“¿Están todos bien? ¿Alguien necesita algo más?” El día después de la residencia Coldplay en Buenos Aires

Sus diez conciertos en River dejaron algo en claro: la banda británica instaló definitivamente un nuevo tipo de espectáculo

Agustín Dusserre

noviembre 9, 2022

Entonces parece que a Chris Martin le llaman la atención sobre algo que ocurre entre el público. Se dirige de inmediato hacia donde le señalan, preocupado y diligente; al menos es lo que todo River aprecia indirectamente en las pantallas gigantes. Busca con la mirada hasta que encuentra el objetivo y pide asistencia urgente. “¿Estás bien?”, pregunta. Martin se ve serio, muy serio, por primera vez en el show, dispuesto si fuera necesario a bajar al campo para practicarle RCP a un fan. Insiste: “¿Estás ok?”. No escuchamos, pero le habrán dicho que sí, porque de a poco al músico se le vuelve a dibujar la misma sonrisa cándida del resto de la noche. “¿No pasó nada? ¿Seguro? –más y más alivio con cada palabra- ¡Falsa alarma! ¿Alguien más necesita algo?”. La gente lo ovaciona.

El momento, en cualquier otro show, sería intrascendente. En el primer concierto de su residencia de diez noches en Buenos Aires quizás represente el único instante en el que Coldplay se aparte de su ajustado plan, de un guion que no solo enumera la lista de temas, por supuesto, sino una batería de efectos especiales, movimientos escénicos, juegos interactivos con la audiencia, rotación de escenarios y hasta interrupciones de canciones programadas.

Foto: Agustín Dusserre

Dicen que para agotar las localidades de un gran estadio con un concierto de rock se necesita atraer a una cantidad de gente que no suele asistir a ese tipo de eventos. ¿Qué se precisará entonces para llenar diez canchas de River? Quizás lo primero que deba hacerse es justamente despojarse cuanto antes del viejo concepto de “recital”. Y pensar todo de nuevo.

Los shows de Coldplay son distintos a cualquier otra cosa que hayamos visto. Y, efectivamente, en las diez noches porteñas que acaban de pasar, consiguieron atraer, entre más de medio millón de personas, a una monumental cantidad de curiosos no tan familiarizados con el rock, los movimientos y las internas del pop británico desde los 90 hasta acá, o incluso toda la discografía de los propios Coldplay.

Claro que estos shows tienen mucho en común con aquellos entrañables encuentros, en los que algunos han sido tan felices, conocidos como “conciertos de rock”. Pero, así como sus protagonistas dejaron atrás hace tiempo el formato de “banda de rock”, en el sentido clásico -ni que hablar de “brit pop”-, las presentaciones de Coldplay se volcaron progresivamente a un nuevo tipo de puesta en escena: una especie de remix entre algunas tradiciones rockeras con otras más propias de shows como el Cirque Du Soleil o hasta de las aperturas o los entretiempos de eventos deportivos internacionales, para contar de manera no lineal la epopeya de cuatro amigos de la universidad que, un día, la pegaron. Y cómo.

Así es que cada noche (aunque cada noche, a su vez, fue distinta), en la cancha de River, se sucedían los diferentes cuadros: los cuatro chicos rockeándola inspirados por REM y los temas accesibles de Radiohead. Ahora los mismos cuatro tipos haciendo la gran Daft Punk con máscaras de viajeros espaciales. Ahora, Martin solo con su piano, como habrá estado tantas noches, dándole vueltas a una melodía con (enorme) futuro. Ahora, todos de nuevo, tocando una con Jin de BTS en plan megahit de ambición interplanetaria. Ahora, en un escenario más chiquito, formados en círculo, simulando aquellos días de universidad y cuentas bancarias magras en la habitación del guitarrista. Más tarde, los amigos invitando a confraternizar a compañeros de armas de la talla de Zeta Bosio y Charly Alberti. Ahora, Martin pidiéndole a todos que levanten las manos y envíen su amor colectivo “a Irán, a Ucrania”.

