nunca sucedió –fue considerado demasiado “peligroso”, argumentaron los burócratas, mencionando el hecho de que la banda estaría completamente rodeada por la multitud y eso dificultaría la salida– y esa noche el Forum volvió a llenarse de jóvenes fans mexicanos. Y, como ocurrió la noche anterior, la audiencia pedía “The End” sin cesar. “México es un país edípico”, dijo Bill Belmont en el backstage mientras los clamores ebrios de los jóvenes por “The End” se desvanecían. (No hay una edad determinada para beber en México). The Doors tocó “The End” y, al tiempo que se acercaban a la parte que reza “The killer awoke before dawn/ he put his boots on…”, la masa de jóvenes que se callaban los unos a los otros hizo que el lugar sonara como si de una habitación llena de serpientes se tratase.

“Father!” gritó Jim Morrison.

“I want to kill you!”, corearon casi mil voces en inglés.

Morrison los miró con incredulidad.

“Mother…”, dijo…

Después del show, alguien se acercó a la limusina con un recipiente envuelto. Bajaron el cristal y el recipiente fue introducido al auto. Estaba lleno de hongos. “Te ponen loquísimo”, dijo un joven.

El domingo por la tarde transcurrió mientras leían las reseñas en español. A algunos de los críticos les gustó la banda, a otros no. Un crítico de El Heraldo, por ejemplo, dijo que Morrison era “un pirata pelirrojo mezclado con Fidel Castro y el Jorobado de Notre Dame”. Morrison estaba trastornado, decía el texto, y lucía como un sucio y viejo gringo que “se acariciaba la barba como un ogro que acababa de comerse a su víctima”. Además, decía que Morrison era muy ruidoso y ácido. “Es la mejor reseña que hemos obtenido”, dijo Ray Manzarek, sentado en el asiento trasero de un auto compacto, en camino a la Lagunilla. (Manzarek había sido descrito como un “monje loco” en la reseña). Ray y su esposa y Bobby Krieger y su novia, Lynn, irían de compras. Frank y Kathy Lisciandro y Vince también se unirían, para grabar la visita. El lugar estaba abarrotado. En México, al parecer, no tiran nada a la basura. En su lugar, lo llevan a la Lagunilla, donde lo tiene en exhibición y piden enormes cantidades de dinero (para después conformarse con mucho menos). Mientras cientos y cientos de personas se arremolinan ahí, con algunos jalando la manga de los dos integrantes de The Doors presentes, con papel y pluma en mano para pedirles autógrafos. Después de una hora, aproximadamente, uno de los jóvenes choferes sugirió un restaurante a las afueras de la ciudad, en un elegante residencial ubicado en el Estado de México. Habrían cantantes y guitarristas ahí, afirmó. El conductor era Ricardo Kirschner, cuya sofisticación y encanto enmascaraban su edad. Pasó la velada entera bebiendo una mezcla de ron con tres tipos distintos de cerveza, ordenando comidas exóticas (sangre frita, intestinos de res, etcétera), insistiendo a la comitiva de 12 personas que probaran todo, brindado constantemente, cantando, traduciendo las canciones y agitando un pequeño cigarro en el aire, al tiempo que decía: “No fumo a menos de que esté un poco ebrio”. Ricardo tenía 18 años.

Uno de los invitados al backstage la noche anterior fue Adolfo Díaz Ordaz, el hijo del presidente. También estuvo presente en una visita al Museo de Antropología durante la tarde del domingo. Tras muchas dificultades –y unos cuantos sobornos–, la banda había obtenido permiso para filmar ahí. El grupo había crecido y ahora tenía al menos 30 personas. Mercedes, la actriz, estaba ahí también. También estaba presente alguien identificado como un hijo ilegítimo de Henry Miller. Adolfo había traído a tres guardaespaldas y casi a una docena de lo que Bill Belmont llamaba “groupies presidenciales”. La Ciudad de México tiene una especie particular de lambiscón, y las “groupies presidenciales” son parte de ella. Muchas de ellas son chicas estadunidenses, varias de las cuales alguna vez fueron estudiantes de intercambio en alguna de las muchas universidades de la capital pero no regresaron jamás a casa, prefiriendo formar parte de la escena internacional de la ciudad. Ya que la mayor parte de la gente del séquito de The Doors había llevado consigo a sus novias o esposas, pocas de las guapas chicas expatriadas intentaron colarse al grupo. Sin embargo, hicieron algunas apariciones en el material que la banda filmaba en el museo, mirando el calendario azteca, paradas al lado de maquetas que mostraban una ciudad que llevaba un siglo muerta, observando las terroríficas piedras de sacrificio.

