[ARCHIVO RS] Tan Biónica en la tapa de Rolling Stone: Chano y la explosión de su banda

En pleno furor por los shows despedida del grupo, un recuerdo del día que Chano protagonizó la portada de la revista; cómo hizo para vencer sus demonios y dar el último gran golpe del rock nacional

Por  JUAN MORRIS

junio 17, 2023

EUGENIO MAZZINGHI

Este artículo fue publicado originalmente en la revista Rolling Stone Argentina #178, en febrero de 2013

Esta mañana, Chano Moreno Charpentier se despertó en la misma cama que Celeste Cid. Había puesto la alarma de su teléfono a las 7 AM. Por el ventanal del cuarto se veía el muelle privado que tienen sobre la laguna que hay frente a la casa que alquilaron por el verano en el country Nordelta. “Y de repente, pensé: «¿Qué pasa acá? ¿Habrá cocodrilos en la laguna?» Te juro que todo era tan perfecto que me asomé a la laguna a ver qué onda.”

Después de vestirse, la llevó a Celeste en su camioneta en Don Torcuato, donde graba la tira Sos mi hombre, y manejó hasta un bar en Olivos, cerca de su departamento, para desayunar un jugo de naranja, dos medialunas y un café ristretto, como si necesitara volver a su barrio para empezar el día de una forma más real.

“El pensamiento de un falopero cuando estás mal es: «Uy, este dolor me va a durar toda la vida». Y cuando estás feliz, decís: «Uy, ¿esto cuándo se va a acabar? ¿Por qué está todo tan perfecto? Acá tiene que pasar algo»”, dice.

La tapa del número #178 de Rolling Stone Argentina, febrero de 2013 (Foto de tapa: EUGENIO MAZZINGHI)

Es un miércoles a la tarde y estamos en Selquet, una confitería con vidrios ahumados, empresarios haciendo negocios y un estacionamiento al fondo con camionetas 4×4, en la esquina de Figueroa Alcorta y Pampa. “Fumar saca horas de vida”, dice el paquete de Marlboro del que Chano acaba de sacar un cigarrillo. Al lado, tiene la taza del ristretto que se acaba de tomar de dos sorbos: ese fue el quinto shot de cafeína concentrada del día. Después, prende el cigarrillo y aspira profundamente.

Es de esa gente que fuma con cierta desesperación, como si sufriera los cigarrillos. Si está en su casa y se queda sin cigarrillos, por más que sean las 4 de la mañana y ya no vaya a encender ninguno más, la ansiedad lo lleva a cruzar hasta la estación de servicio a comprar un par de paquetes. “Había dejado hacía un año, volví un mes, dejé seis meses y volví justo en diciembre, cuando grabé las voces del disco nuevo”, dice. “Ahora vuelvo a dejar el 31.”

Aunque hace cuatro años que está limpio, de alguna manera sigue conectándose con las cosas de una forma adictiva, intoxicándose de formas más leves. “Busco que la vida me pegue, todo el tiempo. Y me pasa también a la hora de relacionarme: necesito estar con una chica y que me flashee o tomar un café y que esté espectacular.”

Chano tiene 31 años y una genética de ídolo pop que tiene su núcleo duro de fans en los adolescentes pero, al igual que sus canciones –piezas de electro pop agridulce, con melodías pegadizas y letras de un dramatismo romántico no muy sofisticadas pero con una capacidad empática envidiable–, atraviesa varios targets: puede ser tapa de ROLLING STONE y, a la vez, podría estar en la portada de la revista teen TKM y los dos lugares le quedarían igual de bien.

Cuando habla tiene un brillo nervioso y divertido en sus ojos celestes, un corte de cara parecido al de Colin Farrell o Adam Levine, una forma de reírse como si estuviera pensando cosas que no debería y el pelo siempre revuelto y parado como si usara gel, pero no usa, le crece así. Esta tarde tiene puesta una remera de jean arremangada, unos chupines y unos zapatos blancos con escamas. Dentro de una semana, después de pasar cinco días arriba del micro de Tan Biónica, voy a saber que Chano se compra todo dos veces. Voy a saber que esa camisa de jean que lleva puesta esta tarde la tiene tres veces. Que esos anteojos de sol de marco rojo que se compró en un shopping de Lisboa cuando tocaron en el festival Rock in Rio en junio de 2012 los tiene repetidos. Que esos zapatos blancos también. “No soporto la frustración de que se rompan las cosas”, dice. “Es una forma de tratar de alterar la vida, pero igual nunca logro ganar, porque la cosa que no backupeé, se caga.”

Voy a saber, también, que no le gusta que le toquen los pies. Que cuando era chico, si alguien le golpeaba un hombro, se tenía que dar un golpe en el otro hombro con el mismo nivel de intensidad para mantener el equilibrio del mundo. Que la primera noche que salió con Celeste Cid lo único que quería era dormir abrazado a ella, nada más que eso, y al otro día no se animaba a llamarla. Que puede ser alguien tremendamente inseguro en sus relaciones personales y que aprendió a desconfiar de sus deseos para sobrevivir, pero que tiene una confianza ciega en el destino de Tan Biónica y en el potencial de las canciones nuevas que están para el disco nuevo que están terminando de grabar en el estudio Roma & Romma, en el country Highland de Pilar, que planean sacar en abril y que será el sucesor de Obsesionario, el álbum que editaron en 2010 y con el que consiguieron el shock radial a partir del track “Ella”, un hit nocturno y electro pop con la visión de una chica de madrugada, que no paró de sonar en las radios, en los programas de televisión y llegó hasta los actos de Cristina Kirchner.

