Alejo Stivel: Un Tequila suelto en Buenos Aires

El músico argentino que revolucionó la escena rockera española de fines de los años 70 con el grupo Tequila, junto a su compatriota y amigo Ariel Rot, actuará por primera vez en el país

Por  ALEJANDRO LINGENTI

abril 18, 2023

FOTO: Xavi Torrentj

“Es un hito en mi vida”, asegura Alejo Stivel. “Me puedo poner nervioso un rato antes de un concierto, pero no un mes antes, como me está pasando ahora”. Habla de lo que será su primer show en Buenos Aires, este sábado, en el teatro Astros. Aunque nació en Argentina, Stivel nunca pisó un escenario de su país. Se hizo muy famoso a fines de los años 70, cuando llegó a España huyendo de la persecución de la dictadura militar a su familia y muy pronto fundó —con Ariel Rot, otro joven exiliado por las mismas razones— Tequila, hoy una leyenda del rock and roll en España. La historia de ese grupo, que tuvo una carrera fugaz y muy exitosa (menos de diez años caracterizados por el vértigo y las luces de la fama), está contada al detalle en Tequila. Sexo, drogas y rock and roll, el documental de Álvaro Longoria que se exhibirá como parte de la edición de este año del Bafici (también este sábado, antes del show, en el mismo teatro Astral) y que en Europa ya estrenó la plataforma Movistar+. En noviembre de 2021, Tequila se despidió definitivamente de los escenarios con un emotivo concierto en el WiZink Center, un estadio cerrado con capacidad para quince mil personas que llenaron sin problemas. Fue el cierre de la gira Adiós Tequila Tour, comandada por los dos integrantes argentinos del proyecto, Stivel y Rot, y sin tres de los originales (Manolo Iglesias y Julián Infante, fallecidos; Felipe Lipe, distanciado). 
La carrera de Alejo Stivel no es muy convencional. Después del meteórico suceso de Tequila, estuvo tres años de fiesta (“saliendo todas las noches y bebiendo y drogándome hasta el amanecer”, precisa él), fundó una productora de jingles a la que le fue muy bien, después produjo muchísimos discos y recién en 2008, tras veinticinco años alejado de los escenarios, volvió con un Tequila reformado (ya no estaban Iglesias ni Infante) que tampoco duró demasiado. Publicó luego dos discos como solista: Decíamos ayer (2011), con versiones de temas de Los Secretos, Joaquín Sabina, Pablo Milanés y Fórmula V, entre otros, y el más reciente Yo era un animal (2017). 

FOTO: ARCHIVO LA NACION


“Argentina es mi asignatura pendiente −amplía Stivel−. Es una materia a aprobar. A mí me encantaría hacerme un humilde huequito en la escena argentina. Ir todos los años a hacer un show en La Trastienda o en Niceto. La proyección del documental y este concierto son una ocasión perfecta para tirar unas semillas, a ver si crecen algunos brotes ahí”. 
Todavía hoy, Stivel imagina que habría tenido una vida diferente si no hubiese sufrido el exilio obligado que lo sacó de un ambiente que disfrutaba mucho. “Yo tenía diez años y ya iba a los conciertos de Manal, La Pesada, Pappo… No había niños en esos conciertos, yo era el único. Algunas veces iba solo, otras veces con mi hermano, Javier Urondo. Con Javier fuimos a ver a Pescado Rabioso, me acuerdo. Yo vivía cerca del Cine Belgrano, a metros de la 9 de Julio. Y ahí tocaron Pappo’s Blues, El Reloj, La Pesada, Vox Dei… Con Ariel íbamos mucho a ver conciertos, también. Yo estuve en el famoso Luna Park del ‘¡Rompan todo!’ de Billy Bond. Tenía 14 años, y cuando vi el quilombo salí corriendo”.  
Pero las cosas fueron muy distintas porque apareció la sombra ominosa de la Triple A. Hijo del escritor y productor de televisión David Stivel, que emigró a Colombia, y de la actriz Zulema Katz, Alejo también convivió con Paco Urondo, pareja de su madre, asesinado en 1976 por la policía mendocina. “Toda mi familia más cercana estaba en las listas negras que se encontraron hace unos años en los sótanos del Ministerio del Interior —explica—. Cuando la compañía de discos de España mandaba los discos de Tequila a la Argentina y veían mi apellido, los metían en un cajón. Por el tipo de música que hacíamos, muy influida por los Stones, creo que nos podría haber ido bien. En las raíces de Tequila está el rock argentino. Ariel y yo nos criamos escuchando a los Rolling Stones, los Beatles, Charly García y Spinetta”.


