Willy Quiroga repasa su vida y obra en ROLLING STONE: “Cuando empecé a tocar, todavía no existía el rock”

A los 84 años, Willy Quiroga repasa su vida y obra y asegura que está dispuesto a todo para pelear contra su enfermedad y no bajarse de los escenarios

Por  BRUNO LAROCCA

agosto 21, 2024

Willy Quiroga en un bar de Quilmes, con una gorra de su equipo de beisbol favorito.

Juan Francisco Sánchez

Tal vez es el tiempo o la costumbre de hacer lo mismo durante 67 años —casi una vida entera al servicio del rock & roll—, pero Willy Quiroga no quiere retirarse.  A los 84 años, recluido en la intimidad de su casa familiar en Quilmes Oeste, cuatro días después de haber anunciado a través de un video en sus redes sociales que le detectaron una enfermedad que no le permite cantar y tocar con normalidad, Willy dice ahora que no piensa abandonar definitivamente la música: “La única que puede pararme es la muerte”. Es una noche fría de agosto y la voz de Wilfrido Aníbal Quiroga hoy suena con la bravura y potencia de siempre, más parecida a la que desde hace más de medio siglo escuchamos en las canciones de Vox Dei —la banda de su vida— que a la suave y lánguida que hace tres semanas respondía preguntas a ROLLING STONE, en un bar tradicional del centro de su barrio.

 “¿Viste cómo me costaba caminar ese día cuando salí del bar?”, dice el hombre que pasó gran parte de su vida tocando en teatros, boliches, whiskerías y todo tipo de festivales de Argentina. “Es que me tuvieron una semana y media internado, en esas camas que se suben y bajan, y me aparecieron escaras en la espalda… Pero lo peor es que salí completamente afónico y mi fuerte justamente es cantar; con el bajo sólo me acompaño. Entonces tuve que anunciar que voy a dejar de hacer shows por un tiempo, hasta que pueda mejorar”.

Willy es uno de los músicos más longevos del mundo. Una leyenda incansable del rock & roll surgida desde los márgenes más humildes de la gran ciudad que sigue alimentando una obra de más de 20 discos editados y 100 canciones registradas. Tres años mayor que los Stones Mick Jagger y Keith Richards, dos más grande que su ídolo Paul McCartney y uno más que el eterno Bob Dylan; a diferencia de muchos de sus colegas, hasta ahora Willy nunca se ha tomado un tiempo sabático alejado de los escenarios. “Cuando empecé a tocar, todavía no existía el rock”, dice este músico autodidacta, nacido en Río Cuarto, Córdoba, pero criado en las bohemias calles de Barracas, que comenzó en los tempranos 60 haciendo zambas y chacareras con el dúo de folclore Los Chúcaros.

“El jueves, después de anunciar que voy a dejar de tocar por un tiempo, recibí tantos mensajes que se me rompió el teléfono y no pude seguir respondiendo los saludos que me llegaban. Por eso me vi obligado a guardar silencio y tomarme un descanso. No puedo subir a un escenario así. Quiero recuperarme bien y, de a poco, creo que lo estoy logrando”, asegura.

Basoalto, Soulé y Quiroga, en una de las primeras fotos promocionales. (Archivo Willy Quiroga).

Willy dice que está tratando de cuidarse, que hace tiempo dejó de hacer algunas cosas que hacía de joven. “No tomo más alcohol y etcétera, etcétera, etcétera… Y me siento mejor, libre. Me siento como Superman”, confesó hace dos semanas, en el primer encuentro con esta revista. El plan de recuperación al que se sometió estos últimos días incluyó prácticas de técnicas de bajo en su casa, todo tipo de cuidados que lo ayuden a recuperar la fuerza de su voz y la difícil decisión de bajarse de las presentaciones que tenía programadas con Vox Dei en Buenos Aires, San Juan y Mendoza. Aunque igualmente piensa acompañar a su banda desde abajo del escenario.

