Atardecer soñado, con esos colores que da el cielo cuando se abre luego de llover. Entró al escenario principal del Hipódromo de San Isidro, caminó por la pasarela central y, en diez segundos, su presencia se había vuelto de algún modo hipnotizante. Diego Torres y sus años en el mundo de la música tienen su peso y esa prepotencia se siente.
Arrancó con “Puedo decir que sí” y el público, conformado principalmente por los fanáticos que esperaban pacientemente a Billie Eilish, lo recibió expectante, tranquilo. “Qué lindo ver gente tan joven como yo”, dijo el cantante de 52 años y chaleco de cuero, consciente de lo raro que para muchos debía ser encontrárselo en el lineup de un festival entre Drake, Tame Impala y 1975.
“Quiero ver cómo llegas”, le dijo en broma a un espectador al terminar el tema y habló del diálogo intergeneracional que se producía en ese momento. “Tengo 27 años”, decía con una sonrisa gigante. “Me dicen que sus papás los torturaban conmigo en los viajes en auto”, agregó, tratando de comprarse a los jóvenes que lo estaban mirando. Y no fue mala estrategia: reírse de sí mismo le sumó mil puntos ante el público sub-25 cada vez más atento, viendo qué onda, sin charlar (algo que no fue así en shows como el de Rosalía el viernes, por ejemplo).
Imposible una lista de temas con más hits: un ratio de 99% de temas nivel hipermegaconocidos. Esta cronista, mientras grababa videos para el Instagram, recordó tardes en los noventa escuchando la radio en el walkman, donde sus temas no paraban de rotar: La 100, FM Hit, Los 40 principales, y siguen las firmas. Una preadolescente todavía no punk que venía juntando cupones de la revista Genios. Pura nostalgia se hizo carne en el medio del show.
“Que no me pierda/ En el aplauso indiferente/ De esa gente que aparenta conmigo”, cantaba Diego Torres y parecía que le dejaba un mensaje-enseñanza a los traperos muy jóvenes y exitosos que forman parte del festival. Los y las chicas levantaban los brazos, coreaban el nombre del cantante, lo celebraban como a un tío lejano del que escucharon temas en la tele o en la radio.
“Color esperanza”, cómo no, fue el broche para un atardecer naranja, con un mar de jóvenes, ahora sí, saltando y cantando catárticamente, quizás por el alivio después de la lluvia que amenazó durante toda la tarde.
Así como el festival tiene su escenario Kidzpalooza, donde los hijos de los millennials ven músicos acordes a su franja etaria, el show de Torres parecía haber sido programado para que los padres que vinieron a acompañar a los muy jóvenes fanáticos de Billie Eilish pudieran divertirse también. Si fue así, no le pifiaron. Hace unos meses esta cronista acompañó a su madre a ver a Joan Manuel Serrat en su gira despedida. Muchas mañanas de sábado de la infancia tenían el sonido de sus temas. A estos jóvenes del Lollapalooza Argentina ese tío copado, tatuado, un poco meloso, un toque cursi, con una bandaza y con buena voz, les cantó un poco a ellos también.