A 20 años de ‘Cuadros dentro de cuadros’, el disco con el que Catupecu Machu pateó el tablero

La historia detrás de la grabación más experimental del grupo, marcada por Spinetta, Bunbury y Cuarón

Por  NICOLÁS IGARZÁBAL

octubre 18, 2022

Javier Herrlein, Fernando y Gabriel Ruiz Díaz. FOTO: DAVID SISSO

“Surgimos de abajo y terminamos diciéndoles que no a un montón de propuestas, entre ellas, las de grabar el disco en los Estados Unidos. Pero queríamos grabarlo acá, porque está todo mal, pero no somos de los que huyen como ratas cuando el barco se hunde”. Así hablaba Fernando Ruiz Díaz, cantante y guitarrista de Catupecu Machu, en mayo de 2002, después de que el país tocara fondo en diciembre. La banda había atravesado su propia crisis también y, en apenas cuatro meses, cambiaron de baterista, montaron un estudio de grabación en una quinta, y compusieron, grabaron y mezclaron su cuarto disco, el más experimental de su carrera, que por estos días cumple 20 años: Cuadros dentro de cuadros.

“Más allá de que todos los discos de Catupecu siempre salieron de mi imaginario, cuando estoy ahí solo con la guitarra creando, este es el más excesivamente yo”, asegura Fernando hoy. “Es un disco sin remitente, fuera de época, que en su momento no lo entendió nadie. Todos tienen su viaje, pero este es el más extremo que hicimos, especialmente por el audio, que salió todo de mi portaestudio”. Se refiere a una Fostex de 8 canales que compró en Miami y que todavía conserva con muchísimo material guardado en archivos WAV (“Tengo que mandar a que le arreglen el disco rígido, pero es un caño, la adoro”). Una vez leyó una entrevista a Spinetta donde comentaba que este tipo de grabadores hogareños habían sido el mejor aporte para los músicos, y fue tras uno de ellos.

Con esas guitarras suyas distorsionadas digitalmente, sin pasar por ningún amplificador, se construyó el sonido radical del disco. Fue su hermano Gabriel, bajista y productor, quien escuchó esas maquetas y entendió que el nuevo material tenía que ir por ese lado. También decidió no tocar el bajo, para dedicarse completamente a la producción, y potenció la faceta electrónica a través de teclados, loops y programaciones, algo que se encargaría Martín “Macabre” González, el ex Totus Toss que trabajaba en su estudio de Villa Luro y que venía tocando con ellos en vivo como músico invitado. Cuadros… sería su primer disco con Catupecu. Y también el de Javier Herrlein, el nuevo baterista, que tenía la difícil tarea de reemplazar a Abril Sosa.

Producción especial para ROLLING STONE en 2002. FOTO: DAVID SISSO

Abril había pegado el portazo después de una serie de shows en el Roxy de Palermo, alegando diferencias artísticas, y pensando en priorizar su proyecto personal, Cuentos Borgeanos, donde cantaba, tocaba y componía. Con él habían grabado los primeros tres discos de Catupecu, incluyendo el exitoso Cuentos Decapitados (2000), firmado con EMI y llegado a Obras Sanitarias en el caótico diciembre de 2001. Su partida fue un golpazo, pero no había tiempo para lamentarse. Los Ruiz Díaz nunca paran.

Herrlein había tocado la batería con ellos dos antes de que se llamaran Catupecu Machu (1993) y había participado como invitado en los discos Dale! (1997) y A morir!!! (1998). En mayo de 2002 escuchó a Mario Pergolini en Cual es? contando la noticia de que Abril había abandonado el grupo e inmediatamente lo llamó para preguntarle qué había pasado. Diez minutos después, recibió un llamado de Fernando proponiéndole sumarse al proyecto. La invitación venía con otro anuncio importante: en diez días entraban a grabar un disco nuevo.

Fueron cuatro meses, entre junio y septiembre de 2002, encerrados en una quinta de Capilla del Señor. Tuvieron que montar toda su base de operaciones en la zona conocida como El Remanso, agujerear paredes, cablear e interconectar cincos habitaciones/estudios con teléfonos y computadoras (Fernando, Gabriel, Herrlein, Macabre y el técnico de grabación, Demian Chorovicz) en tiempos aún sin wifi.

En toda esa temporada de convivencia le dieron forma al nuevo material nacido de la portaestudio de Fernando, más algunas maquetas que Gabriel ya venía trabajando con su laptop, como ‘Origen extremo’, que terminaría siendo el primer track, y ‘Opus 1’, al que le escribió los arreglos de orquesta. Buscaban hacer un disco de laboratorio en la línea de The Prodigy, Nine Inch Nails y Gorillaz. Trabajaban hasta largas horas de la madrugada, cocinaban, miraban películas y documentales de rock, escuchaban música, jugaban videojuegos. Todo en un clima entre campamento, viaje de egresados y retiro espiritual. A pesar del pasado en común, eran una nueva formación y tenían que aprender a ensamblarse.

