Salió el sol pero todavía hace frío en New Ross, una pequeña localidad de la ribera irlandesa. Más que nada cuando se levanta viento. Estamos en un débil intento de principios de primavera: es Viernes Santo y yo estoy en la entrada de St. Mary’s, una antigua escuela católica de aspecto imponente, en el condado de Wexford. De golpe los miembros del equipo corren hacia los tachos de iluminación y las grúas. Dos hileras de colegialas pálidas, con las cabezas mirando al suelo, siguen a una monja a través del patio. A pesar del sol, y por incongruente que parezca, una máquina de nieve falsa escupe espuma que se te derrite en la cara apenas te toca: así es la Navidad de 1984 vista desde la Semana Santa de 2023. En medio de los técnicos y el equipamiento de filmación desparramado en su típico desorden, está Cillian Murphy, productor y protagonista de Small Things Like These, de regreso en su Irlanda natal.
Murphy no es fácil de detectar en un rodaje. No es que vas a identificarlo al instante por su aureola dorada de superestrella del cine o algo así. Al revés, no esperes verlo en actitud de rey ni ocupando demasiado espacio. Puede parecer extraño, dado que muchos de nosotros hemos pasado años viendo cómo su carisma en la pantalla irrumpe en cada escena, o mirando esos terribles ojos azul hielo que ocasionalmente ofrecen un destello de malevolencia criminal.
Una selección de lo más destacado del trabajo de Murphy sería una maravilla en sí misma: tenemos sus primeros días en el escenario, en los años 90 en Londres, en la obra de teatro (y luego película) Disco Pigs de su amiga la escritora Enda Walsh. Tenemos su fervor discursivo izquierdista en El viento que agita la cebada de Ken Loach. Y quizás no recuerdes a su cantante glam trans en Desayuno en Plutón, pero seguro, seguro identificás perfectamente la gracia fría y felina de su personaje en Peaky Blinders. Y también, por supuesto, su siniestro Espantapájaros en el Batman de Christopher Nolan. Ahora, su rostro con anteojos se puede ver en el material promocional de la nueva enormidad de Nolan: Oppenheimer, en la que Murphy interpreta a una de las mentes más características de la historia del siglo XX.
Baste decir que este nativo de Cork de 46 años tiene una de las caras (y carreras) más distintivas del cine y la televisión contemporáneos. “Recuerdo muy claramente cuando vi una foto suya en el diario”, me dice Nolan por teléfono desde Los Ángeles. “Fue por 28 días después. Tenía la cabeza rapada y esos ojos extraordinarios. Yo no había visto la película ni nada. Fue sólo su rostro en esa foto; me dejó tildado”.
Sin embargo, en persona, esa llamativa presencia en la pantalla se funde en la normalidad total: Murphy es una persona serena, humilde. Casi tímida. Al darte la mano te dice cómo se llama, como si no lo supieras.
Nos sentamos a conversar. Murphy está en pleno rodaje, entre dos escenas en exteriores, y se acerca caracterizado como su personaje, Bill Furlong. Es un obrero del carbón de los años 80, con ingresos magros y demasiadas bocas que alimentar. Eso significa que lleva puesta una campera gastada y pantalones raídos. Tiene las manos artificialmente negras de carbón y un corte de verdad, que deja ver un hilo de sangre en sus nudillos (se lo hizo paleando carbón en una escena). Tomamos un café rápido y ya tiene que irse a rodar de nuevo (ahora le toca descargar un camión en plena nieve de falso invierno irlandés).
