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Edson Velandia: karate, rasqa y combate

Así como Brasil ha necesitado a Caetano Veloso, Chile a Víctor Jara o Nigeria a Fela Kuti, en los últimos años Colombia ha necesitado la voz de Velandia. El maestro de Piedecuesta puede ser lo mejor que le ha pasado a nuestra música (y a nuestras conciencias) en muchísimos años. Su trabajo -auténtico, valiente y sorprendente- es una explosión que deja ver todo lo bueno, lo malo y lo feo, de esta tierra

Fotografía por Daniela Castañeda

octubre 3, 2021

Es sábado en la noche, corre mayo de 2012, y Edson Velandia está por presentar su Sinfonía Municipal #5, una obra que generó polémica porque la dirigió usando un machete, y acá nos escandalizamos por cualquier pendejada. Hablamos en un rincón mientras los músicos van llegando, y me cuenta sobre sus primeros acercamientos a la música, que no le parecía gran cosa cuando era niño, lo suyo iba por los lados del fútbol y el dibujo. Sin embargo, en su casa siempre hubo canciones por la vena llanera y bohemia de su padre, Don Germán Velandia.

A Edson le gustaba la música de grandes románticos como Dyango, Camilo Sexto, Juan Gabriel, Marisela o Manolo Galván, y a los 14 años tuvo la oportunidad de cantar en público ‘Fantasías’, de Chayanne. Más que la oportunidad, tuvo la obligación de hacerlo: “Hubo un concurso de canto en el colegio, y recuerdo que inconscientemente quería cantar, pero no era claro para mí. Lo cierto es que el profesor me obligó porque el día que estaban escogiendo a los que cantaban yo me puse a sabotear la clase, y el man en castigo me dijo, ‘Ahora canta usted, y si no canta, pierde la materia’”.

La cosa no salió bien, pero sus compañeros lo apoyaron, y se acercó a la guitarra, hasta que al terminar el colegio empezó a estudiar Música (con énfasis en composición) en Bucaramanga. La otra opción que llegó a contemplar estaba en el cine, del que nunca se ha alejado, y varias bandas sonoras hoy hacen parte de su catálogo.

En el festival de la Tigra.
Cortesía Festival de la Tigra

En la universidad su espectro se amplió enormemente gracias a las clases y a la música que escuchaban sus nuevos compañeros. Milton Nascimento, Gilberto Gil, Caetano Veloso, Chico Buarque, Astor Piazzolla, Heitor Villa-Lobos y Alberto Ginastera, entraron en su radar. Por otra parte, su maestro de composición fue Blas Emilio Atehortúa, y con él se adentró en la música contemporánea: “Bela Bartok, Schönberg, Anton Webern, Mahler -que no es tan contemporáneo, pero lo veíamos-, Stravinsky, y las obras del mismo maestro Blas Emilio, de eso me pegué”.

Allí encontró la mayoría de los recursos que hoy utiliza en sus procesos creativos, aplicando y buscando continuamente su propia esencia. “Decidí que iba a ser músico de verdad, un artista […] entendí que un músico es un artesano, un laborioso de un arte, y así lo vivo todavía”, dijo en aquel rincón de Matik-Matik.

Mientras estudiaba, hizo parte de Santacruz y Poema del Desorden. Más tarde llegaría Cabuya, una banda con la que alcanzó bastante notoriedad en distintas ciudades, y dio un adelanto de lo que hoy lo pone entre los músicos más comprometidos con las causas sociopolíticas. En ese proyecto hizo ‘El billetico’, una canción que compuso junto a Sergio Arias sobre el trabajo infantil, la mendicidad y el maltrato. Con Cabuya también tuvo un montaje escénico llamado La mafia del aguacate, que jugaba con las estéticas mafiosas, y antes con Santacruz había hecho ‘Se cayó’, una canción sobre el Proceso 8.000 de Samper, quien nunca se cayó.

Con Cabuya estuvo seis años, y hoy define al grupo como “una escuela tremenda”, que le permitió acceder a nuevas búsquedas. Su retiro de aquel grupo dio origen a ‘la rasqa’: “Es la música mía, la que yo hago, la que me sale a mí, y la hago desde la inspiración, pero también desde el ejercicio matemático, intelectual, de estructurar y jugar, como haciendo un sudoku, creando estructuras musicales”. No pretende definir nada, intenta describir un ánimo creativo bautizado en honor a los payasos perezosos.

