El sábado 30 de noviembre de 2002, hace dos décadas, La Renga tocaba en el estadio de River por primera vez. Esa fecha quedó inmortalizada como el “día de la lealtad” renguera. Así lo definió en su crónica el entonces editor de Rolling Stone, Fernando Sanchez, en la crónica del concierto (RS 58, enero 2003): “La Renga es el primer grupo que toca en el Monumental cuyos integrantes provienen, todos, de los sectores sociales auténticamente populares de los suburbios de Buenos Aires (antes, cuando había trabajo, se los denominaba “clase obrera”). Quizás esta parezca una observación más social que artística, pero no es: es indispensable tener en cuenta el orígen de los músicos que integran La Renga y también el de su público para acercarse a su arte y, luego, valorar esta consagración masiva. Lejos de erigirse en estrellas alejadas de sus raíces, Chizzo, Tete y Tanque aprovecharon su concierto más grande para dejar en claro desde dónde eligen mirar el mundo. ¿Cómo? Con la música, tocando el rock más duro del que son capaces, de un modo más ajustado y profesional que en otros conciertos de estadio y con la producción (sonido, luces, puesta en escena), que hizo polvo el show de los Red Hot Chili Peppers en octubre pasado”.
Para celebrar el aniversario, el grupo de Mataderos publicó anoche, en su canal de YouTube, un video que repasa algunos de los momentos más emblemáticos de ese concierto histórico.
“Esta noche, una vez más, nos encontramos al borde del precipicio. Un paso más y no me importaría caer en la insondable profundidad de sensaciones que dejarán derramar mi sangre en este sembrar ilusiones. ¡Qué terrible si no hubiese avivado este fuego! Allá…, desde donde vengo, azotan tempestades golpeando en las cavernas de interminables mentes donde hielan la sangre, aun con las calderas encendidas; y pretenden que no salte, que me quiebre, que no sea.” Así empezaba el texto de la edición especial de El precipicio, el fanzine que el grupo repartía en sus conciertos.
En este caso, incluía además las letras de tres nuevas canciones de Documento Único, el EP en formato mini CD y cuyo packaging emulaba el viejo DNI, con la fecha del concierto –30112002– como única numeración. “La presentación de este documento expedido por La Renga a Los Mismos de Siempre no podrá ser requerida bajo ninguna circunstancia por nada ni nadie”, decía el texto interno.
“Tu identidad te pertenece, te caracteriza y te hace único. Nadie podrá entonces a acreditarla y/o modificarla. La identidad nos determina como pueblo y es el motor, el punto de partida en la construcción de los cambios sociales. Nadie deberá ni podrá pedirte que demuestres ser quien no sos, ni mucho menos obligarte a ser. La identidad es un derecho, cuidar de ella y fortalecerla es un deber, ese es el trabajo de cada uno de nosotros, que suma a partir de saber quién somos y para qué queremos serlo”.
El material audiovisual disponible en YouTube arranca justamente con una imagen de ese EP y la intimidad del backstage, donde aparecen varios integrantes de la “familia renga”. Entre otros, se destacan el sonidista Jorge Leggio junto a su hijo Ignacio, Ricky, Claudio Buonanotte, Loby (fallecido recientemente) y Pablo Pratto. Se los ve también al manager, el Gordo Gaby, repasando la lista de temas junto al saxofonista y armoniquista Manu Varela. Y también a Matías Gonçalves, el hijo de Gaby, que actualmente se desempeña como ingeniero de sonido del grupo. Y, por supuesto, a Chizzo, Tete y Tanque, a punto de salir a escena.
La selección incluye el triplete inicial del show: “Detonador de sueños”, que fue un estreno absoluto, “Tripa y corazón” -incluída en el disco de la estrella, La Renga, 1998- y “Al que he sangrado”, del entonces reciente La esquina del infinito (2000). Luego, un clásico de Esquivando charcos (1991), “Moscas verdes para el charlatán”. Al final del tema, como si estuviera en el escenario del club Larrazabal, le dice al público, en completa complicidad, “Este saben para quién está dedicado, ¿no?”.
Lihuel Iglesias, el primogénito del Tete, que tendría en ese entonces unos cuatro años y ya había participado de la grabación de “Hielasangre” incluída en Documento único, se calzó su guitarra para rockear junto a su padre, su tío el Tanque y Chizzo, frente a más de 50 mil personas. Es una imagen tierna y conmovedora de una canción que supo captar un clima de época.
Luego, la “Balada del diablo y la muerte”, una de las más emblemáticas del repertorio del grupo desde su publicación en Despedazado por mil partes (1996) y “Veneno”, el cover de La Negra que La Renga asimiló y proyectó a miles de fans. Otro de los clásicos seminales, “Voy a bailar a La Nave del Olvido”, alcanza uno de los picos emocionales de aquella velada.
La aparición del Bocha Sokol,que fallecería en enero de 2009, es otra de las cumbres emocionales de una noche a la que la lluvia le añadió una carga épica. “Acá con La Renga encontré a unos amigos. Así que yo les puedo decir en carne propia que siguen siendo los mismos de siempre… ¡Como ustedes como yo, como todos!”, dijo el entonces cantante de Las Pelotas. Y luego lanzó un “¡Espero acordarme la letra!”, antes de arrancar con “El final es en donde partí”.
Con una zapada que coqueteaba con el free jazz en medio de “Dementes en el espacio”, dos chicas disfrazadas de enfermeras (una de ella es Carolina Bakos, cantante y guitarrista de Inazulina, pareja de Chizzo) y el actor Victor Poleri (que había participado en varios clips del grupo, y que fallecería en 2012) irrumpieron en el escenario para despojar a Chizzo de su melena característica. Un corte de pelo que podría ingresar al libro Guiness de los récords.
Y el final, festivo y con pasos de murga sobre el escenario, llega con “Blues de Bolivia” y el agradecimiento. “Gracias por todo, de corazón, de parte de LA Renga, los músicos y toda la gente amiga que trabajó atrás de todo esto. ¡Gracias por todo!”, dice el Chizzo.
Unas semanas más tarde, Tanque le decía a Rolling Stone: “La gente piensa que después de que tocamos en la cancha de River, todos tenemos un yate y estamos con cinco trolas tomando champán y comiendo sushi. Y no es así, ni a palos”. La charla transcurría en un hotel de La Falda, y el menú del día era milanesa con ensalada.
En esa charla, Tete explicaba que no existía en la Argentina un tipo de política que les interesara. Y el Gordo Gaby agregaba: “Nos entusiasma el triunfo de Lula en Brasil. Si Lula llega a cumplir el 50 por ciento de las cosas que dice, mucha gente volverá a tener esperanzas en un tipo que pueda hacer las cosas como se debe. Como por ahí fue Fidel, en su momento: una esperanza. Tal vez Lula puede lograr ser el puntapié inicial de un cambio en Sudamérica”. El deseo de Gaby, que haya un cambio en América latina, era el deseo de todo el grupo. 20 años después, las cosas no parecen ser tan distintas.