25 años de Rolling Stone Argentina: secretos desde la cocina de una revista crónicamente joven

El legado de Jann S. Wenner, fundador de Rolling Stone, las tapas más jugadas y otras revelaciones desde la trastienda de la edición argentina, en su aniversario

Por  ERNESTO MARTELLI

abril 9, 2023

En sus oficinas de la avenida de las Americas, Jann S. Wenner se repantigó –así hablan las traducciones del castellano de España– en su butaca de CEO para luego inclinarse algo abruptamente hacia adelante, sobre su escritorio. No recuerdo si en ese momento llevaba o no un cigarrillo encendido, pero casi se abalanzó sobre nosotros. “¿A quién se le ocurrió esto?”, y señalaba la edición argentina. Estaba alterado. “¡Es buenísimo! Me encantaría hacerlo acá, pero no creo que lo logre…”.

Jann siempre fue amable, generoso, afectuoso, diría, con la edición local, hoy la más longeva y reconocida de las licencias que ROLLING STONE tiene en el mundo. “Inspiradora”, sostuvo en una carta membretada y firmada por él cuando una crónica antes-de-la-era-de-las-crónicas ganaba el premio Gabo de la Fundación García Márquez. Fue en 2004, con “Pollita en fuga”, el texto de Josefina Licitra, y volvió a ocurrir en 2015 con la pieza “Rápido, furioso, muerto”, escrita por Javier Sinay. A Wenner el reconocimiento a los méritos periodísticos de prestigio lo obsesionaba: eran la confirmación de que su criatura, nacida en un pequeño depósito en San Francisco en 1967, había logrado su misión a escala global.

También, junto a Annie Leibovitz o su equipo de arte, se dedicó a cuestionar la iluminación y el registro de la foto de Fito Páez del número cero argentino que tuvo en sus manos hace 26 años: prefería otro personaje, un fondo más limpio y sobre todo mejor luz que la tenue y focalizada de una vela. Visitarlo en su oficina era, además, zambullirse en ese pasillo decorado con las 1.000 portadas que RS había publicado: de los tiempos de pasquín más periodístico a las ambiciosas producciones de los 80, de Hunther S. Thompson a Jerry Seinfeld, o las reiteradas apariciones de sus amigos Bono o Mick Jagger, claro.

Gran anfitrión, nos recibía bianualmente en su casa del Upper West Side con buenos vinos y una colección de arte deslumbrante, que abarcaba varios originales de Andy Warhol, incluidos algunos de la serie sobre Mao Tse-Tung.

Pero esa tarde era al revés. Señalaba la revista argentina, la agarraba y la sacudía, con un histrionismo a base de ademanes: estaba fascinado por el “loco logo del lomo”, esa forma entre marketinera y lúdica de estimular la suscripción con la que buscábamos contrarrestar una reducción de formato. Su logo, una de las mutaciones de su marca, formaba parte de un rompecabezas coleccionable que comprometía más de diez años de fidelidad para ser completado. Pero sobre todo representaba que “la Rolling” no solo era la revista más importante de la cultura juvenil y estaba compuesta por piezas de colección, sino que se almacenaba en bibliotecas, como los libros.

¿Libro? ¿Objeto de colección? ¿Crónicas? ¿Cultura joven? ¿Rock? Pero, entonces, ¿qué es “hacer la Rolling”? ¿Cómo puede traducirse y adaptarse ese dispositivo de abordaje de la música pop y sus alrededores a la Argentina? Ese es el dilema que atravesamos hasta hoy los directores a cargo del rumbo editorial (Víctor Ghitta junto a Gloria Guerrero, quien escribe, Pablo Plotkin, Juan Ortelli) y los equipos de arte, foto y diseño (Fabián Di Matteo, David Sisso, Alejandra Bliffeld, Fernando Gutiérrez, entre otros), además de la selección de plumas que participó de la misión. ¿Y cómo debíamos reflejar eso desde una tapa? ¿Quiénes deben ocupar ese lugar?

Outsiders that impact the mainstream in their most iconic way”. Wenner soltó alguna de esas tardes su definición precisa con la convicción de quien tiene la oportunidad de escribir y leer su propio epitafio. Y nos quedó fijada como una máxima: extraños, jóvenes, desconocidos, que logran un impacto en la cultura masiva, reflejados de un modo que los represente cabalmente. Esa fórmula y un espíritu de libertad periodística eran lo que Wenner buscaba contagiar.

Entonces, todo podía hacerse, la apuesta era siempre a más: ¿Spinetta gordo? ¿El Indio a solas hablando de la muerte? ¿Soda Stereo reunidos? ¿Pity crucificado con una corona de alambre de púa? ¿Pergolini como un joker? ¿Spinetta y Charly por primera vez juntos en una tapa de revista? ¿Una mujer que se inventa a sí misma, como Flor de la V? ¿Maradona íntimo? Imposibles. Reales.

La historia de estos 25 años es la de una cultura en crecimiento pero con las raíces en aquellos 60 que alumbraron la edición original; la historia de la convicción por representar el presente y el futuro de aquel pasado.

Luego de la indeleble tragedia de Cromañón (y que será evocada en los próximos meses, vía streaming, en una producción audiovisual en la que la propia redacción de ROLLING STONE tiene protagonismo), contada desde el dolor y la obsesión por explicar la fatalidad, la tarea se volvió más difícil. Y luego de Peter Capusotto y su mirada humorística sobre rockeros músicos y oyentes, también. No quedaba otra que deconstruirse. De ahí surge la explosiva Marilina Bertoldi, de Sunchales a los estadios, femenina y singular. O el más reciente Bizarrap con visera y lentes de diseño: un productor que no compone canciones sino que arma “sesiones”, con impronta electrónica y cadencia urbana, alma de beatmaster y vocación de cazatalentos, que aún no había nacido en Ramos Mejía cuando se lanzó la primera edición de RS Argentina y hoy hace bromas con Jimmy Fallon en un estudio ubicado a cuadras de aquellas oficinas de Wenner. Outsiders que pegan en la cultura masiva…

Me tocó entrar a Rolling en el mismo mes que se lanzaba su sitio web: la cultura digital atravesó con pulso revolucionario las últimas dos décadas, y el impacto en los jóvenes y su relación con el entretenimiento fue absoluto. Además de videojuegos, redes sociales, influencers y streamers convertidos en estrella (¿es Migue Granados el ícono de ese fenómeno, un loco en estos años 20?), el consumo musical en reproductores portátiles le dio a la música pop una expansión inesperada, además de una sobrevida al negocio. No solo multiplicó las cifras de oyentes: el streaming (Spotify, YouTube) y los dispositivos móviles convirtieron a la música en compañía permanente. En paralelo, las cifras de los festivales y los shows en vivo, pandemia mediante, no dejan de crecer.

Estas líneas coinciden con el lanzamiento de un producto en Spotify que además de armar playlists evoca la voz de un conductor radial, y también con la conversión de estas mismas tapas de Rolling en piezas digitales únicas, también de colección. Asistimos, además, a un nuevo sold-out del fastuoso Lollapalooza (la exitosa franquicia local y multitarget de ese delirio alternativo y noventoso de Perry Farrell): ¿hubiera existido este parque de diversiones rockero sin los 25 años de ROLLING STONE?

Ser el presente y el futuro de aquel pasado. Ser outsiders que llegan al mainstream y dejan huella en él. Wenner, no lo dudo, debe estar orgulloso.

Ernesto Martelli, el autor de este artículo, fue director de la edición argentina de ROLLING STONE entre 2006 y 2010.