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El planeta del hambre

Putin y algunos empresarios avaros están llevando a 20 millones de personas al borde de la inanición. Si no hacemos grandes cambios ya, nos enfrentaremos a una crisis alimentaria mundial

Por  JEFF GOODELL

agosto 8, 2022

ALIMENTAR AL MUNDO: Los Estados Unidos podrían ponerle fin a la hambruna mundial y convertirse en la Arabia Saudita de la comida, si cambiaran sus políticas agrícolas.

ILUSTRACIÓN POR ALIAS CE

Sin la comida suficiente, solo queda hambre, caos y violencia. El presidente ruso Vladimir Putin no solo sabe esto mejor que cualquiera, sino que lo convirtió en un arma. Con la invasión de Rusia a Ucrania, se interrumpió deliberadamente el suministro de trigo del país, desencadenando una crisis alimentaria mundial. Ucrania es el sexto mayor exportador de trigo del mundo y al bloquear los puertos ucranianos, volar sus vías ferroviarias, robar granos y matar granjeros, Putin ha retirado del mercado alrededor de 20 millones de toneladas de trigo. La producción de trigo mundial ronda las 850 millones de toneladas, por lo que no fue suficiente para causar una hambruna mundial, pero sí para que el precio subiera más del 60 % solo este año. En los Estados Unidos, donde el ciudadano promedio gasta menos del 10 % de sus ingresos en comida, esto será casi imperceptible. Pero para la gente en los países en desarrollo, que gasta más del 40 % de sus ingresos en lo mismo, podría significar la diferencia entre comer o pasar hambre. Los elevados precios ya han tenido un impacto devastador en las naciones más pobres, dejando a 20 millones de personas en inanición solo en África subsahariana, y provocando disturbios en Sri Lanka.

Sin embargo, esta crisis es superficial en un sentido, gracias a que no hay ninguna escasez real de alimentos en el mundo. Incluso sin el trigo ucraniano, todavía queda mucho grano para todos, el problema es cuánto cuesta y cómo se distribuye, y Putin no es el único que se está aprovechando de la situación. Los comerciantes de materia prima ganan dinero con las oscilaciones descontroladas de los precios, los transportistas ganan con la gente desesperada por granos, los fabricantes de fertilizantes ganan porque los agricultores necesitan aumentar la producción al máximo, y los políticos fascistas están felices de aumentar los precios de la comida como prueba del fracaso de la democracia.

Detrás del pánico por la comida se vislumbra una crisis mucho más grande y preocupante. “La guerra en Ucrania ha demostrado cuán frágil es el sistema alimentario”, dice Thomas Jonas, director ejecutivo y cofundador de Nature’s Fynd, una empresa que utiliza hongos para fabricar sustitutos de carne y lácteos. En resumen, la manera en que cultivamos y distribuimos la comida está jodida. Se pierde más del 40 % de la comida que se cultiva en Estados Unidos; la mayoría se deja pudrir y el resto es desechado por comensales quisquillosos a los que no les gustó la salsa de la pasta. En Estados Unidos se usan cientos de millones de toneladas de maíz y soja para producir gasolina para carros y camiones que consumen mucho combustible. Sacrificamos animales en crueles granjas industriales que se convierten en criaderos de patógenos y bacterias. La escorrentía de fertilizantes obstruye los ríos y lagos, llenándolos de nutrientes que producen la proliferación de algas y “zonas muertas” acuáticas. Al occidente de EE. UU., los acuíferos se están drenando para regar cultivos que requieren mucha agua, como el arroz y las almendras. Al norte de India –una de las principales regiones productoras de alimentos del país– se está extrayendo agua del suelo con tal rapidez, que el nivel freático desciende aproximadamente un metro al año.

Y eso no es lo peor. Para empezar, se estima que la población mundial aumentará de 7,9 mil millones a casi 10 mil millones para el final del siglo. Para alcanzar la demanda prevista hacia mitad de siglo, la producción agrícola mundial tendría que aumentar más del 50 %. ¿Cómo se puede lograr? El Instituto de Recursos Mundiales examinó a detalle cómo van las cosas y estimó que sería necesario talar más de mil millones de hectáreas de bosques, sabanas y humedales para nuevas tierras de cultivo, un área de casi el doble de la India.