Small Things Like These, una adaptación para la pantalla grande de la aclamada y desgarradora novela de Claire Keegan, fue cuidadosamente elegida como un proyecto personal por el mismo Murphy: es su proyecto vocacional, donde pone su verdadera pasión. Y se convirtió en su primer crédito como productor de un largometraje debido a que es “importante para la historia de Irlanda”, dice. La trama trata de la insidiosa complicidad moral de la sociedad irlandesa respecto de los crímenes ocurridos en las “lavanderías de Magdalena”, asilos para mujeres en desgracia (eran instituciones en su mayoría dirigidas por la jerarquía católica). “Cualquier persona con la que hables en Irlanda tiene una historia que contarte relacionada con su propia familia. Es algo que está muy metido en lo que somos los irlandeses”, dice Murphy. “Todo lo que nos pasó con la iglesia, creo que todavía lo estamos procesando. Y el arte puede ser un bálsamo para eso, puede ayudar”.
La producción, a raíz del libro, está ambientada en New Ross. Y aquí mismo en St. Mary’s funcionó una lavandería en el pasado, dice Murphy y agrega con un estremecimiento casi visible que hay “fantasmas” en el lugar. No creo que esté siendo literal, pero sigue diciendo: “Estar acá hace algo en el subconsciente de los actores. Insistí mucho en que no pusiéramos ningún decorado, no hay trabajo de set: la locación es todo”, dice. “Entrás acá y ves que se puede sentir la atmósfera, la claustrofobia. La presión aumenta de una manera real. A Chris [Nolan] también le encanta trabajar de esta manera. Si te ponen en el entorno adecuado, como actor, vas a actuar de una manera diferente. No es igual que caminar de un lado a otro en un gran estudio de Hollywood con tu café cortado con leche de soja o lo que sea”.
La actitud exigente de Murphy hacia su propio proyecto no parece muy alejada de la forma de trabajar de Nolan, con quien colaboró tantos años. Trabajaron juntos por primera vez en 2005, cuando Murphy hizo casting para el papel que iba a quedarse Christian Bale, como el propio Bruce Wayne. Nolan finalmente lo fichó para encarnar al doctor Jonathan Crane, el Espantapájaros, en Batman Inicia. Así comenzó una colaboración que lo llevaría a interpretar a J. Robert Oppenheimer en una de las películas más esperadas de este año. “Yo era fan de Chris de antes. Cuando lo conocí, era un fan suyo porque había visto Following, había visto Memento, había visto Insomnia. Nos conocimos por Batman Inicia. Pero yo era un fan total. Entonces, sobre esa base, es muy raro haber estado después en seis de sus películas”.
Es notable que, en el apogeo de su Peaky-fama, Murphy se haya tomado el tiempo para aparecer unos segundos en Dunkerque (como un soldado con shock de combate: un papel bastante poco vistoso y menor para un actor de su calibre). Como él mismo señala, “siempre voy a estar para Chris, incluso si me pide que camine llevando una tabla de surf en el fondo de una escena en su próxima película… aunque no estoy seguro de qué tipo de película de Chris Nolan sería esa”, se ríe. “Pero siempre fue mi ilusión, un papel principal en una película de Chris Nolan. ¿Qué actor le diría que no?”.
“Es raro hablar de la actuación, cuando empezás a hablar del tema, es como que prendiste una luz y fum, desapareció”, me dice Murphy al día siguiente, en el primer piso desértico de un elegante restaurante francés en Dublín. Hoy se ve un poco más limpio que Bill Furlong, el hombre del carbón. Y acaba de escaparse de las fotos para la tapa de la Rolling Stone UK: una sesión en caravana que lo tuvo dando vueltas por toda la ciudad. Sin la mugre de ayer, se lo ve juvenil, casi parece un elfo. “Joanne Woodward dijo que actuar es como tener sexo: hacelo y por favor no hables del tema”, dice. “Por eso si estás trabajando con un buen director, en el set, casi nunca se habla del trabajo en sí. Se habla de lo que viene después. Te podés preparar un montón, pero la cosa en gran medida pasa ahí, en el instante. Así que no tiene ningún valor, realmente, intelectualizar nada”.