“Para mí, que venga ROLLING STONE a hacerme una nota es un honor”, dirá, antes de despedirse, con la humildad que siempre lo distinguió de muchos de los pioneros de nuestro rock. “Ahora tengo que conseguir un turno con la fonoaudióloga y la otorrinolaringóloga que me recomendó Nito Mestre. Me dijo que es una capa total, pertenece a [la obra social de] Sadaic, y parece que sacó a varios cantantes del mismo problema”, se entusiasma.

Muchos hablan de Jagger, Richards y de Paul McCartney como verdaderas leyendas vivientes del rock, pero acá tenemos a Willy Quiroga, que tiene más años que todos y sigue tocando.

Es cierto, lo que pasa es que tengo mucho menos dinero que ellos. Algunas personas dicen que Jagger se cambia la sangre cada tanto y eso no está dentro de mis posibilidades.

¿Qué es lo que te motiva a seguir tocando?

El músico es un afortunado porque puede seguir tocando. En cambio, los deportistas tienen que retirarse muy jóvenes. El primer premio que me dio la vida fue poder tener una guitarra a cambio de una botella de vino.

¿Esa historia que siempre contás es real?

Sí, claro, yo trabajaba con mi padre en la panadería y al lado había un boliche en el que un señor de más de 60 años tocaba siempre la guitarra. Y cuando este hombre tomaba mucho, la dejaba tirada por ahí. Un día me animé y le dije: “Maestro, algunos pasan y patean la guitarra. Se va a romper”. Y me respondió: “No importa, me compro otra”. Entonces le ofrecí comprársela y me propuso intercambiarla por una botella de vino.

¿Desde ese día quisiste ser músico?

Yo iba a ser panadero, pero hay cosas que no se pueden explicar. Siempre tuve mucha habilidad para aprender desde la observación. Algunos amigos que hacían folclore me enseñaron a tocar hasta que aparecieron Los Beatles. En 1962, en un viejo combinado Winco que tenía en la panadería escuché “Love Me Do” y me compré una guitarra eléctrica. No podía creer lo que estaba escuchando. Ahí, en ese momento, no solo cambió mi historia, sino la de muchos.

Charly García dijo en una entrevista que cuando aparecieron Los Beatles se produjo el Big Bang…

Claaaro, sí. Totalmente. ¡Fue una revolución mundial! Qué bárbaro…

¿Ahí, enseguida, descubriste a Paul McCartney?

Sí, pero primero me gustó la banda y después quedé loco con Paul porque cantaba y tocaba el bajo. Y eso era lo que yo quería hacer. Bueno, finalmente me dediqué a lo mismo.

¿Cómo es un día de tu vida?

Hago vida normal, soy un ciudadano más. Salgo a hacer compras, pago impuestos y después ensayo. Día por medio también me pongo a componer y a tocar el bajo durante dos o tres horas.

¿Y cuando no hacés música?

Me gusta el cine, las películas de ciencia ficción. Cuando tenía 11 años aparecieron las primeras revistas de ciencia ficción con Isaac Asimov y Ray Bradbury, entre tantos otros, y me partieron la cabeza. Antes leía historias de cowboys, en las que uno era el más rápido de todos y otro robaba ganado.

¿Qué te atrae tanto de la ciencia ficción?

También me encanta conocer el universo. Hace poco me enteré de que lanzaron el [telescopio James] Webb, que está tomando fotografías muy lejos de la Tierra. La luz del sol tarda ocho minutos en llegar. Con el Webb descubrieron lugares que están a 6.800 millones de kilómetros [risas]. Es muy posible que algunas de esas estrellas ya no estén. Porque estamos viviendo el pasado, no estamos viviendo el presente. En fin, ese tipo de cosas me encantan. Y me gusta mucho mirar deportes.

¿Es cierto que mirás béisbol?

