‘The Boys’: viaje al interior de una sátira entre la política y los superhéroes

La serie, quizás la más inteligente, más loca y más zarpada de este tiempo, estrenó el mes pasado su cuarta temporada

Por  BRIAN HIATT

julio 27, 2024

El actor Antony Starr define a su personaje como “un psicópata narcisista”.

Amazon Prime

Detrás de una pesada puerta metálica, en la sede de Los Ángeles de la sexta compañía más grande del mundo, el villano más terrible de la televisión no para de moverse y girar en su silla. Le duele el culo. Durante un viaje a México la semana pasada, Antony Starr, el actor neozelandés que interpreta a Homelander en la serie The Boys, se sentó en una caja que resultó ser un generador portátil apenas cubierto por un fino cartón. “El mango del generador me fue subiendo por la espalda hasta el huesito…”, dice Starr mientras se vuelve a acomodar. “Así que tengo que sentarme medio de costado. Más de lo que necesitarías saber”, se ríe.

Starr tiende a ofenderse un poco cuando la gente asume que se parece a su malvado personaje televisivo, sádico sonriente y volátil, con un poder ilimitado, profundos daños emocionales y debilidad por la leche materna, todo envuelto en la bandera estadounidense.

En el set, todos lo tratan como si fuera el verdadero Homelander, apartándose de su camino, como con miedo. Pero cuando está “de civil”, trata de diferenciarse lo más posible de su personaje, hasta el punto de raparse después del final de la temporada. En este momento, se dejó crecer una barba obstinada y tiene el cabello de vuelta a su castaño natural en lugar del rubio de la serie; sus lentes oscuros despejan el impacto de los ojos azul hielo. “La gente se sorprende, tipo ‘oh, Dios mío, no sos como él’”, dice Starr, un padre de 48 años y fanático de Queens of the Stone Age. “Y yo me quedo tipo ‘sí, estamos hablando de un psicópata narcisista, así que gracias. Gracias por eso”. Y se ríe ante la idea de que el accidente con el generador sea una prueba objetiva de esa realidad. “La verdad es que no tengo superpoderes, pero sí un trasero muy sensible”.

En el mundo de The Boys, que se basa en la serie de cómics independientes del mismo nombre de los años 2000, por Garth Ennis y Darick Robertson, los superhéroes son reales, muy metidos en la cultura pop y, con raras excepciones, más bien antiheroicos. Todos son creación de Vought International, una corporación con múltiples tentáculos que probablemente ofrezca envío gratuito exprés cuando no está engañando al público para que adore a sus “súper” como celebridades, y, cada vez más, figuras políticas de la batalla cultural. En la cuarta temporada de la serie, (que arrancó el 13 de junio), Homelander, un análogo cada vez más obvio de Donald Trump, comienza a trazar el reinado fascista de los Estados Unidos con la ayuda de un nuevo personaje bíblico y conspirativo, Firecracker (Valorie Curry), explícitamente modelado como la política conservadora de extrema derecha Marjorie Taylor Greene.

Con sus directas analogías políticas, para no hablar de su fijación adolescente con el desparramo de vísceras y el grotesco –que incluye, en la cuarta temporada, una orgía protagonizada en exclusiva por un superhéroe que se automultiplica–, a The Boys nunca podrían acusarla de ser demasiado sutil. Pero de alguna manera, su representación de los Estados Unidos post-MAGA como un trágico carnaval de mentiras bañado de sangre resulta particularmente auténtica. Cuando las provocaciones dan en el blanco, puede llegar a ser el mejor programa de televisión y, sin duda, el más entretenido de los últimos tiempos (Barack Obama sorprendió a sus creadores cuando lo incluyó en una de sus habituales listas de fin de año, lo que luego los hizo preguntarse qué habrá entendido el expresidente del capítulo en el que un pene gigante explota).

“No tenía idea de que se basaba en un cómic cuando leí por primera vez el guion”, dice uno de los protagonistas de la serie, Jack Quaid, que interpreta a Hughie Campbell, un fanático de Billy Joel que es el más improbable reclutado para jugar de titular con los Boys, un equipo de anti-superhéroes encabezado por el amoral Billy Butcher (Karl Urban). Desde ciertos ángulos, Jack se parece mucho a su padre, Dennis Quaid, pero con una onda Tom Hanks joven. “Pensé que simplemente querían hacer una serie sobre Estados Unidos y le habían metido superhéroes”.

