Crítica: La última sesión de Freud (Freud’s Last Session)

Matt Brown 

/ Anthony Hopkins, Matthew Goode, Liv Lisa Fries, Jeremy Northam

Por  ANDRÉ DIDYME-DÔME

Cortesía de Max

Freud’s Last Session es un drama filosófico y emotivo que imagina un encuentro posible entre dos personajes ilustres: Sigmund Freud, el padre del psicoanálisis, y C.S. Lewis, el apologista cristiano famoso por Las Crónicas de Narnia. Basada en la obra de teatro de Mark St. Germain (que a su vez se inspira en el libro The Question of God de Armand Nicholi), la película dirigida por Matt Brown (The Man Who Knew Infinity) expande este probable encuentro, entrelazando los dilemas existenciales de ambos personajes con escenas de sus vidas personales. Con un elenco encabezado por Anthony Hopkins como Freud y Matthew Goode como Lewis, la película explora temas sobre la fe, el sufrimiento y la naturaleza humana en un momento crítico: justo antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial.

Sigmund Freud ha sido objeto de múltiples representaciones en el cine y la televisión, desde dramas biográficos hasta interpretaciones ficticias. En Freud (1962), dirigida por John Huston, el joven médico (interpretado por Montgomery Clift) lucha por establecer sus revolucionarias ideas psicoanalíticas en una sociedad que lo rechaza. Esta película nos ofrece a un Freud intenso, intelectual, en una fase formativa de su vida. En contraste, The Secret Diary Of Sigmund Freud (1984) es una sátira irreverente a los biopics y al psicoanálisis con Bud Cort como protagonista; y A Dangerous Method (2011) de David Cronenberg, explora los conflictos teóricos y emocionales entre Freud (Viggo Mortensen) y Carl Jung (Michael Fassbender), mostrando a Freud como una figura rígida, atrapada por el peso de su propia creación.

En televisión, Freud ha sido representado por actores como David Suchet en la estupenda miniserie británica de 1984, y más recientemente por Robert Finster en una serie austriaca de 2020, que lo muestra como un joven detective en una mezcla de thriller y fantasía. Aunque estas interpretaciones varían en tono y estilo, todas resaltan la fascinación continua por la figura de Freud y su impacto en la cultura moderna.

En Freud’s Last Session, el padre del psicoanálisis está en los últimos meses de su vida, exiliado en Londres en 1939, en medio de la inminente guerra y sufriendo un dolor insoportable debido a su cáncer bucal. Anthony Hopkins, en una muy buena actuación, nos muestra a un Freud debilitado físicamente, pero intelectualmente feroz. Freud, adicto al cigarro a pesar de su enfermedad y dependiente de la morfina para aliviar su dolor, enfrenta una crisis existencial profunda, exacerbada por la brutalidad de la guerra y su desilusión con la humanidad tras los horrores de la Primera Guerra Mundial (lo que lo llevó a escribir su libro Más allá del principio del placer y a desarrollar su teoría de Eros y Tánatos).

La relación con su hija Anna (Liv Lisa Fries), añade una dimensión emocional clave. Anna Freud, devota cuidadora de su padre, fue una figura de gran importancia en su vida, tanto a nivel personal como profesional. La película aborda sutilmente el lesbianismo de Anna y su dependencia emocional con Freud, quien la protegía pero también la controlaba en muchos aspectos. Fries captura la tensión entre la devoción filial y el deseo de independencia, dando vida a una Anna que, aunque secundaria en la historia, tiene un impacto profundo en el Freud anciano.

Así como la cinta y la novela The Seven-Per-Cent Solution (1976) se centraban en el encuentro e intercambio intelectual entre Sigmund Freud (Alan Arkin) y el detective de la ficción Sherlock Holmes (Nicol Williamson), el corazón de Freud’s Last Session es el duelo filosófico y teológico entre Freud y C.S. Lewis. El autor de Narnia, conocido por su ferviente defensa del cristianismo, entra en escena como un hombre introspectivo, pero seguro en su fe, que se enfrenta a un Freud ateo, sarcástico y amargado. Lo fascinante de esta película es la forma en que ambos personajes chocan en sus visiones sobre el sufrimiento, la fe y la existencia humana.

En un toque de ironía, Anthony Hopkins había interpretado previamente a C.S. Lewis en Shadowlands (1993), una película de Richard Attenborough sobre el dolor y la fe tras la pérdida de su esposa. En Freud’s Last Session, hay un eco directo de Shadowlands: en una escena, Lewis le dice a Freud, “¿Y si Dios quiere perfeccionarnos a través del sufrimiento?… Si el placer es su susurro, el dolor es su megáfono”. Esta frase recuerda directamente a lo que Hopkins, en su papel de Lewis en Shadowlands, dijo en un programa de radio: “El dolor es el megáfono de Dios para despertar a un mundo sordo”. Esta coincidencia conecta a los dos personajes, quienes se enfrentaron a los horrores de la guerra y quedaron marcados emocional y espiritualmente.

Anthony Hopkins vuelve a demostrar por qué es uno de los actores más grandes de nuestra época. Su interpretación de Freud no es solo la de un hombre en los últimos días de su vida, sino la de una mente brillante que lucha contra la fragilidad física y la desesperanza. Hopkins capta cada matiz del dolor físico y emocional de Freud, haciendo que el público sienta la tragedia de un hombre que lo ha visto y analizado todo, pero que sigue sin encontrar respuestas satisfactorias para el sufrimiento humano.

Matthew Goode, como Lewis, ofrece un contraste perfecto con la intensidad de Hopkins. Su interpretación es más reservada y serena, pero su fe apasionada lo impulsa a desafiar a Freud con argumentos que invitan a la reflexión. Goode equilibra la inteligencia emocional de su personaje con una calma que contrasta eficazmente con el sarcasmo mordaz de Freud. Por su parte, Liv Lisa Fries como Anna Freud refleja la tensión de una hija que cuida de su padre mientras enfrenta sus propias luchas internas.

A diferencia de la obra de teatro en la que se basa, la película no se limita al diálogo entre Freud y Lewis. La expansión del guion permite ver escenas de la vida personal de los tres personajes. La película también incluye unos créditos finales que detallan lo que sucedió después de este supuesto encuentro. Se menciona, por ejemplo, que durante la Segunda Guerra Mundial, Lewis acogió a niños evacuados de Londres, aunque omite el curioso hecho de que uno de estos niños, Jill Flewett, se casaría más tarde con Clement Freud, nieto de Sigmund Freud.

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