Al otro lado de la calle, frente a un espectáculo drag, hay un joven nacionalista blanco entrando en pánico. Junto a su amigo -son dos hombres blancos, de veintitantos años, con gorras de beisbol y el rostro cubierto– sostienen un gran letrero con letras en negrita que lee: “Los pedófilos reciben la soga”. Pero sus expresiones cambian cuando de repente se ven rodeados por figuras vestidas de negro con botas de combate, cascos militares, pasamontañas, chalecos antibalas y lentes oscuros, además de estar apretando los puños.
Es la tarde de un lunes en Fort Worth, Texas, y el grupo que va de negro está conformado principalmente por miembros de la sección Elm Fork del John Brown Gun Club (JBGC), una organización de izquierda antifascista, creada para nivelar el campo de juego con las milicias de derecha que llegan armadas a las diferentes protestas en el país.
Las figuras de negro se enfrentan cara a cara con el nacionalista blanco; si él grita, ellos gritan. De la nada, los lentes del joven salen a volar. “¡Eso es un ataque!”, grita y retrocede, metiendo su mano debajo de su camisa. Por primera vez noto el contorno de una pistola compacta en una funda oculta en su cintura.
“¡Quita la mano de la pistola!”, le grita alguien del equipo Elm Fork, y yo me muevo dos pasos a la izquierda, lejos de la línea de fuego. El nacionalista blanco retrocede aún más, gritando insultos racistas, todavía con la mano en la pistola. Los rifles del grupo están en sus autos.
Miro a mi alrededor para ver si algún otro manifestante está armado. En un parqueadero cercano hay alguien vestido de negro sobre una motocicleta, con cananas de proyectiles de escopeta en el pecho y una pistola amarrada a la silla. Otro tipo, con un sombrero de pescador y un letrero que dice “Los fetiches y los niños no se mezclan”, resulta ser un livestreamer de extrema derecha, y hay al menos media docena de jóvenes del movimiento New Columbia, un grupo nacionalista cristiano de extrema derecha.
Al otro lado de la calle, una larga fila de personas espera entrar al espectáculo drag en el Tulips FTW. A pesar de la tensión alrededor, todavía están animados, bailan y soplan burbujas de jabón. El evento es una noche semanal de trivia para todas las edades, organizado por una drag queen llamada Salem Moon, y pronto queda claro que el personal ha vivido antes todo este caos. Dos porteros con camisetas negras que dicen “Bienvenidos a casa” requisan y revisan a todos los asistentes.
Si buscas la primera línea en la extensa guerra cultural de Estados Unidos, esta es. Desde el año pasado, el movimiento conservador se ha ensañado con la comunidad LGBTQ, específicamente en las personas trans y en las drag queens, a quienes acusan de “establecer vínculos emocionales” con niños para una vida de abusos y pecado. Esta acusación no tiene una base estadística ni fundamentos en la realidad, pero sí tiene la capacidad de hacer que la gente se enfurezca y, según las tácticas de la extrema derecha, esa es una gran oportunidad.
Algunos nacionalistas blancos y evangélicos agresivos han aprovechado el pánico en contra de las personas trans para movilizar a nuevos reclutas, animados por la aceptación que el tema ha tenido por parte de políticos convencionales como Ron DeSantis. Y a donde vaya la extrema derecha, van sus armas: milicias, pandillas y otros grupos, han portado armas de fuego a plena vista en protestas públicas y han llevado armas de guerra a espectáculos drag y edificios gubernamentales. El año pasado, el New York Times analizó más de 700 manifestaciones armadas en todo el país, y encontró que la derecha era la responsable de 77 % de ellas, protestando en contra de todo, desde los derechos LGBTQ hasta la victoria de Joe Biden en 2020.
Sin embargo, los de la extrema derecha no son los únicos que aparecen armados. En todo el país, individuos marginados están formando grupos como el John Brown Gun Club y la Asociación Socialista del Rifle, que aseguran estar dedicados a la idea de la defensa comunitaria. Su razonamiento se basa en las masacres del Club Q en Colorado y el club nocturno Pulse de Florida, y se apoya en una larga desconfianza hacia la policía, acusada de fallar repetidamente en su deber de protegerlos del odio de la derecha, e incluso de haberlo apoyado en algunos casos.