Y así es, básicamente, como lo ve también el creador de The Boys. “La identidad de cada superhéroe es, literalmente, el traje que usa”, dice el showrunner Eric Kripke, que hizo anteriormente la muy popular serie Supernatural. “Es una serie sobre la política y el autoritarismo y los medios de comunicación, con una mirada paródica casi a Los Simpson o South Park y ultraviolencia a lo Sam Raimi. La razón por la que trabajo en este género es porque con monstruos o demonios o superhéroes podés decir mierda subversiva que nunca podría decir la gente que escribe mierda mucho más seria. Y eso, para mí, es lo más divertido de todo esto”.

La mirada cínica desde atrás del telón del poder termina haciendo que The Boys recuerde extrañamente a una de las mejores producciones “serias” de la época. “Realmente se mete en la dinámica del poder y el dolor, la esperanza y la traición, todo envuelto en un paquete que incluye también penes explosivos”, dice Claudia Doumit, que interpreta a Victoria Neuman, una política carismática capaz de detonarles la cabeza a las personas, telepáticamente. “Es como Succession, con penes explosivos”.

Simpatía por el diablo

El impulso narrativo de The Boys es despiadado. En el final de la temporada pasada, Homelander comete un asesinato a plena luz del día, pero al comienzo de la cuarta temporada ha sido absuelto tan rápidamente que no llegamos a ver ni un segundo del juicio. “El juicio sólo podía terminar de una manera”, dice Kripke, sentado en su oficina de producción de West L.A. Estamos a pasos de una sala de guionistas a la que no puedo entrar porque ya están trabajando en ideas para la temporada cinco, a pesar de que la serie todavía no renovó contrato oficialmente. “Si fue culpable y va a la cárcel, uno: no se quedaría; dos: sería un criminal y en fuga, y eso no es lo que queremos contar. Así que sólo puede ser inocente. Y cuando hay un final que es un fait accompli, se lo digo inmediatamente al equipo: salgamos de ahí lo más rápido posible”.

El asesinato fue, por supuesto, una reacción a aquella reciente declaración de Trump sobre cómo podría dispararle a alguien “en medio de la Quinta Avenida” y, aun así, no perder apoyo; y, de hecho, vemos en la serie a los fans de Homelander festejando por la fiesta de sangre.

En la nueva temporada, cuando el caos estalla después de aquel veredicto, Homelander le dice a la multitud: “Ustedes son todas personas muy especiales”, otro guiño al Trump del 6 de enero. Pero cuando Kripke comenzó a desarrollar la versión de TV de The Boys, en 2015, cuatro años antes de su debut, inicialmente la veía como una parodia de la cultura de las celebridades y los superhéroes. “No fue hasta que empecé a entrar más y más en la cabeza de Homelander que dijimos ‘esperá, acá están usando su celebridad para fines autoritarios’”, dice. “Lo cual es un fenómeno que va y viene en la historia, pero que, cuando empezamos con esto, no lo teníamos presente. Y de repente sí. Y nos empezamos a mirar como diciendo ‘¿será que justo nos encontramos con la metáfora que mejor describe este momento de la historia?’. Y ahí el tema se puso realmente bueno”.

Cada vez más, Kripke comenzó a ver a Homelander como Donald Trump. “No asusta por ser poderoso. Asusta porque es débil. Nuestra interpretación era que, si tenés tanto poder, te vas a sentir inevitablemente desconectado y superior a la humanidad. Pero cuanto más te desconectás de la humanidad, más odiás tus partes humanas. Si combinás todo eso, te encontrarás con un narcisismo maligno”.

Algunos fans de derecha de The Boys expresaron su descontento en las redes cuando Kripke hizo explícita la ya obvia conexión con Trump en una entrevista de 2022 con Rolling Stone. Pero resulta que el propio Starr tampoco está siempre tan entusiasmado. “Para mí, es complejo –dice–, porque si nos quedáramos estrictamente en esa idea, el personaje sería uni o bidimensional, y lo que queríamos era crear algo más estratificado. Cualquier paralelo con el mundo real debe ser impulsado por nuestros personajes”.

Las alertas de Starr han ayudado a impulsar el programa para que se mantenga centrado en las características de Homelander menos relacionadas con Trump, como el hecho de que fue criado totalmente sin padres ni amor en un laboratorio, algo sobre lo que aprendemos más en un cruento regreso, cargado de venganza, en la cuarta temporada. “Le doy crédito a Ant”, dice Kripke. “Él nunca deja de recordarnos que Homelander y Trump son personas diferentes. Sería fácil caer en la trampa de quedarse en la parodia, pero la verdad es que me rindo a la verdad psicológica del personaje antes que nada”.