Sí, todo el mundo me dice que no lo entiende y yo les digo que hace más de 30 años que miro béisbol. Desde que en 1971 fui a Nueva York y me invitaron al estadio de los Yankees. Si no entendés un deporte, tenés que mirarlo y vas a aprender. Es como los que dicen que no les gusta un libro y solo leyeron la tapa. También miro mucho tenis. Uno de mis ídolos es [Roger] Federer. Me dolió mucho cuando se tuvo que retirar, pero bueno… La vida pasa. Ahora hay otros pibes nuevos como [Carlos] Alcaraz y [Jannik] Sinner. El juego cambió. 

Y la música parece que también…

Cuando grabamos La Biblia [entre 1970 y 1971] teníamos cuatro canales. Después pasamos a CBS y ya teníamos una mesa de grabación importante. Ahora en la computadora tengo un programa de grabación multitrack.

¿Y los instrumentos?

¡No había instrumentos acá! Me acuerdo cuando Almendra [en 1970] compró los equipos que trajo Jorge Pistocchi. Fue un reguero de pólvora. ¡Pistocchi trajo [de Nueva York] los primeros Marshalls!

Vox Dei tocaba con equipos nacionales marca Robertone, ¿había mucha diferencia?

Robertone era un capo, un ingeniero de sonido muy bueno, que hasta entonces tenía lo mejor que había acá. Por eso sonábamos con tanta polenta… Pero el mundo cambió. En la medida en que se van teniendo más herramientas todo se va dando más rápido. Ahora estamos con la I.A.

¿Cómo te llevás con la inteligencia artificial?

Todavía no experimenté en eso.

Ahora cualquiera puede tomar tu voz y hacerte cantar, por ejemplo, un reggaeton…

Bueno, hay cantantes de los que todavía no conocemos la voz real porque usan Auto-Tune y todo eso. Quizá [los sellos] buscan un tipo que tiene pinta, le arman un tema y con el Auto-Tune es una maravilla. El mundo es así y hay que aceptarlo.

¿Qué opinás de la música urbana y los nuevos géneros que consumen ahora los jóvenes?

La juventud se vuelca a escuchar la música que le dan. Algo muy distinto a lo que vi cuando estuve en Estados Unidos [en 1971], que había radios especiales con música de todos los géneros y épocas. Como dijo creo que Charly García, ahora en la música se perdió la armonía. Todo es ritmo.

En la canción “Ahora es el preciso instante” decís: “No corras más a ciegas, hay mil cosas que realizar, y el momento nunca llega”, ¿es autorreferencial?

Yo era uno de los que seguramente como muchos otros decía: “Mañana empiezo, mañana le digo, mañana lo hago, mañana, mañana, mañana…”. Pero ese momento nunca llega. Trato de compartir con las personas lo que pienso y no hay nada más lindo que me digan que les gusta y compartan mi mirada.

Hablemos de tu encuentro con Ricardo Soulé y el inicio de Vox Dei.

A Ricardo lo conocía de la movida. Yo iba al Club Social Berazategui a ver a los chicos que jugaban al handball y recuerdo que el público gritaba: “Soulé, Soulé, Soulé”. Un tiempo después armé un dúo con un amigo. Hacíamos folclore moderno y nos costó un montón convencer a la tana, dueña de la pizzería del barrio, para que nos dejara tocar. Nos decía: “Acá no, hacen un batifondo bárbaro”. Hasta que nos dio un lugar en el fondo y algunas personas cuando nos escuchaban tocar entraban para vernos de cerca. Así logramos convencerla y empezamos a tocar de lunes a lunes. En un momento nos dijo: “Por la bebida y la comida no se preocupen que yo me encargo”. Hasta que una noche apareció Susana, la mujer que sería mi esposa hasta el día de hoy, a la que apodé “mi azúcar amargo”.

¿A ella le compusiste la canción “Azúcar amargo”?

