Por Christian Alliana
“Oye tío, que estos argentinos están completamente locos. Esto es increíble”, le decía un espectador español a otro cuando promediaba el show de Skay y Los Fakires. “Y cuando comience La Renga ni te cuento”, le respondía su interlocutor mientras se agarraba la cabeza. El diálogo podría sintetizar algo de lo que pasó el sábado en Fuengirola, Málaga, donde se desarrolló la segunda edición del Cosquín Rock España. Allí, unas siete mil personas, entre argentinos y españoles, más una buena cantidad de uruguayos, se mezclaron durante toda la tarde y parte de la noche en el Marenostrum, un gran predio al aire libre custodiado, a un lado, por un castillo medieval, y al otro por el mar Mediterráneo.
Desde bien temprano, en las afueras del recinto, las aguas del mar al que tanto le cantó Joan Manuel Serrat intentaban apaciguar el intenso calor en los cuerpos quienes se reunían para amenizar la espera. Durante horas, la playa y el paseo que bordea el río Fuengirola vio pasar personajes diversos: desde adinerados turistas holandeses, franceses y británicos, comiendo en restaurantes caros, hasta argentinos que viajaron especialmente dejando sus últimos ahorros en el pasaje. Para estos últimos, imposibilitados de sentarse a degustar los platos en los chiringuitos, las banderas sirvieron de reparo ante un sol abrasador, con bocadillos de típico jamón serrano local, más fernet y cerveza, como consuelo criollo. Todo ante una organización perfectamente a la europea.
La previa, con agite pero en orden: los trapos más viejos daban cuenta de gente llegada desde Solano, San Miguel, Chaco, San Luis, Mendoza y San Juan; los más nuevos, con nombres de ciudades locales como Almería y Tenerife. Es que este Cosquín fue la excusa perfecta para el reencuentro de miles de expatriados que aprovecharon la ocasión para volver a comulgar con un pedazo de sus costumbres y su música.
La comunidad autónoma de Andalucía está ubicada al sur de España y fue dominada por los árabes durante más de setecientos años. Los Redondos, claro, dominaron la escena del rock argentino durante quince años y su legado seguramente seguirá vigente durante los próximos siglos. ¿Y qué une estos dos datos aparentemente inconexos? La guitarra de Skay Beilinson. Porque cuando a las siete y cuarto de la tarde comenzó a sonar la pista con la introducción de “La luna en Fez”, el guitarrista trazó automáticamente un puente entre las melodías orientales y la pulsión del rock hecho en Argentina. Esa característica tan particular que tiene Skay de conjugar elementos de diferentes latitudes y amalgamarlos con naturalidad es lo que lo hace un artista tan único que los españoles poco a poco se fueron arrimando al escenario para escuchar su propuesta. Y sobre todo cuando el popurrí entre “El pibe de los astilleros” y “Nuestro amo juega al esclavo” desató el primer pogo del festival y dio indicios de lo que vendría más tarde.
Durante su set, el corazón de Patricio Rey se centró en sus últimos lanzamientos -sonaron “La trama invisible”, “Yo soy la máquina”, “Corre, corre, corre”– pero también fue más lejos en el tiempo y desempolvó una versión super blusera de “Presagio” y la densidad marchosa de “Aplausos en el cosmos” en un duelo guitarrístico con Joaquín Rosson, la última incorporación a Los Fakires que completan el bajista Claudio Quartero y el baterista Leandro Sánchez. En sus ya dos décadas de trayectoria solista, el mayor logro de Skay es haber impuesto su propia música sin necesidad de llenar sus repertorios en vivo con canciones de Los Redondos. Aún cuando se presente ante un público nuevo, el ex socio creativo del Indio Solari hace la suya lejos de la demagogia. Sin embargo, siempre deja espacio para algún guiño a su ex banda y este Cosquín no fue la excepción: “Ji ji ji” -con el pogo más grande del Mediterráneo que movió hasta las vallas de contención-, “Criminal Mambo” y “Todo un palo” fueron el preludio para el cierre con el oportuno “Lejos de casa”.
Pasados los shows de Bocanada, la banda vasca de hard-rock que había abierto la jornada, y de Skay, llegó el turno para el plato fuerte de la noche. La expectativa por el show de La Renga era inmensa y se sintió desde bien temprano tanto afuera como adentro del predio con los cánticos y las banderas colgadas en la tribuna y flameando entre el campo. Muchos argentinos comentaban entre ellos cuándo había sido la última vez que habían visto al grupo de Mataderos y algunos, sobre todo los expulsados por la crisis del corralito en 2001, rememoraban viejos banquetes en Cemento, Obras y pueblos del interior del país como Chajarí. Otros, recién llegados en época post Covid y, sobre todo, los que vinieron exclusivamente a seguir esta gira, se mostraban incrédulos ante la posibilidad de ver a la banda más convocante de Argentina en un contexto como este.
