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“Conduciría ese Tesla hasta la fábrica, y lo quemaría”

Siete mujeres están denunciando y demandando a Tesla por comportamientos abusivos, extendiendo la creciente lista de problemas legales para la compañía dirigida por Elon Musk

Ilustración por Mike McQuade. IMÁGENES EN ILUSTRACIÓN POR WIREIMAGE; GETTY IMAGES, 3; “THE WASHINGTON POST”/GETTY IMAGES

noviembre 4, 2022

La cultura corporativa viene de lo alto en Estados Unidos, o al menos ese es el ideal platónico que se tiene. La forma en que una compañía establece su imagen global y sus valores, o trata a sus empleados, todo eso comienza en la cima, en sus altos rangos. En algunas empresas esa ética está encarnada por un solo hombre –casi siempre son hombres– que figura como “la cara” de la empresa (por ejemplo, Steve Jobs en Apple o Jeff Bezos en Amazon). Esa estrategia de “El Estado soy yo” es evidente en Tesla –Elon Musk es Tesla; y Tesla es Elon Musk–, y lo ha sido desde que el surafricano se convirtió en CEO y les quitó a sus fundadores el control de la compañía de autos eléctricos en 2008.

La junta no manipula a Musk, fue él quien decidió trasladar la sede corporativa de California a Texas. A veces está tan involucrado en la compañía, que ha pasado la noche trabajando en la fábrica de Fremont, California, y sus trinos pueden lograr que las acciones de Tesla suban o bajen. Lo personal y lo corporativo se volvieron inseparables.

Eso no está a discusión.

Este ha sido un año ocupado para Musk; decidió comprar Twitter y luego no lo hizo; recibió a su noveno y a su décimo hijos con una directora ejecutiva de una de sus compañías (al mismo tiempo, el padre de Musk, Errol, admitió haber tenido un segundo hijo con su hijastra); su tercer hijo lo negó; y el multimillonario afirma no haber roto el matrimonio del cofundador de Google, ni haberle ofrecido un caballo a una azafata a cambio de un masaje erótico.

La azafata recibió una indemnización facturada a SpaceX, la compañía de cohetes de Musk. Pero no ha sido un buen año para las mujeres allá. En diciembre, la exingeniera Ashley Kosak publicó un ensayo meticulosamente detallado alegando acoso sexual en la compañía. Luego, en junio, un grupo de empleados lanzó una declaración indicando que el comportamiento infantil de Musk era una “constante distracción y vergüenza”, y le pedían que dejara de ser tan… raro. SpaceX investigó sus denuncias durante 24 horas, y luego anunció que la compañía había “despedido a varios de los empleados involucrados”.

Pasando a otro tema similar, Musk continuó con su pasión por los memes de “69”, usualmente compartiéndolos con sus 105 millones de seguidores en Twitter. Y no es casualidad, el multimillonario ha hecho de la informalidad geek su marca personal, y un aspecto importante en la estrategia de marketing de Tesla. Incluso puede que esto haya contribuido a salvar la compañía.

Para 2016, Tesla había lanzado dos modelos, el S y el X; ambos tuvieron criticas muy positivas y un éxito masivo en el mercado de vehículos eléctricos, pero no lo suficiente para mantener a flote a un gigante como Tesla. El próximo vehículo sería la salvación o la perdición de la compañía. Después de construir un Roadster y un SUV, el tercer auto de Tesla fue un sedán, pero Musk tuvo que hacerlo más provocador. Su plan fue llamar a la versión crossover el Model Y, y al sedán el Model E, completando así su línea de carros “S-E-X-Y”, que había insinuado en trinos y discursos por años.

Por desgracia, Ford, la histórica casa del Model T, se pronunció sobre la infracción de marca registrada y habló sobre una posible demanda, así que Musk cambió el nombre del carro por Model 3. Pronto, la compañía comenzó a vender camisas y tazas de café con un logo que decía S3XY. ¿Entiendes? No solo era por el torque y la aceleración de los carros. Los maestros en literatura refunfuñaron, pero al multimillonario le encantó la idea. “Acabamos de patentar la palabra ‘sexy’”, presumió Musk en una entrevista.

Con el incremento en la demanda de vehículos eléctricos, respaldado por la campaña S3XY, el Model 3 fue un megaéxito. Desde su lanzamiento en julio de 2017, Tesla ha vendido tres millones de “3”, y las acciones de la compañía pasaron de $62 dólares a comienzos de 2018, a más de $1200 dólares por acción el 1 de noviembre de 2021. El Model 3 es el vehículo eléctrico más vendido en el mundo y es tan omnipresente en los barrios ricos de Estados Unidos, como los palos de lacrosse.

Musk se convirtió en el hombre más rico del mundo y continuó con su estrategia de “empresario con actitud de chico de fraternidad”. En julio de 2020, anunció la venta limitada de unos pantaloncitos de satén rojo con la palabra S3XY en el trasero, molestando a quienes perdieron miles de millones por vender en corto antes de que subieran las acciones. “Por solo $69,420”, tuiteó Musk (también le gustan los memes de marihuana); los shorts se agotaron en minutos.

Alisa Blickman no sabía nada de esto en 2021, solo necesitaba trabajar, pues había sido despedida de su trabajo en Oakland, cuando la pandemia destruyó la economía del área de la bahía. Lo único que Blickman sabía era que tenía que sostener a su hijo y que Tesla estaba ofreciendo $21 dólares la hora, más la promesa de horas extras. Envió su hoja de vida por Internet y rápidamente la contrataron. Unos días más tarde, viajó de Pittsburg a un hotel Marriott cerca de la planta de Fremont para la inducción.

Cuenta que el ambiente comenzó a tornarse raro tan pronto entró en una sala de conferencias. Un hombre con una camisa de la línea S3XY la recibió a ella y a los otros nuevos empleados. Les habló sobre la compañía, y hacía comentarios como “Los Tesla son muy sexis” y “Estos son algunos de los autos más sexis”. Alisa no era seguidora de Tesla, por lo que no entendía por qué hablaban tanto de la sensualidad en una reunión informativa de una corporación global.