Sí, le puse así porque me hizo trabajar tanto para conquistarla y convencerla… Esa noche en la pizzería, Susana había venido con la prima de Rubén [Basoalto]. Y él le comentó a su prima que estaba buscando un cuarto integrante para la banda que estaba armando con Soulé. Entonces ella le avisó a Rubén que yo estaba tocando la guitarra y cantando en Berazategui. Vinieron enseguida a buscarme con Ricardo a la pizzería y ese primer día hablamos mucho.

¿De qué hablaron?

No recuerdo que hayamos tocado una sola nota, pero sí que hablamos mucho acerca de lo que queríamos hacer y el rumbo que queríamos tomar.

¿Por qué decidieron cantar en inglés?

Porque el padre de Ricardo era profesor de inglés, entonces él se las arreglaba bastante bien con el idioma. Y yo, como trabajaba de caramelero en un cine, comencé a aprender inglés escuchando el audio de las películas y mirando después la traducción en la pantalla. Por eso “Azúcar amargo” primero se llamó “Bitter Sugar”. 

¿También hacían covers?

Al principio Ricardo cantaba temas de los Rolling Stones y yo de los Beatles. Teníamos muy buenas voces. Éramos tan buenos como dúo que a veces no sabías cuál de las voces estaba haciendo cada uno. Esa fue una de las claves.

¿Y las otras?

Las canciones. Ricardo es muy buen compositor. Cada uno componía por su lado y a veces lo hacíamos juntos. Un día escuchamos a Almendra, Manal y Los Gatos, pero todavía no estábamos convencidos de cantar en castellano y grabamos un disco para que alguien nos diera una mano.

El famoso primer demo…

Sí, [un acetato] con dos canciones: “Cuando un hombre ama a una mujer” [cover del clásico de Percy Sledge “When a Man Loves a Woman”] y “Gimme Some Lovin’” de Spencer Davis Group. Yo tenía la tarjeta de un muchacho, lo llamé y fuimos a mostrarles las canciones. Le gustaron, pero nos dijo que escucháramos la nueva música que se estaba haciendo. Sacó un longplay y sonó: “No hay que tener un auto, ni relojes de medio millón”. [Willy imposta la voz y canta como Javier Martínez].

Manal…

¡Exacto! Nos miramos con Ricardo y dijimos: “Esta es la onda”. Unas semanas después conocimos a la gente del sello Mandioca y nos dijeron que querían vernos en vivo, en Capital, porque nosotros tocábamos siempre de locales en Quilmes.

Querían probarlos en la gran ciudad.

Claro, en aquellos años para nosotros tocar en Capital era una gran odisea. Fuimos al Teatro Payró, participamos de un festival que no recuerdo bien si tocaba también Almendra o Manal, cantamos en inglés, sonamos muy bien, al público le encantó y, cuando terminamos, se acercó un flaco sacudiendo los pelos y nos dijo: “Loco, son una bola de acero que pega en la cabeza, pero no entiendo por qué cantan en inglés cuando tienen todo un idioma a disposición”. 

¿Recordás quién era?

Era Luis Alberto… Enseguida nos dimos cuenta de que realmente tenía razón. Ahí fue que “Bitter Sugar” se convirtió en “Azúcar amargo”. Primero escuchando la fuerza que tenía Javier para cantar y después Spinetta diciéndonos “déjense de joder” terminaron de convencernos de que teníamos que cantar en castellano.

Y los dueños de Mandioca también habían logrado convencerlos de que cambiaran el nombre en inglés de Mach 5, pero ¿qué tan bien sonaban en aquellos primeros años?

Estábamos en el nivel de Los Gatos, Almendra o Manal. También estaba Moris, Tanguito, Miguel Abuelo y se armó el movimiento del que ellos fueron la semilla. Por eso nosotros tomamos la onda de cantar en castellano. 

¿Cuándo sentiste que Vox Dei podía funcionar?

