Los días de furia y corazones en llamas que marcaron la vida (y la obra) de Fito Páez

La trágica historia personal que el músico rosarino exorcizó en uno de sus mejores discos y que por estos días es parte central de la trama de su serie-biopic

Por  OSCAR JALIL

mayo 3, 2023

Foto: Andy Cherniavsky

Los femicidios de la calle Balcarce forman una saga de horror en tiempo real, una pesadilla que acompañó a Fito Páez durante muchos años, terribles dolores orbitando día y noche como un martirio sin fecha de caducidad. Todo lo que sucedió después de conocerse la noticia de los asesinatos de la abuela (Belia) y la tía abuela de Fito (Josefa), encontradas muertas junto a la empleada de la casa familiar embarazada de seis meses (Fermina Godoy), parecen historias de sobrevivientes de un catástrofes en donde también hubo actos vandálicos y miserias del más variado calibre. La policía de Rosario tardó casi un año en encontrar a los asesinos, la investigación arrancó con el músico entre los principales sospechosos por un supuesto ajuste de cuentas en materia de tráfico de drogas, e incluso las fuerzas de seguridad plantaron pruebas falsas en la casa en donde Fito vivió hasta que se mudó a Buenos Aires: “No quiero empezar a pensar quién puso la yerba en el viejo cajón” (“Ciudad de pobres corazones”).

El viernes 7 de noviembre de 1986, Páez y su banda ofrecieron el primero de dos shows organizados en las modernas instalaciones del Circo Voador, una sala de conciertos de Río de Janeiro. Aunque el lugar no estaba colmado, todo salió de maravillas y para la función del día sábado los productores esperaban más gente. Caetano Veloso acababa de grabar una versión en portugués de “La rumba del piano” y también había prometido sumarse al segundo show.

Un llamado desde Buenos Aires borró el sortílego carioca. Del otro lado de la línea, Roberto Fortunato, presidente de la compañía discográfica EMI, buscaba las palabras para explicar el espanto. Fito atendió justo cuando tocaron la puerta de la habitación que compartía junto a su novia, Fabiana Cantilo. Eran dos de sus músicos ΩFabián Gallardo y “El Tuerto” Wirtz que venían a comunicarle la misma noticia que estaba escuchando en palabras del capo de EMI. “¿Por qué mierda no me mataron a mí esos hijos de puta? La culpa es mía”, reaccionó y comenzó la furia. “No te puedo explicar cómo quedó el cuarto del hotel en Río: lo destrocé. Dolor violento… Rompí todo. Perdí tanto la conciencia que aún hoy no me acuerdo exactamente de lo que sucedió. Era como un animal enjaulado en su propio dolor. Cuando bajé de eso, lo siguiente que recuerdo… creo que debo haber pasado llorando todo el día, tomando whisky y Lexotanil”, contó el músico años después, en charla con el periodista Enrique Symns para el libro Páez (1995).

Sin hablarlo previamente, el entorno más cercano al músico desplegó un escudo protector. Faltaban pocos días para cumplirse el primer aniversario del fallecimiento de su padre, y seguía sumando más pérdidas cercanas, que habían comenzado a los ocho meses de vida con la muerte de su madre. Nada tenía mucho sentido. Charly García estaba en Río y fue clave en esas primeras horas sin consuelo. Mientras la banda y todo el equipo de producción volvían a Buenos Aires, Fabiana y Fito dejaron el hotel y se quedaron unos días en la casa de Ivone de Virgiliis, la productora de los shows en el Circo Voador. “Yo era un zombi, Charly se queda conmigo y me dice ‘vamos a ver una peli’. Encuentra el video de Purple Rain, de Prince. Empieza a pasar la película que para mí era como un dibujo abstracto”, dice Páez en uno de los últimos programas de Caja Negra, el ciclo de entrevistas conducido por Julio Leiva en Filo News. La escena que describe aparece cerca del final, es un Prince saltimbanqui corriendo de un lado al otro del escenario. “El ritmo era más up y me sacó un poco de zombilandia. Prince no paraba de moverse y Charly sin mirarme me dice: ‘¿Y este cuando se caiga del caballo?’. A mí me agarró un ataque de risa y los dos comenzamos a reírnos. Por ése y por una infinidad de motivos es que amo a Charly García, porque me hizo reír en una de las noches más negras de mi vida”.

El regreso a Buenos Aires no fue fácil. En el aeropuerto de Ezeiza lo esperaban su amigo Luis Alberto Spinetta y un enjambre de periodistas. Al mismo tiempo, Fernando Moya, manager de Páez, intentaba despistar a los medios sacando al músico por una salida alternativa. También lo esperaban Juan Carlos Baglietto y Albino Joe Stefanolo, el abogado del rock, otro eslabón de la cadena solidaria que ayudó al músico a surfear incriminaciones, sospechas y otros delirios que giraban en torno a los asesinatos de “las viejas”, tal como les decía Fito a las dos mujeres que lo habían criado. “Nosotros teníamos información –obviamente extraoficial– de que había una investigación paralela por drogas iniciadas por el Juzgado Federal Nº 3, de Rosario, a cargo del doctor Flores, que resultó ser un profesor que había tenido Fito en el colegio. Primero hubo que cumplir con la parte investigativa: la gente que iba a la casa, si Fito creía en la existencia de un sospechoso”, cuenta Joe Stefanolo en el libro escrito por Enrique Symns. “Se sospechaba del marido de la chica que trabajaba en la casa, del tío de Fito, de algún amigo de Fito que podía haber entrado, estaba también la teoría del ladrón casual…”. 

