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Crítica: El secuestro del Papa (Rapito)

Un veterano autor italiano nos cuenta con maestría sobre el caso real de un niño judío que fue separado de sus padres para ser criado como católico, bajo la supervisión del Papa Pío XI.

Marco Bellocchio 

/ Paolo Pierobon, Fausto Russo Alesi, Barbara Ronchi

Por  ANDRÉ DIDYME-DÔME

Cortesía de Cineplex

Edgardo Mortara fue un niño judío italiano que se convirtió en el centro de un controvertido caso de secuestro y conversión religiosa en el siglo XIX. Nació el 27 de agosto de 1851 en Bolonia, Italia, en el seno de una familia judía y en 1858, cuando tenía tan solo seis años, fue separado de su familia por orden de la Iglesia Católica y llevado a Roma.

El caso comenzó cuando una criada cristiana de la familia Mortara, temiendo que Edgardo muriera debido a una grave enfermedad, decidió bautizarlo en secreto. Según las leyes de la Iglesia Católica de la época, cualquier niño bautizado debía ser criado como católico, independientemente de la religión de sus padres. Cuando la Iglesia se enteró del bautismo, las autoridades eclesiásticas, con el apoyo de la policía del Estado Pontificio, ordenaron que Edgardo fuera separado de su familia y llevado a Roma para ser educado como católico.

La familia Mortara luchó durante años para recuperar a Edgardo, generando una protesta internacional y destacando el caso en la prensa mundial. Sin embargo, el Papa Pío IX se mantuvo firme en su decisión de no devolver al niño a sus padres. Edgardo fue criado como católico y eventualmente se convirtió en sacerdote de la orden agustiniana.

Este incidente exacerbó las tensiones entre la Iglesia Católica y las comunidades judías y liberales de Europa, y se convirtió en un símbolo de los abusos de poder de la Iglesia. El caso de Edgardo Mortara, que continúa siendo un tema de debate y reflexión sobre los derechos religiosos y la libertad personal, inicialmente fue tratado de llevar a la pantalla por Steven Spielberg, quien había elegido a Mark Rylance como el Papa Pío XI y a Oscar Isaac como Edgardo Mortara adulto. Sin embargo, nunca pudo encontrar al actor ideal para interpretar al Mortara de niño, pese a que realizó numerosas audiciones en colegios judíos de Europa y Norteamérica (estamos hablando de un director que descubrió a Christian Bale para la cinta El imperio del sol). 

Es así como el proyecto cae en manos de Marco Bellocchio, el renombrado director de Con los puños en el bolsillo (1965), el clásico sobre la represión y la rebeldía, y quien en los años sesenta y setenta, hizo parte de un movimiento transgresor, crítico y provocador del cine italiano, junto con Bernardo Bertolucci, Pier Paolo Pasolini y Marco Ferreri

Con sus 84 años de vida y más de 60 años de carrera, Bellocchio no ha perdido un ápice de su maestría. Estamos hablando de un cine clásico y literario, que se toma su tiempo para que contemplemos una dirección de arte y una fotografía exquisita y que le da la oportunidad a los actores para que desarrollen sus respectivos personajes. Las escenas oníricas de Edgardo sacando los clavos de Jesús crucificado para liberarlo y del Papa siendo circuncidado por un grupo de judíos que invaden su recinto, ayudan a darle profundidad y contexto psicológico a los protagonistas.  

El actor infantil Enea Sala interpreta maravillosamente a Edgardo como niño y Leonardo Maltese también lo hace muy bien en su fase de juventud. Fausto Russi Alesi (a quien hace poco vimos en Cabrini) y Barbara Ronchi (Dulces sueños) interpretan a los desconsolados y desesperados padres del niño, Salomón y Marianna Mortara. Por su parte, Fabrizio Gifuni (Capital humano) encarna al Padre Feletti, el inquisidor de Bolonia; y Paolo Pierobon (La cacería) reemplaza a Rylance como el decadente Papa Pío IX, quien hace de Edgardo su protegido y se enfrenta los nacionalistas antipapales, a los periodistas extranjeros y, por supuesto, a la comunidad judía, expresando su antisemitismo en una época en la que la Iglesia Católica estaba gravemente endeudada con la familia Rothschild.

En su adaptación del libro de Daniele Scalise al respecto, Bellocchio se anticipa a la aparente indiferencia del Papa Pío XII a las atrocidades cometidas por el Nazismo (tema que se abordó en la olvidada cinta Amén de Costa Gavras) y establece similitudes entre el caso Mortara con el caso Dreyfuss en Francia (que Polanski abordaría en la ignorada El acusado y el espía). Pero en la cinta de Bellocchio no todo son recuentos históricos y denuncias políticas. El secuestro del Papa nos muestra sutilmente cómo un niño es adoctrinado para convertirse en un hombre dócil y obediente, pero también en una persona conflictiva y contradictoria. Es una pena que la religión, sea la que sea, debería predicar el amor y la tolerancia. Bellocchio, nos muestra que, a lo largo de la historia, ha sido todo lo contrario. ¡Ah, la humanidad!   

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