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Cuando el Estado falla, las mujeres se organizan: el aborto en manos de las redes de acompañantes

Actuar como red les ha permitido a cientos de mujeres en América Latina y el Caribe fortalecer la lucha por el derecho al aborto como un asunto de justicia social, más allá de las fronteras y las leyes de sus países

Por  LAURA VÁSQUEZ ROA

abril 9, 2024

Laura Vasquez Roa

La respuesta de Ana es rápida. Tiene muy clara la historia que viene a su memoria cada vez que le preguntan por su experiencia como acompañante de aborto. El recuerdo la emociona, aunque no sea la primera vez que lo cuenta. Un tono dulce se filtra entre la usual firmeza de sus palabras, y me dice que fue en su misma ciudad, hace un par de años, con una mujer que tenía 18 semanas de embarazo. Ana la acompañó en su casa y estuvieron solas el primer día. “Vimos películas juntas, platicamos sobre nuestras vidas como si nos conociéramos de un chorro de tiempo. Hablé con ella de cosas que ni siquiera he hablado con otras personas, y a ella se le hacía superraro que me hablara de cosas tan íntimas, a pesar de que no me conocía”, recuerda. Al segundo día vinieron otras dos compañeras. Cada una aportaba desde lo que sabía y para lo que se necesitara. “Una le cocinó y comimos juntas, le hicimos tecitos como…”, hace una pausa y luego continúa, “como si fuéramos justo eso, como si fuéramos compas”.

Ana Díaz es una norteña de corazón. Nació en Baja California, México, hace 35 años. Vive en Mexicali, la capital del estado, y desde el 2018 se juntó con otras mujeres para hacer acompañamientos de aborto seguro con medicamentos en casa. Hace parte de la colectiva Las Borders, una apuesta política feminista por las maternidades deseadas y el derecho a la no reproducción de niñas, mujeres, hombres trans y personas no binarias que abortan.

Acordarse del caso que me cuenta es fácil. Primero, porque hizo ese acompañamiento en equipo con sus otras dos compañeras, a pesar de ser ella la encargada de apoyar los abortos en segundo trimestre, que son menos frecuentes. Segundo, porque fue un proceso largo y enriquecedor donde tuvieron que activar gran parte de sus redes de apoyo que incluyen a médicas y a otras acompañantes. Querían prepararse para cualquier novedad.

Pero también lo lleva guardado como un momento amoroso por ser un recordatorio de por qué hace lo que hace: “Pienso en esa morra, en esa experiencia y me hace tener bien presente lo maravilloso que es el trabajo que hacemos como acompañantes. Ese sentimiento de complicidad y de amor que se forma en el momento de estar con una persona en esas circunstancias, es algo que no he experimentado en ningún otro momento de mi vida”, me dice con entusiasmo.

Como otras acompañantes, Las Borders se unieron ante la necesidad de hablar del aborto como algo natural, más allá de la regulación en su país y, sobre todo, como una forma de llevar estos procesos acompañadas, de manera abierta, respetuosa y sin estigmas. Saben que los abortos suceden aunque la sociedad no lo quiera reconocer, pero están convencidas de que hay una diferencia extraordinaria cuando se puede vivirlos informadas y acompañadas.

Clandestinidad y autogestión feminista

Para comprender las redes de acompañantes es mejor alejarnos del significado más ortodoxo de la palabra clandestinidad, o de las imágenes que puedan resultar en nuestra mente del vínculo entre clandestinidad y aborto.

El origen de estas redes no es fácil de rastrear, pero se sabe que en la década de 1970 muchas mujeres se organizaron para ayudar a otras a acceder a un aborto seguro. Los registros incluyen iniciativas en Italia, Francia y Estados Unidos. Desde principios de 1980, en América Latina y el Caribe hubo acciones lideradas por mujeres para proveer servicios de aborto en Chile, Colombia y otros países. Esto sin contar a Cuba, que despenalizó el aborto en 1965. Una investigación de la socióloga Raquel Irene Drovetta rastreó un panorama más reciente de las líneas feministas de atención especializadas en aborto de la región. Encontró las primeras iniciativas en Ecuador (2008), Argentina (2009), Chile (2009), Perú (2010) y Venezuela (2011). Otras se sumaron más adelante.