Varias fuentes entrevistadas para esta historia, particularmente aquellas que ocultan sus identidades durante las protestas, pidieron el uso de seudónimos, por temor a represalias de la extrema derecha. Otros estaban felices de compartir sus nombres, dado que su presencia pública -o permisos de portación oculta- los protege de peligro. No obstante, todos ellos están de acuerdo en una cosa: el otro lado tiene armas y no teme usarlas. La única solución es estar preparados para devolver los disparos. “Somos una respuesta”, afirma un miembro del JBGC. “Nosotros existimos como respuesta a la violencia”.
Un lunes, Jason, el dueño de Tulips FTW, se reunió con el grupo Elm Fork del JBGC antes de que llegaran los manifestantes, y les pidió que dejaran sus rifles en los carros. “Las armas atraen más armas”, les dijo. “No queremos que la cosa se ponga fea”.
La presencia de armas en una protesta –o contraprotesta- es una clara intensificación de la fuerza, y como dice Jason: “Si traes armas, tienes que estar preparado para una pelea”. Tener grupos armados en ambos lados aumenta la posibilidad de un desenlace mortal en un tiroteo, y pone a los clubes de armas más militantes en la rara posición, para los de la izquierda, de igualar las tácticas violentas de la extrema derecha.
Afortunadamente, durante la noche de trivia, nada sale mal. Varios individuos de la extrema derecha se habían movilizado a través de Telegram para protestar en contra del evento, según me cuenta los miembros del JBGC, pero las tormentas y la falta de comunicación sobre la hora de inicio, provocaron una baja asistencia. En Tulips, el evento siguió su curso con la casa llena.
“Son increíbles los extremos a los que llegan las personas para silenciarnos”, me dice Salem Moon, la anfitriona del espectáculo, antes de cambiarse de vestuario para salir al escenario. “El hecho de que nos estén acorralando y tengamos que defendernos físicamente… No pensé que llegaríamos a esto, pero aquí estamos”.
Elm Fork, y la mayoría de secciones del JBGC con las que he hablado, usualmente asisten a manifestaciones o eventos por invitación del organizador o de un contacto dentro de la comunidad, aunque a veces aparecen sin previo aviso donde saben que habrá personas de la extrema derecha.
No les pagan por su trabajo, aunque cada operación está cuidadosamente planeada por un “ancla” designado, que asume la responsabilidad de hablar con los dueños de los negocios y los diferentes organizadores. Además, hay un trabajo táctico más detallado, con mapas de los puntos de entrada y salida de los lugares de eventos, y expedientes minuciosos sobre los partidistas de la derecha que puedan presentarse, y otros actores. Cuando llego a Tulips el lunes a la tarde, me reconocen de inmediato: “¡Tenías más bigote en la foto!”, me dijo una persona; a mí también me habían hecho un expediente.
En los meses en que entrevisté a estos grupos, a veces parecía irreal escucharlos hablar sin una pizca de ironía sobre expedientes de inteligencia, mapas tácticos y cargas de armas en una tarde cualquiera entre semana, en una ciudad importante de los Estados Unidos.
Cómo llegamos hasta este punto es una historia más complicada. Durante décadas, los grupos marginados en los Estados Unidos han recurrido a las armas de fuego para defender a sus propias comunidades de los actores hostiles. A mitad de los 60, el Partido Pantera Negra “vigilaba a los policías” o enviaba miembros armados a seguirlos y a quedarse cerca cuando hacían un arresto. Pero, a medida que el partido demócrata y la política más liberal se unieron en torno al control de armas, la derecha construyó una imagen de que tenían un monopolio cultural sobre la violencia. Eso no significa que los grupos de izquierda a favor de las armas o las iniciativas apolíticas de defensa comunitaria dejaran de existir, pero sí fueron empujados fuera de los límites de la política aceptable para los estadounidenses progresistas, que por décadas han insistido en la investigación que demuestra que las armas en los hogares aumentan drásticamente la tasa de suicidios, las muertes de menores e incluso la probabilidad de una agresión fatal. Sin embargo, para la gente de estos grupos, es un riesgo que vale la pena correr para defenderse.