Ahora, en las radios está rotando “Ciudad mágica”, el corte adelanto del disco nuevo, que muestra a Tan Biónica en un plan todavía más ambicioso, llevando sus melodías expansivas, los arreglos grandilocuentes y su lírica nocturna a otra una dimensión, como si quisieran convertirse en el soundtrack de una ciudad entera, como si lo hubieran compuesto pensando para estadios.

“Sí, totalmente”, dice Chano. “Coldplay hace dos discos que empezó a hacer canciones para estadios, te das cuenta de que es un sonido que está pensando para que sea inmenso. Y nosotros ya pensamos en arreglos tipo para estadio, ¿entendés?.”

¿Para tocar en River?

Sí, nos gustaría en algún momento. Ese es el plan.

¿Y cuándo les gustaría hacerlo?

Ya.

Desde hace un tiempo, Chano y Guido Iannucio, el manager del grupo y amigo del colegio, usan este bar como centro operativo paralelo cuando quieren evitar la sala del grupo en Saavedra. Además, desde el 8 de diciembre, ese cruce de Alcorta y Pampa adquirió un significado mítico en la historia de la banda. Ese día, unas 100 mil personas llenaron la plaza para ver el show gratuito con el que Tan Biónica cerró el mejor año de su carrera. Una convocatoria impensable para una banda joven en ascenso y que sólo parecía reservada para artistas de la talla de Gustavo Cerati, que tocó acá mismo en el 2009, después del lanzamiento de su último disco, Fuerza natural.

Estas mesas que hay en la terraza del bar funcionan como un mirador desde el que observar la tierra de sus conquistas y, además, proyectar sus ambiciones dejándose llevar por la marea de tráfico de Alcorta hacia Udaondo, hacia la cancha de River.

Después de otro shot de café, cruzamos la avenida para revisitar la escena del 8D y caminamos un rato por la plaza vacía hasta el monumento a Güemes, donde estaba armado el escenario, y miramos la perspectiva. Entre unos árboles que hay sobre el límite con Lugones, un señor canoso con chomba blanca y bermudas está practicando unos golpes cortos con un palo de golf. Una chica y un chico con casco pasan pedaleando en sus bicis plegables. Más allá, unos chicos de la calle que tienen armado un campamento, juegan al club de la pelea. “Ahora no se ve, pero desde arriba del escenario veía a gente con banderas más allá de la avenida, a la altura del semáforo”, dice. Después, mira un poco más a la derecha, hacia la fila de restaurantes sobre la calle Sucre. “Yo hasta hace tres años trabajaba de camarero en uno de esos”, cuenta. “Cuando tocó Cerati yo estaba trabajando y lo vi desde ahí. Me acuerdo que ese día pedí que me dieran las mesas de adentro, no sé, creo que tenía vergüenza de encontrarme con alguien.”

Por esos días, mientras le recomendaba vinos a los comensales extranjeros, Chano se imaginaba a sí mismo renunciando cualquiera de esas noches, en medio del quilombo. “Mi fantasía era irme bajo la lluvia, cruzando la plata y sacándome el uniforme y dejándolo tirado por el camino.”

Y finalmente lo hizo: para la grabación de Obsesionario, todos decidieron renunciar a sus trabajar paralelos y apostar a que las cosas le fueran bien al grupo con el nuevo disco. Además, el horario de grabación se superponía con los trabajos y habían llegado a una encrucijada. La fecha para renunciar era comienzos de marzo, pero en febrero Chano no aguantó más la ansiedad y una noche se fue del restaurante actuando la escena que se había imaginado, sólo que no llovía. Eso fue hace sólo tres años y sucedió a menos de cien metros de donde estamos ahora, de dónde hace unas semanas Chano cantó frente a 100 mil personas.

Esa noche, después del show, Chano la fue a buscar a Celeste a su casa y fueron al puerto de Olivos a mirar las estrellas. “Y nos dormimos mirando el cielo, fue una noche preciosa, pasaban linyeras y borrachos, estábamos acostados en la calle, podía pasar un auto.”

En la parábola hacia el estrellato de Tan Biónica, el romance de Chano con una de las actrices más lindas de la televisión argentina saliendo en la tapa de una revista de chimentos encaja perfecto: es la coronación de su frontman como una estrella pop. Desde el comienzo, la banda que siempre entendió el pop como una mitología megalomana y que fue construyendo su historia preocupándose por el peso simbólico de cada uno de sus movimientos: las giras en un Ford Fairlane destartalado por los lugares más inhóspitos del país tocando para veinte personas y quedándose después a hablar con ellos como una forma de construir relación con el público, las temporadas químicas en las que todo les salía mal y no tenían plata para nada, la internación del cantante para rehabilitarse y la composición de un hit de rehabilitación que se convirtió en un himno intra hospitalario, una primera Trastienda sin tener casi publicidad, un hit que no paró de sonar en todos lados en los últimos años y ya se ganó su propio lugar en el rock nacional, trajes de conquistadores para tocar en vivo y el gesto de guardar esos trajes en un cofre cuando la conquista ya había sido realizada después de los tres shows que dieron en el Luna Park en junio para cerrar la etapa de Obsesionario, un recital para 100 mil personas en Figueroa Alcorta y Pampa y, ahora, una tapa de ROLLING STONE, así que una semana después de nuestro primer encuentro, me subo al micro del grupo en la sala de ensayo que tienen en Saavedra.