El domingo por la mañana, Bill Siddons y Bill Belmont, entre otros, hicieron un resumen de todo lo ocurrido hasta ese momento:

  • El concierto de la plaza de toros se había cancelado.
  • La beneficencia, primero para las Naciones Unidas y después para la Cruz Roja, tampoco había ocurrido.
  • Ninguna aparición televisiva.
  • Un permiso para el show o shows en el Auditorio Nacional había sido obstaculizado.
  • Un concierto gratuito que no logró la aprobación de los primeros niveles burocráticos de la ciudad.

De hecho, lo único que había ocurrido fueron los conciertos en el Forum, los cuales la banda no había querido ofrecer desde el inicio, y dos apariciones en radio, transmisiones de los shows del Forum que habían sido acordadas por Javier a cambio de tiempo comercial, arreglo que The Doors desconocía. Así que una junta con Javier fue acordada en el hotel para determinar lo que se haría a fin de enmendar la baja (para The Doors) tarifa de 20 mil dólares por las presentaciones en el Forum y cómo se aumentaría el tamaño de la audiencia. Para el final de la junta, Javier había acordado absorber gastos de varios miles de dólares –el boleto de avión, cargos por transportación de equipo, hospedaje y gastos del hotel, etcétera. Javier también acordó trabajar con Siddons y Belmont para conseguir una aparición televisiva, mientras Siddons y Belmont decidieron que no podían contar con la ayuda de nadie, así que irían a la búsqueda de tiempo en televisión por su cuenta.

El lunes fue un día de compras y descanso para la banda. “La venganza de Moctezuma” había atacado a John Densmore, quien aún se recuperaba de ello. Robby fue a buscar una nueva guitarra, Jim se quedó en el hotel para leer, planeando unirse por la noche a Ray y a otros tantos para visitar El Acuario, un bar conformado por un laberinto de cubículos, algunos de los cuales tenían que ser escalados como una casa del árbol. Fueron reconocidos inmediatamente por los jóvenes del lugar y después de firmar unos cuantos autógrafos, la música de la banda comenzó a sonar. “The End” había sido reproducida tantas veces que, en esta ocasión, apenas se entendían las palabras.

Johnny era el conductor ese día. (Él también era la encarnación de los contrastes de México, enfundado en trajes eduardianos de tweed y portando gafas “a lo Byrds” que pendían de la punta de su nariz, pero sin conocimiento alguno del inglés y siempre con media hora de retraso). Explicó, por medio de la traducción de Frank Lisciandro, más sobre la situación estudiantil en México. Todos los sitios de reunión para los jóvenes fueron clausurados después de la revuelta y brutal represión del verano anterior, dijo, describiendo el incidente de manera diplomática como “todas las dificultades”. Explicó que el gobierno no quería que los estudiantes se congregaran en ningún lugar, así que lugares como El Acuario fueron advertidos: O cambiaban de clientela o tendrían que sus puertas. Como resultado, los lugares donde sólo los estudiantes se reunían eran secretos, ubicados en hogares particulares cercanos a la universidad. En México, dijo Johnny, la gente no llamaba “cerdos” a los policías, sino “perros”. Porque muerden.