El John Brown Gun Club opera de manera independiente, pero comparte una filosofía similar: la acción directa para contrarrestar la amenaza de la extrema derecha, y sus miembros están comprometidos con el antifascismo, el antirracismo y la intolerancia. La mayoría de los grupos con los que hablo recalcan que andar armados es solo una parte de su trabajo, mencionando colectas de suministros para personas sin casa durante las épocas heladas en Texas y otros eventos de ayuda mutua. “Las armas no existen sin todas estas otras cosas”, dice un miembro del JBGC que se conoce como el Contador. “Si vamos a portar armas, debe haber una razón comunitaria para ello”.
Organizaciones abiertamente de izquierda y proarmas, como la Revuelta Redneck, la Asociación Socialista del Rifle y el John Brown Gun Club han existido en varias formas durante casi dos décadas. El primer JBGC fue fundado hace mucho tiempo en Lawrence, Kansas, donde los miembros abogaban por la defensa comunitaria y la cultura general de las armas de fuego, y fue nombrado por el abolicionista John Brown, quien dirigió una revolución en 1859 en contra de la esclavitud y atacó el arsenal federal en Harpers Ferry, Virginia, con la intención de armar tanto a las personas que habían escapado como a los que aún eran esclavos, para luchar por su propia libertad.
En 2019, el JBGC llegó a los titulares de los periódicos cuando Willem Van Spronsen, de 69 años, un veterano de alto rango de la sección Puget Sound, atacó una instalación del Servicio de Control de Inmigración y Aduanas en Tacoma, Washington. Se infiltró en el lugar con un rifle semiautomático y varios cócteles Molotov, antes de ser asesinado por la policía. El ataque premeditado de Van Spronsen es una excepción notable en la historia del grupo, ya que rara vez han participado en actos violentos. Pero su ataque y su carta de despedida a otro miembro, en el que escribió “Soy antifa” -una referencia al activismo antifascista-, llamaron la atención de la derecha en particular.
Desde la muerte de Van Spronsen, el número de secciones activas del JBGC en todo el país ha aumentado de manera dramática, basándose en decenas de cuentas nuevas del club que han surgido en Twitter. El JBGC no tiene un líder concreto ni una organización formal, opera como una red de células independientes poco conectadas. Muchos miembros usan un parche con una caricatura estilizada del homónimo de su grupo, rodeada por las palabras “No discuto con personas a las que John Brown les habría disparado”. Las secciones suelen tener entre media docena de miembros y más de 20, quienes suelen ser investigados a través de conexiones personales o reuniones en persona antes de ser recibidos en el grupo. Aun así, algunos contramanifestantes asisten a los eventos públicos sin ser miembros del club, y esto puede causar confusión.
De hecho, un par de semanas después de irme de Texas, la disciplina y la coordinación que vi en Tulips se vino abajo en un dramático enfrentamiento que llegó a las noticias locales. El 23 de abril, en un espectáculo drag en Forth Worth, tres contramanifestantes en un grupo de individuos armados -que incluían miembros del JBGC- fueron arrestados. Unas grabaciones de seguridad publicadas por el departamento de policía de Fort Worth muestran a un contramanifestante enmascarado acercándose para rociar con gas pimienta a un grupo de derecha sin armas. La policía, con chalecos antibalas y rifles propios, se movilizó para arrestar a la persona, que fue acusada con múltiples cargos de asalto, incluido uno contra un oficial. Otros dos contramanifestantes fueron arrestados. “Me decepcionó mucho”, me dice un miembro de la comunidad LGBTQ que estaba presente. “Si vas a venir armado, tienes que venir como protección. No puedes meterte en peleas. Tu deber es asegurarte de que las personas estén a salvo”.
El día siguiente a la ‘Defensa Drag’ en Tulips, conduzco hasta un campo de tiro a una hora del sur de Dallas, donde me encuentro con un grupo que me contactó a través de la app Signal, por recomendación de Elm Fork. Mi GPS me lleva por kilómetros de colinas verdes, pasando por ranchos y hacia un valle poco profundo, donde me quedo sin señal en el celular. El campo de tiro es una amplia extensión de bahías de pistolas y rifles, con enormes desniveles de tierra a ambos lados para recibir las balas perdidas.
