[Archivo RS] Indio Solari y su histórica misa en Tandil de 2010: “Es un mini Woodstock”

Hace 13 años, ROLLING STONE viajó a la ciudad serrana para vivir uno de los shows solistas más recordados del ex Patricio Rey. En la ruta con el ídolo máximo del rock nacional.

EDGARDO ANDRES KEVORKIAN

julio 16, 2023

Este artículo fue publicado en Rolling Stone Argentina #153, diciembre de 2010.


El gerente del hotel nos muestra el camino hacia el comedor. Es un hombre de estatura baja, con lentes, de traje: unos 60 años sacados adelante con litros de Colbert Noir. Tiene, en realidad, muy poco que ver con el lugar: un hotel boutique conceptual para golfistas. Por los ventanales se ve una cancha de dieciocho hoyos que parece una postal. Y el gerente sigue a paso seguro hacia el salón pretendiendo ser un personaje de Los Soprano, pero es más un dibujito de Quino. “Bienvenidos a Tandil. ¿Ustedes vinieron a ver al Indio Solari, verdad? Ahora lo van a ver, está almorzando en nuestro restó“, adelanta, ignorando por completo el concepto de discreción, como los hombres de negocios que cruzan el lobby o contemplan el campo de golf ignoran lo que está por pasar.

En el restaurante hay sólo dos mesas servidas. En una, toda la banda, Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado: el baterista Hernán Aramberri, el bajista Marcelo Torres; los guitarristas Baltasar Comotto, Gaspar Benegas, el tecladista Pablo Sbaraglia (hermano del actor), y los brasses Miguel Angel Tallarita y Sergio Colombo. En la otra, más cerca del ventanal, el Indio Solari come sorrentinos y toma su Malbec rodeado por su Estado Mayor: Julio Sáez, su mano derecha, amigo y manager; los productores asociados, Matías y Marcos Peuscovich, de Chacal Producciones; el Tordo, su médico, que lo acompa ña a los ensayos y a todos los shows.

La tapa de la revista Rolling Stone Argentina #153, editada en diciembre de 2010

La conversación es la misma en ambas mesas: la lista de temas se filtró en internet. El tema es: cómo, cuándo, quién fue. Es jueves, estamos a sólo dos días del recital más convocante de su carrera (esperan 100 mil personas en el Hipódromo), y nuestro primer encuentro estaba pautado para hoy. Pero no va a poder ser, y nos lo dice el Indio en persona, después de un recibimiento afectuoso aunque algo frágil: no se levanta de la silla pero nos saluda con un beso. Al Indio le duele la garganta. Fue un accidente: sólo cantó en dos ensayos para este show, y como en el primero la cápsula del micrófono estaba rota y su sonidista no se percató, en el segundo apretó demasiado la voz y ahora, lo lamenta, no está para dar entrevistas. “La nota la vamos a hacer mañana, hoy tengo que cuidarme la gola… Voy a descansar. Vengan mañana a las 1o a mi habitación: pedimos el desayuno y escuchamos el disco nuevo. Julito…”. Llama a su manager, que se acerca para recibir la orden: las coordenadas de su suite. “Julio, por favor, dales el número de mi habitación.” El número es 131. La puerta es esa doble que está en el primer piso, a unas pocas puertas de nuestra habitación, justo al final del pasillo.

A la mañana siguiente, nos escolta hasta la puerta de la habitación Diego Biscione, “Pelusa”, el guardaespaldas del Indio: 142 kilos de músculos que pueden convertirte en una bolsa de huesos rotos antes de que alcances a arrodillarte y pedir por favor.

Indio Solari, en una de las obras del arquitecto Francisco Salamone en la provincia de Buenos Aires (Foto: EDGARDO ANDRES KEVORKIAN)

El Indio le puso Pelusa no por Diego Armando, sino porque lo lleva pegado a su espalda todo el día. “Siempre le digo: «Lindo apodo me pusiste»”, se ríe el grandote, que antes fue custodio de Juan Carlos Rousselot y otros políticos pesados de la zona oeste del conurbano bonaerense; después, por un tiempo, se alejó del negocio de la seguridad privada, en el que lleva casi veinte años (tiene 41). El Indio contrató a este mastodonte sensible de Castelar en 2005, cuan do formó a todo un nuevo equipo de trabajo para volver a tocar en vivo (en general, la gente que tra baja con el Indio es de La Plata o del Oeste). Si algo llega hasta Diego es porque falló todo lo demás: él es “el último filtro”.

Y puede fallar. Diego no está armado y algunas veces la cosa se pone densa. El año pasado, cuando volvían del último show del Indio, en Salta, tuvo que trabar el pasillo del avión con uno de los carritos de la comida, porque el avión venía lleno de ricoteros que no paraban de arengar, se abalanzaban sobre su ídolo: desde ahora, el Indio sólo viaja por tierra. “Cuando aterrizamos en Aeroparque, hasta los banderilleros venían a saludarlo”, recuerda. “La gente no entiende, no se da cuenta. En un momento, se me juntaron doscientas personas y yo… yo estoy solo con él.”

Diego usa remeras de Slayer, pero a él en realidad le gusta U2, INXS.

Su día empieza antes de que el Indio abra los ojos. Diego acompaña al chico del room-service que le lleva el desayuno a las 8 AM. Se asegura de que deje la bandeja y salga de la habitación. Lo mismo hace con la chica del servicio de limpieza, a las 9, y con nosotros, a las 10..

Cuando el Indio nos abre la puerta de su habita ción, uno de sus músicos -Hernán, su baterista e ingeniero de sonido desde los últimos tiempos de los Redondos- sale por otra de las puertas del pasillo y se apura a interceptarlo para sacarle un autógra fo que ya había colocado. “¿Tan temprano? Bueno, dale. ¿Cómo se llama?” Con tono resignado, el Indio pone un gancho sobre una copia nueva del libro de fotos de Porco Rex.

