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“¡Esta no es la entrevista que autorizamos!”

ROLLING STONE presenta un capítulo del libro 17 minutos – Entrevista con el dictador, del periodista Jorge Ramos

Por  JORGE RAMOS

noviembre 15, 2021

ILUSTRACIÓN POR ALIAS CE, BASADA EN LA FOTOGRAFÍA DE GABY ORAA/BLOOMBERG.

Nada es tan peligroso como dejar permanecer largo tiempo en un mismo ciudadano el poder. El pueblo se acostumbra a obedecerle y él se acostumbra a mandarlo, de donde se origina la usurpación y la tiranía.

Simón Bolívar
Discurso ante el Congreso de Angostura, 1819

Rolling Stone presenta un capítulo del libro 17 minutos – Entrevista con el dictador, del periodista Jorge Ramos. El autor es uno de los personajes más reconocidos en el periodismo de la región, y ha entrevistado a líderes como Barack Obama, Fidel Castro y Hugo Chávez. En su nuevo libro presenta la historia de su encuentro ante las cámaras con Nicolás Maduro y los incidentes que rodearon la conversación.

Ramos se ha comprometido a donar –a través de ACNUR– todos los ingresos generados por este libro a los refugiados venezolanos.


‘¡Esta no es la entrevista que autorizamos!’ gritó el ministro de comunicaciones, Jorge Rodríguez, levantando la mano frente a una de nuestras cámaras de televisión y ordenándole al equipo de seguridad del Palacio de Miraflores en Caracas que confiscara las tarjetas donde se había grabado la entrevista con el dictador. El grito del ministro —un hábil y tenebroso psiquiatra que había autorizado la entrevista y que permitió nuestra entrada al país— tenía también el propósito de que lo escuchara Nicolás Maduro, quien se apartaba ya del lugar de la entrevista en el patio interior del palacio de gobierno junto a la comitiva oficial que había ido a escucharlo.

“La entrevista se terminó”, dijo Maduro. “¿Por qué no contesta mis preguntas?”, le insistí. Y luego, antes de que se fuera, alcancé a decirle: “Esto que usted está haciendo no lo hacen los demócratas; esto es lo que hacen los dictadores”.

No respondió nada. Mientras tanto, el ministro Rodríguez seguía gritando, fuera de sí: “¡Quítenselo todo! ¡De aquí no sale nada!”

Así lo recuerda la productora Claudia Rondón: “Ya cuando Maduro se levanta, cuando ya yo vi que él se quitó el micrófono es que no había un punto de retroceso. En ese momento estábamos todos muy nerviosos. Yo estoy viendo a los guardias bloqueándonos y empiezan a apagar las cámaras. ‘¡Apaguen! ¡Apaguen! ¡Apaguen!’ Es un bloqueo total… Y a nosotros automáticamente nos quitan los teléfonos”.

Tareck El Aissami, el ministro de Petróleos de Venezuela (PDVSA) y uno de los miembros de la comitiva de Maduro, le quitó el celular a uno de nuestros camarógrafos. Así, parte del gabinete de Maduro se transformó en un instante en una banda de ladrones.

Una docena de técnicos y agentes del equipo de seguridad estaba sacando las tarjetas de video de las tres cámaras con las que habíamos grabado la entrevista y exigiendo que les entregáramos nuestros celulares. Yo me negué a darles el mío.

RONALDO SCHEMIDT / AFP – GETTY IMAGES

La vicepresidenta Delcy Rodríguez —quien también había venido a ver la entrevista— se acercó a mí y, levantando la mano, gritó: “¡Respeten! ¡Respeten!” y “¡Ustedes odian a la revolución!” Durante la entrevista ella había estado dando vueltas, nerviosa, detrás de las cámaras, mientras yo cuestionaba a Maduro. Estaba tan inquieta durante la entrevista, incluso distrayendo a Maduro, que en un momento llegué a pensar que intentaría detener la conversación.

De pronto, y antes de que Maduro saliera rodeado de su esposa Cilia Flores y de sus incondicionales del patio central, escuché otro grito de alguien de su comitiva: “¡Saquen del Palacio a ese maricón!” No pude identificar quién lo dijo. Inmediatamente después dos agentes se me acercaron, me apartaron de los otros seis miembros del equipo de Univisión y me llevaron hacia la puerta principal del jardín interior.

Salimos del Palacio, cruzamos el estacionamiento y dejamos atrás la sala de prensa donde habíamos estado esperando horas para la entrevista. Caminé con los dos agentes bien pegados a mis hombros. Lo hicimos en absoluto silencio. Nadie dijo nada. Fueron un par de tensos minutos. Vi la reja de la entrada y creí que me echarían a la calle.