Fotografía por Daniela Castañeda

Sin embargo, probablemente hay algo que nos congrega más allá de su música: sus letras. Son retorcidas, arcaicas, ingeniosas, explícitas y contundentes. Algunas de ellas pueden hacernos sentir que estamos leyendo fragmentos de El Quijote. “Yo tengo mucho la música de la poesía de Sor Juana Inés de La Cruz, de Calderón de la Barca, de Lope de Vega. Mi papá es escritor de poesía popular, de chistes, de guiones cómicos para radio, es un empírico, muy ingenioso;”, dice refiriéndose a Don Germán, que en otros tiempos fue ganador de Sábados Felices. “No sé cómo llegaba a esos libros sin haber sido un hombre culto, intelectual; era curioso, y por algún camino le llegaban cosas, le gustaba esa poesía clásica, vieja, y él la hace así porque la poesía folclórica también tiene esa musicalidad del Siglo de Oro español”.

La búsqueda artística, que aún continúa, lo iba conduciendo por caminos que llevaban “al principio de todos los principios, al ser muy primitivo, aborigen, silvestre, salvaje, eso…”, ahí encontraba lo que a todos nos conecta. Sin embargo, luego de Cabuya se sintió en el aire. “Ante ese limbo tan hijueputa, mi decisión es ir con toda, voy con toda a hacer un disco bueno, y me lanzo a arriesgarlo todo”, recuerda. “Y así fue, arriesgué hasta los muebles”.

Su amigo Gabriel Matute le acolitó el proyecto, convenciéndolo además de incluir el apellido en el nombre de la nueva banda, Velandia y La Tigra. Edson había pensado en nombres como Barajas, La Farra Rasqa o La Farra Garrotera, pero Matute le dijo, “No, esto es Velandia, usted es Velandia, esta es su música, este es su proyecto, defiéndalo. Aterrice ya, porque esto es suyo”.



Matute tenía un gran bagaje musical, había tocado mucho en Bucaramanga y manejaba muy bien las herramientas tecnológicas. Durante unos ocho meses trabajaron con una serie de músicos invitados y un cuidado obsesivo por los detalles en un disco que terminó llamándose Once Rasqas.

El impacto fue inmediato, y los expertos (gente como Juan Carlos Garay, Chucky García, José Fernando Perilla o Luis Daniel Vega) lo reseñaron elogiosamente. Velandia ya traía la historia con Cabuya, no era un desconocido, y el disco sorprendía favorablemente a todo el mundo, el esfuerzo había valido la pena. Lo que en esa época se conocía como ‘Nuevas músicas colombianas’ tenía un nuevo jugador, un tipo que iba muy en serio.

El mismo año en que salió Once Rasqas (2007), Edson nos entregó Sócrates, un álbum infantil que hizo con la gente (docentes, niños y niñas) del jardín infantil La Ronda. “Temáticamente estaba muy influenciado por experiencias mías, y todo el disco fue una catarsis muy bella”, cuenta el músico. “Es la música infantil que hace un man adulto que no tiene hijos, que tiene una visión de la infancia distinta”. Tiempo después, cuando lanzó Montañero, el disco que hizo en su casa con la familia, señalaría que, “la música infantil no existe, como tampoco existe la música senil”; era 2018, durante una entrevista en vivo para las redes sociales de ROLLING STONE. Se refería a la importancia de no pensar la música como un producto que se diseña para públicos específicos, como si fuera un pantalón disponible en distintas tallas.

En 2008 Velandia y la Tigra se presentó por primera vez en Rock al Parque, y en 2009, lanzó Superzencillo, en el que estaba una nueva versión de ‘El billetico’, la exitosa ‘Guarapera’, y maravillas como ‘Balada’ o ‘Chuvak’. Este álbum mostraba una conciencia crítica (aunque no panfletaria) frente a la cultura traqueta que nos ha gobernado por tanto tiempo, y ayudó a consolidar la cosa, visibilizando aún más el trabajo, pero lo dejó sin banda porque todos los acompañantes tomaron caminos distintos.

“Estuve probando músicos a la lata, hasta que me quedé con tres”, recuerda Edson. Los nuevos componentes eran Henry Rincón en la batería, Daniel bayona en el bajo y Jorge Pardo (‘El león’) en la trompeta. “Me gustó tanto el sonido y la onda de los manes, que les dije, ‘Vamos a hacer un disco ya’”. Así nació Oh, Porno!, un álbum oscuro, “punketo”, delirante y encantadoramente obsceno. Allí se encuentra el erotismo de arrabal en ‘Naranjas’ y su videoclip al rojo vivo, la locura estremecedora de ‘San Camilo’, y una versión libre de ‘So What’, de Miles Davis, que pasaba a llamarse ‘Tons qué’. Velandia desafiaba acá lo que a tantos les había gustado de su obra. No fue un disco hecho para darnos gusto, y de todos modos nos gustó.