Entre tanto, la productividad de los alimentos ya está en declive por el aumento de temperaturas y climas más extremos. Un estudio reciente dirigido por la Universidad de Columbia descubrió que la producción de cultivos actuales es un 21 % más baja de lo que hubiera sido sin el cambio climático. Otro estudio de Nature Food prevé que un declive alarmante de cultivos básicos como el del maíz y el arroz –que junto con el trigo proporcionan la mitad de las calorías de origen vegetal– puede empezar en el 2040. Como Donald Ort, profesor de Biología Vegetal en la Universidad de Illinois, me lo explicó: “El cambio global que representa la mayor amenaza para nuestra producción alimentaria son las altas temperaturas”.

En ese sentido, Putin representa un mayor peligro para el mundo que un aumento inmediato en el precio del trigo. El imperio de Putin está financiado por las vastas reservas de petróleo y gas de Rusia, las principales razones por las que el planeta se está calentando tan rápido. Y un mundo más caliente, es un mundo con más hambre. “Putin es un agente del caos”, afirma Ruth Ben-Ghiat, autora de Strongmen: From Mussolini to the Present. Y nada refleja el caos mejor que millones de personas hambrientas en un planeta que se calienta rápidamente.

Y la tragedia es que no tiene que ser así. Estados Unidos es la Arabia Saudita de la comida, podría erradicar el hambre mundial en seis meses, si así lo quisiera. Pero su sistema alimentario no está diseñado para el bien mayor, está diseñado para el beneficio de aquellos que controlan el suministro de la comida. O, como el director de Oxfam en Somalia, Senait Gebregziabher, una vez lo dijo: “Las hambrunas no son fenómenos naturales, son fracasos políticos catastróficos”.

Ucrania tiene de los suelos más ricos del mundo, es sustrato aireado y oscuro, lleno de gusanos y bacterias que hacen felices a los cultivos. Allí los granjeros han cultivado trigo durante siglos, y lo han exportado al mundo por los puertos del Mar Negro. Esto hace que la región haya sido codiciada durante mucho tiempo por los líderes rusos. En 1768, la zarina rusa Catalina II envió más de 100 mil soldados a lo que ahora es Ucrania. Su objetivo: capturar la región y usar el control del trigo para dominar Europa. “Odessa se convirtió en una próspera ciudad exportadora de cereales, e hizo ricos a los zares que siguieron a Catalina y su nobleza terrateniente”, según el historiador Scott Reynolds Nelson en Oceans of Grain, un nuevo libro sobre cómo el comercio del trigo le dio forma al mundo.

Después del colapso de la Unión Soviética, Ucrania se convirtió en un estado independiente y la exportación de granos se disparó. Para 2021, el país representaba el 9 % del comercio mundial de trigo. Gran parte de esos granos van para los países en desarrollo como Eritrea, que obtiene casi la mitad de sus importaciones de trigo de Ucrania, y el Líbano, que obtiene el 70 %. El trigo que no traen de Ucrania, lo obtienen de Rusia, que se ha convertido en el mayor exportador de trigo del mundo.

Lo único que Putin aprendió de la larga lucha de Rusia por el dominio de los campos de trigo de Ucrania es que quien los controla, controla la estabilidad de Europa, además de gran parte del mundo occidental. Esto era cierto en el siglo XVIII, y lo sigue siendo hoy en día. La mercantilización del suministro mundial de alimentos por parte del zar y la creciente dependencia de los alimentos procesados significan que la demanda de trigo ha ido en constante aumento; pan, fideos, pasta, galletas, todos necesitan de las cualidades únicas de gluten del trigo. El trigo es el combustible de la comida rápida de nuestro planeta.

Cuando comenzó la invasión de Rusia, los campos de trigo ucranianos fueron uno de los principales objetivos de Putin. Las tropas rusas ocuparon granjas, destruyeron maquinaria y bloquearon los puertos desde los cuales se enviaba el grano. Putin y sus cómplices en ningún momento escondieron sus intenciones; Dmitry Medvedev, el subdirector del Consejo de Seguridad de Rusia, dijo en abril por Telegram que la comida es el arma “silenciosa, pero peligrosa” del Kremlin. “No entregaremos nuestros productos, ni suministros agrícolas a nuestros adversarios”, añadió. En otras palabras: pueden unirse a nosotros o morir de hambre.