Adentro de la habitación hace un calor inquietante. Todas las ventanas están cerradas y el Indio dice que no se siente muy bien: ayer no descansó como debía, como nos dijo a nosotros que iba a hacerlo. “Si el recital es un sábado, yo vengo los jueves para salir, como anoche”, dice. “Porque de ahora hasta el domingo me quedo encerrado acá, porque no da. No da. No me llevo bien con la sabiduría de la multitud.”

Ayer paseó por la laguna, fue a controlar el montaje del escenario, no probó sonido pero se fijó que sus músicos sonaran bien, y salió a cenar con su Estado Mayor. Durante la cena, habló varias horas con música fuerte de fondo y fumó. Ahora está con doble dolor de garganta y, además, con bastante resaca. “De alcohol, nada más. Yo no tengo historias de otro tipo ya”. Durmió tres horas nada más; y esta mañana, un día antes del show, apenas desayunó té.

El Indio, a poco de cumplir 62 años, ha vuelto a darse, durante este último tiempo, un par de gustos: fumar y viajar.

Yo no extraño Buenos Aires, extraño Nueva York“, dice sin ningún tipo de culpa. “Como en Buenos Aires no puedo salir, no sé ni qué pasa ni qué hay. En cambio, cuando voy a Nueva York, estoy a mi aire como un pelotudo, hago lo que se me canta el forro de las pelotas. ¡Tengo un culo! El otro día fui por veinte días y vi a Tom Petty and the Heartbreakers y a Arcade Fire, los dos en el Madison Square Garden”.

Sobre la mesa ratona, al lado de una nueva edición de la novela Hermosos perdedores de Leonard Cohen comprada en Yenny, están los cigarrillos Nat Sherman, souvenir de su última estadía en Manhattan, donde vio a Tom Petty presentar Mojo en el Madison. Días después llevó a su hijo Bruno a ver a Arcade Fire. “Brunito cantó «Wake Up» a voz en cuello con todo el estadio. Es chico todavía pero canta muy bien, afina. Y su mamá [Virginia] también canta muy bien. Pero hasta ahora Bruno se inclinó más por la plástica, dibuja. Mañana va a venir”.

Sobre un escritorio hay dos parlantes y un equipo de DVD desde donde dispara su último disco, el tercero de su carrera solista. El disco se llama El perfume de la tempestad, suena como una continuación de Porco Rex, pero más compacto, más in your face. Texturas densas, abigarradas, que por momentos evocan cierta psicodelia, con un par de rocanroles himnicos (“El tábano en la oreja”, “Vino Mariani” al estilo de “Preso en mi ciudad”, como para aligerar la marcha).

En la tapa y adentro del booklet, que en este mismo momento está en imprenta, hay unos fotomontajes hechos por él mismo, en Corel. Son fotos de personas en distintas situaciones, nos cuenta, pero retocadas de un modo que dejaron de ser fotos y son “como dibujos”. Los personajes están en sus cosas, mientras en el fondo se viene una tormenta de tonos oscuros y ocres.

Todos ignoran lo que está por pasar.

¿Cuánto dura el disco? Es bastante compacto, ¿no?

No tengo ni idea cuánto dura. Son doce temas. Arranqué como con 40, y fueron cayéndose de a poco. En realidad, no se caen definitivamente. Muchos de estos temas son ideas que tenía, viejas. Ideas que las he recapturado y las he vuelto a maquetear. Porque el reconocimiento es también una recomposición, ¿no? Escuché algunas maquetas que habían quedado, pero no sólo de Porco Rex, sino de distintos momentos, e hice una selección. El otro día escuchaba el último de Richard Ashcroft y me parecía que estaba muy por debajo de lo que hecho él en otros momentos. Se notaba que había había una ambición en la producción, que él tenía una idea, con toda esa orquesta de profesores, esa cosa medio mantra, ¿viste?

Sí. Mucha repetición…

Se ve que había una idea, pero me parece que no llegó a término. Bah, es mi parecer. Porque a mí me gusta Ashcroft.

En este momento, por primera vez, el Indio la entrevista.

“Che, yo me siento para la mierda. Medio para que estaba por llamar al doctor recién.”

Paramos los grabadores. Se va con un pantufleo, montado en unas crocs de cuero, y un segundo después vuelve. Nos pide que abramos una ventana.

Ahí entra un agradable frescor, digamos.

Sí, yo no debo jugar mucho con eso tampoco; la verdad, estoy muy hecho mierda. Estoy bastan- te fatigado.

Sabemos que no te gusta explicar las canciones, pero ¿había una idea central para este nuevo disco?

Yo creo que un grupo de canciones en realidad son representativas de un estado de ánimo temporario, provisorio, que uno tiene durante un tiempo. Por algo uno elige esas texturas, esa tensión, esas melodías, esas tonalidades, esas séptimas ahí metidas para generar melancolía, dramatismo. Y después también está el estilo de uno, que va cambiando en función de las cosas que querés decir. Yo veo canciones viejas mías de la época de los Redondos, que las quiero, pero en realidad las escucho como muy llanas. Son muy frescas, lindas, pero también medio elementales.

¿Y qué estado de ánimo tenías, digamos, al grabar los temas de este nuevo disco?

Es complejo explicar, porque uno empieza a racionalizar el estado de ánimo. Yo creo que hay una ruptura en el momento en que la naturaleza le deja paso a la cultura, que ha hecho una progresión extraña y cada vez más acelerada. Hay acechando un velo extraño, yo no avizoro un horizonte claro. Entiendo que cada generación, en sus nervios, tiene más información del futuro que lo que uno puede ver. Creo que lo que refleja esa tormenta que está en el horizonte es eso. Y también la actitud de los personajes, ¿no? Que están como entretenidos en otras cosas mientras esa tormenta viene.