 ¿Llegaste a España con la idea de armar una banda?
Sí, llegamos con Ariel con esa idea. Yo primero pensaba que iba a ser actor, sobre todo por el entorno en el que me crie. Incluso armé un grupo de teatro. Estaba siempre rodeado de actores, de directores, y un día le dije a Agustín Alezzo que quería estudiar con él. Pero él no daba clases para chicos. Le insistí tanto que me dijo “armá vos un grupo de chicos y yo les doy clases, pero encargate vos de todo”. Armé el grupo, fui a tres clases y no volví nunca más. Los demás siguieron. Pero ahí me di cuenta de que quería otra cosa. Como mi viejo dirigía Cosa juzgada, una serie de televisión basada en casos policiales y judiciales reales a la que le iba muy bien, yo lo acompañaba todos los sábados a las grabaciones. Me levantaba a las seis de la mañana para estar con él ahí y después íbamos muchas veces al teatro. Me crie en teatros y estudios de televisión, cuando entro a un estudio me siento como en mi casa. Pero también cuando sos un adolescente por lo general necesitás diferenciarte, rebelarte. Y el rock fue como armarme de rebeldía contra mis padres, armar mi propia identidad, mi personalidad, en oposición a lo que se hacía en mi familia. Ya a los 15 años empecé a pensar mucho en la música, sobre todo en el rock. No sabía hacer nada, ni cantar ni tocar la guitarra, pero sí estaba seguro de que quería tener una banda. Y dos años después ese sueño se hizo realidad en España.

FOTO: INSTAGRAM ALEJO STIVEL


Stivel y Rot fueron compinches desde la niñez. Cuando tenían 12 y 10 años ya intentaban componer canciones juntos. “Teníamos un par de guitarras criollas e intentamos electrificarnos sin mucho éxito. Íbamos seguido a la casa de una amiga que tenía un garaje y tocaba la batería. Era todo muy primitivo, pero ya estábamos en esa de muy chicos. Cuando llegamos a España, ya teníamos algunas canciones. Nos propusimos hacer algo más formal, pero no sabíamos nada del contexto ni teníamos ninguna referencia. En esa época no había la cantidad de información disponible que tenés hoy en las redes sociales. Y sin embargo lo conseguimos. El día que se cumplieron dos años de mi llegada a Madrid estábamos tocando con Tequila ante 40.000 personas, con un disco número uno en las listas. Era casi de ciencia ficción lograr eso en aquella época de la manera que lo logramos nosotros”.
¿Ibas al colegio en España?
Lo tuve que dejar. El secundario en Madrid era mucho más exigente que en Buenos Aires. Y como no iba al colegio, tuve que empezar a trabajar en lo que encontraba: suscripciones para una especie de Automóvil Club, encuestas en la calle… Pero pronto explotó Tequila, por suerte. Yo hoy lo veo como un premio del destino. Después de toda la tragedia que viví en Argentina y ese exilio a esa edad, las fuerzas del universo decidieron compensar ese dolor con todo lo que pasó con Tequila: una banda de rock and roll con amigos, ganar mucho dinero, conocer muchas chicas y divertirte haciendo lo que más te gusta. ¿Qué más podés pedir?
El éxito de Tequila fue muy repentino. Obviamente es difícil estar bien preparado para algo así a la edad que tenías. ¿Quién fue importante como apoyo?
Mi vieja, sin dudas. Yo fui a Madrid con ella y estábamos muy unidos. Era una persona muy sabia, y al mismo tiempo una típica idishe mame sobreprotectora. Pero supo dejarme espacio, dejó que me pegara algunas piñas contra la realidad  sin castrarme ni condicionarme. Me dejaba vivir y simplemente estaba ahí cuando yo me pegaba alguna hostia. Y estaba siempre. También tuve otros referentes positivos en mi familia. Eso también fue un cable a tierra. Tuve una muy buena crianza. Me podía ir a la Luna porque me habían enseñado maneras de volver.


