Menos ego y más rock and roll: cómo fue el show de Slash en el Movistar Arena

El guitarrista se presentó junto a Myles Kennedy and The Conspirators y recorrió su discografía solista, incluida la versión de un tema de... ¡20 minutos!

Por  DIEGO MANCUSI

febrero 10, 2024

FOTO: AGUSTÍN DUSSERRE

No debe ser casual que la última canción en sonar antes de que se apagaran las luces fuera “Black Dog” de Led Zeppelin, ni tampoco que la remera del protagonista de todo esto portara la leyenda “Houses of the Holy” y el dibujo del dirigible. No puede ser coincidencia, teniendo en cuenta que el recurso que sostuvo todo lo que vino después fue el uno-dos infalible del rock n’ roll que Robert Plant y Jimmy Page pusieron en el mapa: la dupla de frontman sexy y carismático y el guitarrista con mística, esa misma a la que se subió medio mundo después, pero pocos tan bien como Slash y Axl Rose.

Lo cual, en sí, dejaría al frontman de ahora en la ingrata posición de llenar un vacío gigantesco, si no fuera porque -por suerte para todos los involucrados- ni se mosquea por llenarlo ni nadie se lo pide: la entidad Slash ft. Myles Kennedy and The Conspirators demostró en el Movistar Arena que no es una banda tributo a nadie, ni siquiera al propio pasado del violero nacido en Inglaterra hace 58 años.

De hecho, en un setlist de 24 canciones solo suena una de su vieja megabanda, y está muy lejos de ser un hit: “Don’t Damn Me”, de Use Your Illusion I, un tema que nunca se había tocado en vivo hasta que lo hicieron debutar en enero de este año en un show en México. También se escucha “Speed Parade” de Slash’s Snakepit, absolutamente nada de Velvet Revolver y un par de covers de los que ya hablaremos. Pero el grueso del show son canciones de la discografía solista de Slash, esa que empezó en 2010 con su disco autotitulado, con cantantes invitados y -por ahora- terminó con el álbum que ahora está presentando, 4 (2022).

FOTO: AGUSTÍN DUSSERRE

Por supuesto que el crack de Saul Hudson es el dueño de la pelota, pero no lo traiciona el ego: aún siendo el uno, se reserva para sí mismo un costado del escenario durante casi todo el show, no habla más que para presentar a su cantante (salvo que contemos el talk box en la intro de “C’Est La Vie”) y no hace exhibiciones de destreza obscenas con el pelo al viento al estilo Yngwie Malmsteen. Se guarda apenas dos momentos de lucimiento explícito: el eterno solo de “Wicked Stone” y la versión de casi ¡veinte minutos! de “World on Fire” con la que se van a los bises. Por lo demás, se dedica a construir más que a apabullar, dejándole las luces a un socio que cumple sin esfuerzo el rol de maestro de ceremonias.

Ese es, desde ya, Kennedy, un virtuoso de la voz con un registro versátil y también un showman sobrio, arengador sin jamás payasear, con un bagaje de rock de raíces norteamericanas descomunal. “Es muy fácil trabajar con él, muy fácil llevarse bien, un tipo que trabaja muy duro, como yo”, lo describió Slash a Rolling Stone hace unas semanas. Y mientras en los Guns la dupla funcionaba por tirantez, acá lo hace por simbiosis, por objetivo común: hay que llevar adelante dos horas y media de mutaciones del cancionero rockero estadounidense y hay que hacerlo bien, sin tiempo para divismos. Hay equipo.

FOTO: AGUSTÍN DUSSERRE

Todo cabe bajo el paraguas de hard rock de guitarras, obviamente, pero hay variantes. En la mencionada “Don’t Damn Me” y en “Doctor Alibi” (ambas cantadas por el bajista Todd Kerns, que sale ileso de la misión imposible de reemplazar a Axl en la primera y a Lemmy en la segunda) el cruce es con el punk rock. En la power ballad “Starlight”, asoma el rock sureño (el otro lento, también un poco Southern, es “Bent to Fly”). En “Speed Parade” las guitarras juegan con un machaque que bordea la New Wave of British Heavy Metal en la parte media. “Wicked Stone” es otro tipo de metal, más glam, pero también de mordida apretada cual Mötley Crüe. “Back from Cali” hubiera sido un hit de Guns N’ Roses si se la hubiera compuesto antes, con ese paso medio cadencioso y sensual. “Fill My World” podría llevar la firma de Bon Jovi, con su montada de riff y melodía. Y también hay un cover (“Rocket Man” de Elton John) y un cuasi cover (“Always on the Run”, coescrita por Slash, pero interpretada y popularizada por Lenny Kravitz). Hay un sello, sí, pero no hay repetición.

FOTO: AGUSTÍN DUSSERRE


El cierre es con “Anastasia”, y así se va un concierto que en ningún momento se regodea en la nostalgia, pero que -sin embargo- alguna añoranza dispara: la de la época en la que esas sociedades de cantante y guitarrista que hicieron grande al rock n’ roll estaban todas vigentes, tocando al mismo tiempo, cada una en un rincón del planeta. Slash integró una que torció la historia. Hoy integra otra que no tiene objetivos tan ambiciosos, pero igual cumple en su nada despreciable afán de divertir.

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