Si bien el álbum no es una obra conceptual, hay como un hilo temático que recorre las canciones, son como retratos de distintas personas…

Como la tapa. Yo creo que cada canción es como la tapa. Es como mirar en distintas ventanas de un edificio, gente que está sujeta a la misma circunstancia, pero uno está cocinando, el otro está fifando, mientras hay una atmósfera que es general. Están los marginales, como en “Torito muerto”. Hay distin- tos personajes, pero están todos sujetos a la misma tensión. Aun las canciones de amor: “Terminamos el amor a carcajadas pero luego todo fue inútil…”, hay algo que no está bien, ¿no?

La última canción, “Una rata entre los geranios”, deja abierta una interrogación con respecto al futuro.

La última es una imagen mía, ésa creo que es la más mía de todas. Estoy yo, en el parque de mi casa, en Leloir, con los perros en una neblina. Esos perros, que son como fantasmas, son mis perros. Y es verdad: de repente apareció una rata muerta en los geranios y me pareció como una perla en las cenizas. Son esas contradicciones… Como decía [Rainer Maria] Rilke: “Porque lo bello no es más que el grado de lo terrible que todavía podemos soportar”. Yo creo que esa frase puede describir la belleza que puede tener este trabajo.

En “Vino Mariani”, uno de los temas nuevos, hay como una cuestión muy clara de crítica al rock.

Hay una cuestión muy clara con el rock y con el ambiente. Porque el rock no es solamente la reunión que hay con espónsores, que nos sacamos fotos con jeans. No es solamente eso. Rock hay en todo. Está el pibe en el garage que hace canciones que nunca conoceremos o que sí… o tipos como yo, que lo hacen desde otro lugar.

En esa letra también algo hay muy concreto contra los premios. En estos tiempos se ha generado una cultura del premio, de hacer música para ganar awards. ¿Cómo lo ves vos?

Yo descreí tempranamente de los premios, cuando hace muchos años un suplemento nos llamó para decirnos que habíamos ganado pero que teníamos que ir a sacarnos una foto con otros ganadores. Estaban Fito Páez y otros más, me acuerdo. Y ahí salió mi frase: “Yo no me saco fotos de pesebre”. De un jueves para un sábado, perdimos la encuesta. Entonces, me costó seguir creyendo en los premios. Muchos críticos prefieren a los artistas de éxito moderado, porque los pueden tener bajo el pulgar. Para mí, el premio son las 80 mil personas que van a venir mañana acá. Creo que eso sí me da un dato de que lo que hago resuena en la gente. Es una epidemia que llega al pueblo.

Julio, su manager, y el Tordo, su médico, interrumpen la charla. Varias veces apagamos y prendemos el grabador. El Tordo le toma la presión al Indio y le ordena parar la entrevista. El Indio, fuera de Le- loir, sólo le obedece a su médico.

“¿No quieren mandarme las preguntas por computadora y yo se las contesto cuando llego a Leloir?”, pregunta el Indio y nos negamos. Entonces nos despide desde la cama, y nos vamos ignorando si podre- mos completar la entrevista en algún momento.

La suite del Indio lleva el nombre de Chino Fernández: hotel conceptual para golfistas, dijimos. Mirando desde el ventanal, se ve la cancha, con búnkers de arena, varios lagos, puentecitos, y su autopista interna, todo arriba de lo que antes se conocía como Valle Escondido. Bordeando la cancha, al otro lado, se ven algunas casas que configuran un naciente barrio privado de alto lujo. Dicen que una de esas casas es de Tinelli.

Cada una ha sido diseñada con un estilo totalmente diferente, como si cada uno de esos dueños soñara que está en un lugar distinto. Gente que en el mismo terreno se diseñó su propio lugar en el mundo, separados del mundo.

Ignoran completamente todo.

Julio Saez dice que, si por la tarde el Indio se siente mejor, quizá podamos seguir con la entrevista a la hora de la merienda. Pero no lo asegura. Mañana es el show y es claro que nosotros venimos cayendo en picada en la lista de prioridades.

Este es el único recital del año para el Indio, de cara a la edición de un nuevo disco que sale este mes y una nueva gira nacional de cinco shows (tal vez seis) para 2011. Las últimas dos semanas, la banda ensayó en un estudio de televisión de Palermo, ocho horas, cinco días a la semana. Según los músicos, el Indio pasó por el estudio cuatro veces de las cuales cantó dos. Anoche no probó sonido, y pospuso la última oportunidad de hacerlo justo después de nuestro primer encuentro.

El montaje del show empezó hace seis días. Para cuando nosotros llegamos al Hipódromo, el escenario ya está de pie y varios grupos de muchachos corpulentos trabajan en distintas cosas alrededor y encima de su estructura.

Julio señala el despliegue y dice: “¡Miren! Parece una película de Charlton Heston sobre la construcción de las pirámides”.

El Indio buscó en Julio un nuevo Skay Beilinson, un guitarrista con carácter y edad para capitanear a su nueva banda. Julio había sido guitarrista de Plus, junto a Saúl Blanch, quien luego sería el primer cantante de Rata Blanca. Y también de Doctor Silva, que era Plus sin Blanch y con Guillermo Vilas (lo de Silva era en realidad un anagrama, un chiste interno).

El Indio buscó en él a Skay, pero terminó dándose cuenta que lo necesitaba en un lugar más parecido al que ocupaba Poli: un escudero en el in-fighting la persona que el Indio puede mandar a cenar con el alcalde de una ciudad, a verificar si el escenario estpa firme o a neutralizar las mafias del espectáculo.

“Nosotros no transamos con las mafias, ni con las barras. Entonces tratamos de no ir a estadios. Tratamos de generar lugares nuevos”, dijo Julio cuando veníamos para acá, en la van. Con él venia su hijo, guitarrista y cantante del grupo under Buenos Aires Karma, y también una amigo de su hijo. Y delante de todos nosotros, Julio hablaba de su gorro piluso azul, decía que se lo había visto a su héroe de la guitarra, Jimmy Page, en una de las primeras fotos publicitarias de Led Zeppelin y su hijo, que sabía de qué foto estaba hablando, lo verdugueaba: “¡Dale, viejo, te falta el piloto!”.