Gran parte de la performance de Starr, siempre herida, siempre mortal, estuvo presente en su audición inicial para el papel. “Sonaba tan auténtico en esa combinación de patriotismo y optimismo estadounidenses en modo American Psycho”, dice Kripke. “Porque podía ser encantador, pero entonces su sonrisa se volvía un poco demasiado grande. O no había nada detrás de sus ojos. Pero no fue hasta una escena en el segundo episodio de la serie donde Homelander es acusado de derribar un avión, que Kripke realmente vio lo lejos que Starr podía llevar todo esto. “Él tiene esta toma donde ves ocho expresiones diferentes en su rostro en apenas 20 segundos. ‘Lo siento, mamá’ y también ‘Sí, lo hice totalmente’”, dice. “Yo pensaba ‘Dios mío, este tipo está capturando el nido de la serpiente de la inseguridad y la victimización y el poder que encarna Homelander’”.

Para Starr, lo que hace a Homelander terrible es lo impredecible, la sensación de que podría asesinar de repente a cualquiera que pase cerca. Él trabaja para habitar el personaje tan plenamente que nunca sabe del todo cómo encarará la próxima escena. “Intentamos configurarlo de manera que no sepamos bien qué va a pasar”, dice Starr.

Por supuesto, todo ese esfuerzo actoral debe ser combinado con el reto de fingir con frecuencia que está disparando láseres mortales desde sus globos oculares (“literalmente parado ahí, haciendo este pequeño movimiento con la cabeza y mirando muy serio”, dice Starr). Cuando el Butcher de Karl Urban obtuvo superpoderes la temporada pasada, le dijo a Starr, “¡Mierda, no tenía idea de lo estúpido que me iba a sentir haciendo ojos láser”. “Le dije: ‘Bienvenido a mi mundo, hermano’”, recuerda Starr.

Starr es evasivo a la hora de hablar de cuánto en Homelander podría reflejar algún lado oscuro suyo, pero sugiere que es bastante fácil encontrar pruebas de su ampliamente publicitada pelea de bar en España, en 2022, cuando trompeó a un tipo de 21 años dos veces y lo golpeó con un vaso, lo que resultó en una demanda en su contra. “Vivimos en una era en la que leemos un titular y ya tomamos una decisión, y esa decisión es concreta y a partir de ahí eso es lo que sos para los demás. Prefiero callarme antes que hablar de algo que es super complicado”.

Si comparte algo con Homelander, es la “vulnerabilidad”, dice Starr, quien no puede evitar ver al personaje como una víctima, un “pobre niño pequeño que fue dañado tan mal y sólo fue usado toda su vida. Él está enfermo mentalmente. Todo se remonta a algo que de verdad me preocupa personalmente y que quería intentar honrar lo más posible, que son los daños y los problemas de salud mental que surgen de cómo ha sido tratado. Todos luchamos. Quizás por eso la gente extrañamente empatiza con el personaje. Algunas personas se equivocaron por completo en un momento y defendían a Homelander como si fuera el héroe. ¡Eso estaba mal! Fue un error. Pero es cierto que mucha gente dice que tiene sentimientos muy contradictorios acerca de él”.

Jugando a la política

El cómic The Boys fue en gran medida un producto de la culminación de la cultura de la era George W. Bush. Comenzó a publicarse en agosto de 2006, con la guerra de Irak en auge y el huracán Katrina aún fresco en la mente de sus creadores. La clase dominante era indiferente, si no activamente malvada, ¿por qué los superhéroes debían ser diferentes? Darick Robertson, artista y co-creador de la serie, encuentra deprimente lo bien que la serie de televisión llegó a adaptarse a la nueva era. “Es como si estuviéramos en un ciclo –dice–, porque todas esas cosas que ocurrieron durante los años de Bush pusieron los cimientos para lo que pasa en los años de Trump”.