Cuando llego, los técnicos están terminando de guardar los últimos anvils con equipos en el ómnibus. El bajista Gonzalo “Bambi” Moreno Charpentier (hermano menor del Chano), el guitarrista Sebastián Seoane, el baterista Diego Litchenstein y el tecladista Germán Guarna, invitado permanente del grupo, están charlando en la vereda y fumando. Es la una de la mañana. La idea es dormir a la noche en el micro y llegar mañana temprano a Mar del Plata.

Mientras esperamos que llegue Chano, Diego me muestra el estudio, un modesto chalet que alquilaron hace poco y reciclaron para instalar un estudio de grabación y unas oficinas más acordes a la nueva dimensión del grupo. En la cabina de control, hay un telcado antiguo que Chano compró hace un tiempo en el Mercado de las Pulgas por 650 pesos y que están viendo cómo meter en alguna de las canciones nuevas. Del otro lado de la puerta, la sala de ensayo es un cuartito bastante apretado de 3 por 2.

Al ratito llega Chano arrastrando una valija metalizada Samsonite último modelo y pidiendo perdón por el retraso. Antes de venir, se tomó un Alplax para tratar de dormir algo en el viaje, así que cuando el micro sube a la autopista, después de fumar un cigarrillo con el resto del grupo, se acuesta en una de las cuchetas que hay en la parte de atrás, con la luz de su celular iluminándole la cara. Pero al rato está de vuelta con el resto del grupo. Más allá que, desde que Chano está limpio, ya no consume drogas ni toma alcohol, en el micro de gira y en los siguientes días que pase con ellos, ninguno se va a prender un porro. El menú para las horas de ruta es cigarrillos, iPhones, truco y Coca-light.

Adelante, el micro tiene una especie de living con mesas de pino y asientos enfrentados. Diega acaba de sacar de su mochila varios DVDs que le regalaron hace poco y los esparce en una de las mesas para que sus compañeros los vean. “En otros micros de gira miran películas, nosotros en cambio vemos shows”, dice. Tiene DVDs con shows de Kasabian, The Killers, Coldplay Celebration Day, el show que Led Zeppelin dio en diciembre de 2007 en Londres con el hijo de Jason Bonham en batería.

El día del show de Lady Gaga en River, Bambi, Diega y Seby se encerraron en un cine a ver el Coldplay Live 2012, el documental de la gira mundial del álbum Mylo Xyloto a estudiar el show. Chano dice que antes de que fueran sus compañeros, todos le había hablado de lo zarpado que sonaba el show en el cine, de cómo se escuchaban la guitarras, cosas así. “Los pibes de la banda vinieron y me hablaron sólo de una cosa. Me dijeron: «Hubo algo groso: cuando los chabones entraban en el show le ponían una pulsera a cada persona». Como si fuera un vip pero a todos y la gente incluso se sentía vip y le encantaba que le pusieran una pulsera. Y en un momento del show Chris Martin dice: «Y ahora quiero que todo el mundo levante su mano derecha», y hay un chabón que apreta un botón y las pulseras se iluminan y se prende todo el estadio y no la podés creer.”

De la pila de DVDs, el único que a nadie le interesó es el de Zepellin, que quedó ahí en la mesa. Bambi lo agarra, lo mira y dice: “Este es igual a Oski Righi de Bersuit, ¿cómo era que se llamaba?”.

Levanta el booklet y se lo muestra al resto. Hay unos segundos de silencio, nadie se acuerda.

“Ah, sí, Robert Plant”, dice Diego.

A los músicos de Tan Biónica, que nunca pertenecieron a ninguna escena y que impactaron en el mainstream radial desde afuera del rock nacional, sin tocar en festivales y sin que los críticos se fijaran en ellos, la tradición del rock & roll los tiene sin cuidado. En los shows, antes de subir a tocar, la señal para sus fanáticos es que primero suena “Seven Nation Army” de los White Stripes y después “Eleanor Rigby”, que empieza con la grabación original de los Beatles y, en la mitad, termina convertida en una versión de cuerdas que encontraron en YouTube y les gustó.

La relación del grupo con la mitología sagrada del rock es distante. Saben más qué placas de sonido usa Muse en sus shows que de los arreglos de guitarra de las canciones de los Beatles. “Entramos a los foros en donde habla el monitorista de Muse para investigar sus secuencias en vivo”, cuenta Chano.

Y la relación con el rock nacional es parecida. “Con Charly no me pasa nada y la obra de Spinetta la escuché pero no tuve contacto emocional, no me llegó”, dice Chano. “Y a Sumo nunca lo entendí, nunca me atrajeron esos mitos. A mí no me gusta Luca Prodan, no me gusta esa movida”.

¿A quiénes admirás?

Tengo ídolos musicales como Fito, que es un compositor enorme. Hubo un momento en que escuché mucho sus discos como Naturaleza sangre, que tiene esa cosa de vuelta al barrio, simple. El disco sólo con piano es increíble y El amor después del amor es maravilloso.

¿Qué canciones te gustan de él?

“Mariposa Technicolor” me parece la canción más grande que hay acá. Es una canción preciosa que habla de la niñez, de Rosario, de las cosas pequeñas, es un collage, me parece brillante, espectacular…

Hay algo de la intro de ese tema que tiene la grandilocuencia que ustedes buscan en sus melodías…

Sí, total, Fito para mí es un maestro y yo creo que le robé algunos trucos. No sé explicarlos, creo que si él escuchara se daría cuenta.

