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Crop Over Festival: Barbados el verdadero paraíso cultural del caribe

Conoce de primera mano sobre el festival más importante de la Isla de Barbados

Por  DIEGO ORTIZ

agosto 22, 2022

Cortesía de BTMI

Estamos en algún lugar entre el centro de Bridgetown y el Jardín Botánico de Barbados, al oriente de la ciudad, cuando el ron empieza a hacer su trabajo. Mientras que siento un leve dolor en mi rodilla derecha, luego de caminar y bailar a lo largo de, por lo menos, veinte kilómetros, en el camión que dirige la caravana, a no más de 10 km por hora, el frontman hace sonar el sintetizador eufórico del inicio de ‘Nasty Up’, de Problem Child. Una pareja de locales está en el piso bailando de manera extravagante; él se sostiene en el aire de manera inexplicable, formando un ángulo de noventa grados entre sus muslos y sus pantorrillas y ella lo azota con golpes en su pelvis al ritmo de la música. Una voz gritaba, “¿Cómo haces eso?”, a este hombre biónico, como pensé llamarle en ese momento. ¿Cómo diablos lograba sostenerse?

Minutos después, una mujer, de al menos 1.90 metros de estatura, me frena con su cuerpo y empieza a mover sus caderas de manera rítmica a la velocidad del sonido. Mis músculos se quedan paralizados. La velocidad de su cuerpo es más potente que mi capacidad de reacción. Sin embargo, inexplicablemente, como si estuviera en mi ADN, logro bailar a su ritmo, o eso quiero creer. Un hombre corpulento, con gafas de sol y una pantaloneta diminuta, me grita, “¡Abre la boca!” y luego inyecta unos 100 mililitros de ron directo a mi garganta. Ella pone sus manos en el piso y el baile exige acurrucarse completamente, hasta bien abajo.  Luego, sin titubear, y en menos de sesenta segundos, ella se va de la mano de su pareja. ¿Quién es ella?, pensé. Sin embargo, no tiene sentido preguntárselo en un carnaval en donde miles de desconocidos coinciden en una pista de baile callejera.

Cortesía de BTMI

El sol del medio día es inclemente. Aun quedan por lo menos cuatro horas de camino.  Desde que iniciamos esta travesía a las ocho de la mañana sabíamos que no había punto de retorno. Sin embargo, el recorrido se hace corto mientras que bailamos soca, calypso y dembow, entre un río de personas que celebran el Crop Over Festival, la fiesta nacional más importante en Barbados. Una congregación que data de 1687, que va desde mediados de junio y finaliza cada primero de agosto con el Gran Kadooment.

Cada año convoca a miles de locales y turistas de diferentes partes del mundo, que viajan a la isla caribeña para vivir ocho semanas intensas en donde no hay lugar para los débiles.

En medio del recorrido llegué a pensar un par de veces que no lo lograría. Aunque ya era mi segundo Kadooment, esta vez la autopista parecía mas despiadada con mis rodillas. Sin embargo, el baile se convierte en una constante motivación, además de la belleza y diversidad de todo tipo que circula y te hace pensar que, definitivamente, estás en el lugar correcto.  Desde la belleza nativa de los hombres y las mujeres locales, hasta la torpe actitud de nosotros, los turistas; en ese momento miles de personas estábamos en medio de una comunidad improvisada que no paró de saltar.

Un par de noches atrás, en el autódromo de la ciudad, sin pensar en las horas acumuladas de baile hasta ese punto, a la una de la mañana, nos encontramos detrás de un camión que parece salido de Mad Max, y que lleva, por lo menos, 5 toneladas de sonido colgante. “Jumping up Toghether”, canta Skinny Fabolous en ‘Famalay’, en uno de los momentos más eufóricos que he vivido en toda mi experiencia en carnavales y festivales; miles de personas nos arrojamos pintura mientras saltamos al ritmo de uno de los himnos más potentes de la soca. En ese momento Juan, uno de los miembros de mi tropa, arroja pintura en los ojos de una rubia que aún se encontraba sin una gota de pintura. Un par de horas después coincidimos todos en el camino minutos antes del amanecer. Los rallos del sol terminan de secar la ropa mojada de pintura y ron. Cinco horas de caminata parecen minutos en NATIVE, una de las mejores fiestas en el mundo, que sucede cada año dos noches antes del festival.

Cortesía de BTMI

Ocho días atrás, en el marco del festival, llegamos a la isla con altas expectativas y algo de incertidumbre en cuanto al voltaje por vivir toda una semana de experiencias que, de ante mano, sabíamos tendrían una fuerte carga física. Luego de hacer check-in en nuestra suite del representativo Hilton Barbados, anclado en una pequeña península con doble playa de arena blanca y piscinas que apuntan hacia el infinito. Nos esperaba un bus decorado con el branding de la isla para llevarnos a una pequeña clase de soca y calipso en un antiguo bote sobre el muelle. Varios instructores de baile explican, paso a paso, los elementos claves para entender el baile y cómo, con ciertos trucos técnicos, el cuerpo alcanza la rítmica y los movimientos necesarios para estar a la altura de los locales, o para al menos intentarlo.

La mañana siguiente pudimos interactuar con editores y creadores de contenido de todo el mundo, invitados por el destino, en un paseo en catamarán que recorre el perímetro de la isla, cortesía de la compañía local Cool Running, disfrutando de una mañana de actividades acuáticas en las tranquilas aguas del caribe barbadense. Snorkel para ver las tortugas a unos cuantos centímetros y un almuerzo tradicional ofrecido por el capitán y su equipo. Siempre será interesante la forma en que un barco puede conectar a desconocidos de diferentes lenguas y países.