Me reúno con el Gato y Azad, quienes se presentan como los cofundadores del Black Cat Rifle Group, una organización voluntaria con base en Dallas, que brinda entrenamiento gratuito sobre armas de fuego a cualquiera que lo desee, centrándose particularmente en grupos marginados. El Gato y Azad se conocieron en la Asociación Socialista del Rifle, pero se ramificaron por su cuenta el año pasado para centrarse en el entrenamiento durante la época en la que el John Brown Gun Club de Texas comenzó a organizarse.
El día de hoy le están enseñando a dos jóvenes novatos. Nos amontonamos en el carro del Gato, que está lleno de objetivos de papel, cajas de municiones y estuches de armas, y vamos hasta una bahía de rifles, donde Gato se pone un uniforme militar. Azad, un hombre alto y barbudo del sur de Asia, se pone un chaleco táctico. “No me interesaban las armas hasta que Trump fue elegido”, me comenta Azad durante el recorrido. “Pero todos sabemos que ahora hay nazis en las calles. Por eso estamos aquí”.
Los cartuchos gastados crujen bajo nuestros pies mientras organizamos los objetivos. “Mi comunidad, la comunidad del sur de Asia, ha estado lidiando con esta mierda por 30 años”, dice Azad. “Todos los años, algún tipo arroja un molotov a un templo o pintan esvásticas en nuestras casas”. El Gato añade: “No quiero tener armas y hacer esto, pero tampoco quiero que alguien ataque a mi esposa solo porque es una persona racializada”.
Pero en Texas, según Azad y el Gato, las armas son una necesidad; la derecha las tiene, la ley las permite y estar armado se convirtió en la única forma de mantenerse a salvo. “Esto es el maldito viejo oeste”, afirma Azad. “Hacemos lo que tenemos que hacer”.
Mientras el Black Cat se prepara, descargando más de una docena de rifles, AK, pistolas y rifles antiguos, el Gato repasa las reglas básicas de seguridad con armas de fuego con los estudiantes: toda arma de fuego se debe manejar como si estuviera cargada, nunca apuntes a nada que no tengas la intención de disparar, mantén el dedo apartado del gatillo hasta que estés listo para disparar, y siempre sé consciente de tu objetivo y lo que está detrás de él.
Después de algunas lecciones básicas de cómo manejar un arma, el Gato pasa las “orejas y ojos”: audífonos con cancelación de ruido que amplifican las voces, pero no los disparos, y gafas de seguridad. Después, junto con los estudiantes, nos guían durante los ejercicios básicos de tiro con objetivos de cartón en forma de torso, pasando de pistolas a rifles de asalto modernos. El campo de tiro está reservado para todo el día, por lo que vemos otros miembros de Black Cat entrar y salir durante el entrenamiento.
A medida que la tarde avanza, terminamos solo Azad, el Gato, un tercer miembro de Black Cat, quien pide ser llamado Tony, y yo. Los Black Cat me someten a un ejercicio que combina correr y disparar un rifle, diseñado para simular una situación de combate en la que te quedas sin aliento y tienes el corazón acelerado. Ya había disparado un arma, pero nunca a este nivel, y los ejercicios me impresionan en cuanto al grado de esfuerzo que requiere el manejo seguro de un arma, y la facilidad de apretar un gatillo. Disparar requiere habilidad, pero lo básico no es complejo, por lo que el objetivo de Black Cat es trasmitir ese conocimiento a quienes sienten la necesidad de defenderse con un arma.
“Nuestro trabajo es fundamentalmente político”, comenta el Gato. “Pero intentamos no meterle política. Si vas con las comunidades racializadas y comienzas a mencionar la palabra “socialista”, la gente tiende a cerrarse. Las comunidades pobres no necesitan más críticas… Muchas de estas personas ya llevan un blanco en la espalda, ¿para qué ponerles otro?”.