En ese caldo de indagatorias, expedientes y marciales máquinas de escribir nació Ciudad de pobres corazones, el disco impensado antes del funesto 7 de noviembre que tomó forma de obra urgente, definitiva y, al mismo tiempo, se convirtió en un salvavidas para un artista nuevo de tan solo 23 años. La reciente edición de La la la, un álbum doble compartido con Luis Alberto Spinetta, una auténtica alianza de talentos que también intentaba dejar atrás el fallido proyecto García-Spinetta, no mejoró el ánimo del músico. El lanzamiento pasó a un segundo o tercer plano en la agenda mental de Páez, y el sueño de grabar con uno de sus ídolos no pudo espantar tanta tristeza. A pesar de su mala condición, era muy consciente de que el disco tenía tres fechas de presentación en el estadio Obras Sanitarias, pactadas para el mes de diciembre. Postergó por unos días los ensayos con el Flaco y fijó la vista en otro lado. La única salida era un escape hacia adelante.

Luego de cobrar una considerable suma de dinero en SADAIC, producto de las buenas ventas que obtuvo su segundo álbum, Giros, Fito y su amigo y mánager personal, Alejandro Avalis, eligieron las playas de Tahití como refugio y trinchera creativa. Varias de las canciones de su tercer álbum empezaron a crecer en las arenas blancas de la Polinesia Francesa. Tabou es el nombre de una de las playas que frecuentaba con Avalis y de ahí proviene “Fuga en Tabú”, un oscuro soliloquio en tiempo de jazz que explica el momento: “Quiero salir y no puedo”, canta Páez y se nota la atmósfera de asfixia.  

En los shows de Obras junto a Spinetta, Páez estrenó la canción “Ciudad de pobres corazones”. A poco más de un mes de los asesinatos de la calle Balcarce, el compositor ya tenía terminada su primera reacción furiosa que de a poco fue disipando acciones imprudentes. “En un momento fui a buscar a la hinchada de Rosario Central para que me ayudaran a encontrar al que las había matado. Yo estaba armado con una 22. Quería ir a buscarlo y vengarme. Una época muy trash. Pero muy pronto entendí que abrazarte a la idea del amor es infinitamente más poderoso”, le dijo Páez a Leila Guerriero en una entrevista publicada por la revista mexicana Gatopardo.

Ciudad de pobres corazones llegó a las disquerías en junio de 1987 y el disco fue recibido tímidamente por las revistas especializadas. El cambio de sonido, la ira en la tinta y esa nube amenazante que acompañaba al músico desde hacía nueve meses conspiraron con la difusión. En un análisis centrado en el disco maldito de Fito, el periodista Federico Anzardi revela en el libro Hay cosas peores que estar solo el extraño comportamiento de la prensa del palo frente a la tragedia familiar y los efectos que provocaron en Páez. “En general, los medios y los artículos especializados en rock ignoraron los crímenes y no lo mencionaron en ninguna reseña o nota posterior. Se pretendía despegar la obra del artista, incluso en casos tan extremos y en alguien tan autorreferencial como Fito. El periodismo de rock de esos años mantenía una tendencia a no meterse en asuntos extramusicales y en temas que consideraba propios de la revista Gente y otros diarios y revistas menospreciados por la escena”, escribe Anzardi en su libro dedicado al tercer disco de Páez y a cómo el músico atravesó la tragedia sin convertirse en una víctima. “Había cierta solemnidad que trataba de evitar todo lo que tuviera que ver con lo ‘artístico’. La vida privada rara vez aparecía en esas páginas”.

A 35 años de su edición, Ciudad de pobres corazones es una reconstrucción personal sin reducción de daños. Un precioso salto al vacío con aliados que supieron entender que semejante demostración de estados de ánimo necesitaba un soporte técnico adecuado: Tweety González en la producción y Mariano López y Mario Breuer en la técnica de grabación encaminaron la línea modernista del disco. Hay actitud punk, ritmos funky y mucho dark-rock en el aire, pero en ningún momento el disco negro responde a ninguna parroquia. Es tan rock argentino como el primero de Manal, Artaud de Spinetta o Clics modernos de García, ese misterio que nace bien al sur de todas las olas y se siente original naturalmente.

Hay que volver a las orquestaciones dominantes en “De 1920” para entender el lazo de Fito con “las viejas”, o correr rápido como el frenesí de “A las piedras de Belén” y luego perderse en el groove mala onda de “Gente sin swing”. Más confesiones y el humanismo rosarino en “Nada más preciado” o en la canción molotov que le da título al disco. El cielo se detiene con “Ámbar violeta”, un viaje surrealista ubicado en lo más alto del cancionero Páez, todavía emocionan esos teclados para ingresar en “su laberinto carrusel”. Y también redescubrir a Prince en los modos de “Dando vuelta en el aire” y estudiar cada frase de “Track-track” para disfrutar de la película completa: “Vino todo el mundo, la radio y la TV/ Vino el comisario, los ángeles también/ Todos quieren algo, sangre o no sé qué”.