AGENTE DEL CAOS: La guerra de Putin en Ucrania ha afectado el suministro de cereales, provocando escasez desde el Líbano hasta Sri Lanka. El uso de la migración masiva y la amenaza de una crisis alimentaria global es un recurso premeditado de la estrategia rusa.
MIKHAIL METZEL/KREMLIN POOL PHOTO/AP IMAGES

Los granjeros ucranianos no se han rendido. Mientras las balas vuelan a su alrededor, muchos siguen trabajando con chalecos antibalas, arando alrededor de los cráteres que dejan las bombas, y luchando para plantar las semillas. Pero para Putin, los bloqueos y las interrupciones en las exportaciones ya tuvieron el efecto deseado: provocó aumentos en los precios de los países en desarrollo que dependen del trigo ucraniano y generó un miedo mayor por una crisis alimentaria mundial. El Secretario General de la ONU, António Guterres, dijo que la escasez relacionada con Ucrania contribuiría “a que decenas de millones de personas se queden al borde de la inseguridad alimentaria”. Todo podría terminar en “desnutrición y hambruna masiva en una crisis que podría durar años”.

Los altos precios de la comida y la inflación ya han generado disturbios y protestas en Indonesia, Paquistán, Perú y el Líbano. En Sri Lanka, la escasez de alimentos, junto con el alza de precios, los apagones y la escasez de gasolina, provocó revueltas en las calles, pidiendo por un cambio político. En Irán han surgido violentas protestas después de que el Gobierno aumentara los precios del pan, el aceite de cocina y los lácteos, y la situación de los iraníes empeora con las duras sanciones de los Estados Unidos y un régimen clerical tiránico y corrupto. Si la calidad de vida continúa disminuyendo, podría haber un estallido similar al levantamiento abortado de 2017 – 2018.

Para Putin todas estas son buenas noticias, el caos y la hambruna le dan una ventaja sobre líderes menos corruptos que no toleran la idea de dejar morir niños de hambre por ganancia política. Como Ruediger von Fritsch, exembajador de Alemania en Moscú, le dijo al periódico Der Tagesspiegel: “Putin espera que la interrupción del suministro de granos nos lleve a una crisis migratoria con personas hambrientas huyendo a Europa. Esto desestabilizará a la UE y los presionará a suavizar las sanciones contra Rusia”.

Tampoco ayuda que el sistema alimentario sea propicio para una alteración del orden al estilo de Putin. Por ejemplo, los comerciantes de productos básicos llevaron a los disturbios de la Primavera Árabe en 2010 y 2011 al subir los precios de la comida. El trigo, el maíz, el arroz y otros alimentos básicos son vendidos como materia prima en el mercado global, al igual que el petróleo o la gasolina. Y mientras que los grandes productores y consumidores tienen contratos a largo plazo para comprar y vender tales productos básicos, los comerciantes son más activos en los mercados al contado, y por eso son capaces de generar picos de precio en poco tiempo.

En el libro The World for Sale: Money, Power and the Traders Who Barter the Earth’s Resources los autores Javier Blas y Jack Farchy sugieren que en 2010, Glencore, una compañía de comercialización de materias primas, utilizó la información que tenía para aumentar el miedo de una escasez de cereales e incitar a los rusos a imponer una prohibición de exportación de trigo. Los rusos accedieron y el precio del trigo se disparó; sin embargo, lo que Glencore no reveló es que la compañía había comprado futuras cosechas de maíz y trigo, colocándose en una posición beneficiosa del aumento de los precios que había ayudado a manipular. “Entre junio de 2010 y febrero de 2011, el precio del trigo aumentó más del doble”, escribieron Blas y Farchy. “Glencore estaba perfectamente posicionada para beneficiarse de la crisis que había ayudado a generar. La división comercial agrícola de la empresa reportó ganancias de hasta 659 millones de dólares en 2010, el mejor año que haya tenido y muy por encima de las ganancias de los comerciantes de petróleo y carbón de Glencore combinados”.