De El Acuario, el grupo fue a la Plaza de Garibaldi (llamada así en honor al revolucionario italiano), donde los mariachis se reúnen cada noche en una explanada para ofrecer sus servicios. Aquí puede verse a los músicos que, aparentemente, no han corrido con la suerte de tocar de manera regular en algún lugar. Sin embargo, mantienen el entusiasmo, especialmente cuando aparecen norteamericanos en grandes limusinas. Jim, Ray y los otros se toman fotos con una de las bandas, para después atravesar la plaza y llegar al Salón Tenampa, el bar de mariachis más ruidoso del rumbo, donde Morrison compró un retrato suyo hecho por un dibujante del lugar, pagó un precio absurdo por la charola en la que el mesero llevaba los tragos a la mesa y se unió a todos para beber varios tequilas.

La banda tenía programada una junta con el alcalde de la ciudad ese lunes por la mañana, pero como muchas cosas en el itinerario, la reunión nunca sucedió. En esta ocasión, sin embargo, fue Bill Siddons el que llegó tarde. Siddons y Belmont se encontraron entonces con Francisco Aguirre, el dueño de Canal 13, una de las televisoras independientes. La reunión fue bastante breve, y sólo se acordó que se verían de nuevo a las 8:30 para mostrar dos películas de The Doors: un documental de 40 minutos llamado Feast of Friends, y el cortometraje que produjeron para promover “Unknown Soldier”, un sencillo que lanzaron un año antes.

La junta de la tarde se llevó a cabo en las oficinas de la televisora, en una sala de juntas del tamaño de una cancha de tenis, aderezada con exquisito mobiliario estilo Luis XIV. Los dos filmes fueron proyectados sobre una pared. Tras la proyección, Francisco Aguirre dijo de modo extremadamente cordial que consideraba Feast of Friends como un filme subversivo. Especialmente la parte que mostraba a varios policías golpeando a varios jóvenes con toletes. Dijo que también pensaba que “The End”, incluida en el soundtrack, era un poco fuerte para el gusto de sus televidentes. Y, en lo que respectaba a “Unknown Soldier”, Francisco estaba visiblemente consternado. Sin embargo… ya que la popularidad de la que gozaba The Doors entre los jóvenes era evidente, tal vez podría negociarse algo y las objeciones podían ser ignoradas. De hecho, Francisco dijo que podría darle a la banda tanto tiempo televisivo como quisiera –dos, tres, cuatro horas– para mostrar las dos películas, tocar, tener entrevistas, ¡hacer lo que quisieran! Había, desde luego, una condición. Francisco no veía cómo podía justificar darle dinero a la banda por todo eso. Después de todo, ¿no había sido Francisco Aguirre quien hizo a The Doors un fenómeno en México? ¿Acaso no había sido una de las cinco estaciones de la ciudad –¡Número uno… uno… uno… uno…!– la que puso “Light My Fire” unas 50 veces a la semana desde que fue lanzada? (hasta les mostró las listas de programación para probarlo). ¿Acaso no había puesto los discos de la banda en rotación en muchas de las otras 31 estaciones de radio que tenía en todo México? ¿Y acaso no quería la banda llegar a grandes audiencias y no sólo tocar unas cuantas veces en el Forum? ¿No es verdad? Siddons y Belmont estaban sorprendidos y divertidos, y decidieron jugar el juego mexicano: no dijeron ni sí ni no.

Morrison, Manzarek y sus amigos, mientras tanto, daban un paseo por Reforma, riendo y platicando con un montón de chicos estadunidenses de largo cabello que conocieron en el tráfico. En un algo, uno de ellos se dirigió a la limusina y les extendió un porro prendido. Morrison le dijo al grupo de chicos que los siguiera al Terraza Casino, donde les dijeron que tocaría Electric Flag. No era verdad, pero Morrison pagó 20 pesos ($1.75 dólares) por el cover de cada uno de los cinco jóvenes (quienes no tenían dinero) y la comitiva de más de 12 entró al lugar, instalándose en la enorme mesa principal. El Terraza era uno de esos lugares que uno puede encontrar en cualquier ciudad que ofrecía en su menú varios platos de interés para los turistas: “Sándwich hippie con queso de Huautla”, “Alambres con Love”, “Doors Daiquirí”…

La primera banda en tocar fue Los Sinners. Eran sorprendentemente buenos. The Doors se marchó cuando empezaba la segunda banda. Entonces se dirigieron al Forum, que estaba a algunas cuadras, para tocar en el abarrotado lugar. Esa era su última noche en México, a menos de que algo pudiera arreglarse durante la junta que en ese momento tomaba lugar en una pequeña sala con vista al escenario.