“Es un mini Woodstock”, dice el Indio desde arriba del escenario. (Foto: EUGENIO MAZZINGHI)

Los hermanos Matías y Marcos Peuscovich, los “chacales”, tenían un bar en La Plata: Chacales Bar. En los 90, ahí tocaban todos los grupos que no lle- vaban más de 700 personas. Matías, de pelo largo y cara más rellena, parece más joven aunque le lleva cuatro años a Marcos, que tiene una apariencia más gastada: poco pelo, canas, lentes para usar frente a la computadora. Se queja de que lo confundieron con el padre de su hermano. Es alto, bastante más que el otro, y para estar más a tono usa sombrero de combate, botas Marasco negras y los pantalones apretados. Se desplaza en cuatriciclo apagando incendios por todo el predio.

“La sala tiene 100 mil metros cuadrados”, informa, hablando del espacio verde donde se va a hacer el recital, en un tercio del Tattersall. El escenario está 50 metros más atrás de donde estaba la última vez que tocaron acá, el 5 de julio de 2008. Estamos parados a lado del mangrullo, donde han puesto la carpa de sonido, y buscamos un lugar desde donde ver el recital de mañana. “Acá no los puedo dejar”, dice Marcos. “El pogo en los recitales del Indio empieza a las seis de la tarde, con los pibes cantando y saltando acá donde estamos ahora. Yo no puedo garantizar la seguridad de ustedes acá.” La última vez que tocaron en Tandil, uno del público salió revoleado para la carpa del control y cayó arriba de la consola. “No era un pibe, era una cosa, no sé si me entendés. Cuando se levantó siguió rompiendo cosas. Quería hacer bardo. Y encima los bomberos tiraban agua para acá, adentro de la carpa”.

La seguridad es una de las principales preocupaciones de los Chacales. Marcos relata cómo fue que el Indio les dijo que no escatimaran gastos en ese rubro, y ellos se despacharon contratando a 1200 personas de seguridad. Permanentemente están haciendo un scouting, reclutando los mejores de cada lugar donde van a tocar, y anotándolos para futuros shows. Para el show de mañana hay gente de seguridad traída especialmente de San Luis, de Salta, de La Plata, cuyo trato con el público -firme, pero comprensivo- dista mucho del que el rubro nos tienen acostumbrados.

De vuelta en la ruta, camino al hotel, Julio dice: “Estamos esperando 500 colectivos de todo el país”. A los lados, se ven cada tanto carteles que indican: “Al show”, con la distancia restante.

Mañana, antes del mediodía, tiene que conseguir gente que fría 1200 milanesas para hacer sánguches y hornos como para 600 pizzas: lo suficiente para alimentar a la crew de producción completa. Los hornos de Tandil no dan abasto.

Julio es también el hombre que tiene que entrar al escenario y avisarle si algo sale mal. Y es el que viaja con él desde el hotel hasta el escenario. La banda llega en una van, y el Indio va aparte, en un auto con el chofer, Diego, su guardaespaldas, y Julio.

-¿Tu trabajo termina cuando el Indio sube al escenario?

-No. Atrás del escenario hay una cocina que te la encargo. Es como esas películas que aterriza una nave de la NASA, ¿viste? Y el vértigo… un vértigo que ni te cuento.

Las comparaciones que hace Julio siempre son con películas.

-¿Mientras van al show, escuchan música?

-No; depende, generalmente vamos charlan- do, como cualquiera. No es como la película con Kris Kristofferson y Barbra Streisand. ¿Cómo se llamaba? Nace una estrella. Esa que el chabón va cambiándose arriba de la limousine. No es así, nada que ver…

La atmósfera asfixiante en la habitación del Indio era apenas una desinteligencia doméstica: las estufas habían quedado prendidas, al máximo. El hombre no está acostumbrado a salir de casa y su primera noche solo en el hotel (Virginia y Bruno están acá en Tandil, pero alojados en unas cabañas a varios kilómetros) ha sido prácticamente fatal. “Me desperté de la siesta con un ojo re hinchado, y recién me di cuenta de lo que estaba pasando cuando caminé por delante de la estufa.”

La relación del Indio con su voz es conocida puertas adentro de su entorno: históricamente, antes de los shows, sufre algún tipo de contingencia que afecta directamente sus cuerdas vocales y pone a todo el equipo a caminar por las paredes. “Hay como una tara que uno lleva de toda la vida”, asume el Indio, antes de prestarse de nuevo, generosamente, a una charla de más de dos horas. “Esta tara que tengo provoca cosas inexplicables. Estas cosas que hablábamos antes de ser interrumpidos por los ganglios.”

¿Tenés un médico personal?

Yo tengo un médico de campo que es muy bueno. Viaja siempre conmigo. Los médicos rurales son como el pensamiento lateral. En vez del pozo profundo, como los especialistas, hacen muchos pozos. Saben de partos, de cosas del campo. Saben atender, qué sé yo, una infinidad de cosas. Yo veo a este médico: sabe de todo, es culto. Y los tipos cultos se las arreglan. Viaja mucho, el Tordo. Le gusta viajar a San Petersburgo… Uno siempre arranca para Londres, Nueva York; y el tipo arranca de mitad del mapa para allá.

¿Te gusta viajar todavía?

Hay cosas muy buenas, pero ya es difícil -si no hacés un tour- reconocerte en esos lugares, ¿no? Mientras que la cultura anglosajona tiene algo para la cultura rock: vas a Malibú, a Venice Beach; o vas a Liverpool o a Manchester, y tiene mucho que ver con nuestra formación. Al menos para los de nuestra edad, que en realidad nos criamos más con el rock anglosajón que con el rock nacional. A mí me pasa eso: yo tengo más vínculo con Zappa, Hendrix… Me he emocionado más con ellos que con Moris, qué sé yo. Me pasa eso. Ahora voy tocar “Jugo de tomate frío” y “Post-crucifixión”, porque para mí son los primeros temas de nuestra cultura rock. Porque los de La Cueva para mí eran beatniks, por más que Javier [Martinez, de Manal] estaba ahí. Yo me acuerdo la primera vez que vi una especie de video, creo que debe ser el primer clip que vi. Que era en blanco y negro y no era clip, en realidad: “Gabinetes espaciales” [de Almendra], que boludeaban a lo beatle…

Por Palermo era eso….

