Hace 25 años, en el mismo sitio en el que ahora está parado el Chizzo Nápoli, el Indio Solari cantaba “Fijate de qué lado de la mecha te encontrás”. El hilván (no tan) invisible que une a aquellos conciertos de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota a estos conciertos de La Renga en Avellaneda aportan una importante cuota de mística. La elección de esa frase de “Queso ruso” (el clásico ricotero de La mosca y la sopa, 1991) no es casual. Más allá del carácter histórico de estos cuatro banquetes (motivo de orgullo para los hinchas de la Academia, que hicieron notar la localía), la elección del estadio Presidente Perón permite una lectura política. No sólo por el nombre del recinto, sino por el contexto. Es de los venues más cercanos a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, en la que el grupo de Mataderos parece estar proscripto (la única excepción en los últimos años fueron los shows en el Palacio Tomás A. Ducó, la cancha de Huracán, en 2017), enclavado en un bastión justicialista del primer cordón del conurbano bonaerense. Y los cantos contra el presidente, y también contra Mauricio Macri y Patricia Bullrich, fueron constantes en la previa y durante el concierto.
“Y ya lo ve, y ya lo ve, el que no salta, votó a Milei”, “Traigan al gorila de Milei, para que vea, que este pueblo no cambia de idea, lleva las banderas de Evita y Perón” y “La patria no se vende” entran en el podio de los más coreados. Y definen el clima que reina en el estadio, como un reflejo del sentir popular por estos días.
Y es entonces que, promediando el show, Chizzo dice que estamos en tiempos difíciles, que no es la primera vez que tenemos que atravesarlos, y que por eso algunas viejas canciones están empezando a resurgir. “Este es uno de esos”, anuncia el cantante. “A modo de conjuro protector, dice…”, recalca antes de arrancar “Hielasangre” (publicado originalmente en el EP Documento Único, 2003), un tema compuesto entre los ecos de la revuelta de diciembre de 2001. “Un paso atrás, un paso atrás… ¡No me toques!”, canta, ¡ruge!, mientras los hermanos Tanque y Tete Iglesias despliegan la base potente que provoca uno de los tantos pogos memorables de una noche que definitivamente quedará en los grandes hitos de la banda.
Si en los 90 el grupo reflejaba en algunas de sus canciones el descreimiento hacia la clase dirigente (“No me interesa ningún tipo de política”, cantaban en “El Revelde”, su hit de 1998), en la última década adoptaron un rol políticamente activo, participando por ejemplo en el festival por los 30 años por la democracia en la Plaza de Mayo, en 2013. Un compromiso construido casi en espejo con buena parte de su público.
La Renga preparó estos banquetes con el mismo compromiso, con la misma pasión y con el mismo esfuerzo con los que construyó una carrera que lleva 35 años. El repertorio que armaron para el primero de los cuatro conciertos en el Cilindro funcionó como un resumen apropiado para sintetizar el derrotero que los transformó en una de las bandas más convocantes de la Argentina.
Un escenario imponente, con dos enormes pantallas de contornos irregulares a sus costados, y una escenografía con referencias psicotrópicas que, desde las proyecciones y también en las esculturas como tótems prehispánicos, y otros detalles, como la calavera en el micrófono de Chizzo, sintetiza el imaginario rengo.
El repertorio no es menor. La lista empezó con una de las más recientes (“Buena pipa”, de Alejado de la red, 2022), y dos clásicos: “Tripa y corazón” y “A tu lado”. Tres canciones que fueron celebradas como himnos -en definitiva, como cada una de las canciones- por la patria renga.
Más allá de los cánticos políticos, el banquete se vive como una verdadera fiesta. En esa dirección, Chizzo, luego del primer saludo, a Racing y a Buenos Aires, lo pone en esos términos “amigas y amigos, que bueno que después de tanto tiempo podamos gozar tan cerca de nuestros barrios”. Un rito pagano, una comunión de la patria rocanrolera, una celebración musical pero, sobre todo, social, barrial, fraternal.