¿Y del rock nacional hay algo más que te haya marcado?

Bersuit siempre me gustó, por la emoción, el descontrol y la sensibilidad de Pepe Céspedes para tocar. Pepe es uno de esos músicos gigantes .

¿Y Andrés Calamaro?

Sí, también, me encanta, lo tengo ahí arriba, no tanto como a Fito…

¿Te sentís parte del rock?

No, ni en pedo.

(Foto: EUGENIO MAZZINGHI)

En cierto sentido, la historia de Chano es la de un chico que nunca se había sentido parte de nada hasta que armó su banda de rock y se convirtió en estrella de rock: una historia de inseguridad, obsesión, superación personal y megalomanía. “En mi vida me costó mucho encontrar un lugar de pertenencia y Tan Biónica es ese lugar mío en el mundo”.

Chano y su hermano Sebastián, alias Bambi, dos años más chico y bajista del grupo, nacieron y crecieron en Núñez. Su madre los tuvo antes de los veinte años, se separó muy joven y la inestabilidad familiar marcó esos años de su vida. Chano se pasó su infancia cambiando de colegio. “Del primero, me echaron porque se pelearon con mi vieja”, cuenta. “Imaginate que ella no me lustraba los zapatos, no me planchaba la camisa, nada, entonces yo me ponía la ropa e iba. Y tenía siempre ese quilombo de la prolijidad y aparte que yo era un bardo”.

Por esos días, Chano andaba para todos lados con Seby. “Vivíamos a metros”, dice Seby un rato después. Su madre también se había separado joven y se había hecho amiga de la de Chano y Bambi, al punto de que desde esos años hasta hoy las dos familias pasan las fiestas juntas.

“Todos venimos de familias disfuncionales”, agrega Bambi. “Y generalmente nadie sabe bien a qué se dedican nuestros padres.” El padre de Diego, al que conocieron al final de la secundaria, vive en China. El de Seby lo llamó hace unos días para contarle que estaba viviendo en Capilla del Monte. Y el de Chano y Bambi estudió abogacía, pero siempre se dedicó a tratar de pegarla haciendo negocios antes de irse a vivir a España. “Y fracasó sistemáticamente en todos”, cuenta Bambi. Tuvo un local de videojuego, una supuesta consultora, un bar y en un momento había conseguido inversores para traer la primera máquina electrónica para lavar autos e instalar un lavadero: el primer día ya tenía una fila de autos dando vuelta a la manzana, pero a la semana abrieron la cadena Car Wash y se fundió. “Se había armado una lujosa vida de mentira alquilando una casa en un country, pagando el auto en cuotas, era insostenible”, recuerda el cantante.

Después de un zapping de colegios, en primer año Chano entró al Obras Sanitarias y convenció a Bambi y a Seby que también se anotaran. Cuando sonaba el timbre del recreo, los alumnos tenían la libertad de ir a todos los rincones del club para jugar, incluido el estadio cubierto en el que se hacían los shows. Mientras sus compañeros se iban a jugar al fútbol, con Bambi y Seby se metían en las pruebas de sonido de las bandas y se subían al escenario a espiar los equipos de los Ramones o Divididos, sin saber para qué servían pero fascinándose con toda esa tecnología.

Otras veces, Chano iba solo, se subía al escenario y se quedaba parado ahí, mirando el lugar vacío, mirando el mundo desde ahí, imaginándose que estaba lleno de gente que había ido a verlo a él, imaginándose que era una estrella. “Siempre supe que quería hacerlo, ni siquiera era una tímida curiosidad, estaba convencido de que quería estar ahí”, recuerda Chano. “Cuando quería hablar seriamente del asunto conmigo mismo iba solo, me paraba ahí y era una cosa más de observación, de ver cómo se veía el mundo desde ahí arriba y sentirme de esa forma.”

Ese mismo verano armaron una banda. Tenían 14 años y todos sus amigos se habían ido de vacaciones, incluido Bambi, que estaba en Punta del Este con la familia de un amigo. “Fue un verano duro para la edad que teníamos y con todos nuestros amigos de vacaciones”, recuerda Seby. “Me acuerdo que una mañana desperté a Chano y a otro amigo mío y les dije: ‘Che, loco, nosotros tenemos que hacer algo, vamos a tocar, armemos una banda, hagamos canciones’”.

Les faltaba un bajista, así que decidieron que el puesto lo iba a cubrir Bambi cuando volviera. Fueron a su cuarto, agarraron una guitarra eléctrica que tenía, se la vendieron y le compraron un bajo. Un mes más tarde, cuando Bambi volvió de sus vacaciones, se encontró con el bajo donde antes estaba su guitarra.

En sus casas no había una cultura musical desarrollada y tampoco tenían hermanos mayores que les hubieran hecho escuchar los Beatles, los Rolling Stones o Jimi Hendrix. “En casa se escuchaba música de la radio, por eso creo que me gusta tanto la música popular”, dice Chano. “Y me acuerdo que mi viejo, que andaba medio en la noche, tenía unos cassettes de pop con las primeras cosas medio electrónicas que se estaban haciendo y que los había compilado DJ Deró”.

La educación musical que había absorbido venía de ahí y de la televisión. “En esa época me acuerdo que había salido MTV y nos quedábamos horas viendo”, recuerda Seby.