“Me pareció muy raro”, me dice. Estamos sentados cerca de la piscina en su conjunto de apartamentos. Es junio, pero tiene una chaqueta grande y a veces tiembla; me pregunto si era por el frío de la mañana o por hablar sobre sus experiencias en Tesla.

LA FÁBRICA DE FREMONT: Más de la mitad de los Teslas en el mundo son fabricados en Fremont.
GETTY IMAGES

Después de un año trabajando, Blickman es una de las siete exempleadas de Tesla que han interpuesto una demanda por acoso sexual contra la compañía de vehículos de Musk en los últimos 10 meses. Las demandantes, muchas de las cuales fueron despedidas, denuncian que el nivel de acoso sexual en la compañía hace que Tesla se asemeje más a los “oscuros molinos satánicos” de William Blake, que a una prometedora empresa de Silicon Valley que salva al medio ambiente.

La siguiente historia se basa en documentos judiciales, incluyendo los entregados en nombre de las mujeres, y las presentaciones de Tesla en los respectivos casos, así como entrevistas con cinco de ellas, sus amigos y compañeros de trabajo. En sus demandas y entrevistas, las mujeres describen un ambiente laboral plagado de acoso sexual y una cultura de indiferencia u hostilidad hacia sus preocupaciones o quejas.

Tesla, que no ha tenido un departamento de relaciones públicas activo desde 2020, por lo general no responde a los pedidos de los medios y no respondió a las múltiples solicitudes de comentarios para esta historia. En sus presentaciones judiciales para estos casos, la compañía se acogió a la cláusula compromisoria de su contrato laboral y negó los reclamos de las demandantes. “Tesla siempre ha prohibido estrictamente cualquier forma de acoso sexual”, asegura la compañía, y enfatiza que trabaja para garantizar “un ambiente laboral seguro y respetuoso”, respaldando esto con múltiples declaraciones de empleados en diferentes áreas. También cita su capacitación contra el acoso y los programas “See Something Say Something” [Si ves algo, di algo] y “Take Charge” [Hazte cargo], que “incita a los empleados a reportar cualquier problema” y afirma que “investiga de manera rápida y exhaustiva… casos de acoso sexual y, si se comprueba… toma las medidas disciplinarias apropiadas, incluyendo el despido”. Cuando logramos contactar por teléfono a la principal abogada de la compañía, Sara A. Begley, de Holland & Knight, admitió que había recibido las peticiones de Rolling Stone, y luego ofreció un escueto “sin comentarios”.

Tesla tampoco respondió a las preguntas sobre la imagen pública cargada de sexualidad de Musk y de cómo esta podría tener consecuencias dañinas e imprevistas. En su caso, Blickman afirma que los problemas comenzaron en esa primera reunión. Recuerda que el tipo con la camisa S3XY comenzó a leer las diferentes políticas de Tesla con un tono monótono, hasta llegar a la política sobre acoso sexual. Según Alisa, les mostró un video instructivo, pero se llevó una sorpresa cuando la mayoría de ejemplos eran de mujeres acosando a hombres. “En ese momento supe que no les importaría si me acosaban sexualmente”, expresa.

En su primer día de trabajo, dice haber visto a un compañero tomarle fotos a una mujer por detrás mientras otros hombres lo veían en silencio, como si el tipo estuviera cazando. De inmediato, las fotos comenzaron a circular por la fábrica. En un descanso, Blickman dice que se acercó a la mujer en cuestión y le preguntó si estaba bien. Su compañera solo se encogió de hombros y le respondió que estaba acostumbrada. “Esa mierda siempre pasa aquí”, concluye Alisa.

Al comienzo, no dijo nada, pero casi todos los días escuchaba a sus compañeros calificar mujeres: “Yo se lo haría”, “Yo me la cogería”, “Su trasero es un 10”. Había pasado muchos años trabajando en un mundo predominantemente masculino como repartidora y sabía cómo manejarse con una o dos manzanas podridas; el problema era que en Tesla ya había demasiadas manzanas podridas.

Unas semanas después de su ingreso a la compañía, un compañero se acercó a su área de trabajo y comenzó a tocarla intencionalmente con el brazo y luego con la pierna. El tipo se le acercó en un descansó y le sonrió, “Eres una linda niña blanca”. También asegura que el hombre mintió y le dijo que era un supervisor, lo que la disuadió de poner una queja. En otra ocasión, Blickman le dijo que se alejara, y el tipo luego les dijo a otros compañeros que quería matarla a ella y a otra empleada. Eventualmente, la administración lo trasladó a otra parte de la fábrica, pero Alisa todavía tenía que verlo con frecuencia. Intentó enfocarse en su trabajo, pero dice que el miedo persistió.

“Es incómodo y no soy estúpida”, me dice. “Acababa de comenzar, ¿cómo se vería si digo que estoy siendo acosada sexualmente tan pronto?”. La mujer comenzó a compartir el trayecto a la fábrica con otra compañera, Jessica Brooks –una de las siete mujeres que ha demandado a Tesla–, quien comenzó a apilar cajas a su alrededor para que los demás empleados no pudieran mirarla de manera morbosa, y también puede confirmar la historia de Alisa.

Brooks y Blickman me cuentan que los constantes silbidos, los comentarios obscenos y el comportamiento nefasto les hacían querer reportarse enfermas y faltar. A diario ambas escuchaban a los hombres hablar sobre sus compañeras, debatiendo cuáles eran “cogibles”; Alisa escuchó a uno decir: “Me gustaría inclinarla y separarle las nalgas”, y otro gritó sus preferencias sexuales: “Me gusta escupirle a una chica en la cara cuando me la estoy cogiendo”.

El primero supervisor de Blickman no ayudó, porque era uno de los peores. Todos los días se le acercaba por detrás y le daba un masaje que ella no había pedido en la espalda baja. La mujer apenas apretaba los dientes bajo el tapabocas y esperaba que terminara. (En otra de las demandas de las mujeres, Tesla presentó una declaración juramentada de una empleada que supuestamente trabajaba cerca de Blickman y Brooks, afirmando que no escuchó ni presenció ningún acoso sexual en la fábrica. Muchos otros empleados de la compañía presentaron declaraciones similares, insistiendo en que, de haberlo visto, habrían denunciado).

