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Bizarrap, ¿producto o productor?

Una buena excusa para hablar de las palabras, las redes y sus verborreas desmedidas. [Opinión]

Por  RICARDO DURÁN

enero 13, 2023

Bizarrap y Shakira, a propósito de su reciente lanzamiento [Imagen tomada de Instagram]

Hay que hablar, decir cosas todo el tiempo, gritar más fuerte que el vecino. Las redes lo exigen y el público amenaza con el olvido a quien no busca vigencia y relevancia a cualquier precio. En medio de todo ese alboroto, las palabras se deforman y pierden su sentido. El ruido nos aturde, nos agobia y entorpece, mientras nos hace creer que estamos muy bien informados, muy conectados. Hace muchos años que Facebook deformó completamente el significado de la palabra “amigo”.

La industria de la música (medios, disqueras, plataformas, promotores y demás) ofrece permanentemente entertainers disfrazados como artistas. Y muy rara vez son sinónimos. La palabra “fenómeno” se volvió de uso diario, y si tienes un fenómeno todas las semanas, sencillamente no tienes nada fenomenal, aunque la inmediatez forzada nos haga pensar otra cosa. Vivimos de sobresalto en sobresalto, somos una sociedad con mal de San Vito.

Lastimosamente esos sobresaltos no son causados por sorprendentes propuestas artísticas y conceptuales, su origen está en el escándalo de turno; Bad Bunny lanza al agua el celular de una fanática, Will Smith golpea a Chris Rock en la ceremonia del Oscar, J Balvin intenta boicotear los Grammy y Residente lo vapulea, Shakira lanza su canción sobre la historia con Piqué, Doja Cat hace una pataleta en Paraguay, Adam Levine escribe estupideces en sus chats… el etcétera es infinito, y parecemos un gran preescolar en su hora de recreo, mientras las redes se llenan de dinero arruinando nuestra capacidad de concentrarnos por más de 15 minutos.

Los expertos en cine ya no hablan de las películas (casi todas precuelas, secuelas o remakes), hablan de las personalidades, de sus escándalos y sus cancelaciones. Los periodistas musicales no necesitan conocer muchos referentes, ni tener una buena perspectiva histórica, porque hoy se limitan a hablar de tendencias, números, likes, streams, reproducciones, escándalos y cosas por el estilo. Cuando falta sustancia, siempre puedes hablar de las métricas. Cuando los números mandan, las palabras pierden significado, sentido y profundidad, y eso no siempre es culpa de los artistas.

Bizarrap es un gran ejemplo de cómo una palabra pierde su esencia. Más que un productor, el argentino es un beatmaker, y no es precisamente uno muy sobresaliente, más allá de sus cifras. El punto es claro: dejen de venderlo como productor. Una cosa es hacer beats, y otra muy distinta es hacer canciones.

Cuando pensamos en un productor debemos imaginar a alguien que sabe de instrumentación, de exploración sonora, arreglos, armonías, estructuras, y muchas otras cosas. En términos musicales (subjetivos como siempre) las sesiones de Bizarrap lo muestran como un creador de beats más bien genéricos, sin mayores sorpresas, no se ven propuestas desafiantes, disruptivas o innovadoras. No vemos ese trabajo artesanal en la creación de un beat con montones de guiños y samples, con esa mística del buen rap. El aporte está en una millonada de reproducciones. ¿Qué queda si le quitas la voz a cualquiera de esas sesiones?

El argentino ha sabido crear un gran mundo digital en torno a su personaje, a esa habitación, a sus lentes y su gorrita. Pensemos en Slash con su melena y su sombrero. El triunfo de las BZRP Music Sessions ha estado siempre en el manejo de las redes y la viralidad, además de una impecable visión para generar impacto. Sus alianzas con Nathy Peluso, Nicky Jam, Shakira y Residente, así como su versión de ‘Jijijí’ en el Lollapalooza argentino de 2022, son ejemplos clarísimos. Ahí radica el verdadero secreto, no su genialidad, porque “genialidad” es otra palabra manoseada hasta el hartazgo, aplicada a cualquiera que alcance fama y dinero. Hace poco Elon Musk era un “genio” para muchos.

En 2009 Pitbull era “el Rey Midas” y todo el mundo lanzaba colaboraciones con él, porque era el accesorio perfecto para las grandes estrellas. Algunos son plataformas, otros son accesorios o perritos calientes, pero todos van pasando. Porque todos vamos de paso, camino al olvido (donde puede esconderse la maravilla del silencio), y por eso es tan necesaria la mesura.

Y la culpa no la tienen Bizarrap o Shakira, ni Pitbull, tampoco Will Smith, ni siquiera un tipo tan torpe y desagradable como Elon Musk. La culpa la tenemos los demás, los medios, los cibernautas, la gente en redes, que alimentamos y consumimos cualquier cosa con tal de olvidar por un momento nuestras verdaderas vidas.

Bizarrap es hoy una enorme plataforma (con un canal de YouTube que tiene 17 millones y medio de suscriptores) sobre la cual muchas figuras quieren brillar, es la tarima donde deben estar. Todos los perfiles disponibles nos recuerdan que Bizarrap estudió mercadeo, y es claro que quien haga canciones está condenado si no domina ese tema, en otra muestra de la relevancia que la música –como arte- viene perdiendo a pasos agigantados.

Hoy, con todo su poderío viral, el trabajo de Bizarrap no es tanto crear el backing para algún discurso, lo suyo es ayudar a vender ese discurso. A más de un político se le hace agua la boca viendo ese micrófono. Bizarrap se ha inventado un gran megáfono, y eso también tiene un mérito bien grande en una industria de voyeurismo, exhibicionismo y culto a la personalidad.

Lo que pasa es que quisiéramos que el arte (no el show mediático) volviera a ser importante de verdad. Ahora, si el joven Gonzalo Julián Conde (su nombre de pila) es realmente un gran músico, serían bienvenidas las evidencias.