Una cosa es ganar dinero extra en negocios turbios de materias primas, pero esto tuvo grandes repercusiones. El aumento del precio de los alimentos en 2010 y 2011 causó disturbios que sacaron del poder a dictadores en Túnez, Egipto y Yemen, además de que un movimiento de protesta sirio se convirtió en uno de los conflictos más largos y sangrientos en la historia de la región. Es posible que ese mismo aumento no haya sido la causa de todo ese caos, pero como bien sabe Putin, sí contribuyó en gran medida.

En el altiplano de Montana, el trigo verde que crece en el invierno en los campos resecos, parece hileras de dinero. Aquí, el pánico por la comida se parece mucho a la fiebre del oro; es una tragedia mundial, sí, pero si tienes trigo brotando de la tierra, hay dinero por ganar. En lugares como Big Sandy, al pie de las montañas Bears Paw, donde el trigo de Montana crece más, los campos verdes de trigo en el invierno todavía están a pocas semanas de la cosecha. Y mientras tanto, ya se comenzó la siembra del trigo de primavera; adondequiera que vayas, verás tractores cruzando los campos.

Hace unos domingos, uno de los tractores era manejado por el senador de Montana, Jon Tester, uno de los únicos agricultores en el Congreso. Su familia ha trabajado en los altiplanos por 110 años en las 728 hectáreas que abarca su granja, algo pequeña para Montana. Principalmente él es quien la trabaja, con la ayuda de su esposa, Sharla, y su hijo, Shon. Casi todos los jueves a la noche, vuela desde Washington, D.C. a Montana para trabajar en los campos durante el fin de semana, y el lunes a primera hora vuela de regreso a la capital.

Hacia el mediodía, Tester detiene su tractor y nos sentamos en medio de uno de los cultivos para hablar de lo que significa ser un agricultor de trigo en medio de un pánico colectivo alimentario. Es un hombre de aspecto tosco, con el pelo corto y le faltan tres dedos de la mano izquierda, por un accidente que tuvo con una picadora de carne cuando era niño. Lleva una camisa gris vieja que dice “Hellgate” y botas de cuero desgastadas.

El elevado costo del trigo es bueno, según Tester, pero el precio de la gasolina y de las herramientas aumenta rápido también, entonces no se siente precisamente como una fiebre del oro. “A corto plazo es genial”, explica, “pero a largo, es malo. A largo plazo, los precios del trigo disminuyen y los de la maquinaria se mantienen igual”. Dice que Putin es “un completo payaso” y le preocupa que el hambre provoque caos político, lo que jugaría a favor del presidente ruso. “Nunca es bueno cuando la gente tiene hambre”, afirma, quedándose corto.

Pero lo que más le preocupa es la lluvia. Según Tester, el año pasado fue el peor que su familia ha visto desde la década de 1940, gracias a la sequía, las extrañas granizadas y una plaga de grillos que se comió todo. Al senador le preocupa que este año sea igual, la región vuelve a atravesar una extrema sequía, y de hecho hay más. Le preocupa que algo haya cambiado radicalmente en el clima de Montana y que los días del cultivo de alimentos en ese desierto de los altiplanos estén llegando a su fin. En ese sentido, la crisis alimentaria mundial solo es el comienzo de más problemas que vendrán. “Los campos de trigo de Montana pueden alimentar al mundo”, dice viendo a un par de antílopes pastando el trigo a lo lejos. “Pero para eso necesitamos lluvia”.

La mejor prueba de cuán jodido está nuestro sistema alimentario está en el tanque de gasolina de tu carro. Aproximadamente el 10 % de esa gasolina es etanol destilado del maíz que se mezcla con gasolina de las refinerías, bajo la creencia de que es más limpio que el gas y le ayuda a Estados Unidos a reducir su dependencia del petróleo importado del Medio Oriente. La realidad es que convertir el maíz en gasolina es una de las estafas políticas más grandes de nuestros tiempos, una que todos los presidentes estadounidenses de los últimos 30 años han apoyado (la mayoría ha recibido dinero de las empresas de etanol), y eso demuestra que la ira de los votantes por los altos precios de la gasolina es mucho más aterradora para los políticos estadounidenses que el sufrimiento silencioso de aquellos que no pueden alimentar a sus hijos.