Como eran adolescentes y no sabían tocar, lo primero fue punk rock y la banda se llamó Mic. Por esos días, tenían un baterista de La Lucila y los fines de semana se tomaban el 60 cargado de instrumentos para ir a ensayar a la sala F&F en San Isidro. “No iba a funcionar nunca”, cuenta Seby, que por entonces estaba a cargo de las voces del grupo. “Creo que ya a nosotros mismos nos dolían las orejas cuando nos escuchábamos tocar.”

Una tarde, en un ensayo, un tipo de la sala se acercó y le dijo a Chano que él tenía que cantar. “Incluso se puso medio heavy la situación, porque me empezó a enseñar a cantar y me decía: ‘Tenés que apretar mucho acá’, adelante de ellos, y me bajaba como el pantalón y me decía ‘Es acá, ¿lo sentís acá?’, poniéndome la mano en la pelvis”, recuerda el cantante riéndose.

El punk rock les duró hasta que escucharon Oasis y Chano empezó a escribir canciones de amor. Un año antes un nuevo director que había llegado al colegio Obras Sanitarias para poner disciplina y lo había echado después de que Chano le hiciera un desplante porque no lo dejaban fumar. “Yo me portaba bien, pero el único problema era que no podía dejar de fumar y fui y se lo dije al tipo: «¿Cómo quiere que deje de fumar si vengo acá nueve horas por día?». Iba de las ocho de la mañana a las cuatro de de la tarde, era imposible”.

Era el 2000 y todo terminó de cuajar cuando lo conocieron a Diega, que era primo de un amigo de ellos, iba al club Obras, era fanático de Blur y Juana la loca y venía de tocar con Marcelo Ezquiaga. Por esos días, tuvieron la primera visión de lo que podía llegar a ser un hit cuando grabaron el demo Tapa de moda y lo subieron a Napster. “Boquitas pintadas”, una proto-balada de Chano, en la que canta con una voz que por momentos es un susurro y suena casi nasal sobre una guitarra acústico, pero en la que ya se puede escuchar su intuición para las melodías pegadizas y que terminó convirtiéndose en un clásico entre los fans de la primera hora, en esos días a los pocos meses, sin que al principio entendieran qué pasaba, ya tenía 1.700 descargas. “Después nos dimos cuenta que la gente buscaba el tango «Rubias de New York», en el que Gardel canta: «Deliciosas criaturas perfumadas, quiero el beso de sus boquitas pintadas» y escribían en el buscador «boquitas pintadas» y les aparecía nuestra canción. Me acuerdo que nos escribían hasta de Italia”.

En el 2003, grabaron en el EP de cinco canciones Wonderful noches y empezaron a girar como una banda grande, yendo a tocar a todo el país, pero en barcitos para treinta personas, perdiendo plata y viajando apretados en el Ford Fairlane de Diega. A la salida, se podían quedar horas hablando con la gente que había ido a verlos: empezaron a construir la relación con los fans antes de tener fans.

En estos días que pasaron desde el café en Selquet y la gira, Chano se tatuó un corazón en la muñeca izquierda y Celeste se tatuó otro. Ahora tiene puesta una curita, para que cicatrice. Ayer, en su cuenta de Twiter, subió una foto de las dos muñecas juntas: fue la confirmación oficial del romance que la tapa de la revista Pronto había revelado con la foto de un paparazzi.

Chano dice que no le sorprendió cuando salió la revista, que se imaginaba que eso era algo que podía pasar en algún momento, pero que hubiera preferido que sus fans se enteraran por él. “Hay un montón de cosas que hablo con los fans. En Twitter los fans les hablan a mis ex novias y hay varias que les contestan, no tienen problemas”, cuenta.

Además de pensar las canciones, el grupo piensa al detalle las puestas en escena de los shows, las estrategias de viralización a través de las redes sociales, las relaciones directas con sus fans. Como frontman de una banda por la que casi nadie apostaba (al menos desde el corazón del rock, incluyendo a esta revista) y que terminó rompiendo todos los pronósticos, Chano también entiende la importancia que tiene llegar a la tapa de ROLLING STONE en esa parábola.

“Me parece que está bueno hablar ciertas cosas en el contexto de una charla sobre toda tu vida”, dice sobre su romance con Cid. “Incluso si dejás afuera eso, sos un pelotudo porque hay gente a la que le importa, como a mí mismo me importan algunas cosas de las vidas de otros y no tengo ningún problema en decirlo, y no es un acto de cholulismo, es un acto de curiosidad”, dice. “A mí me gusta leer ROLLING STONE y que le pregunten a Calamaro por su vida. Me gusta saber si la lleva a su hija al colegio, si va a las reuniones de padres. A uno también le interesa eso. Me gusta cuando hacen esas preguntas, es como buscar qué es lo más fuerte que pasó en la vida de estas personas.”

Después de separarse de su última novia, Chano había decidido estar un tiempo sólo y, encerrado en su casa, se enamoró de Celeste mirando la serie Sos mi hombre en la tele. “Yo no tengo ningún problema en decírselo a ella”, asegura Chano. “Porque me empezó a gustar ella viéndola en la televisión, como algo casi icónico, porque me parece la mina más linda que hay y es la que yo quiero. Si me preguntaban cuál es la mina que más me gusta, es ella. En la película El amigo alemán, en la que hace un papel brillante, ganó un montón de premios y yo lloré viéndola toda la película.”

