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Crítica: Caminos cruzados (Crossing)

Una entrañable road movie acerca de dos personas marginadas y solitarias en la búsqueda de una chica perdida.

Levan Akin 

/ Mzia Arabuli, Lucas Kankava, Deniz Dumanli

Por  ANDRÉ DIDYME-DÔME

Cortesía de Cineplex

Después de obtener elogios internacionales con la cinta seleccionada en Cannes Solo nos queda bailar (2019) el director y guionista Levan Akin, nacido en Suecia, pero de ascendencia georgiana, continúa abordando las problemáticas de la población LGBTI+ con Crossing, una road movie protagonizada por Lia (Mzia Arabuli), una maestra comprometida con la misión de honrar el deseo de una hermana que, antes de morir, le pidió encontrar a Tekla (Tako Kurdovanidze), su hija extraviada. Su compañero de viaje es Achi (Lucas Kankava), un joven que la acompaña motivado por el deseo de huir de su casa. 

El viaje de Lia y Achi va de Batumi a Estambul, pero como pasa con la mayoría de road movies (por lo menos, con las mejores) el viaje más significativo se da al interior de los personajes. El rito de pasaje comienza cuando Lia se encuentra con un exalumno y ella le pregunta por su sobrina. Achi, el hermano menor del exalumno interviene: “Ella está hablando de esas chicas trans”. El comentario genera vergüenza tanto en la maestra, que está luchando por tratar de aceptar a su sobrina, como en el discípulo, quien se ha convertido en un hombre machista y homofóbico (más adelante sabremos que es una persona hipócrita y de doble moral). 

Desesperado por dejar Georgia, Achi afirma tener la dirección de donde Tekla vive en Estambul y se ofrece a Lia como traductor y guía. En poco tiempo, queda claro que él no posee la dirección, no habla turco y no tiene nada de dinero. Es así como, gradualmente, Lia se convertirá en una especie de madre protectora para el desorientado joven que aprenderá a quererla. 

Akin representa a la generación actual de Georgia y Estambul, frustrada por sus limitadas opciones. Por su parte, Lia, con sus 70 años, representa a una de esas mujeres que no encaja en el sistema patriarcal de estos países: Nunca se casó y consume grandes cantidades de chacha (un licor casero georgiano).

Para llegar a su destino, Lia y Achi deben tomar autobuses y ferries. En una de esas embarcaciones, el director nos invita a conocer a Izzet (Bünyamin Değer) y Gülpembe (Sema Sultan Elekci), dos pequeños niños huérfanos que se hacen pasar por hermanos, y a Evrim (Deniz Dumanl), una mujer que luego se revelará como abogada y defensora de los derechos de la comunidad transgénero.

Más adelante los niños se conectarán con la abogada y la abogada con la maestra y el joven, pero al principio veremos sus historias paralelas. Los gatos callejeros de Estambul, a quienes conocimos en el hermoso documental Kedi (2016), aparecen aquí deambulando por las calles junto a nuestros cinco personajes, representando así a unos seres marginados que buscan aferrarse a quienes ofrezcan un poco de amor y empatía. Es así como Evrim conoce a un joven estudiante (Ziya Sudançıkmaz) que conduce un taxi pirata en sus horas libres: y mientras busca trabajo, Achi se lleva bien con una joven (Derya Günaydın). Un inmigrante llamado Ramaz (Levan Gabrichidze) escucha a Lia hablando georgiano y los invita a cenar. 

En su libro Meditaciones de cine, Quentin Tarantino habla sobre la tremenda influencia que la película The Searchers (1956) de John Ford ejerció sobre Martin Scorsese y Paul Schrader. Akin no es la excepción con su historia sobre una mujer estoica y curtida por los años y un joven inexperto que buscan a una chica perdida que ha sido víctima del odio. Pero a diferencia de Taxi Driver y Hardcore, que ofrecen una mirada más de odio que de amor, la cinta de Akin nos ofrece más amor que odio.