Cuando David Bowie murió el 10 de enero de 2016, la tragedia fue aliviada de cierta manera porque justo acababa de lanzar uno de sus discos más grandes. Blackstar, que salió dos días antes, durante su cumpleaños, fue una mirada al interior de la genialidad del artista que estaba seguro de tener los días contados. Solemne, discordante e infinitamente sorprendente, el disco sirvió como punto final a una vida plagada de innovación, imaginación y de una total incapacidad para estancarse.
Si Blackstar fue el gran capítulo final en la historia de Bowie, esta nueva edición de su famoso “álbum perdido”, Toy, podría funcionar como un pie de página. Aquellos que buscan algún mensaje revelador se sentirán decepcionados, porque, en esencia, es un álbum completamente funcional. No obstante, los fanáticos de Bowie estarán felices de visitar a un viejo amigo por un rato. El disco, que únicamente se había escuchado al haberse filtrado en Internet, formará parte del más reciente box set, David Bowie 5. Brilliant Adventure (1992 – 2001).
Toy sirvió como un viaje al pasado para el propio Bowie; muestra versiones inéditas de sus primeras canciones de los 60 –antes de convertirse en la estrella de rock camaleónica que tanto amamos– grabadas de manera espontánea, después de tocar en Glastonbury a mediados del 2000. “He compilado una selección de canciones de una carpeta algo inusual y reservé tiempo en un estudio”, les escribió a sus fans en aquel entonces. “Todavía me emociona mucho la espontaneidad del evento, y no puedo esperar a sentarme en un espacio claustrofóbico con otras siete personas enérgicas y cantar hasta que se me caigan las tetas”.
Al escuchar Toy, queda claro que estaba pasando por un gran momento, dándole una nueva vida a partes de su catálogo que solo eran conocidas por sus fans más devotos. Sombras de su discografía se asoman a través del disco; la apertura rockera de ‘I Dig Everything’, escrita en 1966, tiene visos de su cover de Them de 1973 ‘Here Comes The night’, mientras su reversión de ‘Silly Boy Blue’ de 1967 recuerda (tal vez sin querer) a ‘Underground’, tema del filme Labyrinth.
Sin embargo, no es sorpresa que el disco haya sido guardado durante tanto tiempo. A pesar de la alegría evidente en cada nota, está lejos de ser trascendente, especialmente viniendo de un músico que nunca quiso quedarse en un solo carril. Es un disco que se esperaría de un artista que está a punto de sentar cabeza, y tiene sentido porque Bowie se encontraba en un punto crítico de su carrera. El músico intentaba encontrar un espacio en la música moderna, cosa que logró al seguir innovando con Heathen de 2002 y The Next Day de 2013. Este último fue su primer disco en más de una década y le aseguró a sus fans que nunca se convertiría en un artista de fórmulas. Luego vino Blackstar… un álbum oportuno, infinito y más fresco que cualquier cosa que sus contemporáneos pudieron ofrecer.
Así que bueno, no hay nada sorprendente en Toy, y eso está bien. Los pie de página tienen el propósito de ser material suplementario, una conversación más con un amigo que extrañábamos muchísimo.