Los ganadores de la jornada del 29 de mayo fueron los representantes de la fuerza progresista de izquierda encabezada por Gustavo Petro y Francia Márquez, que sumaron 8’526.466 votos, alcanzando el 40,32%, un resultado histórico para un movimiento alternativo. Sin embargo, el resultado no le alcanzó a Petro, quien ahora se disputará la presidencia en una segunda vuelta con un contrincante inesperado: Rodolfo Hernández, de 77 años, que obtuvo un 28,15%, equivalente a 5’952.783 de votos.
La sorpresa de Hernández no es del todo imprevista, pues las últimas encuestas mostraron un repunte de un candidato que se consideraba marginal hace un par de meses. Ahora, que ocupó el segundo lugar y, sobre todo, que superó a Federico Gutiérrez, el candidato oficial del establecimiento y del expresidente Álvaro Uribe, el escenario político cambia radicalmente. O al menos así se han querido presentar estos resultados.
Por ahora los grandes medios de comunicación han prestado sus micrófonos a un montón de figuras que muestran a Rodolfo Hernández como un representante autónomo del centro, buscando confundir a la opinión pública. Pero este candidato está lejos de ser independiente, para ponerlo en duda basta con una mirada a las reacciones entusiastas de la derecha y a las propias palabras del candidato.
Colombia ha sido gobernada por la misma fuerza política en los últimos veinte años desde la primera presidencia de Uribe, en 2002. El expresidente, de orientación política de extrema derecha, basó su gobierno en la lucha contra las guerrillas bajo una estrategia del enemigo interno que justificó los medios con tal de llegar a este fin. La dolorosa cifra de 6.402 civiles asesinados por las fuerzas militares, haciéndolos pasar como guerrilleros muertos en combate, son su más cruel muestra.
Federico Gutiérrez jugó a desmarcarse de ese apoyo mientras recibía el respaldo de las fuerzas políticas del partido de gobierno, heredero de Uribe, con Iván Duque como presidente actual. La aplastante imagen negativa de Duque es quizás la mejor explicación para que haya quedado en un tercer lugar que nadie esperaba. Su votación fue de 5’057.450 de votos, un 23,91%.
Los casi cinco puntos de diferencia entre Rodolfo Hernández y Federico Gutiérrez no parecen tantos, pero fueron los suficientes para poner a Hernández a competir por la presidencia cuando pocos lo veían venir.
La corta historia política del exalcalde de Bucaramanga, una ciudad mediana de Colombia, le ha hecho parecer alguien ajeno a la política tradicional tan desgastada en la opinión de los electores. Pero Hernández dista mucho de ser una fuerza alternativa, y más bien representa a un empresariado regional de derecha, bastante afín con el establecimiento. Su carta de presentación es la de ser un político de centro, pero su pasado político lo relaciona inevitablemente con el apoyo del mismo Álvaro Uribe, que apoyó su gestión como alcalde.
El gran lema de Rodolfo Hernández, y al parecer el único, es el de la anticorrupción, un mal que siempre ha aquejado a Colombia, y el actual gobierno de Duque ha hecho grandes méritos para ser repudiado por escándalos descomunales. Lamentablemente, el discurso no corresponde con la trayectoria de Hernández, quien actualmente afronta un proceso en su contra por su presunta responsabilidad en la adjudicación ilegal de un contrato de manejo de basuras durante su periodo como alcalde. El juicio será el próximo 21 de julio, un antecedente no solo preocupante en caso de llegar a la presidencia, sino paradójico para alguien que ha hecho de su bandera la lucha contra la corrupción.
Pero su posición éticamente ambigua frente a la corrupción no es el único punto problemático de este candidato populista de derecha. Rodolfo Hernández no asistió a ninguno de los debates recientes, ha hecho infortunadas declaraciones machistas, xenófobas y apologéticas del nazismo (manifestó su admiración por Adolf Hitler) y se hizo famoso en el país por golpear a un político de su ciudad cuando acusó de corrupción a su hijo.
