Día de la Memoria: una marcha multitudinaria entre el “nunca más” y el rechazo al gobierno de Milei

Crónica de la jornada en la que medio millón de manifestantes conmemoraron los 48 años del último golpe militar en Argentina

Por  JUAN MANUEL MANNARINO

marzo 24, 2024

Plaza de Mayo, en la marcha del 24 de marzo de 2024

Rodrigo Abd / AP

No pudo llegar a la plaza. Nicolás, profesor de matemáticas del secundario, 35 años, salió después del mediodía desde La Plata, viajó en tren. “Fue emocionante ver cada vagón lleno de banderas, de cantos, de tambores. No había asiento, todos parados, gente grande, chicos y jóvenes. Agrupaciones peronistas y de derechos humanos, y familias que iban con sus tuppers y el equipo de mate”, cuenta, apenas se frena con su hijo de diez años y su mujer a pocas cuadras de la Plaza de Mayo, durante la masiva marcha por el 48° aniversario del último golpe militar en la Argentina.

Lo frenan, en realidad: un hombre que sostiene una larga caña para delimitar un cordón de seguridad, en la columna de su organización sindical, le sugiere que no avance. “Es peligroso, hay mucho amontonamiento. Ya se desmayó una chica”, le dice.

Foto: Gonzalo Colini

Son las dos y media de la tarde y el hormigueo de gente es incesante: ya nadie puede esquivar un bulto entre el calor agobiante. La danza de mosquitos es otra amenaza que se pega a los cuerpos húmedos, embadurnados de repelente y protector solar, con un olor tan penetrante que alrededor del fuego de los choris, los panchos y las bondiolas todo parece cocinarse como si fuera una escena de camping.

Jorge parece ajeno a todo eso: antes de llegar a Avenida de Mayo ya le preocupa la vuelta a casa. “Nunca imaginé que al bajar del tren y caminar hasta la plaza no encontraríamos lugar. Vengo todos los 24 de marzo y es la primera vez que me pasa. Pero ahora que llegué, con tanta gente que veo, me imagino un regreso tardísimo. Y el lunes madrugo”, suelta, algo nervioso por su posterior descanso.

Hubo muchos como Jorge. Los organismos de derechos humanos esperaban una gran multitud, pero aún en los cálculos más optimistas se vieron sobrepasados por las encendidas columnas que entraban de forma permanente hacia el corazón de la Plaza: no había quien no intentara estar cerca de la emblemática pirámide, al menos unos minutos.

Foto: Gonzalo Colini

“Fue una demostración descomunal de fuerza popular que posiblemente ni el gobierno se esperaba”, apunta Pablo Waybert, secretario de Abuelas de Plaza de Mayo. Se habla, en las últimas estimaciones, de más de medio millón de personas entre los dos actos que dividieron la jornada. El arco temporal abarcó desde cerca de las once de la mañana, cuando los primeros organismos enfilaron por Avenida de Mayo y colocaron sus stands. Y terminó pasadas las seis y media, cuando caía el sol, más veraniego que otoñal. Fue entonces que las sombras empezaron a cubrir el Cabildo y la Catedral, cuyas campanas marcaron el pulso del día.

Ocho horas donde, para aquellos osados que pudieron entrar a la Plaza de Mayo, se sentía una sensación de estadio de fútbol o recital: una alegría en la previa por ver salir a su equipo -o al artista más esperado-, con los tambores sonando de fondo bajo el mando de las remeras coloradas de La Chilinga. Por los parlantes, antes de los oradores, sonaron Los Redondos, Mercedes Sosa, Wos, Natalia Lafourcade y Miguel Abuelo. Desfilaron muñecos del presidente Javier Milei y también de Abuelas y Madres. Un cielo azul, diáfano, picoteado por drones que subían y bajaban buscando el ángulo propicio.

Uno de los momentos reveladores fue cuando desde el escenario se pidió especialmente al público para que hiciera lugar a la bandera de los desaparecidos, cuyas figuras se recortaban en pequeñas fotos con sus caras y fechas de secuestro. Ondulante, como si se tratara de una gigantesca serpiente azul y blanca, fue avanzando bajo un largo coro de aplausos entre la muchedumbre, mientras un hombre con torso desnudo subía a la pirámide y agitaba una gran bandera argentina al compás de un grito unánime y ensordecedor: “30 mil compañeros detenidos y desaparecidos. Ahora y siempre. Ahora y siempre”.

A cada costado abundaban imágenes memorables de la plaza desbordada. La marea se movía armoniosamente, por momentos como si se tratara de una gran familia. Muchos se codeaban para hacerse un lugarcito en los pocos espacios de sombra, aunque no sin sonrisas y buen ánimo. No faltaba quien se encontrara con un amigo, conocido o pariente, y se fundiera en un abrazo. Sin policías a la vista, salvo por los que custodiaban la Casa Rosada -el gobierno, de manera razonable, atajó las suspicacias previas en torno a su protocolo de seguridad-, de espaldas al gran escenario donde hablaron Taty Almeida, Adolfo Pérez Esquivel y Estela de Carlotto, hubo rancheadas de mate y merchandising de prendedores, remeras, stickers y libros de la memoria, cervezas y helados; más viandas traídas de casa que colas en los puestitos de comida, patas en la fuente y banderas de todos los colores y tamaños. Casi que no había persona que no se topara con el nombre de una víctima de la dictadura -en pancartas, carteles, grabados, mensajes en el asfalto-, con las consignas “Juicio y castigo”, “Fueron 30.000” y con la clásica y portentosa “Nunca Más”, esta vez con el adicional de “Nunca Más miseria planificada”, otra de las frases políticas que se vio y escuchó repetidamente, como un loop.