Entre más tiempo paso con estos grupos de armas, menos consistentes son sus políticas; hay comunistas, marxistas-leninistas, socialistas, e incluso hay algunos liberales. Algunos grupos, como los Veterans for Equality de Austin, Texas, en su mayoría son apartidistas, con gente de izquierda y otros más conservadores. Algunos con los que he hablado piensan que una sociedad ideal debería tener limitaciones en cuanto a las armas personales; otros son fieles creyentes en la idea de que la gente debería estar armada. Sin embargo, lo que los une es una filosofía que puede ser difícil de entender para aquellos que no tienen contacto directo con la extrema derecha.
“Para hacer esto, no necesariamente debes tener un fin político”, me dijo Michel, un miembro de la sección de Austin del John Brown Gun Club, un día en una cafetería. Michel no es la típica persona que se vería en un JBGC, es un profesor universitario de mediana edad, relativamente inexperto en cuanto a armas de fuego y no tiende a ser radical. Pero un día decidió que la autodefensa armada era la única respuesta a los actos de la extrema derecha, como fue el caso de Charlottesville. “Hay que reconocer que existen personas vulnerables a las que se les persigue, y que el Estado no las va a proteger. Simplemente hay que admitir que… alguien debe protegerlas”.
Aunque, en ocasiones, estos grupos colaboran entre sí, hay claras diferencias de pensamiento. Por ejemplo, los miembros de Veterans for Equality -grupo formado el año pasado y que ha participado en manifestaciones a favor de causas de igualdad de sexo, género y raza- no ocultan su rostro en las protestas, a diferencia de la mayoría de los miembros del JBGC. “Siento que, al ponernos una máscara, ponemos una barrera entre la gente que intentamos defender y apoyar, y nosotros”, me dice Benjamin, que fue observador avanzado del Ejército. “Es mucho más fácil demonizar a una persona sin rostro, si tan solo eres un supersoldado antifa en un bloque negro”. Aquí habla de la vieja táctica de los manifestantes antifascistas en las que usan máscaras y ropa similares para proteger su identidad.
A diferencia del JBGC, los Veterans for Equality suelen coordinarse con la policía en las manifestaciones, esperando usar esa conexión para mantener todo en calma. Esta no es una opinión que comparten varios de los miembros de los John Brown Gun Clubs y, de hecho, algunos me han dicho que las acciones de la policía suelen jugar a favor de la derecha. “Nosotros ni existiríamos si la policía fuera la organización que las personas creen que es”, afirma Han, otro integrante de la sección de Austin.
Conocí a Han y a otros cinco miembros de Austin una tarde entre semana, después de las horas laborales. Todos tienen ropa casual, un claro contraste con mi primer encuentro con los miembros de Elm Fork, cuyas caras nunca vi. Y así como el equipo de Elm Fork, varios de los de Austin dicen que sus primeras experiencias de acción directa y de organización radical ocurrieron durante las protestas de George Floyd en 2020. Un joven bisexual afro, conocido como el Contador, me cuenta cómo se escapaba de la casa de sus padres para ir a las protestas y llegaba oliendo a gas lacrimógeno; y Deviant, una mujer trans, describe varias experiencias personales de abuso por parte de la policía y la extrema derecha.
“Soy una chica trans que vive en Texas”, comenta Deviant. “He tenido que lidiar con la Hermandad Aria de Texas (ABT), con traficantes y pandillas de supremacistas blancos durante años, y lo he hecho sola”. Antes de unirse al JBGC, según ella, escapó de una relación abusiva que la exponía a la violencia de los miembros de la ABT y de otros nacionalistas blancos. Ahora, es parte de un grupo de personas que son “serias, organizadas y que se pueden defender por sí solas”.
Los miembros manifiestan que el JBGC los hace sentir protegidos del Estado y de la extrema derecha. “Si me voy a enfrentar a un hombre blanco y enojado, que me dice ‘n—-’, y tiene un arma… no importa si tiene una camisa de los Proud Boys o una placa policiaca”, dice el Contador, quien se unió al grupo de Austin a finales de 2021. “Me gusta pensar que me estoy organizando de una manera que probablemente va a prevenir ese riesgo para alguien más marginado”.