La verdad es que es muy fácil echar por tierra la idea de que este candidato es un hombre de centro. Basta con revisar su historial de barbaridades, un prontuario ampliamente repasado en las últimas semanas, cuando las encuestas mostraban su amenazante crecimiento.
Un hombre de centro nunca diría esto: “Y se vinieron todos los limosneros de Venezuela para acá, y la prostitución y los desocupados […] Entonces ¿cómo hacemos acá en Bucaramanga? No los podemos matar ni echarles plomo, toca recibirlos”. Eso dijo en 2017, cuando era alcalde de esa ciudad. Añadió, en su torpe e indolente locuacidad, que las venezolanas migrantes son “una fábrica para hacer chinitos (niños) pobres”.
Alguien con medio gramo de conciencia, respeto o empatía, tampoco pensaría lo que dijo Hernández hace unas semanas, en plena campaña: “Es bueno que ella haga los comentarios y apoye desde la casa. La mujer, metida en el gobierno, a la gente no le gusta porque ven que es invasiva, que ella no fue la que eligieron; eligieron fue al marido”. Días después de la primera vuelta insistió en que lo ideal es que las mujeres se queden en la casa, dedicadas a la crianza.
En las redes circulan audios en los que dice cosas como: “Financio los edificitos que hago, y yo cojo las hipotecas, que esa es la vaca de leche. Imagínese, 15 años un hombrecito pagándome intereses, eso es una delicia”. También es célebre otro audio en el que muestra la forma en que trata a quien parece ser cliente de su constructora: “Grabe todo lo que le dé la puta gana, no me encarama usted a mí con esa maricada […] Es un hijueputa usted, vaya coma mierda, malparido. Nos vamos a ver como hombres, hijueputa […] Me hago desgüevar, hijueputa, si usted sigue jodiéndome, hijueputa, le pego su tiro, malparido”.
Hernández no es solo violento, machista, xenófobo, retrógrado e inexperto en tareas de gobierno, también es un demagogo de marca mayor, cuya torpeza ha pasado inadvertida para millones de votantes. Hace poco, el autoproclamado ‘Rey del TikTok’ dijo que, “Toda familia colombiana debe tener derecho a conocer el mar, al menos una vez en su vida. En mi gobierno trabajaré para que ese derecho se haga realidad”. Brillante. El Trump colombiano propone llevar a la gente a aguantar hambre y pasar hojas de vida a orillas del Caribe.
El escenario más probable de los próximos días será la adhesión de los partidos de derecha a la campaña de Hernández. Incluso el mismo Federico Gutiérrez, el gran perdedor de la jornada, ya le declaró su apoyo, así como otros políticos del partido de gobierno. La expectativa estará en la forma en que el candidato responda a estas adhesiones, si su plan sigue enfocado en mostrarse como un político en contra del continuismo. Además, la suma de ambas votaciones es la poco despreciable cifra de 11 millones de votos, todo un reto por superar por parte de Gustavo Petro. Pero también es un asunto complicado para el mismo Hernández, pues tendrá que establecer alianzas políticas para acceder a esos votos y para gobernar en un Congreso donde no tiene ninguna representación oficial. Los clanes políticos no se quedarán quietos ante la posibilidad de mantener sus privilegios regionales con un candidato afín a su ideología como Hernández.
La segunda vuelta estará marcada entre Petro, un candidato experimentado y con una propuesta de país elaborada y construida meticulosamente, y Hernández, alguien más parecido a un fenómeno electoral, sin programa y sin un proyecto de país claro más allá del rechazo a la corrupción y una campaña exitosa en Tik Tok.
Colombia vivirá días muy intensos hasta decidir a quién quiere como futuro presidente. Aunque el panorama sea muy sombrío, aún hay esperanza, la abstención es casi del 50%, y el país está agotado en medio de una crisis económica aguda y un conflicto armado en nuevo ascenso tras el incumplimiento en la implementación del Acuerdo de Paz.
Las ganas de cambio se oyen a gritos, pero el miedo infundado a un gobierno alternativo tiene a una gran parte del país considerando una propuesta inexperimentada, populistas y al borde de un retroceso en derechos muy preocupante.