“Fue una experiencia alucinante y, a la vez, una locura”, recuerda Macabre. “Se grabó en pleno invierno, en un lugar en medio del campo; yo salí solo 5 o 6 veces de la casa, me sentía como en El Resplandor. A la compañía le mostrábamos los temas y nos decían: ‘¿Qué es esto? ¿Es un demo, no?’. No entendían nada, ellos esperaban otro Cuentos Decapitados y nosotros queríamos ir por otro lado. La última semana se nos dieron vuelta los horarios y nos despertábamos a las tres de la tarde. Ya no veíamos el día, una demencia total. Y lo loco es que después de ahí teníamos que mezclarlo en los estudios Panda, pero llegamos y nos faltaban grabar cosas. La cabeza nos empezó a crashear”.

Macabre apunta que ‘Origen extremo’ casi queda afuera de tantos cambios que tuvo, que hubo una fallida colaboración con Enrique Bunbury para ‘Hormigas’, que el cover de Héroes del Silencio (‘Hechizo’) se grabó a último momento, que Fernando compuso ‘Grandes esperanzas’ una noche en que vieron todos juntos la película de Cuarón, que la letra de ‘Gritarle al viento’ estuvo muy atravesada por la partida de Abril, y que hubo temas que Gaby terminó de mezclar con su laptop en bares y plazas de Nueva York, antes del mastering definitivo con el experimentado Howie Weinberg (Nirvana, Garbage, Beastie Boys, Smashing Pumpkins).

“Gaby era un bajista estrella y acá se quería abocar 100% a la producción. No era una cuestión de ego, claramente, pero ya después quedó como manifiesto eso y hasta lo incluimos en el arte interno”, explica el tecladista. Dicho y hecho, como se lee en los créditos del CD: “En esta grabación no fue utilizado ningún equipo de guitarra, ni ningún emulador, ya sea en hardware o software”.

¿Y las baterías? “Había un concepto: se buscaba que fuera un disco con violencia en la patada. Yo toqué muy fuerte y después se hizo un tratamiento de compresión bastante violento también para que sea algo explosivo”, remarca Herrlein, que durante esos meses de trabajo tuvo su bautismo de fuego una noche que dieron un show sorpresa en The Roxy. Ese fue, a mediados de 2002, su debut oficial como baterista de Catupecu Machu.

“Los momentos trabajando con Gaby eran muy poéticos, muy artísticos”, agrega. “Me decía: ‘¿Qué querés contar acá? ¿Fuerza, tranquilidad, enojo, intriga? Contámelo’. Charlábamos de esas cuestiones y se planteaba el sonido desde el instrumento, la técnica y la interpretación. Eran momentos mágicos de verdad. Gaby no solo fue el productor musical de la banda sino también el productor humano: él hacía que la convivencia funcionara”.

Una vez editado, el disco tuvo críticas dispares y en algunos lugares se les cerraron puertas. “Hacíamos una gira y se suspendían varias fechas. No pasó como en Cuentos…, que fue una explosión de un día para el otro”, compara Macabre. “Veníamos de girar por Puerto Rico, con chance de hacer pie en Estados Unidos y dar vuelta por todo el planeta, y con Cuadros… estábamos viendo en qué ciudad del país tocar. Mermó muchísimo todo; nos sentimos apedreados y hubo cierta desazón, pero nosotros estábamos orgullosos del disco”. En RS fueron tapa (N° 56) de ese noviembre 2002 como una de las mejores bandas del año, bajo el título “Rock cibernético para espíritus sensibles”. En la portada salían los músicos con cables USB conectados en el cuello, en una producción futurista realizada por David Sisso, con guiños a las pinturas de Rembrandt.

Hoy, viendo el álbum a la distancia, Herrlein encuentra algunos links con Dale!, “por la crudeza y rigidez de las canciones”, Macabre toma a Cuentos Decapitados y Cuadros dentro de cuadros como dos piezas que se unen para llegar a la síntesis perfecta, entre el hit y la experimentación, que sería después El número imperfecto (2004), y Fernando los piensa como una trilogía a lo Star Wars (la IV, V y VI, obvio). En rigor, los tres discos se presentaron en Obras Sanitarias y marcaron la época dorada de Catupecu, hasta el accidente automovilístico de Gabriel, en 2006, que lo dejó afuera de la banda, y que terminaría con su vida en 2021.

¿Se puede recuperar aquel espíritu, volver a abrazar la mística de esos años? Algunas respuestas, el 9 de diciembre, cuando vuelvan a Obras con su nueva formación, que incluye el regreso de Abril Sosa en la batería, más Charlie Noguera y Julián Gondels (bajo y batería), los dos compañeros de Fernando en su proyecto Vanthra.

Resetear, resetear, resetear.

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