Claro, me acuerdo de haberlo visto en televisión y fue la primera cosa que no tenía que ver con lo beatnik, ¿no? Tenía que ver con la cultura rock.

¿Por eso elegiste esas dos canciones?

Claro, porque el primer disco de Manal para mí es estupendo. Yo creo que hay dos grandes pinturas del rock nacional. Una es la que hizo Luca sobre el Abasto, y la otra es “Avellaneda Blues”, que escribió Javier sobre el Dock Sud.

¿Vas a seguir tocando estos dos temas en la serie de shows que tenés planeados para 2011?

No, porque éste es un show especial. Se me ocurrió como un capricho. Tiene que ver con una decisión mía de liberarme de la presentación del último disco completo. Estoy viendo que todos los números añosos, de mucho tiempo, como los Stones, Paul McCartney… todos sacan un disco y sólo ponen cuatro, cinco temas del disco nuevo en sus shows. Después, tocan canciones de todas las épocas. Porque uno trabaja en un disco nuevo, pero el directo es para la gente, no es para uno. Entonces, hacerles el sogazo de tocar temas que recién están escuchando, todos seguidos, no. Con El perfume de la tempestad empieza un ciclo nuevo: no voy a presentar todos los temas en Salta, si no que voy a presentar cinco, seis, vamos a ver… y los demás en otro recital. Tengo pensado hacer cinco, seis shows el año que viene. Vamos a ver si el tiempo nos da. Pero insisto, éste es como un ombliguito en el pecho.

Lo de los covers también lo hace único: no son versiones que el público pueda volver a escuchar…

Vos sabés que un lema que proponía siempre en los Redondos es: “Esta es la primera y última noche”. Para que la gente no se acostumbre. Es más, la mayoría de los artistas con trayectorias extensas y exi- tosas, con miles de fans, tiene un ciclo de algunos añitos y después se cortó. ¿Por qué yo voy a pensar que estoy tocado por la varita mágica?

En tu último viaje a Europa estuviste en Abbey Road. ¿Pensás trabajar en ese estudio para el DVD en vivo de Porco Rex?

Claro. Pero tenemos que viajar mínimo un mes a Londres. Creí que iba a poder hacerlo en septiembre, pero ya estoy viendo que no. No sé cuándo retomaremos ese proyecto.

Los Redondos son los únicos que sólo hicieron nuevos discos de estudio (el “En directo” de Patricio Rey era un pirata que fue interceptado y sacado a la calle, sólo para evitar que otro se quedara con el negocio). ¿Por qué dilataste durante tantos años la edición de un disco en vivo?

Siempre tuve para mí que traía mala suerte grabar discos en vivo. Es increíble que los Redondos no tengan un buen disco en vivo… Sí, pero mejor no hablar de esos temas. Mejor no hablar de ciertas cosas. Ahora las cosas están muy disparatadas. Lo que pasa es que toda esa situación es muy molesta, porque hay como una traición. Y la traición arruina todo para atrás…

El Indio valora mucho poder confiar. Casi todos los que lo rodean en la actualidad, lo conocen desde hace mucho tiempo, y son una extensión de su viejo círculo de relaciones en La Plata, lazos profundos que se remontan a las épocas en que la figura del Indio no había alcanzado las dimensiones actuales. El Tordo, su médico, es el suegro de Matías, uno de los Chacales. Enrique Mugetti, ex bajista de Virus, es el proveedor de pantallas HD para el show. Y Julio mismo es un ejemplo de esto: es el esposo de Diana, que trabajaba cocinando para los músicos en el estudio Del Cielito. Lazos profundos.

“La situación [con Poli y Skay] es muy difícil de recomponer, porque no sabés cuándo empezó la traición. Entonces se pone medio denso. Encima yo hablo cada tanto y mientras, del otro lado, salen dos o tres reportajes donde dicen: «Los videos están en una caja de seguridad». Sí, ellos tienen la caja de seguridad. Qué justito que los videos de Racing salieron antes de la edición del disco nuevo de Skay. Encima Poli, alegremente -como no tiene ni idea de lo que es internet- dice: «No, esto está hace años en el Parque Rivadavia». No, Negra, no hay un sorete de los Redondos que no esté publicado en internet. Si eso hubiera estado en Parque Rivadavia, estaría en internet hace rato. A mí me jode que me hayan metido en la bolsa del interés económico. A mí por suerte me va muy bien. Yo tengo interés por la custodia artística. Pero hay una nube sobre ese material, desgraciadamente, que no permite que sea editado. Está Huracán, Racing, hay un montón de cosas; y con la tecnología que hay hoy se podría hacer un buen trabajo, porque todo eso fue grabado con muchas cámaras.”

Bueno, eso se ve en lo que se filtró en internet, lo de Racing…

La resolución no es óptima como la que podría ser, pero… Los recitales míos los he grabado en HD.

¿Cómo lo vivís vos, que sos tan celoso de tu obra, esta nueva cultura del filtrado?

El término “maoísmo digital” viene de ahí. Yo entiendo que un artista que está fichado en una corporación, le importa un queso: firma el contrato, take the money and run to Venezuela. El problema lo tiene el artista independiente, los que invertimos dinero, tiempo y todo para hacer producciones; en el caso mío, muy costosas. Porque yo no quiero competir con un grupito de garage, yo quiero que lo mío suene como lo de Peter Gabriel, salvando las distancias, ¿no? Invierto mucho de lo que gano en los shows, en los discos, como para que a los diez minutos la gente lo piratee, lo baje, no sé cómo llamarlo. Entonces no… yo no estoy muy a favor de eso.