A pesar de las diferencias y discontinuidades entre ellas, lo que se encuentra es una clara intención feminista por desafiar las estructuras jerarquizadas de la medicina, un espacio sumamente patriarcal y violento. Por el contrario, muchas de estas redes de información, y luego de acompañamiento, le han apostado a sacar el aborto de ese esquema y devolverlo a las manos de las mujeres, que como sabemos, hemos abortado desde siempre.

Mientras gran parte de las feministas exigían el aborto legal al Estado, desde otros puntos las redes se organizaban para que el aborto fuera una realidad. El acompañamiento autogestionado reciente surgió de la necesidad de dar un paso más allá de la sola entrega de información para abortar con medicamentos, independientemente de lo que la ley permitiera.

El medicamento que cambió todo

A mediados de 1980, las mujeres brasileñas (en su mayoría afrodescendientes) fueron las primeras en percatarse de que ese medicamento para tratar las úlceras estomacales tenía una estricta prohibición de uso en las embarazadas. La advertencia en las cajas de misoprostol fue la señal de inicio para experimentar en sus propios cuerpos hasta eventualmente encontrar la dosis indicada para completar un aborto. Para finales de los 90 y principios de los 2000, ya se usaba en todo el continente e incluso la Organización Mundial de la Salud publicó el protocolo de uso seguro del medicamento que dio legitimidad pública a un conocimiento que surgió en los márgenes por y para las mujeres que se rebelaron ante la imposición de la maternidad.

Aunque el misoprostol tiene una alta efectividad como abortivo, la pastilla en sí misma no garantiza un resultado exitoso. Se requiere información de protocolos, dosis y rutas para acceder a él. Allí entran las acompañantes, especialmente en contextos donde el aborto está altamente penalizado o donde, por diversas barreras —incluyendo la falta de formación del personal sanitario—, no se puede acudir al sistema de salud.

Entonces, ¿qué es acompañar? María Cristina Campos, psicóloga, terapeuta, acompañante de abortos hace casi 13 años, e integrante de la red chilena de mujeres y lesbianas feministas Con las amigas y en la casa, explica su apuesta por la autonomía: “Pensar en acompañar procesos de aborto, y crear una estrategia para ello, es insistir en arrebatar al dominio patriarcal y a la hegemonía médica el control sobre los cuerpos de las mujeres, jóvenes y niñas, de su sexualidad y proyectos de vida. Insistir en instalar la idea de que es posible abortar de forma segura en casa y con las amigas, y que dichos procesos no necesitan supervisión médica ni el permiso del Estado”.

Me aclara además que el surgimiento de esta red en 2016 ocurrió en un contexto de absoluta penalización del aborto, cuando en el mundo solo existían cinco países que penalizaban esta práctica y uno de esos era Chile. El escenario ha cambiado. Desde finales de 2017 se puede abortar bajo tres circunstancias o causales, lo que ha permitido avances en términos culturales que buscan reafirmar el aborto como derecho de las mujeres frente a narrativas conservadoras antiderechos, autodenominadas “provida”, y amenazas de retrocesos de la ultraderecha.

Además de la centena de acompañantes dentro del país, esta red se conectó desde 2018 con otras feministas y aborteras de América Latina y el Caribe. En 2021 decidieron agruparse bajo una identidad compartida: La Red Compañera.

La Red Compañera, una juntanza abortera regional

Antes de tener una identidad colectiva, varias integrantes de la Red Compañera ya se reconocían por eventos feministas previos. Fue en Ecuador, en 2017, donde surgió la idea de intercambiar experiencias entre quienes acompañaban abortos, me explica Verónica Vera, comunicadora e integrante de la red feminista de acompañamiento en aborto seguro Las Comadres, en Ecuador, e impulsoras de esta iniciativa regional.