No obstante, Murphy tiene un intelecto mercurial y, charlando, pasamos de la masculinidad a las películas de Dustin Hoffman de los años 70 a la religión con facilidad. “Mi familia no era particularmente religiosa, pero yo fui educado bajo una orden religiosa. El sistema escolar irlandés estaba controlado casi exclusivamente por la Iglesia Católica, y todavía lo está en gran medida. Y fui a la iglesia y pasé por lo que ya sabés, la comunión, la confirmación y todo lo demás. No tengo ningún problema con la gente que es creyente”, dice. “Pero no me gusta que la fe se te imponga. Cuando se impone, causa daño. Ahí es donde empieza mi problema. Entonces, no quiero andar criticando las cosas buenas de la religión institucionalizada, que también existen. Pero cuando se desvirtúa todo, como sucedió en nuestro país, y se impone la nación, es un problema”.
Hablamos de los temas de sus últimos proyectos: a su manera, cuentan historias sobre la violencia institucional y los hombres que la enfrentan. Le pregunto si existe algún mensaje o algo así en sus películas. “Tal vez todo se trata de que la gente hable al salir del cine. Me encantan esas películas: provocativas y políticas, pero con p minúscula”, dice. “Si te ponés dogmático y prescriptivo, nadie te va a llevar el apunte, pero si se trata de una película entretenida y estimulante, la gente es capaz de apreciarla en dos niveles distintos”.
Si se dijera que Murphy se especializa en algo como actor, podría ser en expresar, físicamente, esos dos niveles en simultáneo: los pensamientos y motivaciones de hombres introvertidos, que no son propensos a la locuacidad o a las demostraciones emocionales fervientes. Nolan ciertamente parece pensar eso: “Cillian tiene una capacidad empática extraordinaria que le permite llevar a la audiencia a un proceso de pensamiento. Proyecta una inteligencia que le permite a la audiencia sentir que entiende al personaje y ver todas las capas de significado”.
Es el caso de su caracterización de Tommy Shelby, el veterano de la Primera Guerra Mundial convertido en capo criminal de los años de entreguerras. Lo mismo ocurre con el personaje muy diferente que interpreta en Small Things Like These: un trabajador de parla monosilábica que, sin embargo, se pierde constantemente en la red de sus pensamientos y recuerdos. Y, a juzgar por el material de Oppenheimer que se ha hecho conocer al público antes del estreno, el rol de Murphy como padre de la bomba atómica parece ser otro concierto interior. El científico se convirtió en un símbolo de la ambigüedad moral colectiva de Estados Unidos respecto de la bomba atómica y su despliegue en Hiroshima y Nagasaki en 1945. Pero, como ser humano, Oppenheimer era un alma sensible, un amante del arte y la poesía tanto como de la ciencia, además de un antifascista convencido.
“Creo que Oppenheimer, de todos los personajes que le he visto interpretar a Cillian, y de todos los personajes con los que trabajé, es una de las personas más complicadas y retorcidas que existen”, dice Nolan. “Cillian es de los pocos talentos capaces de explorar esas diferentes capas y proyectar ese nivel de complejidad de una manera que te permite entender al personaje”.
Murphy está entusiasmado con la oportunidad de llevar la historia a la pantalla. “Creo que es el mejor guion que he leído”, dice. El guion le llegó al actor, según expresa voluntad de Nolan, en una versión escrita en primera persona: Murphy al principio no entendió la jugada. “Lo que [Chris] buscaba es que yo trabajara únicamente desde la perspectiva de Oppenheimer. Y creo que la película es sensacional. Lo digo como amante del cine, no porque esté metido en esto. La verdad, odio mirar mis propias actuaciones, pero como espectador, como cinéfilo, soy fan de Chris Nolan de la primera hora”.