También funciona el filtrado en otros niveles: el otro día, cuando llegamos, se comentaba en la mesa que se había filtrado la lista de temas del show de mañana…

Y, hay mil personas trabajando en este show, a ver si me entendés…

Sí, ¿pero cómo te pega a vos?

Hay cosas que las vas aceptando porque cuando formás parte de un monstruo, tenés que aceptar que sos parte. De pronto es medio incontrolable. Por ejemplo, a mí me preocupa más la seguridad para esas 80 mil personas.

Cuando falleció Kirchner apareció un tweet que su puestamente era tuyo en el programa 678…

¿Tweet? No tengo Twitter yo. Lo único que hice fue mandarle, a través de Aníbal Fernández, mis condolencias a Cristina.

Eso de “acercale a la señora Presidenta el mínimo significado de nuestra sincera tristeza”.

Sí. Yo no tengo Twitter. De movida, porque es Babel. Ya todo el mundo debería saberlo. Vivimos una narración de la vida, ya no vivimos la vida, eso hay que aceptarlo. Hasta hace poco, la narración de la vida estaba en manos de la prensa. Ahora está en manos de todos. Nunca sabés si las cosas son ciertas o no: son probables.

¿Qué sentimiento experimentaste con la muerte de Kirchner?

Independientemente de que yo no soy militante kirchnerista ni mucho menos, me ha dolido el otro día… Pero más que nada ver tantos jóvenes dolidos me conmovió. Yo he visto con mucha simpatía este gobierno, porque ha tenido el coraje de pelear con todas las corporaciones al mismo tiempo: con el clero, con los militares, con la prensa, con el campo… Para hacer eso hay que tener muchos cojones. Ha ido a pinchar donde todos sabemos desde siempre que hay que ir a pinchar y, evidentemente, el cariño que ha recogido es muy grande. Encima estoy cansado de las mentiras, también. Yo compro varios diarios y realmente las primeras quince páginas de algunos no las puedo leer.

¿Ves 678?

Sí. Lo bueno de 678 es que es el lugar donde uno puede ver las cosas desde el otro punto de vista. Porque el poder hoy en día, el verdadero poder, es la massmedia. Por supuesto, como todo, cuando luchás con un monstruo, alguna escamita te sale. Terminan abocándose todo el tiempo a desmentir la especie que anda circulando por el 90 por ciento de la población. Otra de las cosas que me gustan de este gobierno -y vuelvo a repetir esto para que no se crea que estoy haciendo militancia: yo no tengo motor político, tengo motor artístico- es la intelectualidad de los que exponen. A mí me encanta ver a mi Presidenta en las Naciones Unidas o en la OEA hablando sin leer y sin decir pelotudeces de la estra tósfera. La cintura que tiene Aníbal Fernández. Hay una cosa sobre la cual yo no tengo dominio: yo no sé la honestidad que tienen. Supongo también teniendo toda la lupa del poder encima, ya tendrían que haber explotado si son deshonestos.

¿Cómo conociste a Aníbal Fernández?

Es ricotero. La verdad que no sé, porque yo lo he visto dos o tres veces, que ha ido a los recitales. Me he reído mucho porque Diego le ha parado la custodia. Pero así ha ido [Ricardo] Lorenzetti, también. Ya tienen edad de haber sido rockeros. Con Aníbal me he cruzado un par de veces, pero la relación que tengo con él es realmente de ver la cintura que tiene. Porque mueve una parrilla muy jodida.

Actuó en un video de Andrés Calamaro este año, ¿lo viste?

Bueno, sí, Andrés me comentó eso por mail y después lo vi, porque yo prácticamente no veo televisión. Sólo películas. Lo que veo es el programa de Casella, que es una referencia de que todo es posible. Porque salen cosas que decís: “¿Es verdad?”. Veo ese resumen, en joda; y después veo una película. A veces engancho Capusotto y me cago de risa. Pero no tengo el horario de Capusotto y casi siempre me lo pierdo. Y en internet casi no me meto. Protejo muchísimo mi laptop, porque tengo una potente, una Vaio de buen tamaño para trabajar imagen. A tal punto que Virginia, que lleva la parte económica nuestra, tiene su computadora infectada todo el tiempo porque tiene que salir al mundo. La mía es un compartimiento estanco.

¡Comprate una Mac!

No. Las Mac son de putos y maricones, de arquitecto maricón. ¡Jaja! Son prejuicios míos, como el del disco en directo. La laptop de arquitecto maricón…

El Indio se masajea la calva y ofrece prender una luz. Ya es de noche y mañana es el concierto. Sobre la mesa ratona hay una botella chica de Villavicencio y un lipstick de cacao. “Este show realmente no lo tendría que haber hecho”, dice.

¿Qué cosas pensás el segundo antes de salir a tocar?

Hay cosas que la gente no entiende y dice: “¡Qué nervios debe tener”. En realidad, no hay lugar más cómodo en el mundo para mí que arriba del escenario. Es incómodo estar en la cola del banco, en el cine, en cualquier lado. Acá todos te quieren. Vos sos el que puede cagar todo. Los que pagaron la entrada o viajaron 500 kilómetros, están a favor tuyo. Están rogando que no les arruines la noche. Entonces hay una cosita antes de salir a exponerse… No se cómo llamarlo, es como una vibración.

El Indio toma un trago de agua, se humecta los labios con el lipstick mientras toma unos segundos para reflexionar y retoma, con una actitud cool: “Algo que uno no puede es darse cuenta qué significa para los demás. Uno se levanta todos los días, se ve en el espejo, conoce todas sus miserias, sus defectos, y no se da cuenta de que afuera hay lectura de uno, que recién te la hacen ver cuando hay gente que se está sacando la foto con vos y está temblando, y decís: «¿Qué le pasa?»”.

Su incómoda relación con la popularidad vuelve a aparecer, una y otra vez, de distintas formas. “Hay gente que se maneja muy bien, yo siempre me he manejado muy mal. A mí me gustaría que la gente compre el CD, me venga a ver y después poder ir al cine, a un restaurante. Es como que más gente te vigila”, razona con cierto tono irónico. “Y en realidad, para los que nos criamos en nuestra época, que la gente te vigilara no era lo mejor.”