Foto: Agustín Dusserre

La energía está bien balanceada, como en un casting preciso. Chris Martin, totalmente jugado a una montaña rusa emocional, con impresionante despliegue aeróbico, empatía absoluta, notables avances en su castellano y sin señal alguna de la dolencia reciente que le impidió actuar en Brasil y les puso suspenso a estos shows argentinos; con una inagotable capacidad para mostrarse espontáneo y fresco en el contexto más demandante y desproporcionado. Jonny Buckland, Guy Berryman y Will Champion, concentrados y silenciosos acompañantes, que en algunos pasajes siguen tocando impasibles sus respectivos instrumentos (guitarra, bajo, batería), aunque lo que suena en el estadio tenga ostensiblemente otro origen. Martin nunca olvida agradecerle al público por haberse acercado a pesar de los “problemas económicos” y “de tránsito” (ni falta hace que se lo cuente a los vecinos de Núñez, para quienes el mayor trastorno de tránsito tiene precisamente música de Coldplay). Las familias tipo, las parejas, los grupos de amigos del club se abrazan, los corazones laten y las pulseritas Coldplay brillan.

La escenografía, un tríptico de escenarios en distintos tamaños para convertir a la cancha en circo de tres pistas. ¿Y alguien dijo efectos especiales? Sin demora, en el tema inaugural de cada noche se dispara la primera tanda de fuegos artificiales, digna de un final épico, pero ejecutada casi antes del arranque. Y de ahí en más, la producción no para: papel picado, globos para que juegue todo el mundo, luces en constante mutación, otra descarga de papel picado pero recortado como estrellitas, bolas de fuego como las hubiera exigido Gene Simmons, unas pelotas tipo planetas. Y la frutilla de la torta, o las 60.000 frutillas: cada asistente, como se sabe, porta un brazalete luminoso sincronizado desde el control central para ponerse amarillo cuando Coldplay toque, sí, “Yellow”, o para formar corazones o para titilar como bola disco o para apagarse al unísono. Como se sabe, también, una innovación del team Coldplay.

Foto: Agustín Dusserre

Y junto con el set de escenarios están esas plataformas y bicis “kinéticas” que aprovechan la energía del público al bailar y pedalear para reutilizarla en un espectáculo de estándares de sustentabilidad hasta ahora desconocidos y con donaciones a un amplio menú de ONG ambientalistas, mientras una amplia zona de la ciudad de Buenos Aires experimenta una de las crisis de tránsito más prolongadas que se hayan visto.

El show es movilizante, profesional, efectivo y emotivo también. Al punto que sobrevuela por el cielo de River la palabra… Disney bañada en una lluvia de brillantina. Solo faltaría que aparezca una marioneta para ratificar que estamos ante un gran musical ATP, multimedia y multitudinario, protagonizado por, cómo no, el cuarteto de chicos ingleses que etc, etc. Y, sí, la marioneta llega. Es ¡Angel Moon! Es la cantante de The Weirdos. El nombre podría confundir a… No, la verdad que nadie en River podría confundir a estos Weirdos con la increíble banda punk del mismo nombre nacida y criada en Los Ángeles, fines de los 70. Estos otros Weirdos son las marionetas extraterrestres que la banda creó recientemente y presentó en el video de “Biutyful”.

Es un recurso extramusical cortado a medida de los hermanos menores de los seguidores de Gorillaz. Y que parece anunciar que Coldplay seguirá aventurándose hacia confines cada vez más remotos en el universo del espectáculo; allá lejos, desde donde el antiguo Planeta Rock, donde habitan grupos como Travis, Keane e incuso los hermanos Gallagher, se ve muy, pero muy chiquito.

¿Los seguirán muchos otros artistas en esta apuesta de diseño escénico? (ahí van Soledad y Bad Bunny, volando por el Movistar Arena). No sería tan fácil. Coldplay no llegó a una gira mundial como Music of the Spheres únicamente por una decisión. Algunas cosas no se alcanzan solo con desearlas ni por disponer del presupuesto más oneroso para efectos especiales. Ni por clavar el acorde ni la palabra justos. Ni mucho menos por observar una correcta gestión ambiental ni por tocar lo tuyo callado y tolerar cualquier cosa que diga el líder de la banda. Ni siquiera por sumar a tu show a los artistas más vendedores del momento.

No, ningún factor aislado alcanza para explicar un fenómeno de las dimensiones de Coldplay. Lo que sí podemos ver después de estos shows de River es que esta banda no deja pasar las oportunidades y sube la apuesta aun cuando podría retirarse ganadora con lo ya obtenido. Y que Chris Martin se va de Buenos Aires con un nuevo tatuaje que dice “gracias totales”.

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