Después de pedirle al actor Ludovico de Santo que le pidiera su número de teléfono y que Celeste se negara amablemente, Chano volvió a probar a través de otro amigo actor y la segunda vez tuvo suerte. A partir de ahí, empezaron a chatear por WhatsApp y mensajes directos de Twitter y quedaron en conocerse el sábado 17 de noviembre, después de la ceremonia de los Premios Tato, que se celebraba en el Hotel Sheraton, en Retiro. Chano estaba nominado por la canción de la tira Graduados pero no tenía planeado ir, así que Celeste le pidió que la pasara a buscar por el hotel.

Pero cuando Chano llegó en su camioneta, se encontró con que el lugar estaba repletos de periodistas, fotógrafos y cámaras de televisión. Su Jeep negra tiene los vidrios polarizados, así que la estacionó cerca de la puerta sin que nadie lo viera a pensar cómo sortear la guardia periodística. Finalmente, entró con su camioneta por el estacionamiento de huéspedes y logró llegar hasta el segundo piso. Ahí, en un estacionamiento, se vieron por primera vez con Celeste y, cuando los periodistas abandonaron la puerta del hotel, salieron del hotel sin que nadie los viera. “Después de ese día nunca nos separamos”, dice Chano.

A eso de las 7 de la mañana llegamos a Mar del Plata y nos alojamos en el hotel Uthgra Sasso, un 4 estrellas bastante lujoso del sindicato gastronómico frente al mar. Después de dejar los bolsos en las habitaciones, bajamos a dar una vuelta por la pileta descubierta, pero ahí el agua está bastante fría, así que terminamos yendo al spa envueltos en unas largas batas blancas de toalla. Después de apoyar las cosas en las reposeras, nos metemos en una pileta que tiene el agua a 27 grados. Mientras nos acodamos contra el borde y empezamos a transpirar, Chano y Diega hablan de cuando iban a tocar al interior para veinte personas en el Ford Fairlane destartalado que en un viaje a Pinamar se rompió en medio de la ruta y los obligó a ir 50 kilómetros en primera hasta Madariaga en busca de un mecánico, o de cuando fueron a tocar para treinta personas a Córdoba en un boliche que no tenía una instalación de luz adecuada y cada medio tema se cortaba la luz.

Le pregunto a Chano que pasaría si el disco nuevo llega a fracasar, si la vida se vuelve a parecer a cómo era en esa época. “No lo puedo pensar así. Escucho la palabra esa y me da mucho miedo”, dice.

¿Por qué creés que te da tanto miedo?

No sé con qué debe tener que ver. Muchas veces me pregunto por qué me tengo que parar ahí en un escenario como un payaso para que la gente me aplauda, por qué lo necesito, porque me doy cuento de que yo necesito eso y todavía no pude…

¿Y qué cosas te respondés?

Y a uno también le gusta ser reconocido por lo que hace, siempre, ese es el abc de la vida: la búsqueda de aprobación con los padres y esas cosas. Uno, la dependencia emocional, no la corta nunca, ni de los padres ni de… Entonces siempre se necesita la aprobación. Hay casos border como los nuestros, que tal vez necesitamos que sea un montón de gente porque realmente nosotros vivimos frustrados toda la vida hasta antes de que nos vaya bien.

¿Por qué frustrados?

Porque siempre las expectativas eran más grandes que la realidad.

¿Qué al grupo le empezara a ir bien económicamente te dio calma?

Sí… A mí me importa mucho la plata, sé que no es la clave de la felicidad, pero si no tengo plata me siento una mierda, me siento inseguro. Para mí es parte de la felicidad. No sé si tengo malos valores, o qué, eso debe venir de mi viejo, pero me cuesta mucho. A su vez con Tan Biónica aprendimos a relacionarnos y cuando mejor estuvimos, y las decisiones más grandes que tomamos y la fuerza más fuerte que empujamos fue en la austeridad, no en la abundancia. Y no sé, no sé si está bien que gane lo que gano, eso también me hace mal, no sé si debería…

(Foto: EUGENIO MAZZINGHI)

Después de un rato, la temperatura empieza a provocar un efecto sedante y nos quedamos callados, flotando en silencio en la pileta sobre ese agua enriquecida con minerales que hacen nuestros cuerpos se mantengan en la superficie.

En estos días, todo parece conspirar para mantenerlo a Chano flotando lo más arriba posible. Hace unos años las cosas eran distintas y todo parecía arrastrarlo hacía los lugares más oscuros: el grupo no despegaba, sus relaciones eran un desastre, los trabajos no le duraban nada y sus adicciones lo tenían fuera de control. A los 17 años, se había ido de su casa porque no soportaba más a su madre y había entrado en una temporada química que duró casi siete años. Había empezado trabajando como fotógrafo para una empresa que había importado las primeras cámaras digitales y salía por los bares de Palermo a sacarle fotos a la gente y cobrarles para después mandárselas por mail. Una de esas noches, lo mandaron a Club 69 y, cuando ya estaba amaneciendo afuera de Niceto, vio en la barra a una de las bailarinas y se acercó a hablarle. La chica le llevaba siete años pero de alguna forma Chano logró conquistarla. Al fin de semana siguiente, lo llevó a Big One y le dijo: “Me quiero tomar una pastilla con vos”. “Ahí probé éxtasis y empezó todo”, recuerda Chano.

Después entró a trabajar en una inmobiliaria y, si la noche anterior había salido, iba a mostrar los departamentos bajo los efectos residuales de la ketamina; pero la mayor parte del tiempo estaba duro. Cuando trabajaba como camarero en el restaurante Tucson, calculaba cuántas mesas estaba atendiendo y cuánta propina iba a llevarse y llamaba al dealer para que fuera al restaurante a venderle.