Esta mañana, hablabas de la seducción en las letras. En el vivo hay una seducción corporal. Hablemos de eso…

Eso es muy difícil… Uno se da cuenta que sucede, pero no sabe por qué. De movida, porque no estás viéndote. Encima, a uno nunca termina de gustarle lo que uno hace. Por más que venga otro y te diga: “Che, qué bueno”, por adentro hay un bichito que te está diciendo: “Sí, bueno, pero cada vez me muevo menos”.

Pero tus movimientos son muy característicos. ¿Hubo un diseño de tu forma de tomar el escenario?

No, es como bailo. Yo voy a una disco y bailo igual. ¡Jaja! Es un giro que, no sé, me sale hacer eso. No hay una coreografía ni mucho menos. Los temas míos, aun en las partes más saltarinas, son dramáticos. La lírica y hasta las tonalidades no son alegres. Se salta, sí. “Jijiji” es el pogo más grande del mundo y la letra no es de Black Eyed Peas… ¡Mirá, no puedo ni pronunciarlo!

Pero hay una intención de lucir…

Yo trato de ponerme una camisa que me guste. Creo en ese rito del torero, de para salir ponerse algo que te guste estéticamente. Mirándome, esto puede ser llevado a la risa, porque casualmente yo no soy un número pop. Pero me gusta sentir que estoy exponiéndome de una manera convincente y, a veces, una camisa que me gusta ayuda a creer eso.

A uno le gusta verse bien.

Claro, por eso, yo no hago lo de agarrar cualquier camisa. No es que viene un vestuarista, ni nada, pero… tengo la suerte de ser rockero, no tanta suerte como el blusero y un poco más de suerte que los pop. Los años te cagan tempranamente. Te tenés que morir temprano, si no cagaste. En el rock un poco zafás y en el blues tenés la edad de un B.B. King y todavía está bien. Entonces uno hace lo que puede. Hay diferencia en la tolerancia a la vejez en los tres géneros.

¿Alguna vez tuviste una intervención en las cuerdas vocales?

No, debo tener mis nodulitos. La ventaja que tiene el rock es que no se necesita de una gran voz, no es como el belle chant que se necesita una voz diáfana y cristalina. Al contrario.

¿Qué cantantes argentinos te gustan?

A mí me gusta la voz de este pibe de La Mancha de Rolando… [Manuel Quieto]. Es una voz medio rota, carraspera. A veces se pasa de carraspera. Pero en el primer disco y el segundo me gustó el carácter de la voz.

Se lo vamos a contar, se va a poner contento. Sos un artista respetado por tu público: son famosos tus retos en vivo…

Es la edad. Fijate que de pronto, uno lo dice en joda, pero no quedan artistas convocantes de 61 años. Yo estoy por cumplir 62: no quedan tantos. Por distintos motivos, algunos se han muerto, otros… Por ejemplo, esto que voy a hacer con Javier de cantar un tema es porque hay muchos pibes que no saben quién es. No circula esa información. Spinetta tiene más suerte, porque es un número que ha continuado con distintos éxitos a través del tiempo. Entonces, esto es para avisarles. Si encontrás el primero de Manal, escuchalo que está muy bueno. Es un blues que después no se volvió a hacer.

¿Y cómo cuidás tu voz para un show?

Ahora la cuido menos, porque volví a fumar. Estoy fumando estas cosas que son muy ricas pero ya no, hasta después del recital. De pronto, tener un accidente como el que tuve ahora, en el que voy a hacer un show importante y está mal la voz, hay un rango intermedio donde se quiebra. Está mal. Ya sé que está mal, pero mañana tengo que salir igual. Entonces forzás la voz. Yo tengo tres tesituras para cantar: puedo cantar muy grave; intermedio, que es la voz normal mía; y puedo llegar a agudos muy grandes, por eso me atrevo a clavar el La de “Post-crucifixión”. No es que me mandé como un loco y no sé qué voy a hacer. Lo mando en la misma tonalidad de Spinetta.

¿Los temas de los Redondos los cantás en el tono original?

En el tono original, sí. A veces, si la gola está mal, patinan algunas subidas. Mañana seguramente voy a patinar más de una vez.

Hay cosas lindas de tu labor como cantante en este disco, una voz más presente…

A mí lo que menos me gusta de todo lo que hago es la voz. Me gustan mis composiciones, pero lo que menos me gusta es mi labor como cantante. Lo que pasa es que no habito un lugar ni un idioma donde haya muchos cantantes que puedo contratar. El idioma castellano es muy puto para cantar. En inglés, Sergio Denis sería… ¿cómo se llama el narigón?

Barry Manilow…

¡Barry Manilow!

Volviendo al show, ¿te genera estrés no haber probado sonido y estar con poco ensayo?

No me gusta, odio cuando me pasa eso.

Entonces no tomás nada antes de salir al escenario, ¿como para templar la voz?

Hay cosas que tienen solución. Cuando tenés una faringitis, una inflamación, existe desde lo más drás- tico que es un Decadrón, hasta un té de jengibre, o Dioxaflex, o antiinflamatorios. Eso de acuerdo con como está, tiene solución. Lo que me preocupa en este caso es que tengo un dolor, por eso estoy ner- vioso. ¿Viste cuando el jugador de fútbol siente un pinchazo y dice “cagué”? Vamos a ver mañana… Si mañana la voz está bien, tiro papel picado.

El Indio y sus movimientos: “Es como bailo. Yo voy a una disco y bailo igual. ¡Jaja!”. (Foto: IGNACIO ARNEDO)

El día del show, El perfume de la tempestad son cientos de kilos de carne que los fans ponen al fuego al costado de la ruta.

La van de los músicos rueda al Hipódromo por un camino nuevo. La nueva ruta era un secreto del sólo estaba enterado el tour manager: que lleva un mapa en la mano y le va dictando al conductor. Mientras la van se desplaza en misión, los músicos están en silencio. A nuestra derecha, Sergio Colombo se inclina contra el respaldo que tiene adelante, el asiento donde va el Tordo, y le pregunta: “Y doctor, ¿cómo está el Indio?”.