Si prestás atención, La Renga provoca sonrisas y abrazos en medio del pogo, una alegría en tiempos de resistencia, una hermandad tácita que replica la idea de gran familia que comparten todos los integrantes del proyecto. (Afuera, algunos no la pasaron tan bien. Fanáticos que pretendían pasar sin entrada se enfrentaron con la seguridad. Un golpe descalificador de uno de los empleados de seguridad quedó registrado en un video que se hizo viral).
“A la carga mi rocanrol” marcó el ingreso del saxofonista Manu Varela, con un solo especialmente inspirado, acaso por su condición de fanático racinguista.
Fueron más de treinta canciones, a lo largo de casi tres horas, que marcaron el inicio del fin de la gira Alejado de la red, que comenzó en febrero de 2022, con un viaje por el norte argentino, que los músicos realizaron en moto y que es la columna vertebral del documental que registra el tour, cuyo estreno es inminente. Chizzo se hizo un tiempo para recordar a la Abuela Nelly, la motoquera nonagenaria que falleció en 2020 y que se transformó en una especie de ángel protector para las y los motoqueros en las rutas argentinas, fuente de inspiración de “Motoralmaisangre”, publicada originalmente en La esquina del infinito (2000).
Al sonido arrollador del formato de trío, que permite apreciar la sinergia incomparable entre Chizzo, y sus solos deslumbrantes, y los hermanos Iglesias (Tete, un motorcito ya no tan movedizo, como esos mediocampistas que con el transcurso de los años corren menos pero saben cómo leer los partidos; Tanque, un pilar desde el ritmo, el corazón acompasado de la banda), el grupo añadió una sección de vientos comandada por Manu Varela, que incluye a Marcelo Garófalo (saxo barítono), Cristian “Látigo” Díaz (trompeta) y Leandro Loos (trombón) para “En los brazos del sol” y “Flecha en la clave”. Son arreglos poderosos, que recuerdan (por ejemplo) a los que Javier Malosetti hizo para Buscando un amor, el disco de Pappo de 2003.
Además de los clips ad hoc y las imágenes de lo que ocurre en el escenario, las pantallas también muestran tomas aéreas desde varios drones que permiten apreciar al Cilindro colmado. Postales imponentes de una joya arquitectónica que La Renga utilizó a su favor incorporando el mástil del estadio a la iconografía previa al show, en los afiches, en las entradas, en las remeras.
“Voy a bailar a la nave del olvido”, clásico seminal de Esquivando Charcos (1991), es un bálsamo en medio de toda esa carga de rocanrol. Allí, en el retrato barrial, en la poesía de Chizzo, en ese relato nocturno sobre la que el grupo construyó esa mística extraordinaria, está el ADN de su sensibilidad. Y constituye, claro, uno de los hitos de la noche. En tándem con “El rito de los corazones sangrando”, despierta nostalgias entre los seguidores más antiguos.
“Ya que el zoológico está abierto y se han adueñado de los animales, vamos a lanzar una tropilla de elefantes”, lanza el Chizzo. Imposible no entender la referencia al modo en que el actual presidente se adueñó del león de las las líneas iniciales de “Panic show”, el tema que utilizó sin autorización del grupo durante su campaña. Quizás por eso, “Elefantes pogueando” tuvo una intensidad especial, aún siendo uno de los temas más recientes. Otra vez, el show como un hecho político.
El trapo gigante de San Miguel se vuelve imponente desde la toma aérea. El Oeste del conurbano toma protagonismo a la hora de los bises. Después de un parate de diez minutos, en los que se multiplicaron los cantitos, principalmente políticos, La Renga arremete con un cuarteto de clásicos “Desnudo para siempre (o despedazado por mil partes)”, “Arte infernal”, “El final es en donde partí” y el último, que vuelve sobre una batalla dialéctica en torno a un término que, para muchos, parece bastardeado. “Hablando de la libertad” se baila, se canta y se corea en Racing como una catarsis colectiva. El primer banquete llega a su fin. La tormenta eludió al pronóstico meteorológico, el calor es insoportable, y los nubarrones siguen al acecho.