Aquí está el problema: convertir maíz en combustible es un uso sumamente ineficiente de la tierra que podría dedicarse a otros fines, como cultivar alimentos para las personas hambrientas. De hecho, EE. UU. y Europa podrían reemplazar de inmediato las importaciones perdidas de granos de Ucrania al reducir su producción de biocombustibles a la mitad. En Estados Unidos, más de millón y medio de hectáreas –un área más grande que Illinois– está destinadas a cultivar maíz para llenar los tanques de los carros. Al comparar, las plantaciones de granos y vegetales ocupan aproximadamente el doble de esa cantidad de tierras agrícolas; se podría alimentar a 150 millones de personas de la tierra que Estados Unidos dedica a la producción de etanol de maíz. “No tiene ningún sentido”, afirma Tester. “Los libros de historia probablemente no hablarán bien de nosotros por mezclar comida con aceite”.

El presidente Jimmy Carter fue el primero en promover el uso del etanol como solución a la crisis energética de los 70. Más tarde se oficializó en la ley de política energética de 2005, que a su vez le dio paso al programa de Estándares de Combustibles Renovables que ahora ordena que se mezclen 15 mil millones de galones de etanol con la gasolina anual. Esta primavera, los precios del combustible se dispararon, y el presidente Biden volvió a recurrir al etanol, aumentando el límite permitido del 10 al 15 %, en un intento desesperado por demostrar que estaba haciendo algo al respecto, sin hacer nada que pudiera molestar a los conductores de vehículos que consumen mucha gasolina.

La loca estafa del maíz y el etanol ha sido obvia durante mucho tiempo, y aunque el poder político del grupo de presión es en gran parte responsable, han sido ayudados e instigados por capitalistas de riesgo y empresarios que están dispuestos a vender la mentira de que cultivar combustible en tierras agrícolas es una idea revolucionaria. “El etanol de maíz es solo una plataforma, el primer paso de la transición de una economía basada en hidrocarburos a una economía basada en carbohidratos”, me dijo Vinod Khosla, capitalista de riesgo de Silicon Valley, hace 15 años en su oficina en las colinas de Palo Alto.

Según Khosla, la próxima generación de las plantas de etanol de maíz será mucho más eficiente y respetuosa con el medio ambiente. Habló también de una empresa llamada E3 BioFuels que acababa de abrir una planta de etanol en Mead, Nebraska. La instalación funcionaba a base de biogás, hecho con estiércol de vacas, que a su vez eran alimentadas con el grano sobrante, lo que lo convertía en un “sistema de circuito cerrado”, que requiere muy pocos combustibles fósiles para crear etanol.

HAMBRUNA GENERALIZADA: La escasez de cereales en África se debe en parte al calor extremo provocado por la crisis climática.
BRIAN INGANGA/AP IMAGES

La aventura se terminó antes de siquiera empezar; la empresa nunca se recuperó de una explosión al comienzo de su funcionamiento. E3 BioFuels se declaró en bancarrota apenas unos meses después de que conversara con Khosla. Una empresa llamada AltEn reabrió la planta en 2015, esta vez usando semillas de maíz para producir el compuesto químico. Pero resulta que todas las semillas usadas en la agricultura industrial en los Estados Unidos están cubiertas de pesticidas que contaminan el aire y el agua de la región. La planta cerró en 2021, pero dejó una pesadilla tóxica para los residentes. Las abejas se están muriendo, la gente se está enfermando y los residentes de Mead están atrapados en una batalla de proporciones épicas para solucionar el problema. “No hubo justicia”, le dijo un ciudadano a la revista Grist. “Simplemente se salieron con la suya”. (La compañía no respondió a solicitudes de comentarios).

En Europa, los mandatos renovables han tenido impactos aún más graves. Durante años, los productores de combustibles han recibido créditos especiales por biocombustibles, incluido el aceite de palma importado. Las consecuencias han sido tanto predecibles como devastadoras: en Indonesia y Malasia, millones de hectáreas de selvas tropicales han sido taladas y convertidas en plantaciones de aceite de palma. Ahora, la Unión Europea está buscando implementar nuevas leyes que pretenden continuar esta tendencia, prometiendo casi el 20 % de las tierras agrícolas del país para el cultivo de combustibles. Es probable que esto lleve a más deforestación, mayores emisiones de carbono y precios más elevados. Como el autor Michael Grunwald dice: “Lo único que los biocombustibles hacen bien, es llevarles dinero extra a los agricultores”.