Hablando de volver, Stivel está ahora muy enfocado en eso. En retornar al país del que fue expulsado hace más de cuarenta años y al que regresó varias veces un poco más de incógnito que en esta nueva oportunidad. Esta vuelta tiene un sabor especial porque será la de un tardío debut artístico. Otra historia increíble de un país atravesado por la tragedia: un músico con una carrera importante que recién a los 64 años va a poder hacer un concierto en su propia tierra. Planea cerrar con su canción más conocida, “Me vuelvo loco”, incluida en Rock and Roll, el segundo disco de Tequila (otro gran éxito en España) y cortina habitual del programa Duro de domar, incluso en la versión que acaba de reaparecer en la TV argentina. Y también hacer una versión de “Mr. Jones” de Sui Generis “más stone que la original, como la que hicimos con Tequila”, aclara, y otras de “Sábado a la noche” de Moris (Tequila fue la banda de apoyo en Fiebre de vivir, el disco que el pionero del rock argentino grabó en España), “Hoy puede ser un gran día” de Joan Manuel Serrat y la canción de Joaquín Sabina que fue cortina de otro programa de la tele nacional, La biblia y el calefón, conducido por el recordado Jorge Guinzburg, cuñado de Alejo.
Con Sabina, justamente, Stivel vivió una gran experiencia: él produjo 19 días y 500 noches (1999), uno de los discos más exitosos y celebrados del popular cantautor español. “A mi modo de ver, ese disco fue la cúspide de Joaquín Sabina. Fue una bisagra a nivel del uso de la voz, porque a él le grababan la voz tratando de que suene bonita, con muchos efectos. Eso era idea de Pancho Varona, un músico de su banda que también lo producía y llenaba los temas de reverb y de unas guitarras muy FM. Quería que suene como la música más convencional de las radios norteamericanas. Y eso no era lo que representaba la esencia de ese artista. Yo lo escuchaba a Joaquín cantando en su casa y le decía que había que captar la rugosidad de su voz, sin efectos, limpia, con él bien pegadito al micrófono. Un día me llamó y me ofreció que lo produjera, y lo que hice fue eso: buscar que quede reflejada su voz real y usar unas bases musicales menos efectistas. Joaquín hizo muy buenos discos antes y después, pero yo siento que 19 días y 500 noches es la cumbre”. 
Te ganaste odio de Varona… Porque él además no estuvo en ese disco.
Yo no quise que esté, efectivamente. Pancho Varona es un tío muy dependiente de Sabina. De hecho hasta hace poco vivía de La Noche Sabinera, un espectáculo que montó por primera vez en 2006 y con el que estuvo de gira por España y toda América Latina. Tuvo un conflicto con los músicos que lo acompañaban porque se dio cuenta de que podía hacerlo solo y quedarse con toda la ganancia. Es alguien que claramente abusó de la confianza de Joaquín.
¿Cómo fue trabajar con Sabina, al margen de estos resultados que te dejaron tan conforme? 
Hay que saber tratar con él. Es muy fácil y muy difícil al mismo tiempo. Fácil porque tiene una creatividad brutal y aporta una cantidad de material increíble para trabajar. Es una bendición que te llame alguien así. Y es un tipo muy cariñoso, muy ocurrente, muy divertido, muy culto. Un experto en muchos temas, por ejemplo la política argentina en los años 70. Sabina es un gran lector, le gusta mucho la literatura argentina. Yo lo conecté con Juan Gelman. Joaquín cumplía años, estábamos grabando en un estudio en medio de la montaña, en Málaga, y lo llamé unos días antes a Gelman, que estaba en México, para pedirle que nos enviara dos o tres libros dedicados. Llegaron, se los regalé y después ellos se conocieron y se hicieron amigos. Se emborrachaban juntos y lo pasaban muy bien. Quiero decir con todo esto que es alguien muy agradable, muy cálido. Y la parte difícil es que de repente algún día no va a grabar, o llega tarde, o no tiene ganas, o fuma mucho, algo que yo tenía prohibido dentro del estudio y nos generaba roces. Tenés que adaptarte a sus horarios, a su estilo. Si entendés eso, es muy enriquecedor laburar con él. Empezábamos a las ocho de la noche y terminábamos a las ocho de la mañana. El año que grabamos ese disco yo dormía tres horas por día porque también estaba con mi trabajo en la productora.
Le dedicaste veinte años a la productora de jingles. ¿Te interesaba tanto como tu carrera musical?
Tanto eso como la carrera de productor de discos fueron un resultado de las circunstancias. Una vez que se acabó Tequila, estuve dos o tres años rebotando de acá para allá, descomprimiendo después del stardom. Desde los 17 años no había parado: ensayos, grabaciones, shows, giras, promoción… Era agotador. Tuve la necesidad de no hacer nada durante un tiempo. Y literalmente no hice nada, pero se me fue un poco la mano [risas]. Extendí demasiado esa nada, quizá. Después de ese largo paréntesis apareció la posibilidad de hacer jingles, algo en lo que yo no había pensado nunca. Aprendí sobre la marcha, trabajando codo a codo con un socio en una productora que montamos de la nada. Y con el tiempo nos posicionamos muy bien, fuimos una de las productoras de jingles más conocidas de España durante veinte años, hice más de quinientos jingles. Trabajamos para Coca-Cola, Pepsi, El Corte Inglés, SEAT, Renault… 

