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Apolo 10 ½ : una infancia espacial

El director de Antes del amanecer y Despertando a la vida, nos entrega una profunda experiencia espiritual en la forma de una pequeña gran película animada

Richard Linklater 

/ Milo Coy, Jack Black, Bill Wise, Lee Eddy, Zachary Levi

Por  ANDRÉ DIDYME-DÔME

Cortesía de Netflix

Richard Linklater, el talentoso director de Rebeldes y confundidos (una de las mejores películas sobre adolescentes de todos los tiempos), de la trilogía de Antes del amanecer (unas de las mejores películas románticas de todos los tiempos) y de Boyhood (una de las mejores películas sobre la infancia de todos los tiempos), es también el autor de tres grandes películas animadas. 

Utilizando la técnica de la rotoscopia, la cual consiste en reemplazar los fotogramas de una filmación real por dibujos obtenidos de cada fotograma, Linklater nos presentó en el 2001 la magnífica Despertando a la vida, una especie de versión libre de La vía láctea de Buñuel, con tonos psicodélicos y metafísicos, acerca de un joven que no sabe si está despierto, soñando o muerto, y que recorre una serie de lugares oníricos, para encontrarse con varias personas que hablan sobre la existencia, la realidad, el arte y la trascendencia.

La segunda es Una mirada a la oscuridad del 2006, una grandiosa adaptación de la novela del maestro de la ciencia ficción Philip K. Dick, protagonizada por Robert Downey Jr., Keanu Reeves y Woody Harrelson, y ambientada en un futuro donde la tecnología y las sustancias psicoactivas han controlado la mente y el alma de las personas.  

La tercera es la más reciente. Su título es Apolo 10½: Una infancia espacial, y se presenta gracias a la reciente tecnología del streaming, la cual se ha apoderado de nuestra consciencia colectiva en los últimos años. Y como si se tratara de una potente experiencia psicotrópica, esta cinta animada (al igual que las dos anteriores), llega a tocar nuestra alma, como solo las grandes obras de arte pueden lograrlo. 

Basada en las experiencias personales de Linklater mientras crecía en la ciudad de Texas a finales de los años sesenta y narrada por su contemporáneo y coterráneo Jack Black (el protagonista de Escuela del Rock, la película más popular del director), la cinta parte de una premisa claramente falsa que Stan, el niño protagonista de esta cinta (y alter-ego tanto de Linklater como de Black, cuya madre trabajó en la NASA), nos trata de vender como una realidad.   

Dos oficiales de la NASA de apellidos Bostick y Kranz (Glen Powell y Zachary Levi), contactan a Stan (Milo Coy) un niño que cursa cuarto de primaria, para que sea la primera persona en llegar a la luna. Un error de diseño llevó a que la cápsula espacial fuera muy pequeña para un adulto y por esa razón, los oficiales intentan reclutar al niño. 

Sin embargo, esta premisa narrativa es tan solo una excusa para que Linklater y Black nos compartan una serie de viñetas de lo que significaba ser parte de una familia de clase media texana en la llamada “Era espacial”. Al parecer, tanto el director como el narrador, comieron de las bayas del recuerdo de la serie South Park, más de lo debido. Pero eso no importa, ya que nuestra consciencia son nuestros recuerdos.

Y en estos tiempos oscuros y desesperanzadores, desplazarnos a una época y a un lugar (la hayamos vivido o no) en donde todo era esperanzador y el futuro parecía brillante, constituye toda una experiencia mágica y sanadora. 

De acuerdo con el teórico del cine Marcel Martin, las películas (y, en últimas, el arte) permiten la reorganización, la selección y la densificación de la realidad, lo que hace parte de su gran atractivo. Las películas y series (sean vistas en el cine, en la televisión o en una plataforma de streaming) poseen la capacidad de transportarnos en el tiempo y en el espacio. Pueden comprimir y expandir el tiempo y, a la vez, recrean la duración de la realidad de acuerdo con la visión artística del director, permitiendo que las imágenes en movimiento transcurran fluidamente en nuestra consciencia y conecten con nuestras experiencias y recuerdos. Las emociones que proporcionan las películas y series en la percepción del espectador parten de una visión subjetiva, densificada y afectiva de la realidad. Las imágenes en movimiento soportan unas sensaciones y unas emociones que nacen de las mismas condiciones que nos transfiere la realidad. Todo esto lo sabe Linklater. 

En Apolo 10½, gracias al don de la ubicuidad que nos otorga el cine, podremos convertirnos en Stan, Linklater y Black al mismo tiempo, y vamos a poder viajar a la luna, mientras que dormiremos profundamente frente a la transmisión televisiva del alunizaje del Apolo 11. Vamos a vivir en Texas a finales de los años sesenta y veremos numerosas series de televisión y películas de cine y escucharemos muchos vinilos de 45 y 33 revoluciones, junto con su familia. Vamos a jugar pinball, comer comida chatarra, ser testigos de la guerra de Vietnam, divertirnos en un parque de diversiones y podremos ir a la playa en el platón de una insegura camioneta para mancharnos los pies de petróleo.

Con esta maravillosa película animada, Linklater nos permite ser parte de esa conexión espiritual de la que nos hablaba Andréi Tarkovski cuando se refería al cine: Experiencias de vida de un autor que entran en comunión con las experiencias de vida de un espectador.           

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