De hecho, el dinero es la verdadera cosecha para la mayoría de los granjeros en los países de tercer mundo. “La agricultura no es como la presentan en Las uvas de la ira”, dice Vince Smith, economista agrícola de la Universidad Estatal de Montana. “Los granjeros de Montana generalmente administran entre siete u ocho millones de activos en sus granjas”. Las grandes granjas traen un gran lobby que promueve los subsidios para los cultivos de maíz, trigo y soja a gran escala.

En 88 países, los gobiernos entregan 540 mil millones anuales como ayudas para la agricultura. Smith explica que en los EE. UU. los subsidios se distribuyen por hectáreas; entre más grande la granja, más ayuda obtendrá. Según el economista, el 50 % de los subsidios termina en el 10 % de las granjas más grandes, y el 20 % termina en el uno por ciento. “Si tienes una granja pequeña en Mississippi, y es administrada por afroestadounidenses, te darán muy poco”.

El riesgo que el aumento del calor representa para la seguridad alimentaria comienza en la física y biología básica. Al igual que los humanos, las plantas viven en su propia zona de habitabilidad y responden al clima de la misma manera que nosotros, solo que ellos no tienen aire acondicionado en caso de que haga calor. Sí, las plantas se pueden mover a climas más adecuados con el tiempo, especialmente las que se regeneran con semillas que se mueven con el viento o son dispersadas por pájaros. Con el tiempo suficiente, bosques enteros pueden migrar a climas más fríos, pero las plantas individuales, al echar raíces, se quedan ahí. Si hace demasiado calor, están en problemas.

El calor acelera el metabolismo de las plantas, así como en los humanos, aumenta su ritmo cardiaco y eso hace que todos los procesos se aceleren, incluyendo la necesidad de agua. Las plantas están compuestas de un 80 a un 95 % de agua (en contraste, los humanos somos de un 55 a un 60 % agua). El agua es fundamental para todas las funciones básicas, incluyendo la fotosíntesis; algunas plantas son más eficientes que otras al funcionar con una cantidad limitada de agua, pero la relación calor-agua es la misma: entre más calor hace, más agua necesitan. “Las plantas son bombas de agua”, me dice un biólogo.

Cuando hace calor, hacen más o menos lo mismo que nosotros: sudan (en plantas se llama evapotranspiración). En vez de glándulas sudoríparas, tienen pequeñas aberturas en la parte inferior de sus hojas que liberan vapor, similares a los poros de la piel humana. Por ejemplo, una planta de interior madura puede transpirar su peso en agua todos los días; si un humano sudara así, tendríamos que tomar 75 litros de agua a diario). E incluso pequeños cambios en la temperatura pueden impactar grandemente la transpiración. “Para darse una idea de cuán importante es la temperatura, si pasas de 25 a 35 grados centígrados, duplicas la cantidad de agua necesaria para mantener un determinado nivel de crecimiento”, comenta David Lobell, ecologista agrícola de la Universidad de Stanford. Por lo rápido que crece, el maíz es un asunto de otro nivel. Tan solo cuatro mil metros cuadrados de maíz en Iowa pueden sudar alrededor de 15 mil litros por día, suficiente para llenar una piscina en menos de cuatro días.

El calor también impacta a las plantas de otras formas. Altera sus tiempos de florecimiento, lo que causa que no estén en sincronía con los polinizadores. Hace que sean más vulnerables a males como el Aspergillus flavus, un hongo que produce un veneno capaz de matarte de un solo bocado. Las plantas de arroz absorben el arsénico del suelo, haciéndolo tóxico. Y también amplifica el ciclo de vida de las plagas que atacan a muchas plantas; las orugas, en vez de madurar en 28 días, pueden hacerlo en 21, y una madurez más rápida significa más generaciones de plagas en una temporada, aumentando el daño potencial.