Pero, a pocos metros de la puerta del complejo presidencial, antes de salir, llegó corriendo otro agente y evitó que yo saliera. El ministro Rodríguez, según recuerda Claudia, había dicho: “¡Mándelo a parar! Él no puede salir de aquí”. Entonces me metieron en la caseta de seguridad donde habíamos pasado por el detector de metales antes de la entrevista.

La vicepresidenta y directora de asignaciones de Univisión, María Martínez, sin que yo lo notara había salido detrás de mí y, al mismo tiempo, otros dos agentes la estaban siguiendo a ella. Me sorprendí cuando la vi entrar al cuartito. Su instinto, como siempre, era el correcto. No quería dejarme solo. “¿Estás bien JR?”, me preguntó. “Sí”, le contesté, no muy convencido. Todavía estaba en shock por lo que acababa de ocurrir. No podía creer que nos hubiesen robado la entrevista. En mi carrera había tenido varias entrevistas conflictivas, pero nunca me habían decomisado ninguna, ni quitado el equipo de televisión con que se filmó.

María es una guerrera que no parece tenerle miedo a nada. Llevamos décadas trabajando juntos. Fue la directora de Al punto, el programa dominical de entrevistas que se transmite desde el 2008. Siempre dice lo que piensa. Se ha ganado el afecto y la solidaridad de la sala de redacción por defender a los miembros más jóvenes del equipo y por impulsar la carrera de muchas mujeres. Por eso, en parte, fue designada vicepresidenta ejecutiva del departamento de noticias de Univisión. María, una cubanoamericana que suele cuestionar y poner en aprietos a los que expresan sin argumentos posiciones muy liberales, me ha acompañado en algunas de las coberturas más importantes de mi carrera. Cuando se enteró de que Maduro había accedido a ser entrevistado, me dijo: “Yo voy contigo”. Nadie se atrevió a decirle que no.

Y fue la decisión correcta. Ahí estaba María, junto a mí, en un cuartito del Palacio de Miraflores, preguntándoles a los agentes por qué no nos dejaban ir. Nadie tenía una respuesta, y nadie, me quedaba claro, quería pelearse con ella. Pero no nos dejaban salir. “¿Estamos detenidos?”, le pregunté a uno de los agentes. “No, no están detenidos”, me dijo con una sonrisa burlona.

Sabíamos que nos querían quitar los celulares; supongo que para asegurarse de que la entrevista o parte de ella no hubiera sido grabada en ellos. Pero María también se había resistido a darles el suyo. Así que ahí estábamos los dos, detenidos y a punto de que nos despojaran de los teléfonos.

De pronto, tomamos la decisión que nos salvaría. Yo no quería sacar mi móvil de la bolsa delantera de mi pantalón por temor a que me lo arrancara uno de los agentes que nos custodiaban. “Llámale a Daniel”, le dije a María. Con los ojos nos entendimos. María empezó a marcar a Miami, a Daniel Coronell, presidente de noticias de Univisión. “¡No pueden hablar por teléfono!”, gritó uno de los agentes. Pero María no le hizo caso. “Yo le llamo a quien yo quiera, tú no me vas a decir qué hacer”, le respondió. Y continuó con la llamada.

“Oye, estamos aquí en Miraflores, nos han quitado nuestros equipos y estamos retenidos”, le dijo María a Daniel por teléfono. Los agentes —todos vestidos de civiles— nos miraban incrédulos, escuchando cada una de nuestras palabras. Pero por una extraña razón no le arrebataron el celular a María. Ella es una leona. Supongo que les dio miedo enfrentarse a ella. Uno de los agentes volvió a acercarse a María y, con tono amenazante, le dijo que tenía que colgar.

Colgó. Pero esa llamada lo cambió todo.

“Me entró una llamada de María”, recuerda Daniel, “me dijo: ‘Estamos detenidos. Por favor avisa que estamos detenidos’. Y le dije: ‘¿Y Jorge?’ Me lo pasaron y le dije: ‘Jorge ¿qué es lo que está pasando?’ Y él me dice: ‘Sí, evidentemente nos detuvieron’. Acto seguido me dijo: ‘Me están arrebatando el teléfono’. Y después de eso ya no me pude volver a comunicar con ellos”.

Daniel llamó al embajador de Estados Unidos en Colombia, a quien se le informó que había varios ciudadanos estadounidenses detenidos en Venezuela y este prometió ayudar.  “No se preocupe, ya lo activo”, le dijo a Daniel. El embajador, por coincidencia, estaba reunido en ese momento con el vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence, quien participaba en Bogotá en la reunión de ministros de relaciones exteriores del Grupo de Lima. La información se difundió rápidamente dentro del gobierno de Estados Unidos y pronto empezarían a tuitear al respecto.

