¡Paró la lluvia y arrancó el Lolla! Y si los pronósticos más agoreros prometían barro al por mayor producto de las lluvias de los últimos días, lo primero que sorprende es el verde césped, potenciado por el brillo que le da la resolana que se cuela por entre las nubes. El predio central del Hipódromo de San Isidro luce impecable, como un paño de billar. Lo que mata es la humedad, pero no parece ser un problema para los fanáticos tempranos que quieren aprovechar la experiencia desde el primer minuto. Vistos desde arriba, cada uno de los cuerpos que se desplazan, parecen bolas que rebotan entre los cuatro escenarios principales.
Lollapalooza celebra su primera década en la Argentina, y de algún modo es el festival que inauguró a nivel local un nuevo modo de disfrutar de la música en vivo, en el que el line-up parece ser apenas una excusa. Por caso, el puesto de merchandising del Lolla es más imponente que el de las bandas, con precios que oscilan entre los $5.000 por un pin hasta los $ 60.000 por un buzo (hay remeras a $30.000, bolsos a $ 20.000 y gorras a $ 25.000). La oferta gastronómica incluye burger veggie a base de quinoa, calabaza y legumbres, sándwiches de chorizo ahumado con verduras, salchicha gourmet con chucrut, mostaza de dijon y pepinillos, tacos al pastor, baos de cordero y buns de tofu panko, entre otros productos gourmet.
La experiencia no acaba ni termina con la música, y si pasás por el espacio Espíritu Verde, podés escuchar a una referente de Amnistía Internacional contando que la organización acaban estrenar en Roblox un juego que recrea en el metaverso la crisis de los refugiados. Al lado, el stand de Re:Wild, la ONG creada por Leonardo DiCaprio para proteger y restaurar la naturaleza a gran escala, proyecta imágenes de su trabajo. Y en otro stand, una veintena de personas esperan para recibir un masaje tailandés que ofrece un estudio de yoga. Por acá, hay foodtrucks con productos veganos.
En el predio también hay una especie de playa artificial, para disfrutar de unos bocaditos de banana bañados en chocolate con los pies sobre la arena. Hay un samba, guiño nostálgico al Italpark que reemplaza a esa vuelta mundo que se había vuelto un clásico de la escenografía del festival. Hay dos inflables, un cisne y unos cuernitos violetas, y un humidificador XL de tintes psicodélicos que larga, cada tanto, humo de colores. Se trata, en verdad, del “Volcán de la felicidad”, una obra del artista visual Edgardo Giménez (1942), que realizó especialmente para el festival. Y está el cartel, claro, con el logo del Lollapalooza en celeste furioso, para la foto obligatoria. (“No te olvides de posar”, cantaba Luca Prodan a fines de los 80, y parece haberse vuelto una máxima para los lollapaloozers, que encuentran en cada rincón la excusa perfecta para subir su foto a Instagram). Hay grupos de adolescentes que lucen tops y minifaldas, hay máscaras del lejano oriente y una cartera que simula una bandeja con sushi, hay crestas de colores fluorescentes, lentes de sol, borceguíes y cuarentones nostálgicos con remeras de Deep Purple y Nirvana.
Y está la música, por supuesto. Daniela Milagros, la artista de 19 años que hace unas semanas teloneó a Slash en Buenos Aires, cerró su set con una evocación del sonido alternativo de los 90, que captó la atención de una parejita que lucía remeras de The Offspring (ella) y Blink-182 (él). Mientras tanto, en el Samsung Stage, Pacífica, el dúo integrado por Inés Adam y Martina Nintze, amplió su formación a un cuarteto y mostró sus argumentos rockeros con un set que incluyó una versión de “Take on Me” (clásico ochentos de A-ha) con reminiscencias al cover de esa misma canción que hizo Weezer hace unos años.
Winona Raiders le hizo honor a su bio de Instagram (“la expresión más arrogante del momento”) con un set que alcanzó sus momentos más altos en la voz de uno de sus guitarristas, Ariel Mirabal Nigrelli. Riffs poderosos, toques de psicodelia y cierta oscuridad contrastan con el sol que amaga con aparecer. Es un horario poco amable para una banda que encuentra en las madrugadas su mejor momento, pero reemplazan lo extraño de la situación diurna con una actitud 100% rockera, que provoca los primeros pogos (¡y hasta un mosh!) de la jornada.
Sostenida por un pequeño cuerpo de baile, y el tándem Brian Vainverg (bajista de Nafta) y Matías Verduga (baterista de Bandalos Chinos), Juliana Gattas, que mañana cantará con Miranda! como cabeza de cartel, mostró por primera vez las canciones de Maquillada en la cama, su primer disco como solista, producido por el chileno Alex Anwandter.
Canciones como el proto-hit “Emocionalmente tuya” y “Maquillada en la cama” trasformaron a su set, altamente performático y con una carga entre irónica y melodramática, en uno de los más auspiciosos de la primera jornada.
Casi al mismo tiempo, en el Perry Stage, Evlay se posicionaba como otros de los mejores artistas de la primera parte de la jornada. Al centro del escenario, con teclados y sintetizadores, pero también con la guitarra eléctrica, Facundo Yalve, se consolidó como un arquitecto de estructuras sonoras que apuntan a la pista de baile, un progressive oscuro y rockero. El productor y parceiro de Wos, se pone al frente de un trío inusual, eléctrico y poderoso, que completan Agustín Piva en la batería y Rodwin Boonstra en bajo, y que incluye feats. virtuales con Todo Aparenta Normal, Santiago Motorizado, Wos y Lisandro Aristimuño.
Al caer la tarde, el Grupo Frontera, desde México, mostraba su lectura de la cumbia, ese idioma universal que une a todo el continente americano, en un set que incluyó “Ojitos rojos”, su reciente feat. con Ke Personajes, una versión de “Corazón” ese himno romántico de Los Auténticos Decadentes y su hit “No se va”, que le puso el punto final al set más sabroso de la jornada. Mientras tanto, el ascendente grupo Peces Raros pisó fuerte en el festival, con su habitual set electrónico, hipnotizó al público centennial con una cruza de rock y electrónica, que tuvo en “Fabulaciones” un momento memorable.