“Ahora yo soy la muerte, el destructor de mundos”, son las palabras apócrifas que pronuncia el científico cuando detona por primera vez su criatura (Trinity, la primera prueba nuclear de la historia). Habíamos entrado en la era nuclear, un umbral del que posiblemente nunca podremos volver. De esa manera tan elegante y retorcida, el propio Oppenheimer expresa nuestra recién adquirida capacidad de autoaniquilarnos. Este es un hombre cuyo talento, idealismo y soberbia lo llevarían a la ruina y a un logro enorme, pero de consecuencias dudosas: en otras palabras, un papel soñado para un actor como Murphy. “Su habilidad para proyectar poder se aplica de una manera completamente diferente a un personaje como Oppenheimer, porque Oppenheimer es un extraordinario cerebro estratégico”, dice Nolan. “Están todos los niveles de intención diferentes pero siempre superpuestos en las decisiones que está tomando, y siempre está rodeado de personas. Entonces, la audiencia se convierte en una parte de ese entorno que se aferra a cada una de sus palabras y estudia cada uno de sus gestos, para tratar de entenderlo”.
Comprensiblemente, retratar una mente tan brillante tuvo sus desafíos. “En Sunshine [la película de ciencia ficción de 2007, de Danny Boyle] interpreté a un físico. Pasé algún tiempo con [el físico] Brian Cox, y fue un maestro excelente”, dice Murphy. “Nunca voy a tener su capacidad intelectual, muy pocos la tienen en realidad. Pero me encantaba escucharlo. Disfruté estar cerca de estos hombres y mujeres increíblemente inteligentes, ir a cenar con ellos y hablar de cosas comunes y corrientes”, dice.
El actor ofrece algunas pistas sobre su caracterización de Oppenheimer mientras reflexiona: “Con ese intelecto, que creo que en realidad puede ser una carga, no ves las cosas en el mismo plano que el resto de la gente. Todo es multifacético y está a punto de colapsar. Sería terrible salir a comprar leche o cortar el pasto en ese estado, diría yo”.
Pero la dislocación de lo ordinario no es desconocida para Murphy. Discreto por naturaleza, se fue de Londres a Dublín hace unos ocho años con su esposa, la artista Yvonne McGuinness, y sus dos hijos adolescentes. “Llevábamos 14 años en Londres. Pero pienso que cuando llegás a los 30 y tenés hijos, vivir en una gran metrópolis ya no es tan emocionante. Y además, ya sabés, somos irlandeses los dos. Queríamos que nuestros hijos fueran irlandeses, y bueno. Fin de la discusión”, dice y añade que les vendió la idea a sus hijos, que ahora tienen casi 16 y 18 años, con la promesa del labrador que hoy ya forma parte de la familia.
“Son muy buenos chicos. Nos reímos mucho”, dice cariñosamente. “No es que hacemos ‘La noche de las películas de papá’ o algo así, pero les gustan algunas de mis películas. Dicen que todas son realmente intensas”.
En medio de la obsesión cada vez más frenética con Peaky Blinders (la serie de Stephen Knight, sobre los mafiosos de Birmingham en los años 20, que ya es fenómeno mundial), Murphy se ha convertido en algo más que un actor con un rostro reconocible: se ha convertido en un ícono cultural, sinónimo de Tommy Shelby, como James Gandolfini con Tony Soprano. Pero eso es un incómodo toma y daca para Murphy, quien insiste en mantenerse separado del ruido ambiente. “Puede arruinar experiencias, porque lo fetichiza todo: podés estar caminando por la calle y te sacan fotos como si estuviera pasando algo, y no pasa nada, pasa que estás caminando en silencio. La fama destruye los matices y el comportamiento humano, pero eso es parte integral de este trabajo, quieras o no”, dice sobre su renuente relación con la celebridad.
“La fama se evapora con regularidad”, reflexiona Murphy, señalando alrededor del restaurante (uno de sus lugares favoritos). “Vengo acá siempre y a nadie le importa. Todo sigue igual. Voy a hacer compras… no existe la fama, no pasa nada. Pero si… uno de los chicos de Succession entrara a este restaurante, me sentiría absolutamente intimidado y tembloroso. Cuando te enfrentás a una persona en la que pusiste un montón de cosas o que te parece increíble, es raro”, dice.