“De los 22 a los 24 ya quería parar”, dice Chano. “Iba a comprarle al puntero sin ganas.” Para dejar, volvió a vivir con sus padres, pero no funcionó. “Me he ido a dormir solo a un telo para no llegar a las 7 de la mañana y tener que enfrentarme con la escena de mi vieja con el marido y sus hijas desayunando”, dice.

Una de esas noches, entró a un boliche y vio a la chica de la que estaba enamorado con otro pibe y al día siguiente se internó en una clínica de rehabilitación en San Isidro. Estuvo siete meses encerrado, leyendo un manual que les hacían aprenderse, componiendo en su habitación y saliendo una vez por semana para grabar el primer disco del grupo, Canciones del huracán, que salió en 2007.

“Todo el tiempo soñaba con falopa”, recuerda. “Hay dos momentos cuando te internás: al principio, durante la abstinencia, que se te va a los diez días, tenés sueño muy copado, y después empezás a soñar que recaés”.

A partir de uno de esos sueños, en el que aparecían los pies de la chica que le había roto el corazón, compuso “Arruinarse”, que entró en Canciones del Huracán. “Al principio se llamaba “El mal sueño”, porque dice: “Y el día estuvo mal, hoy te soñé, no quiero recordarte más, no me hace bien.” Todo el tiempo te decían que no te hacía bien pensar en esas historias. Y se convirtió en un himno. Cuando le daban el alta a alguno, la cantaban todos, porque todo el mundo había dejado a alguien afuera. La pregunta de ahí era: “Quisiera saber qué estás haciendo, si te acordás de mí”, y todos los adictos son egocéntricos y zarpados, como todos los adictos y te preguntás: “Che, estás haciendo tus cosas, pero vos te acordás que yo estoy ahí encerrado, ¿no?”

La primera vez que Tan Biónica tuvo un hit fue adentro de una clínica de rehabilitación.

Cuando salimos del spa, damos una vuelta por el gimnasio: una pequeña burbuja espejada con máquinas última generación para tonificar el cuerpo: el lugar está vacío y parece la sala de un museo con instalaciones sobre las neurosis contemporáneas del cuerpo.

Aunque Chano es flaco y fibroso y en el escenario tiene un alto despliegue de intensidad física y pulmonar, no hace ningún tipo de ejercicio. “No, incluso ahora estoy fumando como un animal, a este viaje me traje las pastillas para dejar de fumar”, dice. “No tengo ninguna rutina física, no puedo cumplir esas cosas.”

Después, se queda un segundo mirando la nada y, dejándose llevar por sus pensamientos, se pone más reflexivo y dice: “Nunca pude sostener nada en la vida, sólo Tan Biónica. No pude sostener las relaciones con mis novias, relaciones sanas con mis padres, no pude sostener el colegio, las clases de algo que empecé, las clases de música, no puedo sostener las cosas en el tiempo.”

En el gimnasio hay un plasma de 32 pulgadas puesto en un canal de música en el que están pasando el video de “Corre”, el hit del dúo mexicano Jesse & Joy. Y como si ya se hubiera olvidado de lo que estábamos hablando hace un segundo, dice: “Tendría que terminar ahí, cuando el tema baja y ella canta «Tú, el perro de siempre, las mismas mañas», pero ellos ahí le agregan un estribillo más”.

Y agrega: “Es un canción increíble, pero está producida como una balada antigua, parece ‘No sé tú’… El otro día tocamos con ellos en Paraguay y le decía a Bambi que les pidiéramos los tracks para agregarle algunas cosas y hacerla sonar más moderna, como una balada de Lady Gaga”.

Después, cuando le pregunto qué le gusta de la canción, responde con uno de sus típicos encadenamientos no lineales de pensamientos, que van saltando de un tema al otro construyendo una idea que no pierde sentido pero que termina en cualquier otro lugar. “Me parece increíble cómo la piba está asumiendo que se va a quedar sola, me parece re dulce, la quiero abrazar… Yo estuve como ocho meses para separarme de mi ex novia porque me daba culpa. Nunca estuve con una mina como ahora estoy con Celeste, tengo esa fascinación artística por ella, me siento medio idiota, recién pedí el Clarín porque salió una nota de ella. Por momentos pierdo el foco. Con Celeste hablamos del ‘efecto’, los dos sospechamos de las mismas cosas, pero estamos re flasheados el uno con el otro, por suerte me pude liberar de mi relación anterior.”

En cierta medida, lo que a Chano le gusta de esa canción es exactamente lo mismo que hace que los fanáticos de Tan Biónica hagan de sus canciones himnos de su corazón que hablan de ellos de una forma única: la capacidad de empatía emocional de sus letras que parecen hablar del que las está escuchando, esa forma extrema y de un dramatismo casi adolescente en la que se refiera al amor y a las rupturas y una gran habilidad para exponer todas sus discapacidades afectivas, y que todos nos sintamos un poco identificados con ellas. Todo envuelto en melodías simples y entrañables.

***

Unas horas más tarde, después de una siesta, subimos a una combi rumbo a la playa El Alfar, donde dentro de un rato la banda va a tocar para unas 30 mil personas. Cuando llegamos al lugar, la van sale de la ruta para tomar el camino de tierra hacia la playa: ahí, la orden es cerrar las cortinas. El grupo trata de llegar sobre la hora a todos los shows y después de tocar se sube directo a la camioneta sin pisar el camarín para salir lo más rápido posible y evitar lo que ellos llaman “el abrazo a la combi”: un tsunami de histeria adolescente que se produce a la entrada o salida de los recitales, cuando las fans detectan la van en la que están Chano y el resto y se abalanzan enceguecidas, gritando.