La primera idea para The Boys del guionista irlandés Garth Ennis era audaz, pero brutalmente impracticable, recuerda Robertson: imaginó a The Boys como un equipo de investigadores anti-superhéroes en el universo real de DC Comics, donde las historias implicarían que personajes como Superman y Batman eran secretamente malvados y perversos. Robertson dice que sugirió que en su lugar crearan análogos de personajes de DC Comics, con Superman convirtiéndose en Homelander, Aquaman como el personaje anfibio The Deep, y así sucesivamente. Homelander era originalmente Liberator y su traje tenía “un simbolismo nacionalista muy obvio, con referencias nazis”, dice Robertson.

“A medida que evolucionó, le puse los colores norteamericanos, porque me encanta esa idea de que el último refugio de un impío es el patriotismo”. Seth Rogen y su compañero de producción, Evan Goldberg, ya eran fans de Ennis, y compraron el primer número de la historieta en Golden Apple, una tienda de cómics en Melrose Avenue, Los Ángeles, el mismo día en que salió. “Nos quedamos tipo ‘a la mierda, esto es reloco’ –dice Rogen–. Y esa semana fuimos a Sony y les dijimos: ‘Ustedes deberían hacer esto’ y nos respondieron: ‘Deberíamos… con alguien más’”. Sony compró los derechos y pasó por una sucesión de proyectos durante una década hasta que todo volvió de nuevo a manos de Rogen, Goldberg y Kripke.

Durante un tiempo, el director Adam McKay trató de convertir a The Boys en una trilogía de películas, pero no logró avanzar en el proyecto. “No cambiaría nada de lo que pasó”, dice Robertson, “porque la serie es increíble. Había algunas ideas muy buenas para esas películas, pero se ve que no estábamos listos”.

En cuanto al reparto, The Boys ofrece variantes tanto de un fuerte trabajo en construcción de personajes como de ciertas indignidades bastante únicas. En el episodio uno, en el incidente que desencadena toda la historia, A-Train (Jessie T. Usher), una especie de Flash de la serie, accidentalmente corre a super velocidad directamente a través del cuerpo de un civil, con consecuencias previsiblemente espantosas. El civil en cuestión resulta ser la novia de Hughie Campbell, quien le está dando la mano en el preciso momento de la colisión. “Cargaron unos de esos cañones de aire con sangre y entrañas”, dice Usher. “Y me dijeron: ‘Cuando pases corriendo le vamos a tirar esto a Jack en la cara’. Fue en ese momento, cuando estuvimos con Jack sentados en el set doce horas cubiertos de sangre, que nos dimos cuenta: ‘Wow, esto sí que es algo distinto’”.

El personaje de Usher se ha pasado la serie luchando entre la condena y la redención por sus múltiples pecados. Al principio, se basó en el perfil de ciertos deportistas jóvenes para modelar la indiferencia de A-Train hacia la humanidad. “En la NBA, muestran a los jugadores caminando por el túnel que conduce a la cancha”, dice, “y es como si ni siquiera vieran a la gente. Están por encima del mundo. Así es como creo que se percibe A-Train”. Los fanáticos de la serie desafían constantemente a Usher a competir, y él siempre pone objeciones. “Odio correr”, dice. “Sólo soy rápido en la televisión. Ni siquiera corro en la cinta. Haría cualquier cosa menos correr para hacer cardio”.

No hay personaje más absurdo en The Boys, o posiblemente en cualquier serie, que el análogo de Aquaman, Deep. Es (hilarantemente) interpretado por Chace Crawford, exmiembro de Gossip Girl, quien instantáneamente detectó la masculinidad ultratóxica del personaje, de chico bonito y no demasiado brillante, en parte por su experiencia como estrella adolescente. En el primer episodio, obliga a uno de los pocos personajes moralmente rectos del programa, Starlight (Erin Moriarty), a realizar un acto sexual indeseado. A partir de ahí, pasa por una serie interminable de humillaciones bien merecidas, incluida una escena en la que lo atrapan en un acto sexual con un pulpo. “Yo, como que lo negaba”, dice Crawford. “Pasaron 24 horas y casi tuve un ataque de pánico. Llamé a Kripke y le dije: ‘¿Cuáles serán los ángulos de cámara? ¿Qué tan desnudo tengo que estar?’”. El show cuenta con lo que hoy se llama “coordinador de intimidad”, “pero no con el pulpo”, dice Crawford.