Las soluciones para crear cultivos más tolerantes al calor no son tan simples como parecen, después de todo, los científicos ahora tienen herramientas que les permiten cortar y pegar ADN tan fácilmente como yo lo hago con las palabras en esta página. Se podría pensar que si podemos poner un gen de un pez en un tomate para evitar que se congele, entonces alguien podría ponerle un gen de un cactus al maíz para permitir que resista el calor extremo. Pero la resistencia al calor no es un rasgo como el color de los ojos o de los pétalos de una flor. 

“Entender cómo el calor afecta a las plantas es como tratar de entender cómo el cuerpo responde al Covid”, me dice Meng Chen, profesor de Biología Vegetal en la Universidad de California, Riverside, que está trabajando en descubrir cómo las plantas perciben y responden a las fluctuaciones de temperatura. “Saber eso significa comprender todo sobre cómo una planta vive y crece, porque la temperatura afecta todos los aspectos de su vida”.

Alexis Racelis, una profesora de Agroecología en la Universidad de Texas se muestra escéptica sobre las plantas manipuladas genéticamente por una razón diferente: incluso si se pueden resolver los problemas relacionados a la temperatura, las semillas de los cultivos modificados estarían ocultas bajo llave por las grandes empresas de semillas, fomentando el control corporativo de los agricultores y nuestro suministro de alimentos. “Incluso si las compañías semilleras presentan una idea innovadora, no ayudará a las personas en los países en vías de desarrollo en donde se están muriendo de hambre”, me dice Racelis.

Otros investigadores están estudiando la diversidad genética adquirida a lo largo de miles de años de domesticación. El maíz, por ejemplo, evolucionó en un lugar cálido al suroeste de México, de seguro hay algún gen que hace que ciertas clases de maíz sean más resistentes al calor que otras, pero, ¿cómo encontrarlo? “Podemos encontrar el gen de rasgos simples, pero con algo complejo como la cosecha o la tolerancia al calor, simplemente no se puede”, afirma Seth Murray, fitomejorador y genetista de la Universidad de Texas A&M.

“Hay muchos genes diferentes en el genoma, y todos están en constante interacción. Tendríamos que cultivar más plantas de maíz que estrellas en el cielo, y estudiarlas todas para descubrir la función de todos los genes en el genoma”. En cambio, Murray busca rasgos como la tolerancia al calor plantando aproximadamente 7000 variaciones genéticas de maíz y usa drones para monitorearlas y ver qué variedades crecen mejor. Es una manera de explorar la diversidad genética que está oculta en varias cepas sin tener que mapear todo el ADN.

Otra solución para cultivar alimentos en un planeta que se calienta, es irnos bajo techo. Hace unos años, conocí a un tipo llamado Jonathan Webb en una conferencia tecnológica en Idaho. Soñaba con construir una granja enorme y bajo techo de alta tecnología en Kentucky para convertir la ciudad en la capital de tecnología agrícola de Estados Unidos. Su sueño generaría empleo y cultivaría alimento de una manera más eficiente, con una huella de carbono más reducida que en la forma tradicional de poner una semilla en el suelo, contratar inmigrantes ilegales para la cosecha, luego cargar todo en camiones de 18 ruedas y transportarlo hasta un supermercado cercano. Pensé que era un sueño noble, pero descabellado, ya que Webb tenía experiencia en energía solar, no como granjero, y sabía lo mismo que yo sobre el cultivo de tomates a escala comercial.

El Líbano, que alguna vez fue el granero del Medio Oriente, ahora obtiene su trigo de Rusia y Ucrania. La guerra ha generado escasez.
MOHAMED AZAKIR/REUTERS/ALAMY

Cinco años más tarde, camino junto a Webb por una granja bajo techo de alta tecnología en 24 hectáreas cerca de Morehead, Kentucky. Su sueño se había hecho realidad. AppHarvest, la empresa que fundó poco antes de nuestra conversación, se volvió pública y ahora tiene una capitalización de mercado de 300 millones de dólares. “La manera antigua de cultivar ya no sirve”, afirma, “este es el futuro de la comida”.

Parece una jungla bien organizada. 700 mil plantas de tomate crecen sobre andamios, y 300 sensores monitorean los microclimas en toda la granja, manteniendo la luz y humedad adecuadas. La granja utiliza agua de lluvia reciclada, no usan productos químicos, pesticidas, ni regadío agrícola. Las luces LED proveen la luz solar en días nublados y la temperatura se controla; todo el sistema se puede clonar y solo se volverá más eficiente con el paso del tiempo.

