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Crueldad, capitalismo y narco: las desaparecidas de Ciudad Juárez

La mexicana Mayra Martell se ha valido de la fotografía para explorar la desaparición forzada, los feminicidios y la pesada huella del crimen organizado en su país y en América Latina

octubre 8, 2024

Ciudad Juárez

MAYRA MARTELL

Han pasado más de tres décadas y a las mujeres las siguen desapareciendo en Ciudad Juárez. Esta zona fronteriza, completamente conectada con El Paso, Texas, se reconoce como un lugar emblemático para el sufrimiento de las mujeres. Desde mediados de los años 90 se empezaron a documentar las desapariciones y feminicidios sistemáticos sin aparentes responsables. Las oleadas de feminicidios se registran desde entonces y no han parado, pero las investigaciones han tenido grandes pausas y mucha negligencia de las autoridades mexicanas. Sin embargo, la sociedad civil, las y los periodistas, pero sobre todo las familias de las víctimas, han rasguñado información hasta levantar hipótesis que expliquen el horror.

Lo que las investigaciones civiles de tres décadas han logrado conocer ha sido difícil de demostrar. Algunas de estas teorías involucran al narcotráfico, pero también a empresarios vinculados a los negocios más importantes de la ciudad y se basan en testimonios que al ser expuestos ponen en riesgo a fuentes e investigadores por la peligrosidad que implica señalar a los poderosos. De hecho, la policía y las fuerzas armadas mexicanas han sido vinculadas no solo como responsables por su negligencia a la hora de perseguir a los culpables, sino de estar al servicio de los mismos.

Los vínculos entre el narcotráfico, la violencia producto de la guerra contra las drogas de Estados Unidos en México, y hasta las empresas maquiladoras extranjeras establecidas en ciudades fronterizas como Ciudad Juárez, son aparentemente parte de la explicación. Pero, ¿qué tienen que ver las mujeres pobres con sectores tan poderosos y por qué terminan asesinadas?

Metas de Erika Nohemí Carrillo Enríquez, en el espejo de su habitación. Desapareció a los 19 años. El 11 de diciembre del 2000 salió a cortarse el cabello a un par de calles de su casa. Nunca regresó. / Foto: Mayra Martell

Aunque en un principio los feminicidios se veían a través del filtro de asesinos seriales que podrían venir del país vecino, con el paso del tiempo se encontraron explicaciones más cercanas a un contexto de profunda desigualdad social, machismo y los efectos de una globalización capitalista salvaje. En esas condiciones, cientos de miles de personas empobrecidas se establecieron en Ciudad Juárez desde finales de los años 60, pero con más fuerza en los años 90 del siglo XX. Los tratados de libre comercio con Estados Unidos crearon un ambiente propicio para la explotación laboral. La vida de frontera, alimentada con la alta demanda de cocaína desde el norte, hizo que el tráfico de drogas prosperara e inundara las calles de ciudades como Juárez con dinero capaz de corromper a cualquiera.

En ese ambiente hostil, miles de muchachas, muchas obreras de las maquiladoras, han sido víctimas de un sistema patriarcal que las usa y desecha de distintas formas. La más cruel ocurre en formas como la violencia de género, la explotación sexual y el feminicidio. Ante la falta de un sistema policial y judicial en México inmune a la corrupción del dinero del narco, sumado a una sociedad profundamente desigual y machista, la violencia contra las mujeres ha hecho de esta ciudad fronteriza un espacio emblemático de la muerte para ellas. La explicación, por supuesto, es más compleja y queda inacabada en este esbozo. Sin embargo, una respuesta que entrega Mayra Martell puede ser más clara: se mata a las mujeres pobres en Juárez simplemente porque se puede.

Mayra es una fotógrafa documental con raíces cubanas por parte de padre y mexicanas por parte de madre. Con una trayectoria de 20 años en el campo, ha dedicado su vida a capturar y exponer las injusticias que enfrentan especialmente las mujeres en Latinoamérica. Su trabajo se centra en la desaparición forzada y las múltiples formas de violencia que la acompañan, abarcando desde los feminicidios en Ciudad Juárez hasta los falsos positivos en Colombia. “Me especializo en la transformación que ha tenido la desaparición en Latinoamérica y sus diversas maneras violentas y llenas de terror”, dice.

Mayra Martell en una de las campañas de prevención de violencias en escuelas de Anapra. / Foto: Mayra Martell

Hasta la fecha, Mayra ha documentado 172 casos de desaparición y 47 feminicidios. Su trabajo se ha presentado tanto en exposiciones en distintos lugares del mundo, como a través de libros y creaciones audiovisuales. Actualmente trabaja en un documental sobre la trata de personas que involucra varios de los casos que investigó en Juárez.

Reportes de desaparición en el centro de Ciudad Juárez. / Foto: Mayra Martell

Su interés por conocer las distintas caras de una realidad tan compleja que afecta a su país y a gran parte del continente, la ha hecho buscar otras perspectivas. Un ejemplo de esto es su trabajo sobre el narcotráfico en Sinaloa. Más que una revisión de sus crímenes, documenta la vida de las novias de los narcos y de los mismos miembros del cártel, sus valores, sus lujos, su estilo de vida que se ha vuelto aspiracional para tantas personas empobrecidas que ven en el narcotráfico una salida de una vida que difícilmente cambiará con trabajo honesto, pero que involucra un nivel de crueldad inmenso.