El Tordo, un señor grande, de unos 70 bien macerados, retuerce el cuello buscando a Colombo y le suelta: “El Indio está mejor que vos y que yo, juntos”.

El Tordo se llama Javier Núñez y pasó casi toda su carrera como médico atendiendo en los campos de Ameghino. “Acá todos me conocen como «el Doc»”, se presenta. Tiene algo de experiencia en velar por la salud de estrellas de la música popular: durante dos años fue el médico de gira del Chaqueño Palavecino. “Ahora tengo un solo paciente: el Indio”, asegura, tomando Green Hills ya en el backstage. Cuando debe atenderlo, nunca es nada demasiado grave: la presión, chequeos de rutina, alguna reco- mendación como la que le hace no bien lo ve. “Vos no deberías andar con el cuello tan al aire”, le dice. El Indio lo obedece.

“Cuando sube al escenario, siempre pienso: «Nos tuvo toda la semana cortando clavos y ahora se sube ahí y canta de esa manera»”, dice el Tordo. “En mi época, a lo que tiene el Indio antes de cada show le decíamos «cáprex», algo totalmente normal: «cagazo pre examen».”

El camarín del Indio y el de la banda están separados por una puerta. De un lado, los músicos, a quienes el Indio visita de a ratos, saliendo y entrando, ocasionalmente con una medida de whisky escocés single malt en una mano. Del otro lado está su familia: Virginia, su mujer, y Bruno, su hijo, que ya empieza a tener los rasgos de su padre y es cuidado y mimado por todo el entorno como el delfin del emperador, sin que él -que todavía no cumple 10 años- se dé cuenta realmente. Bruno corretea alrededor nuestro con una remerita del Submarino Amarillo.

Ignora lo que va a pasar.

“Es un mini Woodstock”, dice el Indio desde arriba del escenario. Abajo hay al menos 82 mil personas que cruzaron la puerta con su entrada en la mano. La puesta es impresionante: la magnitud de todo esto no tiene nada que envidiarle, por escala, a los tours de sus contemporáneos de nivel internacional. Durante los temas de los Redondos, las pantallas muestran sólo a la banda tocando; pero en las canciones de Porco Rex, unas proyecciones psicodélicas aparecen en los leds de alta definición y parecen salir gatilladas desde el escenario en 3D, complementando la imaginería de los temas con una puesta visual vanguardista, apabullante, creada por Hernán Huguet. Los demorados (que amplifican el sonido los para que están a más de 100 metros del escenario) también tienen cada uno su pantalla de leds. La banda es una poderosa conjunción de habilidades individuales, con una base ajustada y dos francotiradores en las guitarras que se reparten el placer de tocar al lado de una de las voces más icónicas de la historia del rock nacional. El show es dinámico, con una lista de veintiséis temas que incluye un inusual -para esta etapa- porcentaje de material de los Redondos. Además de los covers (el Indio clava el La de “Post-crucifixión” y es perfecto “ye volvió conmovedor: una clase de interpretación), canta temas que nunca había tocado desde que como solista, como el inédito “El regreso de Mao” que los ricoteros conocen a través de los piratas de la época de Oktubre, y otros que no sonaban en escena desde los lejanos tiempos de La Esquina del Sol, como “El infierno está encantador esta noche”. El final del show es con el clásico “Jijiji”, el track que enciende lo que todos en este país cono cen como “el pogo más grande del mundo”. Hablar de esto en el rock es lo mismo que hablar en código futbolístico de la mitad más uno, o la mano de Dios. “Este fue el pogo más grande del universo”, dice el Indio antes de dejar el escenario y subirse al Mondeo negro que lo va a sacar de ahí para llevarlo de nuevo al hotel.

Pero mientras los fuegos artificiales colorean la noche a sus espaldas, en el asiento de atrás del Mondeo el Indio abandona el predio no del todo satisfecho con su presentación: en el primer tema, mientras remataba “Jugo de tomate frío” en medley con “Un tal Brigitte Bardot”-otro inédito ricotero-, una de las pantallas, que tenía que elevarse, falló. El problema no es que se trabó, sino que el Indio ya había dicho que eso podía pasar. Pero su enojo mayor es con el retorno que recibía a través de sus monitores in ear, que le produjo varios sobresaltos. Todos en ese auto lo saben: alguna cabeza va a rodar.

En el lobby del hotel está Aníbal Fernández. Se habían encontrado temprano en la tarde y el Indio, asombrado, le dijo: “¡No me digas que viniste a trabajar!”. El Jefe de Gabinete vino a Tandil especial mente para verlo: su hijo es fanático y él se declara abiertamente “ricotero”. Ahora lo estamos viendo mientras tuitea desde la máquina de la recepción, la misma que usan los otros huéspedes del hotel.

“Tandil, 0:50 hs. del 14 de noviembre. Brillante presentación del Indio Solari”.

Recién llegado del show, como nosotros, Aníbal Fernández se vuelve precursor en una nueva forma de crítica de show online, tipiando una serie de tweets con sus primeras impresiones del recital.

“La calidad del espectáculo y los temas seleccionados no son otra cosa que respeto por los miles de ricoteros que nos vinimos hasta aquí”.

“Desde «Jugo de tomate frío» de Manal hasta «Jijiji» con el pogo más grande del «universo»>, fueron veintiséis temas para gozar”.

“Grande Indio y Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado. Un lujo”.

Todos aplaudimos cuando el Indio, Virginia y Brunito entran en el restaurante, donde todo esto empezó hace tres días. Es la madrugada del domingo y el Indio improvisa unas palabras de agradecimiento. Algunos familiares, la banda, amigos, Aníbal, nosotros dos, todos comemos alrededor de la mesa del bufet. Y lo que pasó, pasó.

CONTENIDO RELACIONADO