Tesla exige que sus empleados hagan unos minutos de estiramiento cada mañana antes de su turno. Alisa dice que un día su supervisor se le acercó por detrás y le susurró al oído: “Escuché que no gritas lo suficientemente duro”. Según ella, se quebró por un momento y luego se giró hacia él. “¿Qué?”. El hombre se apartó y reformuló lo que había dicho: “Eh, escuché que no te gusta gritar ‘trabajo en equipo’ lo suficientemente duro”. Más tarde, ese supervisor fue trasladado a otra parte de la fábrica. ¿Su regalo de despedida? El tipo le dijo a su reemplazo que ella no era un “miembro valioso del equipo” y sugirió que la exiliaran a un trabajo más duro afuera, en las “carpas”, una de las áreas menos deseadas para trabajar.

En otra ocasión, afuera del trabajo, se encontró con una compañera. Hablaron un rato y Blickman le confesó que era lesbiana. La mujer se le acercó agresivamente, pero Alisa le dijo que no estaba interesada en salir con ella, la otra trabajadora se enojó y Blickman cuenta que la delató con todos sus demás compañeros. Esto terminó en una nueva ola de acoso. La mujer que la expuso intentó llamar su atención haciendo movimientos con la cadera o incluso siguiéndola al baño para tirarse al suelo y mirar debajo de las puertas, buscándola.

Según Alisa, el departamento de Recursos Humanos fue aún más inútil. (En una declaración emitida por la empresa y adjuntada a sus presentaciones en los casos de las demandantes, Tesla aseguró que amplió sus procesos y capacitaciones sobre acoso sexual). Blickman dice que encontró a un compañero que sí empatizó con su caso, escuchándola mientras le detallaba la lista de quejas. “Definitivamente no era un cerdo”, recuerda. “Pero solo era uno en un mar de cerdos. Había demasiados ya”.

Pasaron los meses y a Alisa cada vez le parecía más difícil salir de la cama a las 4:30 A.M. para luego estar 90 minutos en un bus y llegar a su turno de 12 horas. Comenzó a beber y fumar en exceso. En cada descanso, le daban ganas de huir de la fábrica. En agosto de 2021, pidió que la transfirieran a uno de los centros de servicio de Tesla, pero hubo un problema en su papeleo, y no sabe si lo hicieron a propósito o simplemente fue una incompetencia.

En octubre, Blickman se tomó la licencia por Covid. Le envió un correo a Recursos Humanos mientras estaba en la casa, y les dijo que necesitaba tomarse una licencia por estrés. Detalló parte del acoso que asegura haber sufrido. El departamento de RH le respondió que tendrían que reunirse en persona, pero después, nadie dijo nada más, por lo que no regresó a la fábrica. La despidieron cuando no volvió tras recibir una carta de Tesla en noviembre que decía que, por políticas de la compañía, pueden despedir a un empleado si no se presenta a trabajar dos días seguidos sin notificación.

A pesar de haber estado serena durante gran parte de nuestra conversación, los ojos de Blickman se llenan de lágrimas: “Solo estaba buscando un lugar para trabajar sin que nadie me molestara, me acosara. ¿Es mucho pedir?”. Le pregunto si piensa que el humor juvenil de Musk contribuye a que los trabajadores de Tesla digan lo que quieran a las mujeres. “Por supuesto”, afirma. “Hay personas en la fábrica que lo ven como un dios. Si él habla así, ellos saben que también pueden hacerlo”.

No hay evidencia que sugiera que Musk sabía del presunto acoso en la fábrica de Fremont, antes de que las mujeres interpusieran sus demandas. Pero para una persona que se jacta de estar muy involucrada, es difícil imaginar que no hubiera escuchado las quejas sobre la supuesta cultura dominante en la fábrica. Y si realmente no sabía, ¿por qué no sabía?

Hay una comunidad naciente en el terreno que una vez estuvo desolado junto a la fábrica de Tesla en Fremont. Por años, el barrio de Warm Springs fue una zona industrial lúgubre que se había convertido en refugio para la gente que tira basura y desguaza autos mientras participa de otras actividades desagradables.

Ahora hay una nueva escuela primaria, la primera en Fremont en 25 años. Está a tan solo 15 minutos a pie sobre las aceras recién pavimentadas. Las avenidas son amplias y las estaciones de carga abundan. Los apartamentos en la esquina de Innovation Way y Synergy Street están a $1,4 millones de dólares. Actualmente, Fremont produce más de la mitad de los Teslas en el mundo. La fábrica está ubicada en el terreno en el que solía haber una planta de General Motors, que Tesla compró por $42 millones de dólares en 2010. Tan solo doce años después, Fremont se convirtió en la planta de autos más productiva del país, construyendo casi 8.550 vehículos eléctricos y ecológicos semanalmente en 2021. Los números han sido anunciados como nuevas pruebas de la genialidad de Musk.

Sin embargo, la compañía no es ajena a las demandas por su cultura laboral. En 2021, un jurado responsabilizó a Tesla por discriminación racial en una demanda presentada por un trabajador afro que alegó el constante uso de insultos raciales en la fábrica, tanto verbal como escrito en las paredes. (La compañía después refutó el veredicto y aseguró que los hechos no justificaban la decisión del juez).

La campaña de marketing S3XY del Model 3 incluyó la venta de unos pantaloncillos cortos de satén rojo.
TESLA.COM

Este año, 15 personas presentaron una demanda contra Tesla, diciendo que algunos trabajadores afro solían ser recibidos por jefes blancos con comentarios como “Bienvenido a la plantación”. La demanda también alega que les daban las tareas físicas más demandantes. “La raza no juega ningún papel en ninguna de las asignaciones de trabajo, ascensos, salarios o disciplina”, afirmaron los abogados de la empresa en un comunicado. “Tesla prohíbe la discriminación en cualquier forma”.

Esto fue seguido por una demanda en febrero, presentada por el Departamento de Igualdad en el Empleo y la Vivienda contra Tesla, por discriminación racial y acoso en la fábrica de Fremont. (La compañía dijo en una declaración que la demanda era “errónea” y negó las acusaciones, afirmando que el proceso era “injusto y contraproducente, especialmente porque las acusaciones se centran en hechos que sucedieron hace años”).

