Buitres: el otro rock uruguayo que vuelve a cruzar el charco

Con cuarenta años de carrera y nuevo disco, la gran banda ajusta su plan de expansión y se presenta la semana que viene en Buenos Aires

Por  DIEGO MANCUSI

julio 8, 2022

FOTO: GENTILEZA NICOLÁS AZARETTO

Al final siempre hay que desconfiar de los periodistas, porque le dicen “banda de culto” a Buitres y Buitres no tiene nada de banda de culto. La convocatoria, acaso, pero nomás en Argentina: en su Uruguay natal son entre masivos y populares, ni de casualidad un secreto a voces. De este lado del río, es verdad, les viene costando un poco más, y eso que tienen casi cuarenta años de historia si sumamos los 33 con este nombre y los seis que sus socios fundadores acumularon en los 80 con Los Estómagos. La música tampoco es muy de culto, si por “de culto” entendemos algo hermético, raro, difícil, de nicho: su canción más escuchada en Spotify es “Carretera perdida”, un country-rock mid-tempo rasgueado y bonito que habla sobre un amor conflictuado. La segunda: “A cartas vistas”, un punk melódico con algo de rock español de los 80. Así que ponele que a lo sumo son “de culto” porque cuando cruzan a Buenos Aires hacen un Centro Cultural Ricardo Rojas (como en su debut local en 1995), una Trastienda (en su visita de 2019) o un Uniclub (el 15 de este mes, junto a Superuva), pero no hay mucha explicación artística para que no pasen de esos venues.

Puede ser que tenga que ver con un tema de logística o de constancia o de suerte, y también está la hipótesis que baraja su guitarrista Gustavo Parodi: “No nos conocen allá porque nosotros somos unos pelotudos”.

Traduciendo: sería cuestión de ser menos jipis y ordenarse un poco, a ver si así las cosas pasan de una vez. “Si tenemos un plan y lo llevamos a cabo, yo no dudo de que esta es una banda que le puede entrar a mucha gente. Y bueno, creo que la idea de ahora en más es tener un plan. Tenemos un disco. Empezar a cruzar”, dice Gustavo. El disco que tienen es Mecánica popular, que es nuevo aunque lo hayan publicado en 2019 porque recién ahora lo están mostrando, pandemia mediante. Lo grabaron acá, en El Abasto, con Álvaro Villagra en la producción, pero cuando estaban por activar en ambos márgenes del Río de la Plata llegó el encierro y Buitres entró en modo stand by.

“En estos dos años estuvimos intentando juntarnos para ensayar o para hacer alguna cosa pero no pasaba de dos ensayos. Te dabas cuenta de que no tenía sentido si no tenías la meta de tocar. Te digo la verdad: no nos gusta ensayar, nos gusta tocar”, reconoce.

Gabriel Peluffo, el cantante que además es pediatra, es el otro integrante que pasó de Estómagos a Buitres (había un tercero: Marcelo Lasso, pero ya no está en el grupo, y ya hablaremos de bateristas). Menos drástico, coincide con su compañero en que la razón por la que todavía no terminan de penetrar en el gusto porteño podría ser su desorganización: “A mí me da la sensación de que siempre tuvimos un público ahí con el cual conectamos esporádicamente y no llegamos a ubicarlos a todos, por decirlo de alguna manera. Quedamos desfasados en las citas. Caemos después de lapsos largos, cambios compositivos muy importantes… vamos cayendo como a los saltos cada tanto, por ahí. Y la gente que nos va a ver nos dice ‘¿pero por qué no siguen viniendo?’”.

Con Los Estómagos sí venían más o menos seguido, y hasta llegaron a tocar en Cemento en 1988, en un festipunk con Attaque 77, Mal Momento y Conmoción Cerebral. Para quienes no tengan el dato: Los Estómagos fueron uno de los proyectos musicales más importantes de la historia del rock uruguayo, fundamentales en el entierro emocional de una dictadura que –a diferencia de lo que pasó en la Argentina– prácticamente extinguió la escena rockera. “Acá del 73 al 83 el rock era una cosa muy escondida, de escuchar un disco en tu casa. Cuando venía algún artista que tuviera algo que ver con el rock había un gran dilema de si ir a verlo o no porque no sabías qué te esperaba al salir. Cualquier movida que tuviera una guitarra eléctrica, afuera estaban las chanchitas de la policía y se terminaba la historia”, dice Gustavo.