La Red Compañera se compone de una articulación de organizaciones y colectivas que acompañan abortos seguros y cuidados. Por ahora son 21 grupos y están en 15 países de América Latina y el Caribe. En 2022 llegaron a más de 48 024 personas en sus procesos de aborto de manera segura, cuidada y feminista. Juntas han podido hablar desde mejores formas de organización, manejo de casos complejos y datos, hasta estrategias de defensa ante posibles riesgos de criminalización. Y es que, como es de esperarse, la labor de las acompañantes no es sencilla, por eso algunas son públicas y otras no.

Al hablar con Verónica es inevitable mencionar lo que está pasando en su país. La escalada de violencia en Ecuador tuvo como respuesta del gobierno la militarización y suspensión de derechos. Organizaciones sociales han alertado que este es un ambiente que puede prestarse para abusos de autoridad e irrespeto a las y los defensores de los derechos humanos. Esto no es ajeno a la labor de Las Comadres. Es un duro ejemplo de cómo la defensa del derecho al aborto puede representar un riesgo para la seguridad.

Frente a la diversidad de escenarios en materia de aborto en cada país, la pregunta que surge es cómo hallar puntos de encuentro cuando algunas viven bajo regulaciones favorables, otras parciales y otras tienen penalización total. Verónica cree que actuar en red justamente les permite cobijar de alguna manera a las de países donde hay contextos de ilegalidad y mayores restricciones jurídicas para tener posicionamientos públicos, por ejemplo. Esto es particularmente notorio en países centroamericanos.

Un futuro acompañado que resiste

A pesar de los avances en la regulación de aborto en varios países de la región, las redes feministas son conscientes de que los discursos antiderechos se mantienen e incluso amenazan con retrocesos. Uno de los objetivos para la Red Compañera, por ejemplo, es luchar para que las leyes no solo no criminalicen el aborto, sino que acompañar abortos nunca más sea considerado un crimen. La persecución a defensoras y acompañantes de aborto se mantiene incluso en contextos más favorables, como ocurrió con la detención de dos integrantes de Socorristas en red en 2022 en Córdoba, Argentina, por “abortos clandestinos” y “ejercicio ilegal de la medicina”. Aunque fueron liberadas posteriormente, es claro que la criminalización no es un asunto del pasado.

Victoria Tesoriero, socióloga, activista feminista argentina y exsubsecretaria de Asuntos Políticos del Ministerio del Interior, destaca la importancia de las redes feministas, que, desde distintos puntos, hicieron posible la ley por el aborto legal en 2020. Aun así, las posturas antiaborto del nuevo gobierno de Javier Milei no pasan desapercibidas. “Actualmente, el movimiento esta más vivo que nunca y en estado de alerta ante los retrocesos que estamos viviendo”, dice, aludiendo a la necesidad de una revitalización de la marea feminista que llenó de verde las calles.

El acompañamiento tiene limitantes. Acceder a zonas rurales es uno de los más importantes. A pesar de esto, entre la autogestión y la resignificación de la clandestinidad, ellas buscan devolver a las mujeres la autonomía de decidir la vida que quieren para sí mismas, más allá de la norma, como dice Maria Cristina Campos. Ese ha sido un gran aprendizaje como acompañante, “reconocer la poderosa fuerza que mueve a las mujeres donde no existen limitantes posibles cuando deciden abortar”.

En última instancia, la defensa del aborto se trata de cuestionar los mandatos culturales de la maternidad y dar herramientas a las mujeres, niñas y otras personas que abortan, para resistir las leyes represivas que atentan contra su autonomía reproductiva. En ese proceso, las acompañantes ponen todo: su corazón, recursos y convicción. Para Ana, “ser acompañante es algo que desde el día uno que lo conocí, supe que quiero hacerlo por el resto de mi vida”.