Los defensores de Tesla dicen que cualquier compañía grande recibe demandas, tiene problemas de Recursos Humanos y empleados resentidos; no obstante, este parece ser un caso extremo tanto por la cantidad de demandas iniciadas en su contra en tan poco tiempo, como por la naturaleza similar de las acusaciones. Además, la mayoría de compañías no tienen un líder que desafía las reglas como Musk, quien propuso en un tuit la idea de una nueva universidad cuyo acrónimo deletree “TITS [Tetas]”. “Estoy pensando en comenzar una nueva universidad, el Texas Institute of Technology & Science… la mercancía será épica”.

Las demandas de las mujeres detallan presuntos incidentes que van desde haberles pedido masturbar a alguien, hasta empleados borrachos en el trabajo acechando a gente en el parqueadero. Con los casos abriéndose camino en el sistema y Tesla rechazando las acusaciones, las consecuencias han sido catastróficas para las mujeres; una no pudo salir de su casa durante semanas, otras se sentían avergonzadas -una reacción común entre víctimas de acoso sexual- y varias han tenido problemas para impulsar sus carreras, después de que Tesla dejara una mancha negra en sus hojas de vida. Las demandantes le dijeron a Rolling Stone que no pueden entender cómo es que Tesla y Musk toleran los comportamientos descritos, y posiblemente lo sigan haciendo, cuando ellas creen que es él quien debería responsabilizarse.

El nunca modesto Elon Musk recientemente anunció que aumentaría la producción de Fremont al 50 % en un futuro cercano, lo que significaría más empleos. Musk está ofreciendo algo a los trabajadores que nunca podrán comprar un Tesla básico por $60 mil dólares y mucho menos una casa de un millón: $21 dólares la hora. Eso es maná para los obreros en Estados Unidos, donde la mayoría de los trabajos industriales terminaron en el extranjero o en México.

Varios hombres y mujeres de ciudades pequeñas y con dificultades económicas como Antioch, Stockton y Modesto, se expresan con emoción sobre la posibilidad de duplicar su salario. Sí, los viajes diarios de 90 minutos de ida y vuelta -potencialmente más largos, si usan transporte público- son una pesadilla. Y sí, debes estar de pie durante 12 horas en un taller sin sindicato donde te pueden despedir sin motivo. Y sí, hubo un asesinato en el parqueadero en diciembre del año pasado, en el que supuestamente un trabajador esperó a otro y le disparó. Aun así, se respira el optimismo. Incluso las denunciantes expresan que les emocionaba la idea de trabajar en un lugar con tecnología genial que estaba mejorando la calidad de nuestro aire. Luego, dicen, la realidad las golpeó.

Alize Brown pensó que si cubría su cuerpo de pies a cabeza con ropa suelta la dejarían en paz. En noviembre de 2020, la economía del área de la bahía seguía paralizada, la joven tenía 21 años, un hijo de tres meses y su pareja estaba desempleada. No lo dudó dos veces cuando una agencia de contratación le ofreció un trabajo de fundición de piezas de metal para Tesla. Brown le dijo a Rolling Stone que una prima, que había trabajado en la compañía, le había dicho que era un lugar de trabajo difícil para una mujer, pero pensó que solo estaba exagerando.

Unos días después, se despidió de su bebé y salió a trabajar a las 4:30 A.M. A las 6:00 A.M., marcó su tarjeta de entrada y le dijeron que su estación de trabajo no era dentro de la fábrica, sino afuera, en un área conocida como “las carpas”, remojando piezas de metal en un químico caliente para prepararlas y darles forma. Le dieron un par de guantes para proteger sus manos, pero pronto notó que otros trabajadores tenían quemaduras en sus antebrazos, donde terminaban los guantes. Luego le pidieron que “moliera” las piezas para moldearlas con otra herramienta.

Así de rápido se dio cuenta de los demás peligros. Primero, los silbidos y comentarios obscenos de compañeros. En su demanda detalló algunos de estos: “¿Estás soltera?”, le preguntaron. “No, tengo pareja y un bebé”. Brown dice que ellos solo se reían. “Con quienquiera que estés no se preocupa por ti, porque estás trabajando”. (Los documentos judiciales incluyen una declaración jurada de uno de los supervisores de la joven, diciendo que no escuchó ni presenció ningún tipo de acoso sexual hacia Alize).

La joven trabajadora me dice que le había informado a su supervisor que estaba en periodo de lactancia y necesitaba extraer leche durante su turno de 12 horas. En breve, la información se extendió por todo el departamento y se convirtió en tema de discusión entre sus compañeros, en especial uno que se obsesionó con ella. Comenzó a hacer comentarios respecto a su lactancia, usualmente refiriéndose a ella como una “vaca” o diciendo que se estaba “ordeñando”. Dice que cuando la leche le manchaba las camisas, el tipo hacía comentarios como “Veo que estás ordeñando hoy”. Según su queja, el hombre pasaba gran parte del día molestándola, siguiéndola y hablándole, “Hoy te ves malditamente sexy”.

Alize decidió que haría todo lo posible por desviar la atención no deseada, por eso se compró un overol de mecánico extragrande para ocultar su cuerpo, comenzó a usar un gorro de lana para cubrir su cabello y una bufanda para esconder su cuello. Además de su cara, ninguna otra parte de su cuerpo estaba expuesta.

“Solo quería camuflarme y desaparecer de alguna manera”, me dice en un Starbucks cerca de su apartamento. Viste un alegre sombrero de paja y una sonrisa, pero aprieta los puños con rabia. “Solo quería hacer mi trabajo e irme a casa, pero no me dejaban”. Después de más o menos un mes, se acercó a su supervisor y se quejó sobre el tipo raro que la seguía: “Me está haciendo comentarios muy inapropiados y me siento incómoda, ¿podría decirle algo?”.

Según los documentos judiciales de Brown, su supervisor, quien solía mirarla de arriba abajo, dijo que no era nada, y en una declaración que dio en otro caso, afirmó que ninguno de los empleados que supervisaba jamás se quejó por uso de lenguaje abusivo, y que, de haber sido así, lo hubiera llevado con el departamento de RH.