Dirigido por Fernando Spiner y con guion de Marcelo Figueras, Ciudad de pobres corazones tuvo su versión fílmica en un mediometraje que recorre todas las canciones del disco y expone en otro plano la carga dramática del tercer disco de Fito Páez. La idea de trabajar en un proyecto visual nació varios meses antes de que se produjeran los crímenes de Rosario. El anhelo cinematográfico que compartían el músico y los realizadores empezó a configurarse cuando Spiner escuchó las nuevas canciones de Páez.

Ante la imposibilidad económica de filmar en 35 milímetros, surgió la idea de lanzar un mediometraje a través del formato de VHS. La apuesta no contemplaba un estreno comercial en los cines, solo iba a estar disponible en todos los videoclubes del país. El financiamiento corrió por cuenta de una alianza tripartita entre EMI, Fito Ωa través de la productora de Fernando MoyaΩ, y una empresa dedicada al videohome. Con 35.000 dólares en la mano comenzó la filmación en la discoteca Paladium, con más de 200 extras y un equipo técnico integrado por un seleccionado de jóvenes talentos del cine nacional en materia de sonido, iluminación y montaje.         

“Fito quería hacer algo ambicioso. En broma, decía que Ciudad de pobres corazones era algo así como una película de [Francis Ford] Coppola con guion de Bukowski”, escribe Federico Anzardi en su libro. “Y a la hora de hablar en serio reconocía que había pensado el disco en función de un film. Quería que el trabajo que hiciera con Spiner y Figueras fuera una mezcla de Purple Rain con Stop Making Sense, la película de Talking Heads que había dirigido Jonathan Demme”.

La sencillez del argumento, pocos diálogos y mucha intensidad en las imágenes, encaja perfectamente con la estética oscura de las canciones, en donde el centro lo ocupan Páez y su banda ofreciendo un show en la disco de la calle Reconquista. En tanto, distintos personajes pugnan por quedarse con una misteriosa caja roja. Una excusa válida para dejar correr las canciones y perderse en un ambiente en donde desfila buena parte del under porteño de la época: el grupo de teatro danza experimental Plaster Caster, artistas performáticos como Luis Aranosky y Daniel Barceló, o hasta el mismísimo Luca Prodan forman un pequeño ejército de figuras pálidas dentro de una trama detectivesca. “Yo agarré los temas, se los tiré (a Spiner y Figueras), les conté a ellos lo que a mí me pasó con el disco y ellos se lo llevaron. Ahí Marcelo hizo su rollo, Fernando el suyo y yo tenía el mío. Yo concebí el LP como un film, pero más como un film sonoro, como una cosa que te fuera sorprendiendo auditivamente. Entonces los locos lo que trajeron de eso fue una historia en la que hay fábula, hay personajes, hay un concierto y de ahí se elaboró una ficción. Es una ficción de otra ficción”, le dijo Páez a Cynthia Lejbowicz.

Pero la ficción superará a la realidad cuando buena parte de los casetes U-matic -con la mayor parte de la filmación- forman el botín de un robo en la casa de uno de los asistentes de Spiner. Pánico y locura de todos los involucrados en el proyecto. Luego de varios pedidos por la aparición del material sensible, que incluyó un encendido mensaje del actor Alberto Olmedo en su programa No toca botón, uno de los  más vistos de la televisión argentina, y de aprietes policiales hacia los amigos de lo ajeno, los U-matics aparecieron y finalmente la versión cinematográfica de Ciudad de pobres corazones aportó otra pieza de tensión en medio de un hecho artístico que, nuevamente, logró imponerse por encima de un tiempo plagado de fatalidades.     

A fines de agosto de 1987, la policía detuvo al asesino, Walter de Giusti, un conocido de Fito desde la época del colegio secundario. Giusti fue condenado a cadena perpetua y murió de VIH en 1998. Su hermano, Carlos Manuel de Giusti, estuvo detenido bajo libertad condicional por su participación en los crímenes de la calle Balcarce.

“Yo decía: ‘Mi corazón no se lo doy a nadie, nunca más’. Pero ¿sabés lo qué me ayudó a vivir? El amor que me dieron mis abuelas. Me hacían las milanesas, me cuidaban cuando me enfermaba, vivían solamente para mí… ¿Y dónde está todo eso ahora? Todo eso no lo borró un asesino: está aquí en mi corazón. Por eso cuando hice El amor después del amor, muchos no entendieron que no estaba hablando solamente de Cecilia… estaba hablando de mis abuelas. Y por llevarlas conmigo, sé que vivir sin amor es una enfermedad”, dice Páez en el libro de conversaciones con Symns.

Este texto forma parte del bookazine de Rolling Stone Argentina dedicado a Fito Páez, que se puede adquirir a través de Libooks.