El debut de Bizarrap: la última mano de un jugador genial o blasfemo, pero hasta ahora invicto

En sus primeros shows propios, el productor argentino desconcertó un poco a fans y detractores para confirmar que el factor sorpresa es una de sus cartas ganadoras

Por  DANIEL FLORES

abril 25, 2023

Bizarrap, presente en el line up de Coachella 2024.

Ignacio Arnedo

Los y las rappers/trappers que graban con él están obsesionados con lo que creen que se dice de ellos. No paran de despotricar al respecto. Pero de quien realmente se habló la semana pasada en Buenos Aires, mucho más que de ningún MC de improvisaciones free bien ensayadas, fue de Bizarrap, que paradójicamente no dice casi nada ni suelta más señas que los puños agitados en el aire, en lo posible de espaldas a la cámara.

Se habló mucho de Bizarrap -Gonzalo Conde, para los que lo conocen de chico en el conurbano oeste- porque el jueves 20, el viernes 21 y el sábado 22 de abril al fin debutaría en vivo, después de contadas apariciones públicas, como la del Lollapalooza 2022, recordada por su cierre (genial o blasfemo, según a quién se le pregunte) con “Ji ji ji”.

Sí, el argentino más escuchado en el mundo (esto puede variar cada semana) había superado los 46 millones de plays mensuales en Spotify sin haber dado aún su primer show “propio” después de, más, menos, cinco años de trabajo nada silencioso.

Control freak, esquivo, jamás se saca su gorra ni se fotografía sin lentes oscuros, cual jugador de póker televisado, no sea que algún gesto involuntario anticipe la próxima carta. Rara combinación de perfil bajo con megasobreexposición en plataformas y redes. Pero así fue que aquella conversación previa a sus tres noches estelares rondaba, más que nada, en torno de… qué demonios haría en vivo, en qué consistiría su actuación. Ni eso se conocía a ciencia cierta. Es decir, sería un debut de algo que no se sabía qué era.

Los fans especulaban sobre cuáles de los artistas de sus sessions desfilarían por el Hipódromo de Palermo. ¿Todos los locales (Nicki Nicole, Paulo Londra, Dillon, L-Gante, ¿cuántos etc.?)? ¿Vendría alguno de “afuera”? ¿Shakira, quizás? Los detractores bromeaban maliciosamente sobre el único instrumento con el que entendían que Bizarrap podía trepar a un escenario: su pendrive cargado con MP3. Pero todos coincidían en ignorar la novedad más interesante del caso: estaban ante un performer tan fuera de la caja que ni siquiera sabían exactamente qué esperar de él, y sin que nada de eso impidiera que las entradas se agotaran mucho antes.

Foto: Guido Adler

Con el diario y los reels del lunes (y la completa reseña de Rolling Stone), ahora que los shows ocurrieron, que Bizarrap ya no es virgen en materia performática-solista, quedó al descubierto su último gran acierto, su última mano ganadora: decepcionar tanto a adherentes como a opositores.

Por un lado, optó por casi no tener invitados (la excepción, Duki) y ocupar en soledad un escenario apto para concierto de Kiss con toda la artillería; por otro, alteró, trituró, masticó y salpicó sus hits, con eufórico desparpajo, en versiones radicalmente trastocadas, ya que no tocadas, aunque nadie pueda establecer a ciencia cierta o incierta cuánto de eso era manipulado “en directo” o había sido precocido unos días antes en la discreción del estudio [La pregunta filosófica sería cuál es la importancia real de lo uno o lo otro. Cuando la filosofía se ocupe del Fenómeno Bizarrap quizás nos ofrezca alguna respuesta más profunda. Por el momento, tenemos solo las palabras de Paul Weller: al final, “eso es entretenimiento”].

Lo que sí percibieron quienes estuvieron en el hipódromo porteño es por dónde pasaron realmente las prioridades de Conde para su espectáculo. Y eso fue algo que quizás nadie esperaba o al menos algo en lo que no muchos se habían detenido, por previsible que fuera de parte de un tecnócrata como Bizarrap. Ni feats ni hits ni las impresionantes visuales en las pantallas: el verdadero protagonista de estos shows fue el sonido.

Algo había adelantado el departamento de prensa de la producción: que habría 3.000 metros cuadrados de pantallas de led, 2.000 luminarias móviles, 200 toneladas de estructura y… “120 sistemas de sonido distribuidos en 13 torres”. Quizás este último dato oficial se haya pasado por alto en una lectura rápida. Pero estando en el hipódromo adquirió una relevancia envolvente: el audio del debut de Bizarrap fue una experiencia en sí misma. Por supuesto, no tan elocuente como un estribillo de Shakira o de Quevedo, pero sí subliminalmente cautivante. Las voces, claro, eran inmediatamente reconocibles, pero en unas cuantas barras se diluían de algún modo en el fluir de la mezcla, como guiños familiares, pero no imprescindibles.

Quedó un poco más claro entonces por qué el show se había dividido en tres jornadas de capacidad “limitada” (en términos Bizarrescos, claro) para “solo” 20 mil personas: hubiera costado mucho mantener el audio bajo control dentro de un montaje a mayor escala. Así, en cambio, merced al calibrado balance entre fierrerío y despliegue espacial (con las torres dispuestas en forma de círculo alrededor del público), timbres, paneos, efectos, bajos bombásticos y descargas de dubstep emergían en la noche con un nuevo brillo y una contundencia sorprendentes. Un dispositivo dinámico, prístino y 360 capaz de hacer sonar al voluntarioso L-Gante como un inesperado baluarte de la música electrónica más progresiva. Así sonaba.

Gonzalo Conde, el productor sigiloso al que todos escuchan (producir, no hablar), con su cara (lo que se llega a distinguir) de niño (prodigio o enfant terrible), movió sus fichas, en una jugada elaborada durante años hasta que evaluó que el momento había llegado. Crack del marketing, Midas del Pop, Dr Muerte del Rock & Roll, unicornio de la industria musical y revelación exportadora argentina en un año de magra cosecha sojera y sequía de dólares, no parece capaz de dar un paso en falso. Entre hits e hitos, sentado en su cuarto o parado arriba de su mesa de operaciones en el hipódromo, Bizarrap ajusta los controles y hace mover a medio mundo, al mismo tiempo que los deja preguntándose qué es lo que acaba de ocurrir y cuál será la próxima carta.