De alguna manera, las cosas empeoraron. La fábrica de Tesla es inmensa y cuenta con 10 mil empleados, que además del almuerzo, tienen dos descansos de 15 minutos en los turnos de 12 horas. Brown tenía que correr para alcanzar a ir al baño y volver a tiempo, y dice que el compañero raro la seguía. Ella le suplicaba que la dejara de acosar, él solo se reía y seguía siendo vulgar. La joven fue con su supervisor y le pidió que la trasladara a otra parte de la fábrica, pero el tipo pronto se trasladó también y continuó acosándola.

“Quería ahorcarlo con todas mis fuerzas”, dice. “Con ambas manos y ambos pies, pero sabía que tenía a mi bebé y no podía ir a la cárcel, por eso no podía hacer nada”. Pero cuenta que no era el único en molestarla, llegó a suplicarles a sus compañeros que la dejaran. “No estamos en una fiesta, estamos aquí para trabajar”, Brown le dijo a uno. “No estoy aquí para coquetear contigo, necesito este trabajo, por favor déjame en paz”.

La joven me cuenta otra historia que también está en su declaración. Hubo otro compañero que apestaba a alcohol y que le comenzó a hacer preguntas sobre su vida y sobre lo que le gustaba en un hombre. Una noche, Alize terminó su trabajo antes del amanecer (la fábrica funciona 24/7) y se dirigió al parqueadero para irse. El lugar no fue agradable ni en sus mejores días -aquí fue donde un empleado supuestamente le disparó a otro-, pero esa noche fue peor. Escuchó al tipo gritarle borracho que le diera un aventón a su casa. La siguió tambaleándose y ella comenzó a correr en diferentes direcciones para perderlo, pero le fue difícil por toda la ropa que tenía encima. Eventualmente lo perdió, logró subirse a su carro y gritó de la rabia antes de volver a casa.

“Crecí en Oakland, sé cómo evadir a drogadictos o borrachos, pero no pensé que tendría que hacerlo en el trabajo”, me dice. “Fue por el Covid, necesitaba el dinero para mi bebé”. Pero se llevó los problemas del trabajo a la casa y le gritaba a su pareja que no la tocara ni la consolara. Él le sugirió que renunciara, pero ella respondió que necesitaban el dinero, así que siguió en Tesla. Dos meses después, Brown fue a trabajar y se encontró con que no podía entrar. Llamó a un compañero, quien le preguntó a su supervisor y este le dijo que el contrato de la joven había sido terminado. ¿La razón? Tesla argumentó que Alize estuvo mucho tiempo fuera de su lugar de trabajo. Esto la devastó.

“Solo intentaba alejarme de los hombres que me acosaban”, explica. “Les rogué que me trasladaran a mí o a ellos, pero nunca me escucharon; por el contrario, me despidieron”. Eso fue hace 18 meses, desde entonces, ha luchado contra la ansiedad y se pone nerviosa al salir de casa para cumplir con su rutina diaria. Ahora tiene un trabajo en una peluquería en San Francisco, pero dice que le cuesta subirse al tren de vuelta a casa. “No soporto que nadie se me siente atrás o al lado”, cuenta Brown. “Estoy trabajando en ello”.

Ahora, ese miedo y la depresión parecen haberse convertido en enojo. Hacia el final de nuestra conversación, le pregunto si la gente compraría los carros de Musk si supiera lo que presuntamente pasa en las plantas de su compañía. Se ríe un poco y me cuenta lo que piensa que haría si alguien le diera un Tesla. “Lo conduciría hasta la fábrica, y lo quemaría”.


“Hay personas en la fábrica que lo ven como un dios”, me dice una de las mujeres. “Si él habla así, ellos saben que también pueden hacerlo”.


A Eden Mederos no le gustaba lidiar con el tráfico, por lo que solía pasar 14 horas en el centro de servicio de Tesla en Los Ángeles. Llegaba hacia las 6:30 A.M., le gustaba el crepúsculo de la mañana, y aunque no le pagaban por esa primera hora, lograba hacer bastante; abría el lugar, programaba citas y preparaba las llaves para que los clientes recogieran sus autos. Pero lo que más apreciaba de su tiempo en la mañana, era que nadie la acosaba.

Afirma que esto comenzó desde sus primeros días en Tesla. El título oficial de su trabajo era “conserje”, pero sus responsabilidades iban desde programar citas de mantenimiento hasta entenderse con propietarios de Teslas que tenían problemas en la actualización del panel digital de su auto. Mederos no tiene hijos, por eso no tiene adorables fotos adornando su escritorio, pero sí dinosaurios que la llevan a su lugar feliz. “Soy muy fan de Jurassic Park; es mi placer culposo”, me cuenta. “Me encantan, me hacen sonreír”.

Así que una mañana trajo figuritas de dinosaurios para decorar su escritorio. Los acomodó en su lugar y se fue a atender un cliente, cuando volvió media hora después, casi todo el personal masculino se estaba riendo: habían reacomodado los dinosaurios en posiciones sexuales. A Mederos no le sorprendió, pues era Musk quien usaba los memes de “69” hasta el cansancio, e incluso escribió “Qué bien” en una captura de pantalla tras haber alcanzado los 69 millones de seguidores en Twitter. Eden y otras mujeres que hablaron con Rolling Stone dijeron que a los empleados hombres sí les causó mucha gracia, pero a las mujeres no. Acomodó sus dinosaurios, pero siempre que se alejaba, alguien los cambiaba, así que terminó llevándoselos a casa.

Para ese momento, Mederos sentía que quejarse no serviría de nada. También me cuenta que eventualmente dejó de comer en el trabajo, porque ya fuera una banana o un yogurt, alguien hacía sonidos sexuales y le preguntaba: “¿Qué tanto te cabe en la boca?”. La mujer afirma que sus compañeros se la pasaban arrojándole monedas o papeles arrugados a ella y a otras mujeres, esperando que cayeran dentro de sus camisas.