Esa misma noche, rápidamente entramos en el calor de la soca, y asistimos a la primera fiesta preámbulo del festival: Lifted Beach. Realmente es un concierto sobre la playa, y -sin saber lo que vendría después en ese momento ya era suficiente para haber quemado 5.000 calorías en una sola noche de baile. No obstante, y no suficiente, la mañana siguiente desde las 6:00 am asistimos al famoso Mimosa Breakfast Party, un brunch premium todo incluido que ofrece lo mejor de la cultura gastronómica de Barbados, y en donde los invitados lucen su mejor atuendo de la semana. Celebridades, artistas, reinas del carnaval y turistas, calientan motores en una fiesta matinal.

Cortesía de BTMI

En la última edición que asistí al festival, hace un par de años, antes de la pandemia, Lewis Hamilton hizo el recorrido camuflado entre los locales, mientras que Rihanna, nativa de Barbados, se veía saludar en su propia carroza. Anualmente decenas de celebridades, entre personalidades globales hasta los personajes más influyentes del Caribe, se congregan en la isla, asistiendo a varios de los eventos del festival. Y no por nada, el Crop Festival se ha posicionado como uno de los mejores festivales en el mundo y, definitivamente, en el mejor del Caribe. La robustez de sus eventos y la diversidad de actividades que se encuentran en la isla, lo nutren a tal punto que se convierte en el lugar más interesante y potente del Caribe. Acá no hay lugar para el lujo sin sentido. Por el contrario, se trata de la conexión con elementos culturales y autóctonos que nos conectan con la realidad y la humanidad de otras personas.

Barbados hace parte de las Antillas Menores, siendo la isla más alejada en el Caribe.  No obstante, goza de varias alternativas de vuelos directos desde Miami, Panamá, Nueva York, Londres, entre otras ciudades. El aeropuerto internacional se encuentra a menos de 15 minutos de la zona hotelera, que cuenta con varias de las mejores cadenas hoteleras del mundo, plantadas frente al mar multicolor y una serie de playas llenas de diversidad marina, donde se practican diferentes actividades acuáticas, como el esnorkel, el buceo, el surf y el kite surfing.

El destino es famoso por su deslumbrante gastronomía internacional, siendo reconocido como la capital culinaria del Caribe, con un legado histórico de su propio ron, que viene de las grandes cosechas de su caña de azúcar.  En 1703 se fundó la destilería Mount Gay, reconocida por ser una de las primeras fábricas de ron en el mundo, y cada año, en octubre, los barbadenses celebran su propio festival de Comida y Ron exponiendo lo mejor de su cultura culinaria y la potencia de sus destilerías.

Cortesía de BTMI

En 2021, Barbados se convirtió en una república parlamentaria, resolviendo definitivamente su independencia. En la última década el gobierno se ha encargado de fomentar las diferentes fortalezas turísticas de la isla, impulsando toda su oferta de eventos culturales, gastronómicos y de entretenimiento. Es muy evidente el esfuerzo que su ministerio de turismo hace para impulsar y promocionar este destino ante el mundo. Sin embargo, estando allí cualquier descripción publicitaria se queda corta, mientras que descubrimos un verdadero paraíso anclado en el extremo oriental del Caribe.

Un día antes del festival pudimos disfrutar de un recorrido en bus por toda la isla, donde visitamos diferentes hitos históricos y culturales del país. Desde la visita a la casa donde creció Rihanna, hasta la visita de las grandes rocas al otro lado de la isla, en una zona más virgen y montañosa, descubrimos factores adicionales de la economía local, los ejes de producción en torno al ron y su agricultura raizal. No obstante, gran parte de los ingresos del país provienen del turismo internacional, y es allí donde todos los esfuerzos de su primera ministra se enfocan para mostrarle al mundo las bondades y maravillas de este destino.

La noche anterior al gran Kadooment, empaqué en una tula de los patrocinadores una serie de snacks y paquetes de comida procesada para tener suficiente abastecimiento calórico durante el festival. Sin embargo, desde primera hora, en medio del frenesí del inicio del recorrido, olvidamos las maletas en el bus que nos llevó al evento. Por lo tanto, el único consejo que puedo darle a todo aquel que quiera venir al Crop Festival, es no abandonar la comida, que resulta ser el único contrapeso al consumo ilimitado de alcohol. Y, por supuesto, beber con responsabilidad. Luego de caminar no menos de 50 kilómetros en una semana, hasta el ron logra evaporarse rápidamente de nuestro sistema.

Cortesía de BTMI

El Crop Festival es un lugar para todos y todas. Una celebración en donde todos somos iguales, si no tenemos en cuenta lo malos que podemos ser los turistas a la hora de bailar. Es absolutamente increíble cómo en un festival en el que el alcohol y el contacto físico entre hombres y mujeres son protagonistas, no existe, ni siquiera, una pequeña aproximación a molestias, riñas o malos entendidos. Acá todo es alegría, baile, canto y diversión.

Dejemos la amargura y los comportamientos cavernícolas para los “del primer mundo”. Aunque nos guste su cultura, solo somos espectadores que gozamos de ella una vez al año. Apropiarse de tanta riqueza cultural, social y espiritual sería equívoco e imposible. Los barbadenses, por lo pronto, tienen ganado un lugar en el Valhala, muy cerca los dioses. Yo, al final de cuentas, llegué bailando. Hasta el final.

Cortesía de BTMI