“Lo que he visto en estos años es que todas estas formas de violencia buscan desestabilizar la sociedad, llenarnos de miedo y paralizarnos. Ver a las nuevas generaciones luchar y organizar marchas me conmueve profundamente. Desde niña, siempre observé y cuestioné las injusticias, pero el cambio ha llegado lentamente”, dice con un tono más esperanzador que aquel de aceptación que se siente en gran parte de su relato, pues ha sido testigo directa de las marcas que la violencia ha dejado en su ciudad, e incluso en su familia.

Junior y Pablo, miembros del cártel de Sinaloa, Badiraguato la tierra del Chapo Guzmán. / Foto: Mayra Martell

Mayra reflexiona sobre sus primeros acercamientos, hace 18 años, a los feminicidios en Juárez. Entonces, la temática era poco aceptada y desalentada tras varios años de haber ocupado el foco de la prensa hasta volverse paisaje. “En aquel entonces muchos colegas lo consideraban poco relevante, ya que las muertes durante los 90 y 2000 eran vistas como un tema agotado, pero seguí adelante. Sin embargo, hoy en día se está generando un espacio para la lucha y la resistencia. La percepción está cambiando y la gente está empezando a dar visibilidad a estos problemas”.

A partir de su experiencia ha podido distinguir las distintas visiones sobre estos feminicidios y encontrar su propia respuesta: “Cuando has documentado un tema durante 18 años y has observado el comportamiento de la sociedad juarense, te das cuenta de que las mujeres son asesinadas porque se puede hacerlo con total impunidad. La violencia contra las mujeres es una manifestación de control y poder que se perpetúa mientras la sociedad permanece indiferente”.

Luego de sentir que el arte se le agotaba para dar respuesta a todo lo que investigaba, veía y la alertaba, decidió trabajar en Anapra, una de las comunidades más marginadas de Ciudad Juárez. Este además fue el lugar donde se pusieron las primeras cruces rosas en memoria de las víctimas de feminicidios y se convirtieron en un símbolo de la memoria y la lucha de las familias por justicia y verdad sobre sus hijas, hermanas, madres. “Me di cuenta de que, en todo el tiempo que he documentado esta tragedia, nunca había tomado una fotografía de una mujer viva en Anapra. Siempre había capturado casos de niñas y mujeres desaparecidas”, comenta Mayra.

Las cruces rosas nacen en Anapra, Ciudad Juárez. Ante la negativa de las autoridades para investigar los feminicidios de sus hijas, dos madres instalaron estas cruces que ahora se usan como símbolo de denuncia y memoria. / Foto: Mayra Martell

El contraste entre las imágenes de la vida y la muerte en Anapra la llevó a una reflexión más allá del plano profesional. “Para mí era desgarrador ver cómo este lugar estaba lleno de muerte y desesperanza. Me preguntaba qué piensan las niñas de 14 años, que son el objetivo principal de los depredadores sexuales. Por eso, decidí comenzar un proyecto donde realizo talleres de fotografía y video para jóvenes, hombres y mujeres. Quiero entender su perspectiva y darles herramientas para expresarse y protegerse”.

En todo caso, no solo fue esa su motivación para involucrarse desde otros puntos y tratar de transformar esa realidad. Para Mayra la violencia no ha sido algo externo que mira a través de su lente. Hace dos años asesinaron a su mamá y a su hermano. Los asesinos eran unos jovencitos de Anapra. “Eso me hizo pensar mucho en el hecho de cómo ocurre la inmersión del arte, en qué tanto hacemos como fotógrafos, y la verdad me desesperé mucho”. Su reflexión interna fue profunda. Vio que las denuncias que realizaba por medio de la fotografía se recluían en museos donde solo personas con privilegios podrían verlo, pero sin generar ningún cambio: “Me dije, lo estoy denunciando, pero lo voy a poner en un museo donde la gente dirá ‘Ay, qué triste’, y no va a pasar nada. Porque al final el arte sigue siendo burgués”.

Como hija de Ciudad Juárez ha visto la llegada de muchos artistas o periodistas que documentan y no regresan. Ese no es su caso: “Yo soy de allí, de allí es mi familia. Eso me hizo pensar mucho en que tenía que generar otro tipo de información, de herramientas y de activismo más que el arte”. A través de su ONG se acercó a Anapra, y desde ese lugar advierte a las y los jóvenes sobre los peligros y les comparte herramientas para protegerse de una violencia que no parece tener fin.

Yamileth, 14 años. Vive en Anapra, a pocos metros del muro con Estados Unidos. Es participante de los laboratorios de fotografía que Martell adelanta en Ciudad Juárez. / Foto: Mayra Martell

El trabajo de Mayra ha sido profundamente personal, pero también la ha expuesto a la violencia que ronda estos espacios. Ha sido secuestrada dos veces y tuvo que abandonar su hogar y una relación de mucho tiempo, pero, aunque ha rodeado la desaparición forzada en otros contextos, siempre vuelve a Juárez a pesar de ser consciente de que es imposible ser inmune a su voracidad. “La experiencia me dejó claro que mi vida nunca volvería a ser la misma. Cuando te sumerges en estos temas, no puedes salir ilesa”.

Habitación de Griselda Muroa de 16 años. Desapareció el 13 de abril del 2009 en el centro de Ciudad Juárez. Estaba cursando el tercer semestre de preparatoria. / Foto: Mayra Martell