Eden se acaba de mudar de Los Ángeles a Portland, Oregón. Le gusta el ambiente relajado, y dice que ha sanado en gran medida de todo lo que pasó en Tesla entre 2016 y 2019. Pero después de nuestra conversación, no estoy tan seguro de ello. Estaba emocionada cuando la contrataron, después de haber pasado 10 años trabajando con niños con necesidades especiales. “Pensé que era bastante fuerte”, dice Mederos. “Incluso me han tumbado por unas escaleras en el trabajo”. Realmente le entusiasmaba trabajar en Tesla, una empresa que intenta reducir las emisiones de dióxido de carbono. “Estamos viendo morir a nuestro planeta. Fue genial querer ser parte de algo que está haciendo algo al respecto”.

Pero sí hubo señales de advertencia. El centro tenía alrededor de 30 empleados, de los cuales solo tres eran mujeres. (Las demás mujeres con las que habló Rolling Stone también citaron un aproximado de 1 en 10 en la relación mujer-hombre en Tesla). Poco después de haber comenzado, Mederos le dijo a su jefe que le costaba escuchar ciertos tonos y voces por su oído derecho. Se corrió el rumor y, aparentemente, varios de sus compañeros pensaron que era sorda. Un técnico le gritó: “Nunca había visto a una chica blanca con un trasero como el tuyo”. El mismo tipo también se terminó enterando de que es mitad cubana, y un día, se le acercó sigilosamente: “Eso explica por qué tienes culo”. Esto alentó a otros dos trabajadores a preguntarle si podía balancear una taza sobre su trasero. El técnico, según la declaración de Mederos, también hizo un comentario sobre los senos de una chica que visitó el centro, y no le importó en lo más mínimo cuando le dijeron que la niña tenía 12 años. “Esas tetas no tienen 12 años”, respondió, según se dice.

“El lugar ya era tóxico antes de que Eden llegara”, afirma un exempleado de Tesla, quien trabajó con Mederos y se fue pensando que la cultura que se maneja en la fábrica es inapropiada y desagradable. “Alguien entra y parece un buen tipo, pero luego querrá ser parte del grupo y comenzará a ser ofensivo. También acosaban a otras mujeres, pero lo hacían más con Eden”.

Su primer supervisor fue comprensivo, pero inútil, diciéndole que simplemente es así cómo hablan los hombres en Tesla. Ocasionalmente los hacían ver videos sobre acoso sexual, pero eso solo empeoraba las cosas. Algunos tipos le tocaban el brazo o la pierna, y se burlaban: “Oh no, te estoy acosando sexualmente”. Y después del anuncio de la línea S3XY, los hombres en el centro de servicio empezaron a decirle “sexi” a todo; “Este lápiz es muy sexi, esta cosedora es muy sexi”. “Hubo conversaciones al respecto”, cuenta Mederos. “Decían: ‘Bueno, si Musk lo dice, ¿por qué nosotros no podemos?’”.

Su segundo supervisor fue incluso peor; le cerraba las puertas cuando intentaba entrar en las oficinas. Un día, junto con ese supervisor se llevaron un Tesla para una prueba de manejo. Mederos cuenta que antes de salir del parqueadero, el tipo le puso una mano en el hombro y le dijo que su fuerte personalidad la estaba frenando en la empresa. “Deberías ser más calmada; eso es lo que se espera de una mujer”.

Se bajó del auto en el primer semáforo en rojo y caminó de vuelta al centro. Eventualmente, según ella, se acercó a Recursos Humanos para exponer su caso. El representante de RH la escuchó y aceptó reunirse con ella. Se sentía optimista al llegar a la reunión en una de las salas de conferencias, pero eso cambió rápidamente. Cuando abrió la puerta, su jefe estaba sentado junto al representante. Mederos no podía creerlo, se sintió mareada.

“Hiciste unas acusaciones muy agresivas”, le dijo el representante de RH. Mederos intentó explicar su lado, pero su supervisor la calló. “¡Todo lo que dices es pura mierda!”, salió gritando de la sala. Eden no podía dejar de llorar y el representante le dijo que se tomara el resto del día. Al contarme esta parte de la historia hace una pausa, han pasado dos años, pero todavía se culpa a sí misma. “Al principio estaba en shock”, recuerda Mederos. “Luego me sentí muy enojada conmigo misma. Todo el mundo me había dicho que esto pasaría si lo llevaba a RH. Sabía que de ahí en adelante estaba jodida”.

Por eso intentó que la transfirieran a otro centro de servicio de Tesla, pero su supervisor lo retrasó por meses, según me dice. Eventualmente fue trasladada al centro de la compañía cerca de Torrance, y las cosas mejoraron por un rato. Luego, su anterior jefe apareció sin motivo aparente, y un día se sentó de manera amenazante sobre el escritorio de ella. Mederos intentó evitar el contacto visual, pero él le habló. “¿Qué estás haciendo?”. “Trabajando”. “Qué milagro”. Se terminó yendo, pero ocasionalmente regresaba para hacerle saber que la estaba observando.

Mederos le dijo a su supervisor sobre el incidente, pero no hizo nada al respecto. En una conversación aparte, le preguntó por qué los hombres que hacían su mismo trabajo ganaban más que ella, y que por qué no había sido ascendida, a pesar de sus excelentes evaluaciones. El tipo la miró con una expresión neutra y le dijo: “Si solo estás aquí por el dinero, deberías renunciar”.

Ahí comenzó a tenerle miedo a ir al trabajo; a medida que se acercaba al centro de servicio, más ansiosa se ponía. En noviembre de 2019, un día su supervisor comenzó a regañarla a gritos por un error que él había cometido. Mederos corrió a su carro y nunca volvió a poner un pie en una oficina de Tesla. “Rompí a llorar y le dije al subgerente que me iba y que no podía volver. Nunca he dejado un empleo, jamás”, expresa Eden, quien ha trabajado desde los 14 años.

Se siente mejor ahora que está en Portland, pero a veces la rabia vuelve. Hace poco, junto con su novio pidieron un servicio de transporte que los llevara al aeropuerto. Su novio se emocionó cuando vio que el carro que los recogió era un Tesla, diciendo que siempre había querido subirse a uno. Mederos se enojó con él, y ahora se ríe de la experiencia, pero pronto vuelve la tristeza. “Me encantaban esos autos”, dice monótona. “Ahora, si veo uno, me pone ansiosa y triste”.