Foto: Gonzalo Colini

“¿Viste lo que tuiteó Villaruel?”, pregunta una mujer a su marido y le muestra la pantalla de su celular. El escrito de la vicepresidenta parece provocar a la plaza entera, aunque pocos se enteren: “Los DDHH son para Todos. La Memoria también. Verdad, Justicia y Reparación para las víctimas del terrorismo. Los responsables de estos crímenes no pueden quedar impunes. #NoFueron30000”.

La Garganta Poderosa impone su enorme despliegue, con suelta de globos y pasacalles con frases como “30 mil argentinos de bien”, “Casta la victoria siempre” y “Nuestros comedores alimentan la democracia”. Cerca de las cuatro de la tarde la plaza se inunda hacia sus costados, donde, a las puertas de la catedral, sucede algo inédito. Los curas villeros armaron un stand al que llamaron “Mártires de la Iglesia Católica”, con el desfile de nombres conocidos e ignotos, como Carlos Mugica, Enrique Angelelli, las monjas francesas Alice Domon y Leonie Duquet y Nelio Rougier. Por Diagonal Norte llega un pequeño grupo de una primaria escolar, con la bandera del “Normal 8” y una mezcla de niños y adultos que canta: “Somos los alumnos del Normal, ya está en la plaza,  demostrando que el pueblo se abraza con mucha ternura y con mucha pasión”.

Un continuo de familias, parejas, jóvenes, adultos y mayores están en recambio permanente ante las columnas organizadas de los gremios, los organismos de derechos humanos y las agrupaciones políticas. Hay algunos que se asustan porque falta el aire pero cerca de las cinco y media todo parece desconcentrarse paulatinamente, con tranquilidad. Los petardos hacen volar a las palomas. Unos turistas de ocasión se asombran por los cánticos viscerales de un grupo de mujeres que claman “¡Fuera Bullrich, fuera!” y unos ciclistas interrumpen su pedaleada de domingo para mirar, a distancia, la panorámica de una jornada histórica. “500 mil personas, como cuando se fue Cristina en 2015”, dice, sonriente, una mujer con una remera negra con el “Nunca Más” estampado en el pecho. “Tan potente y arrolladora como el dos por uno a Macri”, la califica un militante de HIJOS, refiriéndose a las cientos de miles de personas que se movilizaron en 2017 contra el fallo de la Corte Suprema, que intentó bajar las penas a genocidas.

“No fue un 24 de marzo como cualquier otro. Este fue especial, hoy se juntaron muchos reclamos”, dice, serio, Carlos, de 65 años, jubilado. Enumera los despidos, la vida sumamente encarecida, la pérdida de soberanía. “Un aplauso por Malvinas”, vitorea desde el escenario Taty Almeida, quien se encarga de cerrar el primer acto, el más numeroso, organizado por agrupaciones peronistas y organismos como Abuelas de Plaza de Mayo, CGT, CTA, ATE y Madres Línea Fundadora. A Taty se le resbala la hoja que lee por sus manos transpiradas por el calor, y alguien cercano lo advierte y se agacha para alcanzársela.

El segundo acto reunió a organizaciones de izquierda, nucleadas en el Encuentro Memoria, Verdad y Justicia, y tuvo como caras visibles a Myriam Bregman y Carla Lacorte, referente en la lucha contra el gatillo fácil. Cada acto convivió con el otro pacíficamente, aunque lejos de la unidad que se había anunciado hace unas semanas para esta marcha. “Hebe vive en la plaza”, agita una señora en el centro del foro público.

Pese a las diferencias, hubo coincidencias evidentes: el fervor masivo de la calle se vive como uno de los más claros repudios que recibe el gobierno de Javier Milei en sus pocos días en el poder, tanto o más que el paro general de la CGT del 24 de enero. “Esta marcha fue un golpe durísimo, porque además de demostrarle que el pueblo sigue condenando fuertemente el terrorismo de Estado, puso sobre la mesa un acto político de grandes proporciones. El mensaje es de una gran resistencia al ajuste, la crueldad y el despojamiento del Estado”, define Clara, socióloga de una universidad pública mientras en la pantalla de fondo se anuncia la solidaridad con Télam, Aerolíneas Argentinas, la Televisión Pública y el no al cierre del Banco Nación.

Todos los gestos de Milei y sus seguidores se concentraron en las redes sociales. Ajenos a los que marcharon por primera vez por un día emblemático de los derechos humanos, como Santiago, de 22 años, que llegó con su compañera preocupado por el posible cierre de la universidad pública donde estudia periodismo. O los miles que intentan estoicamente llegar a rozar alguna baldosa de la plaza, como un ritual pagano que supera el miedo a ser asfixiado por la masa indómita que estalla cuando Estela de Carlotto exige una ley que castigue el negacionismo, tal como ocurre en Alemania.

“¡Y ya lo veee, y ya lo veee, el que no saltaaa, votó a Milei! ¡La patriaa no se vende, la patriaa no se vendeee!”, retumban los cantos de cierre, en un pogo anónimo y caótico.

Hasta Mirtha Legrand fue aplaudida por algunos cuando en el comunicado de la Televisión Pública se invocaron sus gestos de preocupación por medidas de Milei. Los que se pierden entre los laberintos de gente patean botellitas de agua en el piso y corren riesgo de caída. Nadie se alarma, todos parecen estirar al máximo el aguante de sus huesos.

“Hoy reventamos la plaza. Esto me da fuerza y contagia de satisfacción para lo que viene”, resume una chica con los ojos ligeramente humedecidos. En sus manos porta un pequeño cartel, tan breve como definitivo: “Memoria sí. Pañuelos hoy y siempre”.

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