Al poco tiempo [el 12 de junio de 1970] se armó un festival en el Luna Park con los tres grandes grupos del momento: Los Gatos, Manal y Almendra, y también participamos nosotros. Esa noche teníamos que hacer tres temas, empezamos con “A nadie le interesa si quedás atrás” y cuando terminamos, el locutor, Fito Salinas, dijo: “Enciendan las luces para que Vox Dei vea a su público. ¿Les pedimos otra?”. Hicimos “Presente” y se desató una fiesta. El público tiraba los sombreros y bailaba. Entonces, al finalizar, Salinas dijo: “Si había tres grandes bandas en Argentina, ahora hay cuatro: acaba de agregarse Vox Dei”.

Imagino la alegría y satisfacción que habrán sentido en ese momento…

Estábamos completamente locos. No esperábamos semejante reacción del público. Después fuimos a grabar [para Mandioca] el primer disco, Caliente, que tiene temas emblemáticos que hasta hoy tenemos que tocar.

Durante los primeros años, ¿vivían de la música?

No, para nada. Yo trabajaba de lo que podía. Ricardo tenía al padre, que ganaba bien, y el de Basoalto [Rubén, baterista] trabajaba en una fábrica de termómetros. En aquel momento yo laburaba en Otis, una fábrica de ascensores. A veces venían los chicos a buscarme porque teníamos una entrevista importante con alguna revista e iba directamente con el uniforme de trabajo. Entonces me cambiaba o me producía para las fotos en un bar. 

¿Qué tan importante fue para el rock argentino el trabajo que hizo Jorge Álvarez?

Fue realmente muy importante. Álvarez tenía, entre otros músicos, a Moris y Pappo. Fue [a ofrecerlos] a RCA y otras compañías, pero no la veían… Como no cantábamos en inglés, nadie la veía. Entonces hizo algo muy inteligente, que fue crear un sello para editar a sus artistas y lo llamó “Mandioca, la madre de los chicos”. Y a partir de ahí nació todo. Todo lo que escuchamos hoy nació de lo que él hizo con Mandioca.

Además, Álvarez editó los primeros libros de Ricardo Piglia, Rodolfo Walsh y Quino. Sin embargo, pareciera que no ocupa el lugar que merece en la historia.

Pienso que hay un error en no reconocerlo. Era un tipo muy creativo. Tenía Editorial Jorge Álvarez con libros muy importantes.

¿Cómo surgió la idea de hacer en 1971 un álbum de rock conceptual como La Biblia cuando el único antecedente parecido en el mundo era solo Tommy (1969) de The Who?

No sé, a veces uno no puede explicar de dónde surgen las ideas. Lo único que sé es que sucedió. Teníamos que hacer algo que nos sacudiera y cuando empezamos nos dimos cuenta de que iba a sacudir a la sociedad. A mí se me había ocurrido hacer el Martín Fierro, pero se lo comenté a Ricardo y me respondió: “Creo que tenemos que hacer otra cosa. Se me ocurrió algo muy loco…”. Al principio no me quería decir qué era. Hasta que un día me confesó: “Podemos cantar la Biblia”. Y cuando me dijo eso, chau… Le respondí que me encantaba y me mostró unos cuadros sinópticos. Así empezamos.

¿Cuánto tardaron en componer La Biblia?

Estuvimos alrededor de un año y medio. Trabajamos con pocas herramientas. En ese entonces no podíamos grabar, cortar y pegar como ahora. Teníamos grabadores a cinta abierta, chiquitos. Ensayábamos y creábamos durante tres o cuatro horas. Después nos quedábamos dos horas más escuchando y desechábamos lo que no nos gustaba. Después, cuando se completó, pasaron muchas cosas…

¿A qué te referís?

Bueno, si escuchás el álbum original, el tema “Apocalipsis” no está terminado.

¿Qué pasó?

Es que Álvarez se metió tanto en la música que descuidó la editorial. Entonces cuando tuvo que pagar las horas de grabación en el estudio, no tenía dinero.