Es que, con el mar a espaldas del escenario y las montañas al otro lado como testigos, todo estaba dado para una gran fiesta. Y así fue porque cuando se apagaron las luces y sonó el riff de “Buena pipa” todo el Marenostrum se convirtió en un pogo gigante capaz de desatar un tsunami. Y si bien el Mediterráneo no agitó sus aguas, el tsunami fue emocional cuando “Tripa y corazón”, “El twist del pibe” y “El rito de los corazones sangrando” conmovieron a más de un rengo de la vieja guardia. Porque tal como lo aclaró Chizzo al comienzo, el show fue un recorrido por casi toda la discografía de la banda y no se centró en su último disco Alejado de la red (2022), como venía sucediendo en sus últimos recitales vernáculos. Y al tratarse de un festival, la lista de canciones fue más corta que lo habitual, pero esto, lejos de ser un punto negativo, jugó a favor de la banda que brindó un concierto compacto con un sonido atronador.
Promediando la noche, el público español, que ya se había apartado a los lados del campo y a las gradas, miraba perplejo la comunión recíproca entre La Renga y su gente. Es que en ese ida y vuelta se explica -si es que esto es posible- el fenómeno que genera desde hace treinta y cinco años el grupo que también integran Tanque Iglesias en la batería, Manu Varela en el saxo y la armónica y Tete Iglesias en el bajo. El bajista durante toda la noche recorrió el escenario de punta a punta cantando y mirando directamente a los ojos a los miles que desgarraban sus gargantas en cada tema. Lo mismo había ocurrido dos días antes cuando se apareció por sorpresa en un bar de motoqueros en Arroyo de la Miel, un pequeño distrito malagueño, al que llegó para zapar con el público rengo que se encontraba en el lugar.
El predio Marenostrum está situado al pie de una pequeña colina en cuya cima se sitúa el castillo Sohail, un emplazamiento de origen musulmán construido entre los siglos XI y XII y en cuyo interior se realiza el Mercado Medieval de Fuengirola. La sala de ensayo de La Renga está ubicada en Ezeiza, provincia de Buenos Aires, y su arquitectura tiene aires medievales. Por eso cuando Chizzo apretó su wha wha y la intro de “En el baldío” llenó de misterio el Cosquín Rock las piezas parecieron encajar por arte de magia.
En la entrada al predio un telón gigante daba la bienvenida al “mejor recinto del mundo” y enumeraba distintos artistas entre los que se encontraban Tini, Bizarrap y Lali. Nuevos exponentes de la música argentina que están en las antípodas artísticas de La Renga, por eso no sorprendió escuchar a Chizzo pedir no dejar de luchar por el rock justamente antes de “A la carga mi rock and roll”. Los viajeros también fueron saludados en “Corazón fugitivo” y “Motoralmaisangre” esa road movie musical con la que se identifican aquellos que hacen miles de kilómetros siguiendo a su banda favorita.
Ya sobre el final, el león rugió fuerte con su “Panic show” e imaginando las luces más allá de la autopista saludó a “La razón que te demora”. Chizzo también tuvo tiempo de bromear con los modismos españoles y soltó: “tío, ya se me está pegando el acento…imaginen ahora cuando vayamos a Londres” lo que provocó una carcajada hispanoamericana tanto en el campo como en la tribuna. Al igual que durante toda la noche, desde abajo se gritó continuamente un “gracias por venir” que fue correspondido con “El final es en donde partí” antes de irse “Hablando de la libertad” hasta el próximo encuentro el jueves en Barcelona y el domingo en Londres.
Al concluir el show de La Renga, los argentinos se dispersaron para tomar un respiro luego del sofocón energético y aprovecharon para comer y refrescarse en los food tracks con comida argentina y española, otras de las atracciones del predio. Así poco a poco los locales coparon el centro de la escena por primera vez en la noche para recibir a Marea, una de las grandes bandas del rock ibérico. Una introducción con música andaluza dio pie a un concierto en el que las canciones se sucedieron casi sin pausa con un fuerte hincapié en el hard rock. “Mierda y cuchara”, “El temblor” y “El más sucio de los nombres” sirvieron como un repaso por sus veintiséis años de carrera y el cantante Kutxi Romero fue más venerado que de costumbre debido a sus orígenes andaluces que estuvieron bien representados en canciones como “Manuela canta saetas”. En sus escuetas intervenciones el vocalista no fue ajeno a lo sucedido antes de su set: “espero que disfrutéis con nosotros aunque sea la mitad de lo que habéis disfrutado con La Renga y Skay” y “hoy los argentinos nos ganaron por goleada, hay que reconocerlo” fueron algunos de los comentarios que sirvieron para encender un poco a un público fiel pero más sereno que el argentino.