El karateca.
Leo Carreño

“Esa fue la mejor banda, eso fue Velandia y La Tigra; ahí encontré una banda como la quería”, confesaba en Boogaloop, otro bar de Bogotá, antes de un show. En una sentada trabajó algunos bocetos y compuso esas canciones; hizo el ejercicio de “componer rápidamente, inspirado en El Negro Navas (hombre cercano, artista plástico y naif) porque él dibuja y escribe muy rápido, sin dudar, sin reparo, es una cosa muy infantil, muy fresca”.

Después vino Requien Rasqa pa’ Cielito, también un homenaje al poeta León de Greiff, unas cuantas cosas más, y la disolución provisional de Velandia y la Tigra. En esa época llegó Luciano, su primer hijo. “La bohemia se acabó. Siempre me imaginé que cuando tuviera un hijo lo iba a cuidar, y tuve la suerte de que llegara cuando yo ya estaba grande, en edad de retirarme del futbol”, confiesa. “No voy a sacrificar la salud de mi hijo y de mi familia, de mi hogar, de mi esposa. Ya tuve mi desorden y ahora me quiero divertir con otros milagros que son igualmente hermosos”.

Hablar de cada lanzamiento o producción de Velandia (bandas sonoras para películas como La sociedad del semáforo o Pariente, óperas como La Bacinilla de Peltre y piezas como Aputói: Canción de un solo tiro) podría tomarnos muchísimo tiempo y decenas de páginas, sin que realmente alcancemos a profundizar en su obra; eso queda para la inquieta curiosidad de cada cual. Y esta labor deberá trascender las búsquedas en Spotify o similares, porque la obra es bastante más amplia que eso.

Durante un buen tiempo, a Edson lo sentimos muy comprometido con la creación artística más elaborada y compleja, alejado de los escenarios masivos y la visibilidad, hasta que en 2016 llegó El karateca, y todos volteamos a mirar de nuevo. Este disco respondía a un planteamiento del gran Teto Ocampo, que proponía desmitificar la producción y señalaba que era perfectamente posible hacer un gran disco de rock solo con guitarra y voz.


“Siempre me imaginé que cuando tuviera un hijo lo iba a cuidar, y tuve la suerte de que llegara cuando yo ya estaba grande. Ya tuve mi desorden y ahora me quiero divertir con otros milagros que son igualmente hermosos”


Musicalmente no se podría etiquetar a El karateca como un álbum de rock en el sentido más tradicional, pero contiene más agudeza, rebeldía y potencia que muchos discos marcados con el sello de ese género. Allí estaba ‘La nevera’, que apareció con uno de los videoclips colombianos más ingeniosos y divertidos; ‘El chulo’, que en 2011 había tocado con la banda en el Festival Altavoz; y también figuraba allí una pieza definitoria: ‘La muerte de Jaime Garzón’.

Esa canción, para muchas personas que seguían su trabajo, representó un punto de quiebre. Ahora sí, vamos a hablar. “¡Ninguno tiene los huevos pa’ dispararme de frente! / Pasó pa’ verde el semáforo, quedó dispuesta la pista / Disparando cinco balas respondióle el pistolero / ‘No necesitan los huevos, ¡Pa’ eso me tienen a yo!’”. Velandia hablaba clarito, y nunca ha sido necesario aclarar a quiénes les faltaban (y les siguen faltando) los huevos para hacer las cosas de frente en este país.

Fotografía por Daniela Castañeda

Años atrás, cuando el discurso no era tan evidente, es una de esas conversaciones de 2012, Edson había dicho: “Lo que sí aborrezco es la dominación, la enajenación, los métodos por la fuerza, la explotación de la gente que no tiene nada. La maldad humana me duele mucho, me lastima ver que haya la capacidad de hacer daño como se hace, entonces miro el paisaje, y si encuentro eso, ahí queda la foto”.

Para el proceso electoral de 2018, en la segunda vuelta entre Gustavo Petro e Iván Duque, Edson estaba preocupado ante el posible retorno del uribismo, y no pudo votar porque viajó a México para unas presentaciones (estrenaba su Sinfonía Municipal # 9 con la banda Raíces Zoogochences). Su forma de participar fue una canción que se hizo viral: ‘Iván y sus bang bang’. “Perdemos un voto, pero voy a buscar un millón”, dijo, y añadió que se trataba de un “‘contra jingle’ que tenía toda la intención de decir la verdad sobre las propuestas del uribismo”.