Cuando lo visité, Webb estaba supervisando la construcción de otras dos granjas bajo techo en Kentucky, una para moras y otra para vegetales. Esto hace que el clima sea parcialmente irrelevante, y aunque no es difícil imaginar un futuro de granjas verticales de gran altura, estas no van a suplir el alimento para las personas hambrientas en Yemen a corto plazo. Para eso, la comida tendrá que ser cultivada a la antigua, sembrando la semilla y rezando para que llueva. “La gente moverá los cultivos, probará nuevas variedades”, me comenta Racelis una tarde mientras vamos por las granjas del Valle del Río Grande de Texas. “Pero al final, no hay manera de obviar las leyes de la física y la biología. Cuando hace mucho calor, algunas cosas mueren”.

De vuelta en Montana, veo a Tester subirse a su tractor de 300 mil dólares y salir a sus campos con su sembradora de 200 mil. La sembradora parece un remolque con unas 50 agujas hipodérmicas enormes que inyectan las semillas del trigo en el suelo. Es una obra maestra de la mecanización, capaz de sembrar 40 hectáreas de trigo en una sola tarde. Todo el equipo de Tester es una maravilla tecnológica: la cabina del tractor tiene aire filtrado, sistema de sonido y una silla cómoda y ergonómica; puedes trabajar sintiéndote como en casa.

Pero la maquinaria de Tester recalca una verdad sobre la agricultura moderna: la escala en que cultivamos cambió y las herramientas son más sofisticadas, pero el proceso no ha cambiado desde el comienzo de la historia. El senador está haciendo prácticamente lo mismo que hacían los granjeros en Egipto hace cinco mil años, ponían una semilla en el suelo, esperaban que creciera y que nada la matara o se la comiera antes de que pudieran cosecharla.

Mientras me alejaba de la granja del senador, podía verlo solo en su tractor, plantando trigo en los altiplanos de Montana, de la misma forma que su familia lo ha hecho durante más de un siglo. Es una vista emblemática, y tan estadounidense como el pie de manzana. Es tentador consolarse con esa imagen, pero estamos viviendo en un mundo nuevo, sin una nube de lluvia a la vista y kilómetros de sequía.

Hay muchas cosas que podemos hacer para fortalecernos ante una crisis y la escasez de alimentos; cultivar más alimentos locales nos haría menos dependientes de suministros globales; diversificar lo que comemos para depender menos del trigo y del maíz; no desperdiciar la tierra para convertir alimento en combustible y poder alimentar a los que pasan hambre; tener una mejor comprensión de las estadísticas para saber exactamente cuánta agua y fertilizantes necesitan los cultivos, para que así los agricultores puedan reducir los residuos; y fermentar alimentos con hongos y desarrollar carnes a base de células, para poder cultivar proteínas baratas que usan menos tierra y agua. Vamos a necesitar todas estas soluciones, y muchas más, para alimentar al mundo en las próximas décadas.

“El etanol no tiene ningún sentido”, afirma el senador estadounidense Tester sobre los 15 millones de hectáreas de campos de trigo que se cultivan para gasolina. “Los libros de historia probablemente no hablarán bien de nosotros por mezclar comida con aceite”.
MELINA MARA/”THE WASHINGTON POST”/GETTY IMAGES

El uso bélico que le da Putin al trigo es una tragedia para las personas hambrientas que en todo el mundo dependen de alimentos baratos para sobrevivir. Pero también es un llamado de atención para el resto de nosotros. Así como la invasión de Ucrania ha desencadenado un movimiento para dejar el petróleo y la gasolina, y despojar a Putin de la fuente de su poder y dinero, este pánico alimentario impulsado por el Kremlin debería promover la necesidad de un cambio en nuestro sistema alimentario para prepararnos ante los impactos climáticos que podrían modificar nuestro mundo en un futuro. Al igual que con los combustibles fósiles, la inercia política y el poder financiero son los mayores obstáculos para dicho cambio. Pero lo que está en juego no podría ser más grave; la comida no solo es una necesidad, es la base de la vida misma. Una civilización que no puede alimentarse, es una civilización que no durará mucho en este planeta.

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