Una de las demandantes narra que, en su inducción, un hombre con una camisa S3XY les dio la bienvenida a los nuevos empleados.
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El cambio siempre empieza dando el primer paso, con un trabajador que no está dispuesto a aceptar las cosas como están, con un trabajador con el valor de alzar la voz. En este caso, esta mujer fue Jessica Barraza.

Un día, el abogado de San Francisco David Lowe recibió un correo de voz de Barraza. Con voz temblorosa pero fuerte, la mujer de 39 años y madre de dos hijos, detalló sus tres infernales años en Tesla. Lowe programó una cita con ella, y después de escuchar su versión, le hizo una pregunta difícil, estaba seguro de que otras mujeres habían tenido experiencias similares. ¿Estaría dispuesta a salir a la luz pública y dar algunas entrevistas? Jessica aceptó.

En un mes, la firma de Lowe se reunió con otras seis mujeres que ahora también representa. Nunca han estado juntas en una misma habitación, en parte por la pandemia, en parte porque ahora varias les tienen miedo a los encuentros sociales. Aún así, dos de ellas me dijeron que no habrían hablado si Barraza no hubiera dado ese primer paso. “Necesitó de mucho valor para hacer eso”, dice Lowe. “Quizá jamás hubiéramos oído de las otras demandantes. Jessica les hizo ver que no están solas”. Pero no ha sido fácil para Barazza.

Un día, en la oficina de Lowe, la tranquila tarde en San Francisco se vio interrumpida por el rugido del motor de una motocicleta en la calle. Ocho pisos más arriba, el cuerpo de Jessica se sacudió en una sala de conferencias. Sus manos comenzaron a temblar y su brazo -en el que tenía tatuado los nombres de sus padres- sostiene una bolsa de plástico transparente llena de fármacos para la depresión, la ansiedad y el insomnio (está en licencia médica). Barraza no ha hecho nada malo, pero aún así se disculpa. “Lo siento tanto”, uno de sus labios tiembla. “Desde que trabajo en Tesla, los sonidos fuertes me asustan”, dice entre lágrimas. “Me avergüenza que me hayan hecho sentir así”.

Su padre tenía un taller de reparación de transmisiones en San José, y de pequeña había escuchado a los hombres hablar en términos machistas. Entrar al mundo predominantemente masculino de Tesla no la perturbó; además, para 2018, ella y su esposo, Perfecto, ya tenían dos hijos que se acercaban a la universidad, necesitaban el dinero. Cuando trabajaba en una boutique de Modesto, solo ganaba $10 dólares la hora; Tesla le ofrecía $19.

“Así es un salario del área de la bahía comparado con un salario en el valle central”, afirma Barraza. “No me lo pensé, no soy la persona más ecológica, pero sí pensaba que esto sería algo que mejoraría el mundo de mis hijos y nietos”. Esbozó una sonrisa tímida y dijo: “Sabía que gran parte del trabajo involucraba robots y eso sonaba genial”. Jessica comenzó su trabajo en Tesla instalando ventiladores durante 12 horas al día.

El trabajo duro no le molestaba, pero sí la actitud de sus compañeros en la empresa. La mujer tenía que atravesar la fábrica para llegar a su puesto de trabajo, y cuenta que podía escuchar a los hombres gritar mientras pasaba: “Esa perra está muy linda”, “Tiene tetas grandes”, “Tiene un culo grande”, “Mierda, quisiera cogérmela”. Dice que le recordó a las películas cuando pasean a los nuevos presos frente a los más antiguos.

Tesla presentó una petición para obligar a un arbitraje y desestimar o suspender el caso de Barraza, alegando que su versión “se basa en un relato alterado y controvertido de eventos pasados”. Para apoyar su defensa, la compañía vehicular ofreció numerosas declaraciones juramentadas de empleados actuales, en las cuales afirman que nunca escucharon a la trabajadora quejarse por este tipo de comportamientos y que no escucharon silbidos ni comentarios obscenos y que, de haberlo hecho, los habrían denunciado. En sus documentos, Tesla también alega que Barraza tuvo problemas con su asistencia y un supervisor dice que a menudo decía que no quería trabajar.

Durante su primer año, Jessica dice que toleró el comportamiento que insiste sí sucedió. Necesitaba el trabajo y pensó que nadie quería escuchar a un nuevo empleado quejándose por las condiciones laborales, así que lo aguantó. Y así como dijo Blickman, algunos de sus jefes eran los peores infractores. El líder de su sección, que tenía su número de teléfono por motivos laborales, comenzó a enviarle mensajes de texto. “Me parece que eres muy sexi y quisiera salir contigo… Siempre me has gustado”. Jessica le dijo que estaba casada, cosa que él ya sabía, y le contestó: “Sí sabes que eso solo me hace desearte más, ¿verdad?”.

Al igual que varias de las mujeres con las que hablé, además del presunto abuso verbal, Barraza también afirma que otros trabajadores la tocaban y frotaban “accidentalmente” mientras intentaba hacer su trabajo. Un trabajador no la dejaba pasar por espacios reducidos, la tomaba por las caderas y la movía de lugar. Y en otra ocasión, una compañera se le acercó por detrás y le puso una mano en la parte baja de su espalda, preguntándole: “¿Es natural tu trasero?”. Jessica fue con un supervisor: “Si me vuelve a tocar, voy a golpearla”.

Según su declaración, el supervisor le dijo que no tomaría ninguna medida y atribuyó el incidente a “diferencias culturales”. Sin embargo, Tesla afirma que el relato de Jessica es falso, que incluso fue ella quien no quiso presentar un reporte a RH, y que la mujer en cuestión era una anciana filipina y el inglés no era su lengua materna. La compañía también afirma que el supervisor hizo que otro, que sí hablaba el mismo idioma, le explicara que no es apropiado tocar a otras personas en el trabajo.

Después de un rato, Barraza dejó de reportar los incidentes a sus supervisores, porque sentía que no les importaba. Era una persona fuerte, pero después de dos años, comenzó a derrumbarse. En la casa, se decía que lo hacía por sus hijos, pero aún así no podía dormir. Un día, después de escanear su identificación, un hombre se paró detrás de ella, puso una pierna entre las de ella y le restregó la entrepierna. Ella gritó, “¿Qué carajos?”. El extraño sonrió, “Perdón, fue mi error”, y desapareció de nuevo en la fábrica. La mujer volvió a su puesto de trabajo, pero comenzó a tener un ataque de pánico.