“Lo que sí aborrezco es la dominación, la enajenación, los métodos por la fuerza, la explotación de la gente que no tiene nada. La maldad humana me duele mucho, me lastima ver que haya la capacidad de hacer daño como se hace”


La idea era lograr que un panfleto alcanzara el nivel de una pieza de arte. “No se trataba de embellecerlo, porque no considero que el arte necesariamente persiga la belleza”, señala al hablar de esta pieza que abrió el camino para otras que se convirtieron en himnos de los estallidos sociales que Colombia ha vivido en los últimos años. ‘Su Madre Patria’, ‘Todo regalao’, ‘El infiltrao’ y otras tantas, llevaron al hombre de Piedecuesta a una posición de liderazgo entre los pocos artistas consagrados que han levantado sus voces frente a la injusticia, la violencia y el desgobierno.

En medio de toda esta historia, Velandia y la Tigra solo duró separada un año y medio porque la gente no dejaba de reclamar sus conciertos, y los shows en solitario no se ajustaban a todos los espacios que buscaban sacudirse con la rasqa.

El despertar de sus inquietudes sociopolíticas no se dio al interior de su familia, sino que tuvo origen junto a un hombre llamado Carlos Pereyra, “nadaísta, teatrero, sollado, cantor”, y bibliotecario del colegio donde Edson estudió. Había en esa época una especie de movimiento comunitario en Piedecuesta, relacionado con las causas obreras y estudiantiles, “gente que ha sido paradísima”, señala Edson. Con Pereyra trabajaba Manuel Gustavo Chacón, un líder sindical, poeta y flautista, asesinado en enero de 1988 por cinco hombres que le dispararon 21 veces en Barrancabermeja. Chacón tenía 34 años y tres hijos; “Era el papá de uno de los más queridos en el parche del Festival de la Tigra”.

Concierto en Medellín.
Laura Cárdenas

En los primeros meses de la pandemia hablamos nuevamente, y entre todas las preguntas que le planteó aquella situación estaba el papel del Estado: “No existe el Estado realmente, todo es de los privados, la estructura que realmente organiza la sociedad está en la empresa, en lo privado. En una emergencia como esta, lo privado dice, ‘Eso no es problema mío’, y el Estado no tiene poder, está desfalcado por los mismos gobernantes, que son privados también, y no van a dejar de desfalcarlo porque ese es el negocio: sacar de lo público y meterlo a lo privado. Eso andaba ahí, todo el mundo lo sabía, pero no se le habían visto los huesos a esa estructura de mentiras”.

En el proceso de convertirse -aunque no haya sido su intención- en voz de tantas conciencias, está cada vez más presente Adriana Lizcano, su compañera. Para Edson, la labor de ella representa “un aporte incalculable”. Adriana tiene mucha experiencia en trabajo comunitario, es abogada y experta en Derechos Humanos. Elle ha contribuido en la formación de Velandia desde el punto de vista académico y en trabajo de campo con la gente; “Tengo de primera mano una maestra explicándome, esa es una vaina privilegiada para mí”, asegura, y desde el punto de vista musical la define como “talentosa y virtuosa, con un oído perfecto, una voz hermosa, y una musicalidad impresionante”. En un país lleno de ídolos egocéntricos e indolentes, Edson y Adriana rompen el molde.


“No existe el Estado realmente, todo es de los privados, la estructura que realmente organiza la sociedad está en la empresa, en lo privado. En una emergencia como esta, lo privado dice, ‘Eso no es problema mío’, y el Estado no tiene poder, está desfalcado por los mismos gobernantes, que son privados también”


En 2018, cuando estalló su figura como voz sociopolítica, su sensibilidad social ya era evidente hace bastante tiempo, pero las canciones no la hacían tan evidente. Al hablar de los comienzos de su carrera, en los primeros años de este siglo, dice: “Todavía no sabíamos quién era Uribe. Sospechábamos, y dentro de Cabuya había compañeros que sabían de eso porque lo habían vivido en sus zonas, sabían quién era ese man y nos lo advertían […] En el gobierno de Uribe conocí mucho más el conflicto porque se hizo más crudo, eso me llevó a lugares y encuentros que me enseñaron a fondo el problema, porque el paramilitarismo empezó durísimo en todo el país. Lo que yo escribía se relacionaba con eso hasta donde yo entendía, hasta donde sabía que podía comprometerme y hablar de lo que entendía, no podía uno hablar de lo que no sabe, porque la caga”.