¿Ahí tuvieron el problema de las cintas?

Sí, Álvarez se robó las cintas con la grabación y Tim Croatto, dueño de los estudios TNT, lo denunció en la comisaría. Finalmente, tuvo que devolverlas. Pero tuvimos tanta mala suerte que el material fue a parar al sello Disc Jockey. Y los genios de la compañía nunca nos preguntaron si la grabación estaba terminada. Hubo muchos líos también ahí y no sé qué pasó, pero se terminó yendo [el guitarrista Yodi] Godoy. Nos quedamos en un sello que después nos robó todo.

¿Qué cosas les robaron?

Nos pagaron el 5 o 10 por ciento de lo que realmente vendió La Biblia, que fue mucho.

¿Pero cómo terminaron en Disc Jockey?

Fuimos a parar ahí por Tim, que tenía amistad con los responsables del sello y se hicieron cargo de los gastos de grabación. Pero como decía recién, editaron el disco y nunca nos preguntaron si las canciones estaban terminadas.

O sea que la historia de las discográficas tomando decisiones sin consultar a los músicos sobre su obra viene por lo menos desde 1971…

Sí, es de vieja data.

¿También en un momento mientras terminaban La Biblia intervino la Iglesia?

Claro, cuando la obra estaba terminada y todos sabíamos que no tenía nada que pudiera ser censurado o de mal gusto, en el sello deciden anunciar la salida de La Biblia, según Vox Dei. Pero desde la Iglesia se comunicaron pidiendo leer las letras. Entonces fuimos a la curia y se las mostramos. 

¿Y qué les dijeron?

Primeros nos atendieron como diciendo: “Bueno, bueno, chicos… a ver esas letras”. Pero cuando el monseñor [Emilio] Graselli leyó [la letra de “Génesis”, la canción que abre el disco]: “Cuando todo era nada, era nada el principio/ Él era el principio y de la noche hizo luz…”, se le transformó la cara. “¡Esto es maravilloso!”, nos dijo. “Yo soy hombre de la Iglesia y me hubieran costado muchas más palabras explicar el génesis. Y ustedes lo hacen de una forma tan simple y sencilla…”. Antes de irnos nos pidieron unos días para leer bien todas las letras. Finalmente nos dieron su aquiescencia, una estampita, y salió La Biblia. Ese disco fue un golpe en la sociedad. Dijeron: “Estos tipos están locos”.

¿Y estaban locos?

De alguna forma, creo que estábamos un poco locos. Porque hacer ese disco después de Caliente, que no tiene nada que ver con La Biblia, realmente no sé cómo explicarlo… Lo presentamos en el Teatro Presidente Alvear, tres lunes consecutivos, porque no tenían otras fechas. Vinieron tantas personas que cortaron la avenida Corrientes. Había una melange: curas, pibes con uniformes de colegios, monjas y los que en aquel momento llamaban hippies. Fue una locura.

¿Qué hubiera pasado si la Iglesia no aprobaba las letras?

Supongo que habríamos editado el disco igual. Que nos dijera la sociedad si estaba mal. No hay ninguna palabra de mal gusto o alguna situación planteada de forma absurda. Al contrario, son todas letras… “De sol a sol labrando tierra tendrás tu pan”. [Willy recita el comienzo de “Libros sapienciales”].

¿Recién salida La Biblia se fueron a Nueva York?

Sí, eso fue una locura. Fuimos a presentarla allá y alguien que era amigo de Eddie Kramer [ingeniero de sonido y colaborador en Electric Lady Studios], socio de Jimi Hendrix, nos llevó a hablar con él. Y cuando escuchó el disco nos preguntó: “¿The Biblia? ¿Rock and roll?”, mientras iba pasando los temas así… [Willy hace el gesto en la mesa del bar como si tuviera moviendo la púa en un tocadiscos]. Un tipo con el oído de él no iba a escuchar todo el álbum…

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