Además, Daniel se comunicó con un representante del gobierno mexicano. Eso era importante, ya que México era uno de los pocos países latinoamericanos que mantenía relaciones diplomáticas con el gobierno de Maduro.

Esa llamada a Miami, finalmente, les haría saber a varios medios de comunicación y diplomáticos extranjeros la situación en que nos tenían. Los otros cinco miembros del equipo de Univision —la productora Claudia Rondón, quien había conseguido la entrevista y tomado detalladas notas durante el encuentro; los valientes Francisco Urreiztieta y Édgar Trujillo, corresponsal y camarógrafo de nuestra oficina en Caracas; y los camarógrafos veteranos de muchas batallas, Martín Guzmán, de México, y Juan Carlos Guzmán, de Colombia— fueron llevados, sin su equipo de grabación, a la sala de prensa del Palacio de Miraflores.

A ellos ya les habían quitado las tarjetas de grabación, todos sus celulares, y no los dejaban salir. “No hubo opción de que uno pudiera quitar la tarjeta y guardarla o esconderla”, recuerda Juan Carlos, en un reportaje del programa Aquí y ahora. “Martín trató de hacerlo y lo vieron; el miedo que me dio fue que de pronto nos fueran a agredir por un hecho como ese”.


“Uno de ellos apagó la luz del cuartito, ya había anochecido, y en la oscuridad dos agentes se me acercaron, me inmovilizaron, me quitaron el celular que tenía en la bolsa derecha del pantalón y mi backpack”.


“Estaban muy agresivos”, coincide Martín en el mismo reportaje. “Las expresiones eran: ‘¡Quítales todo!’, uno gritaba, y el otro: ‘¡Te voy a quitar las tarjetas!’”

“Estaban realmente furiosos”, recuerda Claudia en un programa especial de Univisión. “No nos dejaban ir a ningún lado. Tomaron nuestros teléfonos. Tomaron todo. Fue un momento muy tenso para nosotros”. Claudia y María, las dos nacidas en Cuba, aseguran que había varios cubanos en el equipo de seguridad de Maduro. Hay acentos que no se pueden ocultar.

Mientras tanto, Daniel Coronell estaba desatando una verdadera tormenta digital de tuits. Daniel habló con el equipo digital de Univisión en Miami y rápidamente subieron la información en el portal de la cadena: “Un equipo de periodistas de Univisión Noticias, encabezado por @jorgeramosnews, se encuentra retenido en el Palacio de Miraflores desde la tarde de este lunes por órdenes de Nicolás Maduro”.

Y poco después salió otro tuit más: “#ÚLTIMAHORA: A Nicolás Maduro le disgustaron las preguntas de una entrevista y ordenó detener la grabación, decomisar los equipos y retener a los seis periodistas de @Univision en el Palacio Miraflores en Caracas #Venezuela”.

El mismo Daniel en su cuenta personal en Twitter (@DCoronell) explicó lo que estaba ocurriendo con mucho más detalle. “Agentes del @SEBINoficial siguen vigilando a los miembros del equipo periodístico de @Univision. Hacemos responsable a @NicolasMaduro de la seguridad de nuestros periodistas, que fueron arbitrariamente detenidos en Caracas”, escribió. Él sabía que era fundamental que nos liberaran lo antes posible. Si pasábamos la noche detenidos, cualquier cosa podría ocurrir. Los agentes del servicio de inteligencia del gobierno (SEBIN) eran particularmente brutales con sus detenidos. Yo había hecho bien mi tarea y sabía lo que nos esperaba si no nos liberaban rápidamente.

Estaba empezando a anochecer cuando uno de sus agentes, aparentemente de mayor rango por la deferencia hacia él de sus compañeros, se nos acercó a María y a mí. Nos pidió que nos sentáramos. Trató, por las buenas, de que le entregáramos los celulares y, una vez más, le dijimos que no. “¿Estamos detenidos?”, le pregunté y nos dijo que no. “¿Entonces nos podemos ir?”, insistí, y él solo volteó la cara y no dijo nada.

“Ustedes nos robaron la entrevista”, le dije, y él, para mi sorpresa, se ofendió. Replicó que ellos no eran unos ladrones y que solo estaban haciendo su trabajo. Intentó por varios minutos establecer una relación más cordial con nosotros y volvió a pedir los celulares y las claves. De nuevo, le dijimos que no. Se levantó y se fue.

A los pocos minutos entraron varios agentes más. Apenas cabíamos en la pequeña sala de seguridad a la entrada del Palacio. Uno de ellos apagó la luz del cuartito, ya había anochecido, y en la oscuridad dos agentes se me acercaron, me inmovilizaron, me quitaron el celular que tenía en la bolsa derecha del pantalón y mi backpack.