Murphy lo dice de frente: realmente le desagrada todo el berenjenal publicitario que normalmente acompaña la promoción de cualquier peli. (Cuando me despido de él en pleno rodaje, el día antes de la entrevista, me dice con cara seca: “Nos vemos mañana, me muero de ganas de que llegue la hora de mi interrogatorio”. “Bueno, va a ser un interrogatorio tranquilo”, respondo un poco incómoda ante lo que parece ser genuina ansiedad).
Pero hablando conmigo en el restaurante, suspira y dice: “La fama es como ir de un punto a a un punto b. Para llegar a tu destino, tenés que hacer el viaje”. No lo malinterpreten, no le gusta quejarse. Pero es el trabajo, el trabajo de actor en sí mismo, lo que valora. “Creo que así son las mejores personas: no lo hacen por ninguna otra razón que no sea por amor al oficio. Tienen la compulsión de hacer lo que hacen, no buscan ser famosos o llamar la atención”, dice dirigiéndoles un elogio a colegas irlandeses como Kerry Condon y Barry Keoghan.
“Realmente no vivo la vida de los famosos. No salgo, la mayor parte del tiempo estoy en casa o con mis amigos, a menos que tenga una película que promocionar. No me gusta que la gente me saque fotos. Me parece ofensivo. Imaginate si fuera al revés, si yo fuera mujer, y fuera un hombre el que se acercara a sacarme fotos…”, se calla de golpe. Para bajar los humos, le digo que hay cosas peores que gustarles mucho a las mujeres. “Sin comentarios”, me responde con firmeza. “Creo que es todo lo de Tommy Shelby. La gente me ve como un criminal misterioso, arrogante… pero es sólo un personaje. Me ven y se decepcionan. Está bien así, obvio, significa que estoy haciendo bien mi trabajo. Los fans de Peaky son increíbles. Pero a veces me siento un poco triste porque no puedo darles, digamos, ese carisma y arrogancia que buscan, yo no soy eso. No podría estar más lejos de eso”.
El final de la temporada 6 salió a mediados del año pasado, y para los fans fue un momento de suma devoción. Entonces se empezó a hablar de una posible película de Peaky Blinders. Poco después Stephen Knight confirmó que existían planes. Murphy está trabajando actualmente con el equipo para armar la película. “Si hay una historia, me encantaría hacerlo”, dice. “Pero tiene que estar bien. Steve Knight escribió 36 horas excelentes para una serie de TV y nos fuimos muy arriba. Estoy muy orgulloso de ese último tramo de la serie. Entonces, tendría que ser muy bueno lo de la película, para que esté justificado”, dice.
A medida que avanza la noche, Murphy se relaja. Se lo ve claramente más feliz hablando de Inside Llewyn Davis y Joni Mitchell que de sí mismo. Dado su interés en la música, me dice que su colección de discos es su mayor extravagancia y que de adolescente tenía una banda, que casi firmó con un sello importante. Le pregunto si estaría dispuesto a introducir un componente musical en su trabajo cinematográfico. “Casi que quiero proteger la relación”, dice reflexionando sobre su amor por la música. “Fue mi primer amor, trabajé muy duro tratando de ser músico y no funcionó. Por eso mismo, rechacé bastantes papeles biográficos de músicos”, revela, aunque no dice quiénes. “Prefiero ver un documental de Scorsese de tres horas sobre George Harrison que interpretar a George Harrison con una peluca espantosa”, dice, y sonríe. “No fue Harrison el papel que me ofrecieron, por las dudas”.
“Nunca voy a sacar música propia, nunca, nunca”, insiste. “Mi mentalidad es hacer una sola cosa y hacerla bien. Pero supongo que, justamente, pienso así porque todavía me duele bastante ser un músico frustrado”.
