Wu-Tang Clan: ninjas marginales del hip-hop con sabiduría callejera

La leyenda del género pasó por primera vez por Buenos Aires y dejó su sello en apenas poco más de una hora

Por  SEBASTIÁN CHAVES

marzo 31, 2023

Foto: Kala Moreno Parra

“Wu-Tang”. El “Wu” encaja con el bombo, el “Tang” con el redoblante. El uno-dos de los maestros del boom bap parece educar y aplastar al mismo tiempo. Resuena en el Luna Park como las piñas de Bonavena a Gregorio Peralta en aquel quinto round de la noche del 4 de septiembre de 1965. Solo que acá no hay pelea, mientras uno rapea, el resto de los MCs en el escenario le cuidan las espaldas y lo arengan. Se turnan para disparar esos flows que alguna vez GZA comparó con el movimiento de las espadas samurai. GZA esta vez no es de la partida, así como tampoco Method Man. En esta gira que los trajo a la Argentina, como un guiño al cine, son siete samurais: RZA, Ghostface KIllah, U-God, Inspectah Deck, Raekwon, Masta Killa y Cappadonna.

Poco más de una hora de show fueron suficientes para que los Wu-Tang Clan dejaran felices a los miles de seguidores del rap old school que fueron al Luna Park, casi el mismo tiempo que le tomó a Drake, hace menos de 15 días en Lollapalooza, pasear sus hits a reglamento y abandonar el escenario con sus caprichos de multimillonario como escudo. Es como si los gedes liderados por RZA hubiesen venido a contarnos cómo eran las cosas. En el hip-hop, la entrega y el verosímil importan más que cualquier desarrollo. Por eso ahí estaban los siete, rapeando a más no poder y soltando sus estribillos que no se cantan como los de ahora, se gritan como slogans que nadie pone en duda. Y si vas a gritar, a tus cincuenta y pocos años, cosas como: “Wu-Tang ain’t nothing to fuck with” (Con Wu Tang Clan no se jode), o “Bring Da Ruckus” (Trae todo el quilombo)… mejor que puedas sostenerlo con la parada. Y si vas a pelar cadenas de oro, mejor que con tu actitud hagas dudar de cómo las conseguiste.

Foto: Kala Moreno Parra

En menos de una hora y media, los Wu-Tang Clan rapearon sobre todo ese imaginario que puede entrar en tensión si se lo disecciona. Hubo filosofía shaolin en “Da Mystery of Chessboxin’”, hubo descripción (no crítica) capitalista en “C.R.E.A.M.”, hubo saludo gangsta en “Can it be” y también dedos en V y pedido por la paz en el cierre. Pero nadie podría contarle las costillas ni las contradicciones a estos parias que tenían como destino más lejano la cárcel que quedaba a pocas cuadras de su barrio en Staten Island y hoy viajan por el mundo habiendo vivido varias décadas más que muchos de sus amigos de la infancia. Entonces se entiende cuando las visuales en homenaje a Ol’ Dirty Bastard coronan su nombre con dólares y no con flores. Invertir la carga, demostrarle a los dueños del mundo, a esos que hace siglos esclavizan negros y les hacían extraer el oro de las minas, que el oro también puede ser de ellos.

Foto: Kala Moreno Parra

Sobre el escenario del Luna Park, y con una banda más DJ de fondo, los siete MCs se turnaron para rapear sobre bases casi en continuado. Ghostface Killah fue, claro, el más ovacionado, por historia y porque su presencia no estaba confirmada antes del show. De fondo, las visuales mostraban los video clips de época sin restauración mediante y el logo del grupo (que desde el público se replicaba con las dos palmas hacia adelante, levemente inclinadas hacia los costados y los pulgares entrelazados en el medio para formar la W). El despliegue estaba dado por el flow, desde la solidez de Inspectah Deck a la carraspera de U-God. Todo para conformar un hip hop que pega primero y no pregunta después. 

Foto: Kala Moreno Parra

Con espuma de champagne volando por el aire, RZA, que había anunciado el inicio, anunció también el final. A fin de cuentas, fue él quien logró encarrilar a todos a fuerza de imaginar una fantasía ninja y releer la cultura tao ahí en un barrio donde parecía imposible imaginar. “Triumph” fue uno de los temas que eligieron para despedirse. Un triunfo individual y colectivo de un estilo, de una forma de hacer las cosas y de un grupo de personas que aspiraban a no morir jóvenes entre tanta violencia. “Mantenerse vivo no era una metáfora”, rapeó Raekwon en “C.R.E.A.M.”, mientras un piano tenebroso que le samplearon a The Charmels (un desconocido grupo de r&b de fines de los 60) se diluía de fondo. Y así se fueron del escenario, como ninjas marginales que le ganaron al destino a fuerza de poesía y sabiduría callejera.

Foto: Kala Moreno Parra