Después de una hora, Squid, un tipo alto, delgado y con pelo rubio y largo, se nos une en la mesa de picnic, justo cuando empieza a oscurecer. Salvo algunas excepciones, los miembros del JBGC que he conocido son jóvenes, de unos veintitantos años y usualmente con experiencias traumáticas, de discriminación o marginación en el pasado.
“Muchos aspectos de la sociedad giran en torno al poder”, afirma Squid cuando les pregunto qué los motivo a unirse al JBGC de Austin. “Estoy en uno de los grupos que todavía no tiene mucho poder, por ello, todo lo que hagamos para defendernos, para disminuir esa brecha de poder, es muy importante. Si alguien [que me quiere hacer daño] tiene una pistola, no quisiera tener un cuchillo”.
En mi última noche en Texas, conduzco hasta Denton, una ciudad universitaria al norte de lo que se conoce como el Dallas-Fort Worth metroplex, para una “Trans Joy Celebration”, en la que le pidieron protección al JBGC de Elm Fork. El clima está cálido y fresco, perfecto para un evento al aire libre. Al llegar, Artemis, una mujer trans alta y delgada que dirigió la contraprotesta en Tulips, y dos de sus compañeras, Moth y Crow, se paran al lado de un grupo de organizadores vestidos con los colores del arco iris. No tienen rifles, pero usan armadura y ocultan sus rostros. El resto de la gente tiene camisetas sin mangas, vestidos y shorts. Los asistentes ondean banderas mientras se reúnen en un patio afuera del Ayuntamiento de Denton.
A medida que llegan más personas, Artemis asigna grupos de dos personas en las entradas del patio, donde revisan las mochilas de los asistentes y vigilan los estacionamientos cercanos con un telescopio, buscando gente que esté merodeando en carros o camiones. “No sabía que habría gente en bloque”, escucho a un asistente comentarle a su amigo mientras entran. “Creo que están aquí como equipo de seguridad”, le responde el otro. “Eso tiene sentido”.
A un par de cuadras, un grupo cristiano evangélico lleva a cabo un picnic en la plaza central de Denton. El evento parece tranquilo y familiar, pero Artemis tiene a un par de personas vestidas de civil observándolos por si acaso. Y a pesar de la falta de amenazas obvias, Artemis y el grupo se mantienen alerta. En un momento dado, durante una emotiva serie de discursos de activistas trans locales y organizadores LGBTQ, dos hombres con camisas de manga corta, pantalones de camuflaje y gorras de camioneros se acercan con los brazos cruzados y se quedan observando en silencio la celebración. Le dedico una mirada a Artemis, arqueando una ceja, ella asiente y se encoge de hombros, pero no deja de verlos hasta que se marchan unos minutos después.
“Me siento más seguro sabiendo que están aquí, porque nuestros intereses son los mismos”, dice James Jackson, uno de los organizadores del evento, del JBGC. “Si están dispuestos a portar armas y a protegernos, es porque se preocupan por la comunidad tanto como yo. De lo contrario, estaríamos en manos de la policía, y algunos de ellos nos quieren muertos”.
Al caer la noche, la celebración pasa del ayuntamiento al patio de un bar que queda cerca. El equipo de Artemis guía al desfile hasta el otro lado de la calle y luego asegura el área, mientras que el resto se prepara para la fiesta. Entonces le pregunto a Artemis qué tal es asistir a eventos en lo que, a veces, nunca pasa nada. Los enfrentamientos entre la izquierda y la derecha siguen siendo relativamente poco comunes.
“Es importante hacer acto de presencia y establecer el precedente de que estas comunidades no son vulnerables”, me explica Artemis. “Si la comunidad queer es vista como una comunidad armada, estará más segura”.
A medida que la noche avanza sin mayor amenaza, los miembros del JBGC se relajan. De dos en dos, Artemis les da el visto bueno para cambiarse a su ropa casual y bajar un poco la guardia. Es la primera vez que le veo las caras a los miembros de Elm Fork y me sorprende lo joven que es la mayoría. Artemis es la última en cambiarse, e incluso en ropa normal, revisa ambas entradas del patio, que había visitado al comienzo de la semana para hablar con algunos de los propietarios de los bares cercanos para hacer un mapa detallado de los diferentes puntos de entrada y salida de los espacios públicos que la comunidad había reservado.