La música igual le sigue pisando los talones a Murphy: admite que su opción cuando se siente deprimido es The Beatles Anthology, junto con la serie Get Back de Peter Jackson, de 2021. Durante la sesión de fotos, pone la playlist que usa cuando va manejando. Suena el krautrock de los 70 (“Vitamin C” de Can). Se ve especialmente sonriente en una de las tomas, con un trench impecable de YSL, y comenta que los fotógrafos generalmente no le piden que sonría. “Salgo contento como si Lou Reed justo me hubiera dicho que soy muy cool”.
Cuando realmente baja la guardia, Murphy tiene un humor muy tenue y dice constantemente palabrotas, que van puntuando sus oraciones y equilibran su seriedad habitual. Es una combinación curiosa, su humor, una especie de “irlanditud” cotidianamente autodenigratoria. (“No jodas”, me corta cuando sugiero la idea de que su aspecto podría ser intimidante, olvidando momentáneamente que ha interpretado a un villano de Batman). También tiene algo que parece de piedra: “Sé tranquilo y controlado en tu vida y furioso y caótico en tu trabajo. O algo así”, dice parafraseando a Flaubert.
“No” es una oración completa para Murphy, y hablando con él lo aprendés enseguida. Lo mismo sucede en sus proyectos creativos, según cuentan personas que lo conocen desde hace años: es imparable en la búsqueda de lo que quiere, e igualmente testarudo si está en contra de algo. “Siempre buscó desafiarse a sí mismo. Nunca ha sido un actor que se duerma en los laureles”, dice Nolan. “Es el mismo de siempre. No ha dejado que el éxito lo cambie o se interponga en el camino de la verdad de este proceso suyo de ninguna manera. Y eso es algo muy difícil de mantener para un actor a lo largo de su carrera”.
La intratabilidad de Murphy también es su integridad: es probablemente la forma en que ha logrado sostener una de las carreras más respetadas y, también, variadas en el rubro, sin conformarse nunca con la moda o la aceptación. Pero, normalmente, es prosaico al respecto. “Soy totalmente frágil e inseguro, como la mayoría de los actores”, me dice. “Actuar es enfrentar las balas de frente todos los días. Es muy difícil. Es estar en un lugar muy vulnerable”.
De vuelta en New Ross, el sol se ha puesto y la producción sigue; algunos de los presentes nos refugiamos en una carpa que tiene una pantalla y auriculares a través de los que podemos ver y escuchar el rodaje y las conversaciones entre Murphy, el director Tim Mielants y la coprotagonista Zara Devlin. Técnicamente, esta es una escena simple: su personaje tiene que entrar en un galpón y descubrir a una adolescente frágil y congelada, abrazarla y salir con ella. Comienza así, simplemente como una lección de geometría cinematográfica: ángulos, luz y movimiento. A través de los auriculares, escucho que Murphy sugiere repensar la escena; masticando cubitos de hielo para que el aliento de los actores parezca invernal, decide cambiar su entrada. Todos lo ayudan y se ayudan entre sí. Es una maravilla de colaboración, el cine, una construcción visual y emocional paso a paso, y que cada toma mejora notablemente. El veterano productor Alan Moloney murmura con aprobación tácita: “Cillian cuestiona todo”.
Pero es cuando Murphy y Devlin comienzan a improvisar, murmurando entre sí en voz baja, que una energía eléctrica parece cargarse a través del set. Una escena simple se vuelve desgarradora; un hombre brusco y corto de expresión muestra un breve atisbo de la parte más vulnerable de su ser, una vulnerabilidad emocional discreta, que es aún más poderosa por su evanescencia.
Cuando cortan la escena, Moloney grita de alegría. Murphy se para a descansar un momento en el estacionamiento, con las manos en los bolsillos. Por un instante está a resguardo de esas balas a las que siempre les pone el pecho. Pronto va a estar listo para volver a dar pelea.