FOTO: Gentileza Alejo Stivel


¿Y cómo decidís el salto a la producción musical?
Porque ya había pasado mucho tiempo haciendo lo mismo, tenía contacto con unos cuantos artistas y trabajaba en la producción sonora con esa productora de jingles. Decidí dejar la publicidad, me propuse dedicarme a producir discos y produje unos doscientos cincuenta, más o menos. 
¿Por entonces no pensabas nunca en volver al escenario?
No, porque todo ese tiempo estuve lejos de la exposición y me sentía bien así. Una vez acepté ir a recibir un premio que le daban a Tequila y cuando subí al escenario me sentí mal. Hacía mucho que estaba lejos de los focos y me dio pánico subir a recibir ese premio. Desarrollé lo que Valdano llama “miedo escénico”. Trabajé mucho tiempo encerrado en el estudio y me aislé del mundo. Yo mismo me autodesterré del escenario. Estuve cuando era muy joven y después me bajé por veinticinco años. Cuando volví, en  2008, lo sentí como un lugar extraño. Estar sobre el escenario te coloca en un estatus diferente al del que te está mirando. Me costó acomodarme a eso. También sabía que con los jingles trabajaba de 10 de la mañana a 3 de la madrugada, incluidos muchos sábados y domingos. Y que estuve sin vacaciones durante seis años, trabajando muchas veces en publicidades de gente que quería las cosas en un día. Era un trabajo sin exposición, pero muy estresante. Entonces empecé a pensar en cantar en público de nuevo. Quería ver cómo reaccionaba otra vez en un escenario después de tantos años. Escuché muchas veces que hay que salir de la zona de confort. Yo la verdad es que quiero ir alguna vez a la zona de confort. Porque vivo fuera de esa zona desde siempre. Y eso me mantiene ágil. Mi instinto me lleva a moverme así, y es algo que me provoca placer y sufrimiento.  
Los jingles tienen que enganchar al que escucha. ¿Hay mecanismos, estrategias de producción que cumplen también ese rol cuando se graban discos?
No existen las fórmulas. Y menos las que puedan funcionar con todos los artistas. Sabina me dijo alguna vez que para hacer un disco exitoso hace falta un buen letrista, un buen compositor, un buen estudio de grabación, con buenos técnicos, buenos músicos, una compañía de discos que crea y apueste y por último algo más que no sabemos qué es, pero que es lo más importante de todo. Llamalo magia, si querés, no sé… 
O sea que como productor no desarrollaste un estilo, sino que buscaste más bien una funcionalidad para adaptarte a cada proyecto. 
Hay un estilo, el más cercano a mí como músico, que puedo transmitirles a los que hacen una música parecida. Pero no hice sólo discos de rock and roll con impronta stone. Hice discos de rap, de música celta, de reggae, de cantautores… Siempre prioricé lo que quiere transmitir el artista y propuse qué necesitaba para transmitirlo. Pero cuanto menos se note mi mano en los discos que produje, mejor. La función del productor es potenciar al artista. 
¿Con Sabina tuviste alguna diferencia? 
Bueno, yo quería cuerdas en una canción del disco y él me dijo tajantemente que en sus canciones no había cuerdas. Era una idea para una canción de Pablo Milanés, que tenía una melodía bastante barroca, como solía pasar con Pablo, porque él había estudiado música clásica. A ese tema le iban a quedar bien unas cuerdas, pero no había caso, no lo podía convencer. Entonces se me ocurrió proponerle un intercambio: metíamos un solo de saxo que él quería en una canción y yo había descartado si me dejaba meter a mí el arreglo de cuerdas. Negociamos eso, yo me fui a Londres y las grabamos en el estudio donde graba siempre John Williams (famoso músico de las películas de Steven Spielberg), con el mejor director y el primer violinista que grababa en los discos de Elton John. Esa versión de “Una canción para la Magdalena” quedó muy bonita y fue de alguna manera el fruto de una diferencia. Una parte del trabajo de un productor es justamente saber cómo manejar esas diferencias. Con M-Clan, una banda que produje a fines de los 90, tuve que arreglármelas para convencerlos de cambiar, de darle un giro más pop a su música porque los dos primeros discos que habían editado, con un sonido más hard-rock, no los había comprado nadie. Grabamos Usar y tirar en 1999, vendieron muchísimo, hicieron trescientos discos en los años siguientes y hoy todos tienen casas con piscina. 
¿Qué parámetro usás para calificar un disco? 
No siento que tenga ninguna autoridad para decir si algo es bueno o malo. Ni siquiera habiendo producido doscientos cincuenta discos de los cuales se vendieron diez millones de copias. Si viene alguien y me dice que se emociona o le llega la música de David Bisbal, que a mí me puede parecer malísimo, yo le creo. Y su opinión vale tanto como la mía, somos dos seres humanos. Si un artista emociona a alguien, vale la pena que exista. Yo te puedo decir que Miles Davis es mucho mejor que J Balvin, pero es una cuestión de gustos. Lo que diga yo o un crítico prestigioso poco le vale a un tipo que pone J Balvin a la mañana y siente que le alegró el día.