Los que estaban presentes en la junta incluían a Fernando Díaz Bardosa, cuyo tío era dueño de Telesistema y quien era culpado de no lograr que The Doors tocara en el Auditorio Nacional; Bill Siddons; Bill Belmont, Frank Lisciandro; Malú y Javier Castro. También había alguien identificado como el hombre a cargo de la programación matutina de Telesistema, quien apenas pronunció palabra, así como una pareja sin identificar, que le dio un bizarro toque a la junta besándose sin parar. Fernando supo que The Doors había estado en pláticas con el Canal 13 y sintió que debía regatear, así que le ofreció $20 mil al grupo por un especial de dos horas. El especial estaría basado en las ideas de la banda y sería presentado (grabado o en vivo) como más conviniera a The Doors. La banda representaba un estilo de vida que sería benéfico para México. Fernando dijo eso una y otra vez. Era sincero, encantador y persuasivo, todo al mismo tiempo, y todo sonaba demasiado bueno para ser verdad.

Poco después, The Doors terminó su set y descansaba en el camerino, por lo cual la junta se movió a una bodega, donde todos se sentaron sobre cajas de anchoas y corazones de alcachofa. El contrato que Fernando había escrito a mano fue redactado a máquina y Javier dijo que quería la mitad del monto que The Doors recibiría. (Una especie de comisión, presumiblemente, aunque era difícil entender por qué habría de obtenerla). Esto hizo que todos gritaran y Siddons se rehusara a firmar el contrato, por lo cual Fernando se indignó y todos intercambiaron ideas a gritos. Finalmente, y por alguna inexplicable razón, todos firmaron el papel. El contrato no significaba nada, excepto que la banda, en un futuro distante y vago, debía hacer una especie de show televisivo para Telesistema Mexicano por la cantidad acordada. (Finalmente, fue determinado que Javier recibiría cinco mil si le daba a The Doors dos noches más de trabajo y conseguía dos presentaciones en el Auditorio Nacional, aunque nada de eso constaba en el contrato). Ni siquiera había algo en esa página que prohibiera a la banda hacer algún show similar con alguna otra estación o canal de la competencia. Sin embargo, una vez que el contrato fue firmado por todos, sacaron la champaña y los puros. Todos estaban extáticos, parecían amigos de toda la vida. Era casi el amanecer.

La visita llegaba a su fin. Miles de mexicanos habían mirado las barbas y los largos cabellos de The Doors, pero nadie había hecho ningún comentario peyorativo. (Un chico llamó a Morrison, incluso, “Jesucristo”). El país fue descrito en reiteradas ocasiones como una “olla de presión política a punto de estallar”, pero The Doors parecía haberse mantenido lejos de la situación, excepto por el hecho de que varios de los conciertos planeados no se llevaron a cabo. Parecía, de hecho, que los únicos que sabían que la banda había visitado México eran los jóvenes: la gente del gobierno iba por la vida preocupándose sin motivo.

El grupo regresó al hotel. Johnny iba manejando, y en un intento por perder a un auto que venía siguiendo a la limusina, dio un arrancón sobre Reforma, sólo disminuyendo la velocidad en las curvas. Iba tan rápido que todos comenzaron a reír. Al tiempo que cada vuelta quedaba en el pasado inmediato, los miembros de The Doors, tratando de guardar la calma, vitoreaban la manera de conducir de Johnny. “¡Pronto, pronto!”, gritó Morrison, formando una suerte de pistola con sus dedos índice y pulgar, imitando sonidos de disparo con su aguardentosa voz.

Escucha la edición de lujo por los 50 años del álbum, The Doors: