Alexandre Aja es un director francés que ha logrado ocupar su lugar en el cine de terror gracias a su enfoque visceral y su inclinación hacia el horror extremo. En Haute Tension (2003) Piranha 3D (2010) y Crawl (2019), Aja ha demostrado una destreza única para crear atmósferas opresivas, humor negro y escenas hiperviolentas, logrando una filmografía heredera del cine gore de Hershell Gordon Lewis, el Giallo de Dario Argento y el Torture Porn de Eli Roth, que le ha ganado seguidores leales. Con obras que alternan entre el horror psicológico como Mirrors (2008) y la exageración grotesca como el remake de The Hills Have Eyes (2006), su carrera en Hollywood ha sido variada, con éxitos y fracasos en igual medida.
Estéticamente, Aja tiende hacia un realismo sucio y oscuro, y le gusta explorar las partes más primitivas del miedo humano, empleando efectos prácticos y detalles inquietantes para reforzar el terror en sus cintas. Never Let Go aspira a seguir esta línea de estilo, pero se encuentra atrapada entre varias influencias y temas, resultando en un producto desdibujado.
La premisa de Never Let Go no deja de ser intrigante: Halle Berry interpreta a una madre que intenta proteger a sus hijos pequeños (Percy Daggs IV y Anthony B. Jenkins) en un mundo postapocalíptico, donde una fuerza invisible parece acecharlos y obliga a la familia a permanecer siempre atada a su hogar (literalmente). Sin embargo, el filme no logra definirse como una película de terror clásico, un thriller psicológico ni una alegoría bien estructurada. Aunque intenta abordar temas como la sobreprotección materna, el racismo, la locura, la competencia entre hermanos y el miedo a los peligros externos, los conceptos parecen diluirse al no decantarse por un enfoque específico. Este problema central convierte a la cinta en un híbrido que nunca termina de convencer en ninguno de sus frentes.
La relación entre los personajes (una madre excesivamente protectora y dos hijos cada vez más desconfiados) promete un viaje emocional e intenso que nunca se desarrolla del todo. La historia sugiere reflexiones sobre la mentalidad de los “padres helicóptero” y la posibilidad de que los hijos sufran más por los miedos y limitaciones impuestos dentro del hogar que por los peligros externos. Pero, en lugar de profundizar en estos temas de manera orgánica, la cinta oscila entre sobresaltos, zombies, cadáveres, fantasmas, serpientes y demonios, cuando las reflexiones apenas esbozadas podrían haber enriquecido muchísimo la trama.
Sin embargo, uno de los problemas más graves de Never Let Go es su dependencia de ideas ya exploradas en otras películas de terror y suspenso previas, algo de lo que pecan directores como Aja y su contemporáneo James Wan. La comparación con A Quiet Place (2018) y Bird Box (2018) es inevitable, ya que la cinta explora un entorno de aislamiento y paranoia donde el peligro es invisible y solo puede evitarse mediante reglas específicas, como no romper la conexión con el “hogar seguro” representado por una cuerda. Además, las dos cintas, al igual que lo intenta hacer Never Let Go, exploran la psique maternal y la delgada línea entre protección y amenaza. Además, el estilo de narrativa que juega con las percepciones, donde solo la madre parece ser consciente de la amenaza, nos recuerda al cine de M. Night Shyamalan (The Sixth Sense, Unbreakable, Signs, The Village, After Earth), donde el conflicto surge entre lo visible y lo oculto y en la relación entre un adulto y un niño.
Never Let Go bien podría haber sido una cinta poco original pero efectiva. Sin embargo, la cinta de Aja falla en capturar la intensidad emocional y originalidad de estos referentes, perdiéndose en un collage de ideas que, en lugar de ser una amalgama atractiva, parece una colección de homenajes no integrados de una manera coherente.
Originalmente, Never Let Go iba a ser dirigida por Mark Romanek, un director con una sensibilidad visual muy particular, que ha demostrado su habilidad para crear una atmósfera visualmente refinada y emocionalmente cargada en películas como Never Let Me Go (2010) y One Hour Photo (2002). Con Romanek al mando, probablemente esta cinta hubiera adoptado una dirección más elegante y psicológica, en lugar de centrarse en el sensacionalismo del horror. Romanek podría haber creado una exploración más íntima y profunda de la relación madre e hijos y de las amenazas físicas y emocionales que estas relaciones conllevan, ofreciendo un enfoque más sofisticado y tal vez menos explícito que el de Aja.
Halle Berry, quien interpretó muy bien a una madre que intenta rescatar a su hijo secuestrado en la infravalorada Kidnap (2017), es una protagonista convincente y que aporta la fuerza que necesita su papel, pero ni su actuación ni la premisa logran salvar a la cinta de sus inconsistencias. Los intentos de Aja de hacer que el filme funcione tanto como un thriller psicológico como un horror de criaturas resultan en una narrativa enredada y un clímax insatisfactorio.