EL HOMBRE MÁS RICO DEL MUNDO: Las demandantes dicen que tienen miedo de enfrentarse a la empresa dirigida por Musk, pero también sienten que su vida personal libertina y su personalidad descarada han contribuido al acoso sexual que, según afirman, ha ocurrido en Tesla, y quieren que se haga responsable.
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“Esa mañana me llamó temprano”, dice una compañera de trabajo que presenció varios de los incidentes de los que Jessica me cuenta. “Estaba demasiado angustiada, estaba simplemente rota”. La mujer se fue de la fábrica y dice que por teléfono le contó a su supervisor lo que había pasado, él le dijo que se tomara unos días libres y que lo investigaría. (Según Tesla, el supervisor y un compañero refutaron su versión, ambos dijeron que se ofrecieron a ayudarla, pero también le dijeron que no debió haberse ido de la fábrica sin decirle a nadie).

Me dice que incluso le envió un correo al director de RH al día siguiente, pero aun así sintió que la ignoraron. Después de dos días libres, volvió al trabajo. Las manos comenzaron a temblarle, había llegado el momento del estiramiento matutino y ella ya no soportaba tener a extraños detrás mientras se inclinaba y estiraba su cuerpo. Decidió no asistir y fue directamente a su estación de trabajo, donde comenzó a apilar todos los materiales que necesitaría ese día. Pero, su cuerpo no le hizo caso, su garganta se cerró y no podía respirar. Apenas recuerda haber llegado a casa. (Algunos trabajadores de Tesla admiten haber escuchado angustiada a Barraza después de que saliera de la fábrica).

Jessica me dice que no salió de su habitación por tres semanas. Su esposo le llevaba las comidas y la ayudaba a bañar, y sus hijos se asomaban a la puerta a preguntar si estaba bien. Eventualmente habló con Perfecto sobre lo que debían hacer, y decidieron conseguir un abogado. Enfrentarse al hombre más rico del mundo y su compañía es algo que tiene consecuencias. Barraza solía ir a Los Ángeles con sus hijos, pero ahora necesita que alguien la cuide mientras sale a recibir el correo. “Solo soy una funcionaria”, explica. “Él lo tiene todo y me asusta mucho”.

Le pregunto si sintió orgullo o algún sentido de fraternidad cuando las demás mujeres empezaron a presentar sus demandas alegando el mismo tipo de abuso, y niega con la cabeza. “No, me siento triste por ellas. Algunas tienen 18 o 19 años, y es su primer trabajo. Yo soy bastante fuerte, pero si yo no puedo manejarlo, ¿qué crees que puedan hacer ellas?”.

Una de esas jóvenes fue Samira Sheppard, de 19 años, quien demandó por acoso después de Barraza. En sus documentos, Tesla enfatiza que Sheppard ha vuelto a trabajar con Tesla y no ha presentado ninguna queja desde entonces. Pero según los documentos de la joven, tuvo una buena razón para volver: desesperación económica, una condición que la mayoría de las demandantes alega era un factor determinante para permanecer en Tesla más tiempo del que hubieran querido en otras circunstancias. “Encontré otro trabajo como camarera en Applebees, pero el salario era una miseria”, expresó la joven. “Estaba a punto de no poder pagar un lugar para vivir, así que pedí trabajo en Tesla”.

En estos días, Barraza ya casi no ve vehículos Tesla en la pequeña ciudad de Modesto, pero cuando ocurre, tiene el mismo pensamiento: “Solo me pregunto cuántas mujeres fueron abusadas para hacer ese carro”.

Pasarán años hasta que las demandas de las mujeres lleguen a un juzgado, si es que sus abogados logran mantenerlas fuera del arbitraje. De acuerdo con esos mismos abogados, una técnica común en este tipo de casos es demorarlos hasta que el denunciante se rinda o acepte un arreglo y firme un acuerdo de confidencialidad. Tesla ya ha presentado peticiones para que los casos pasen a arbitraje vinculante y sean desestimados del tribunal. Un juez denegó dicha petición en el caso de Jessica Barraza, pero la compañía presentó la misma moción en otros seis casos. Lowe supone que los juicios se podrían dar hasta 2024.

Los abogados de Tesla, en su petición para desestimar el caso de Barraza, refutaron sus reclamos diciendo que eran “falsos” y señalaron una gran cantidad de políticas y procedimientos que se tienen para combatir el acoso, incluidos avances recientes que se hicieron en cuanto a Recursos Humanos: “[Tesla] ha hecho cambios significativos a sus políticas, prácticas y procedimientos frente al acoso en el último año”. Uno de los programas, ‘Respectful Recharge’, comenzó en diciembre de 2021, un mes después de que Jessica presentara su demanda.

Recientemente, Elon Musk publicó en Twitter un par de horas después de que el Wall Street Journal lanzara la historia que lo acusa de romper el matrimonio del fundador de Google Sergey Brin, al acostarse con su esposa. No negaba la aventura, eso vendría después. Por el contrario, el hombre más rico del mundo tuiteó un meme sobre un criminal sentenciado a 68 años de cárcel, pidiendo al juez un año más para poder llegar a sus sagrados “69”. Una semana después, un accionista de Tesla presentó una moción en una reunión de accionistas, solicitando que la empresa emita un informe anual sobre sus iniciativas para prevenir el acoso sexual. Actualmente, Musk posee el 14 % de la compañía, después de haber vendido $6,9 mil millones en acciones de Tesla como preparación para sus demandas pendientes contra Twitter. Su apoyo hubiera hecho que la moción triunfara, en cambio, Tesla emitió una declaración: “La junta continúa oponiéndose a las iniciativas que buscan dirigir las decisiones comerciales estratégicas de Tesla y sus operaciones diarias en fromas que no son esenciales para la misión principal de Tesla o para su promoción”. La petición finalmente fracasó, y Elon Musk mantiene en su esencia.

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