“Sentís el golpe de los brazos contra los vidrios, los gritos y la camioneta se empieza a mover para todos lados”, cuenta Diega, mientras seguimos avanzando. Es como si de pronto una hinchada enfilara contra un auto para darlo vuelta. A cierta intensidad, el amor y la violencia se parecen.

Así que de pronto quedamos a oscuras, metidos adentro de la combi, mientras el chofer maneja despacio, entre la marea de gente que llega al balneario, con Chano, Bambi, Seby, Diega y Guarni con el vestuario puesto. Por un segundo, más que estrellas de rock, parecen vestidos para una fiesta de disfraces a la que salieron demasiado temprano.

Cuando finalmente llegamos hasta el escenario, los músicos se bajan de la camioneta y, en los veinte metros de arena que hay hasta el camarín, una chica rubia de unos 17 años logra saltar las vallas, esquivar a la seguridad y llegar hasta Chano para abrazarlo y largarse a llorar en su hombro.

Él le devuelve el abrazo, le pregunta cómo se llama y después, señalando a sus compañeros, les dice: “¿Conocés a mis amigos? Mirá, el es mi hermano Bambi…”.

El camarín está metido en un contanier de camión y el escenario está exactamente arriba, en el techo. Adentro hay una heladera con aguas, Red Bull, varias botellas de Gatorade y unas cervezas Budweiser que nadie va a tocar. El Bebe Contepomi entra a saludar, hacerles una nota y, antes de irse, se saca una foto con ellos. Zuker, que tocó ayer con Poncho en la ciudad y hoy va a subir al final del show para participar en una zapada electrónica al final de “Ella”, también está en el camarín.

Chano mira para afuera por el filo de luz que deja una ventanita y se queda un rato espiando cuánta gente vino, estudiando a su público, mirándolos sin que lo vean a él.

“Por más que a muchos les duela, Chano va a ser una gran estrella pop”, dice Zuker.

Afuera, está sonando “Seven Nation Army” de los White Stripes, la señal de que ya tienen que preparase. El vestuarista Cristian Minutta, que con el tiempo también se convirtió en el road manager del grupo, les termina de repartir las chaquetas que mantienen el corte militar de las que usaban durante los shows de Obsesionario, pero que en estos meses evolucionaron y en vez de charreteras ahora tienen tachas: en cierto sentido, la conquista fue concretada y esta es una nueva etapa del grupo en la que ya son estrellas de rock.

Ahora suena “Eleanor Rigby” y se escucha una tormenta de gritos: los fans saben lo que eso significa. Los músicos salen del camarín y suben al escenario cuando empieza a sonar una especie de marcha épica y electrónica que compusieron especialmente para ese momento. El último en aparecer es Chano y mientras ahí abajo las chicas dejan toda su histeria en un grito ensordecedor, los cinco Tan Biónica se quedan en silencio, con los instrumentos en la mano, como pistoleros en el segundo antes de disparar en un duelo, mirando a la gente unos cinco, diez, veinte segundos, escuchando los gritos de las fanáticas, recibiendo la energía de las 30 mil que esta tarde fueron a verlos, dejándose maravillar por el fenómeno que crearon, contemplando la escena que tienen enfrente y que Chano se imaginó tantas veces cuando era chico, cuando en los recreos del colegio se metía en el estadio Obras y se trepaba al escenario a mirar cómo era la cosa desde ahí arriba.

Con un shock de guitarras empiezan a tocar “Perdida”, el décimo track de Obsesionario, que las chicas ahí abajo cantan tan fuerte que casi tapan la voz de Chano. Contra las vallas, una chica tiene un cartel que dice: “Sé lavar, sé cocinar y hasta sé cantar. ¿Qué mas querés?” Al lado, otra estira las manos hacia el escenario y llora desconsolada. Tres pibes de 16 años del club de fans Chicos Biónicos de Mar del Plata que tienen la remera oficial, consiguieron pases para al vip y tienen la cara deformada por la emoción: cada vez que Chano se para al borde del escenario, se abrazan como si no pudieran soportar tanta cercanía con su ídolo.

Arriba, Chano juega al guitar heroe sobre el final del tema y, cuando termina, tira la guitarra a un costado para que la atrape en el aire uno de los stages. Después, con un paso de baile saca el micrófono del pie que lo sostiene con un paso de baile y se asoma al borde del escenario, acercándose lo más posible a la gente. Atrás, el grupo empieza a tocar “Frágil”, uno de los temas del EP Wonderful Noches, un guiño hacia el núcleo duro de fans. Un detalle que el grupo se cuida de repetir en todos los shows para alimentar el sentimiento de pertenencia con la banda.

En vivo, Tan Biónica es una banda pop con momentos electrónicos, momentos rockeros, momentos de comunicación con los fans y momentos en los que cada uno de los músicos se vuelve protagonista: más que un show es un espectáculo. En “Loca”, en la parte que Chano canta “Loca vos no entendés nada del amor. Yo no puedo cantar ‘Blackbird’ como Paul”, el tema se interrumpe y, con una acústica, se pone a canta una estrofa de la canción de los Beatles. Después, se da vuelta y les pregunta a sus compañeros: “¿Che, vieron el mar?”.

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