A María le ocurrió algo similar. Así lo recuerda: “Yo diría que había entre 15 o 16 hombres allá dentro y yo era la única mujer… Llaman a una mujer para que esa mujer me pueda chequear. Yo no tenía nada en ninguna parte mía personal. La señora me toca los senos, me mete las manos adentro de los pantalones. Yo estaba en una furia total. Te digo que miedo no fue lo que sentí; sentí furia”.

Ahí, en la oscuridad, uno de los agentes, con tono amenazante, nos volvió a pedir las claves de los celulares. María les dijo que el de ella ya estaba desbloqueado. Yo le pedí que me acercara el mío y, mientras él lo detenía, puso su celular detrás del mío. Le dije que lo quitara para que no pudiera grabar mi código secreto; lo hizo y luego pulsé mi clave sin que él la viera. Yo sabía que después de unos segundos sin actividad mi celular se volvería a bloquear. En mi celular yo no había grabado nada de la entrevista. Pero ellos no lo sabían. Lo que más me preocupaba es que tuvieran acceso a todos mis contactos y a las claves secretas de documentos personales.

Efectivamente, tal y como lo suponía, mi celular se volvió a bloquear luego de un tiempo sin actividad. El agente me volvió a pedir la clave y ya no se la quise dar. No insistió. Igual, se llevó los celulares de ahí.

DE CARA AL PODER: Jorge Ramos es reconocido por la fuerza con que ha hecho frente a los mandatarios de diferentes orillas políticas. Así como recordamos este incidente con Nicolás Maduro, también están presentes sus choques con Donald Trump y Álvaro Uribe.
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Por fin, después de una hora de detención, nos dejaron salir del cuartito de seguridad. Frente a nosotros pasó, aún dentro de Palacio, un autobús pequeño y nos ordenaron que nos subiéramos a él. Dentro ya estaban nuestros compañeros de Univisión. María y yo nos negamos a subirnos. Lo peor que nos podría pasar era que nos llevaran a un centro de detención o a una cárcel clandestina y que ya luego nadie supiera nada de nosotros por días. No eran elucubraciones abstractas. En mi investigación antes de la entrevista, y basado en reportes de organizaciones de derechos humanos, detenidos hablaban de esa forma de operar de los agentes del SEBIN.

Temíamos, por supuesto, que nos subieran por la fuerza al camión. Pero insistimos en que nos dejaran regresar al hotel en nuestra propia camioneta. Nos dijeron que no. Querían que nos subiéramos al autobús. Ya.

Uno de los agentes regresó y nos dijo que habían revisado nuestras tarjetas de video y que había unas imágenes preocupantes. Aparentemente uno de nuestros camarógrafos había filmado el estacionamiento del Palacio de Miraflores mientras esperábamos entrar a la entrevista y parte de una conversación que habíamos tenido con el ministro Jorge Rodríguez en la sala de prensa. Los buenos camarógrafos (y me ha tocado trabajar con los mejores) graban todo, todo el tiempo. Y esta vez no era la excepción. Pero seguramente querían usar esa excusa para acusarnos de espionaje o de cualquier otra cosa. Estábamos en sus manos.

Y ahí, mientras discutíamos, me encontré con uno de los agentes que parecían estar a cargo de nuestra detención, y le dije: “Revisa Twitter. Todo el mundo se va a enterar de lo que nos están haciendo”. Se fue sin decir una palabra. Y unos 20 metros más adelante sacó su celular y se detuvo. Luego siguió caminando y lo perdí de vista.

La noticia ya se había esparcido a los más altos niveles del gobierno de Estados Unidos. Kimberly Breier, entonces subsecretaria de Estado para Asuntos del Hemisferio Occidental, publicó un tuit que decía: “El Departamento de Estado ha recibido información que @jorgeramosnews y su equipo están retenidos contra su voluntad en el Palacio de Miraflores por Nicolás Maduro. Insistimos en su inmediata liberación; el mundo está viendo”.

No sé con quién habló el agente venezolano encargado de custodiarnos, pero cuando regresó dio la orden de que dejaran bajar del camión a mis compañeros y que nos permitieran a todos regresar en nuestra camioneta al hotel. No teníamos la entrevista, ni las cámaras ni los celulares. Pero estábamos libres. O por lo menos eso creíamos.

“Estaba furiosa”, recuerda María. “Yo quería irme con los equipos. Robaron el trabajo de Jorge. Robaron el trabajo de los camarógrafos. Yo no me quería ir sin eso”.

Habían transcurrido alrededor de dos horas desde el momento en que nos detuvieron. La tormenta de tuits que lanzó Daniel Coronell desde Miami había funcionado. Siempre se lo voy a agradecer. Él sabía lo importante que eran las primeras horas y que no nos llevaran detenidos a una cárcel. De ahí nunca saldríamos bien.

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