Cuando Michele Stodart empezó a darle forma a su tercer disco solista, la pandemia no era ni una amenaza posible en el horizonte. La bajista y vocalista de The Magic Numbers había publicado ya dos discos en sintonía con el folk y el country, pero de a poco las nuevas canciones comenzaron a despegarse de aquello. Construido a partir de detalles mínimos, Invitation es un disco íntimo edificado con sutilezas sonoras, donde lo que se escucha es tan importante como los silencios. “Es algo con lo que disfruté mucho jugar, con que los oyentes tengan que arrimarse un poco a la canción. Después de años de tocar en vivo me di cuenta de que mientras más silenciosa sos más te escuchan, por raro que suene”, dice.
¿Cambió tu idea del disco después del aislamiento?
Muchísimo. Había grabado una veintena de canciones a lo largo de la pandemia y las trabajé hasta que noté que estas ocho iban muy bien juntas. Me pareció que recorrían un mismo arco narrativo que quería contar sobre lo que yo estaba viviendo. De una manera extraña, la pandemia me dio el tiempo para procesarlas y para hablar de estos temas desde otra perspectiva. Muchas canciones quedaron de las primeras tomas, porque necesitaba captar la franqueza cruda con la que fueron escritas, y que la música fuera la que las hiciera continuar su viaje.
¿Desarrollás una personalidad distinta cuando pasás de bajista a solista?
Sí, hay un cambio de espíritu. Se siente distinto físicamente cuando tengo el bajo colgado y también cuando paso del costado al centro del escenario. Es un rol muy distinto y lo amo, como también amo tocar el bajo con la banda y otros artistas, es mi lugar de confort. El rol de solista es algo completamente distinto, tiene una intención distinta en la historia y en la interacción con el público, y por eso compuse tratando de sentir algo y esperando transmitírselo a quien lo escuche, mientras que cuando toco el bajo es algo más lúdico, medio sexy por momentos. Es una conversación distinta.
Participaste en la banda de sonido de Yesterday y también aparecés en la película. ¿Cómo te resultó?
Fue una experiencia muy loca, cuando me lo ofrecieron no lo pude creer. Tuve la chance de grabar las bases de Paul McCartney, que fue de lo primero que aprendí. Pude decir “¡Al fin!”. La película está muy bien hecha, grabamos en el estadio de Wembley de verdad, a las 3 de la mañana. También fuimos a Abbey Road a grabar las canciones y estuvo increíble, tuve que aprenderme algunas bases de bajo. Lo loco es que lo conocí a Paul McCartney, pero fue antes de la película. Si lo veo de nuevo, le voy a tener que preguntar qué le parecieron esos temas, si me animo.
Naciste en el Caribe, de adolescente viviste en Nueva York y finalmente te instalaste en el Reino Unido. ¿Cómo moldeó la vida nómade tu vínculo con la música?
De una manera inconsciente, instintiva, de salir a buscar música o prestar atención a distintas culturas e instrumentos. Además, como nos trasladábamos de un lugar a otro siendo chicos, la música era una constante, nuestro lugar seguro, algo a lo que aferrarnos. Nos acercaba también como familia, porque eso era lo que no cambiaba. Tengo recuerdos muy vívidos, escuchando discos en días en que nos sentíamos perdidos, pensando en dónde estaríamos luego y qué vendría después. La música fue la riqueza en nuestra vida cuando no teníamos ninguna otra cosa.
The Magic Numbers desarrolló un vínculo muy particular con la Argentina, incluso llegó a visitar el país dos veces el mismo año. ¿Cómo lo explicás?
Desde el primer momento fue algo especial tocar en Argentina, siempre sentimos mucho apoyo y un amor genuino. Cada vez que subimos a un escenario allá, es un sentimiento indescriptible que no tuvimos en ningún otro rincón del mundo, es otro tipo de pasión. Al día de hoy seguimos sorprendidos con cómo nos quieren y cómo lo demuestran. Estamos en esto hace mucho, tuvimos buenas y malas, pero cada vez que pasamos por Argentina es una sensación hermosa. Íbamos a volver en noviembre, pero preferimos esperar a tener nuevas canciones, así que esperamos que sea pronto. Tenemos que ser más rápidos para grabar discos, y lo mismo corre para mí, que tardé siete años en hacer el mío; es ridículo.