Para Moriarty, interpretar a Starlight, posiblemente el único verdadero superhéroe de la serie, implica un profundo compromiso. “Estoy experimentando algo con este personaje que no he tenido antes, que es que soy muy protectora con ella”, dice. “Sé que es una joven que está pasando por cosas que otras jóvenes han pasado. Así que siento que es mi trabajo hacer justicia lo mejor que pueda. La segunda vez que no comprendo las apuestas emocionales en una escena que conlleva una situación horrible y traumática, siento como si hubiera hecho bien mi trabajo”.

Frente a días de 16 horas con material a veces emocionalmente brutal –especialmente en la nueva temporada– Moriarty está dispuesto a llegar lejos para que funcione. “Acabé comprando sales perfumadas por Amazon”, dice, “porque estaba escuchando este podcast donde estos chicos hablaban de cómo los hacen sentir como Hulk. Y tuve que sentirme como Hulk en ciertos momentos de la nueva temporada”. Ella se ríe. “Sentiría el olor de las sales y sería como ‘aaaah’, y ahí sí iría a hacer mi escena. Definitivamente maté algunas neuronas. Soy todo un caso cuando se trata de prepararme”.

Nadie en The Boys es tan metódico, ni siquiera Starr, con toda su intensidad. Y el elenco se lleva inusualmente bien. “Siempre hay alguien jodido”, dice Starr, haciendo una pausa antes del punchline: “En este caso, soy yo”. “Me preocupo mucho”, dice Kripke, “de no convertirme en lo que estamos satirizando. Todos los días, me ocupo de ello”. Está sentado en la oficina de producción de The Boys, una suite vidriada en un edificio corporativo de West L.A.. Tiene una camiseta gris clara, jeans y zapatillas New Balance; a los 50, todavía se maneja más como un joven guionista que como el mini mogul de la tele en el que se ha convertido. En las estanterías de su oficina están las novelas de Stephen King y James Ellroy (la última fue una gran influencia en Ellis para The Boys), una colección completa de la serie de comics de The Boys, varios premios y una réplica del arma de Han Solo (Kripke es un fan de Star Wars de toda la vida y espera hacer algo en ese universo un día).

Pero lo que le preocupa, más que nada, es la expansión de la franquicia de The Boys más allá de la serie original, y la forma en que se represente el universo de la serie. “Se lo digo todo el tiempo a la gente en muchas reuniones: nuestra marca es punk-rock”, dice. “Nos vamos a merecer que nos odien si nos vendemos”. Además de la antología animada Diabolical, la serie ya dio a luz un exitoso spin-off en vivo, Gen-V, que transcurre en una universidad para superhéroes en el universo The Boys (mientras hablamos con Kripke, este último show está a días del comienzo de su segunda temporada. Las frenéticas correcciones de último minuto para la temporada todavía no se han hecho: uno de los protagonistas, Chance Perdomo, murió recientemente en un accidente de moto, y la decisión de no reemplazarlo está causando grandes complicaciones).

Hay otros posibles spin-offs en carpeta, reconoce Kripke, incluyendo algo llamado The Boys Mexico. “Nadie nos presiona para hacerlos”, dice Kripke. “Nos presionamos solos, porque amamos este mundo. Es muy divertido jugar acá. Así que inevitablemente hablamos aleatoriamente sobre qué otros rincones serían interesantes. Y simplemente dejamos que esas cosas evolucionen”.

Kripke no dirá cuántas temporadas espera que dure The Boys, aunque Crawford sugiere que al menos la mayoría de los actores firmaron por seis. “Tengo un final en mente, hasta ahí puedo decir”, dice Kripke. “Y quiero que sea satisfactorio, ¿sí? Quiero decir, podrías contar con los dedos de una mano los finales de serie buenos. Así que es un objetivo verdaderamente difícil. Y me gustaría que fuera emocionalmente satisfactorio, pero también sorprendente en cómo se presente”. El final podría ser feliz, añade, aunque no sin algún sacrificio importante. “Cualquier cosa que valga la pena debe valer la lucha. Quiero vivir en un universo moral donde, cuando optás por el amor, la familia y la misericordia, te pasan cosas buenas”. Si hay un mensaje más grande en esta serie, es este: “Estamos tratando de deconstruir la noción de que un héroe puede resolver los males del mundo de golpe y porrazo. La vida no funciona así. Funciona a partir de un grupo de personas con miedo que hacen un millón de cosas aburridas cada día y que tratan de hacer que el mundo sea un poco mejor, y que se caen y se levantan una y otra vez para intentarlo de nuevo –sonríe–. Para mí, así es cómo se salva el mundo”.

CONTENIDO RELACIONADO