Si de algo está seguro Velandia es de que el pueblo colombiano no es violento por naturaleza, como en muchas ocasiones se nos dice: “Yo creo que la violencia la impone el Estado, y al imponerla, la vuelve cultura. La impone como cultura, no solamente como política, y se vale de todas las herramientas estéticas y mediáticas posibles”. Lo que sí ha visto es colaboración, solidaridad y de trabajo comunitario, y asegura que es gracias a esa labor que no estamos aún peor.

Rubén Mendoza

“Aquí todavía se resiste, todavía hay caminos y posibilidades de que esto se arregle. Y es por esa gente, que es mayoría, que trabaja duro para que eso pase, movilizándose, organizándose, luchando y resistiendo a pesar de todo, a pesar de las masacres, del desplazamiento y la tortura”. Para Edson, Colombia está regida por una “supremacía blanca”, y asegura que la injusticia y la desigualdad están definidas por una cosa étnica “que no reconoce ninguna diferencia, y sencillamente las fumiga, las controla, las somete, pero la gente no se deja someter”. Eso lo lleva a hablar también de los movimientos alzados en armas y sus procesos de paz, señalando que “esos acuerdos han sido traicionados todas las veces”, y esto le plantea una nueva pregunta: “¿Quién es el que realmente impone la violencia?”.

A pesar de todo lo que ha venido haciendo, no se define como activista, “por respeto a los mismo activistas”, pero sí es consciente de que ha asumido una gran responsabilidad en proyectos como el Festival de la Tigra, que no solo es una serie de conciertos, sino que fortalece procesos artísticos, educativos y culturales en Piedecuesta.

Ya han pasado nueve años desde esas primeras conversaciones en los bares. En todo ese tiempo hemos hablado en hoteles, cafeterías, en andenes, por Zoom, por WhatsApp, por casi todos los medios imaginables, y siempre ha sido el mismo: directo, honesto, respetuoso, y jamás condescendiente. Hoy su voz es la de un involuntario líder sociopolítico que respetan miles de personas en todo el país.


“Tengo de primera mano una maestra explicándome, esa es una vaina privilegiada para mí […] talentosa y virtuosa, con un oído perfecto, una voz hermosa, y una musicalidad impresionante”


A finales de 2019, antes de las marchas del CantoXColombia, me encontré con Juan Galeano (Diamante Eléctrico), y le confesé que el nombre de Edson Velandia en el cartel me ayudó a creer realmente en la seriedad de esa movilización. En mi opinión, su nombre avalaba lo que iba a pasar en ese domingo 8 de diciembre. “Ese tipo es un parao”, me dijo Galeano.

“Mis razones tienen 500 años de historia”, dijo Edson antes de subir al escenario móvil de la marcha. “Solamente se dedican al saqueo, durante generaciones no han hecho otra cosa. Las comunidades han soportado mucho, estamos en un momento grotesco que ya sobrepasó cualquier nivel de crueldad, de criminalidad, de corrupción e inequidad […] Se trata sencillamente de que merecemos vivir bien, tenemos derecho a vivir en paz, a tener equidad, tenemos derecho a nuestros derechos, y hay una gente que los está negando. Si negar derechos es ser de derecha, y reclamarlos es ser de izquierda, OK. Pero esto no es de izquierda y derecha”.

Lo que resulta innegable es que Colombia es un país especialmente hostil con los “paraos” que no están al lado del poder. O mejor, quienes se ubican al lado del poder no necesitan ser valientes, no suelen serlo, y están junto al árbol que más sombra ofrece. Por eso, en una de nuestras conversaciones más recientes, a mediados de este año, le pregunté si en algún momento había sentido miedo, si había sido amenazado: “No, nunca”, respondió.


“Las comunidades han soportado mucho, estamos en un momento grotesco que ya sobrepasó cualquier nivel de crueldad, de criminalidad, de corrupción e inequidad […] Se trata sencillamente de que merecemos vivir bien, tenemos derecho a vivir en paz, a tener equidad, tenemos derecho a nuestros derechos”


Y luego añadió: “Nunca he sido amenazado y tampoco he sentido miedo, nadie me ha provocado miedo, nadie me ha intentado asustar. Eso no significa que sea un paraíso, porque las amenazas existen, aunque no sean personales, aunque no pongan tu nombre en una lista, aunque no te manden un sufragio a la casa, sabemos que aquí tenemos cañones que nos apuntan a todos, no solamente a los que hacen música, sino a todos los que nos movilizamos. Sabemos que tenemos rayos láser que nos señalan, que tenemos cañones apuntando, tenemos chuzadas, que nos están tomando fotos. Este sistema político es una amenaza, la vida en Colombia está amenazada todos los días”.

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