FOTO: LEO BARIZZONI

En ese contexto, Los Estómagos se formaron cuando el gobierno de facto empezó a aflojar la rienda y explotaron ni bien se restituyó el orden constitucional con la elección de Julio María Sanguinetti. Su debut Tango que me hiciste mal (1985) los puso en el mapa con una propuesta post-punk de mordida firme que podríamos emparentar con The Cure o Joy Division, o con lo que estaba haciendo acá Don Cornelio en la época de Patria o muerte (1988).

“Yo no sé si Los Estómagos eran tan oscuros como la gente los quiere ver. Era una banda extremadamente popular. Tocaban para todo el mundo, no para un grupejo oscuro sino que tocaban para los que iban a estudiar al liceo, para los que trabajaban de cajeros en un supermercado. Tenían un público muy amplio. Y puede ser que las letras fueran un poco oscuras, pero hay que entender que éramos tipos con una cabeza muy particular, habíamos salido de una época de oscurantismo y queríamos decir cosas”, recuerda el guitarrista.

Parece que las cosas a decir se amontonaron porque Los Estómagos terminaron volando por el aire en 1989, con el cuarto disco, No habrá otro condenado que aguante, recién salido. Entonces Peluffo y Parodi formaron Buitres Después de la Una, luego acortado a Buitres, convocando al bajista Pepe Rambao y a su excompañero Marcelo Lasso, primero en una lista de bateristas que no le envidia nada a Spinal Tap. “Cambia mucho el sonido con cada formación”, dice Peluffo. “Cada formación nueva le da a la banda una dinámica completamente diferente y sobre todo los bateristas, que es lo que cambiamos. Ahora, espero que este sea el último, je”.

En 2018 se fue Nicolás Souto y entró Kako Bianco, más joven (“podría ser nuestro hijo”, acota Gustavo), zurdo, técnico y amante de los Shakers como todo uruguayo de bien. “Siempre hemos tratado de buscar bateros versátiles porque definitivamente no somos una banda de estilo: somos una banda de muchos estilos mezclados. Hemos tenido bateros muy buenos, pero somos tipos, sobre todo yo, muy exigentes con los bateros”, dice Parodi. Completa la alineación el bajista Orlando Fernández, que entró en 2005 para que Rambao pasara a la segunda guitarra.

Como ellos dicen, no es tan fácil etiquetar lo que tocan. Buitres después de la una (1990) y La bruja (1991) funcionaron como una transición entre bandas (“el primer disco de Buitres tranquilamente podría haber sido el quinto de Los Estómagos y al revés”, dice Gustavo), pero con el tiempo las propuestas se fueron separando. Hoy hacen convivir una balada como “La primera vez” con el 1-2-3-4 frenético de “Santa Rosa” en Mecánica popular y nadie mira espantado, ni siquiera cuando –algo que les pasa todo el tiempo– comparten escenario con grupos de punk ortodoxo.

FOTO: LEO BARIZZONI

“Con Estómagos y con Buitres se formó una cantidad de bandas, incluso algunas que ahora vuelan muy alto. Y está ese cariño de que arrancaste tocando determinado tipo de música y no importa para dónde vayas y termines tocando una milonga; en el fondo siempre vas a ser una banda punk”, dice Parodi.

Más allá de algún tema ramonero, lo que más se les nota ahora, al filo de los 60, de los punkies que alguna vez fueron –concluye el guitarrista– es la cabeza dura: “Es la parte por la que seguís enchufando una guitarra, subiéndote, peleándote con la gente y calentándote cuando escuchás algún comentario que no te gusta. Y es también lo que nos lleva a tratar de hacer más fluidas las idas para allá. Porque yo considero que es una pena que esta banda no se conozca allá. Que no sea una banda que digan ‘che, ¿conocés a Buitres?’. ‘Sí, conozco a Buitres’. Lo mismo que te dice acá cualquiera cuando entrás a un supermercado. ¿Por qué eso no puede pasar allá? Lo vamos a seguir intentando. Capaz que eso es ser punk”.

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